miércoles, 29 de septiembre de 2021

LA TRAGEDIA DE LOS COMUNALES

 


Prefiero hablar de bienes comunales, mejor que de bienes comunes; me parece que lo común es ambiguo, común puede ser la actividad de una banda criminal y común a todos sus accionistas puede ser el capital de un Banco o de una empresa multinacional. Pero no diríamos de estos “comunes” que son bienes comunales.

Es muy común la idea de que cada una de las revoluciones tecnológicas por las que hemos pasado tuvo como consecuencia cambios radicales en las sociedades humanas. Pensemos en el fuego, la rueda, la noria, la fragua, los molinos de agua y de viento, el motor de vapor...o, sin ir más lejos, la revolución digital en la que estamos. Sí, han sido muchos y muy radicales los cambios en nuestras formas de vivir y organizarnos, no se pueden negar esas revoluciones tecnológicas de consecuencias sociales, económicas y políticas que fueron acompañadas, casi siempre, de conflictos dirimidos en guerras, con balance de millones de vidas humanas, sacrificadas en cada una de esas revoluciones. 

Y, sin embargo, cuando despliego una mirada con perspectiva histórica de conjunto, por debajo de todos esos cambios evidentes e indiscutibles, lo que observo es la permanencia inalterable de una institución muy arcaica, la Propiedad, junto a sus derivadas, Patriarcado y Estado. Estas instituciones han sobrevivido a todas las revoluciones, llegando a determinar el presente y el futuro inmediato “sin despeinarse”, como si no tuvieran que ver con ninguna de esas revoluciones y sus correspondientes masacres. Así, toda la responsabilidad parece ser de la técnica y del mal uso que de ella hacemos los individuos humanos, que nos comportamos como el egoísta despreciable que conceptualizara hace medio siglo Garret Hardin en su “Tragedia de los comunes” (1968, revista Science).

Estamos abocados a reconceptuar los comunales, porque en el tiempo presente, en las inéditas y críticas circunstancias actuales, simplistamente reducidas a un cambio climático y a una transición energética que no logran ocultar la profundidad y dimensión global de una crisis civilizacional y sistémica. Ya no nos sirven los conceptos de bienes comunes acuñados por la historia social convencional. De algún modo, se ha cumplido el diagnóstico del científico racista y eugenista Garret Hardin, tan nítidamente definido en expresiones como éstas: “los comunes para los plebeyos y el mercado para las élites” o “estamos en un bote salvavidas y hay que tirar por la borda a todos los que sobran”.

El paradigma de los bienes comunes todavía vigente es una ruina conceptual y objetiva. Nada tiene que ver el mundo digital actual, gobernado por algoritmos al servicio de las élites dominantes, con el mundo campesino y “comunal” idealizado por quienes siguen pensando en la posibilidad “revolucionaria” de reeditar aquellos comunales altomedievales, resistiéndose a comprender que su histórico declive y fracaso fue debido a su intrínseca naturaleza “legal”, a partir de Cartas Pueblas y Fueros concedidos como graciosas concesiones del Estado medieval en su forma monárquico-feudal, con efímeros lapsus entre cambios de Estado, como sucediera entre el derrumbe del Estado imperial romano y su relevo por la nueva estructura estatal de los reinos cristiano-visigodos, periodo que en la península ibérica transcurriera entre los siglos VI y IX aproximadamente. 

Un nuevo paradigma es necesario a la altura de las circunstancias actuales y de la trágica situación global a la que nos ha conducido el éxito de la teoría “científica” de Garret Hardin, teoría todavía  mayoritaria entre una enigmática “comunidad científica”, perfectamente sintonizada con el marco mental y fáctico del orden estatal-capitalista imperante, de inequívoca matriz darwinista y eugenésica.

La clave de esta distopía reside, a mi entender, en la ignorancia de la Propiedad sobre la Tierra y el Conocimiento, como germen y desencadenante del sistema de dominación desplegado por las élites dominantes a lo largo de la historia, hasta llegar a su  actual forma global, estatal-capitalista. La institución de la Propiedad ha evolucionado a partir de su simple forma neolítica  y ha perdurado hasta lograr su máxima complejidad, extensión y primacía, en paralelo a la modernización totalitaria del aparato estatal-mercantil en los dos últimos siglos.

Si en las dramáticas y globales circunstancias actuales no llegáramos a entender la necesidad existencial de comunalizar la Tierra y el Conocimiento humano, tengo por seguro que será mínima nuestra posibilidad de sobrevivir al colapso civilizacional en el que estamos inmersos. Se trata de necesidad existencial, de la especie y de cada individuo, inseparablemente, porque la condición humana nunca estuvo en tan grave riesgo de extinción a partir de su sistemática vanalización, a punto de ser sustituida por la gobernanza del Algoritmo, una inteligencia artificial cuya carencia de rostro no debería hacernos creer que no tiene detrás mentes concretas, las diseñadoras del Algoritmo, con la preclara intención “de tirarnos por la borda a todos los sobrantes”, tal y como propusiera Garret Hardin en su teoría del bote salvavidas, como inevitable y única solución a la “tragedia de los comunes”.

El agotado y fracasado paradigma de los bienes comunes reserva un sitio preferente para la Propiedad  y sólo se justifica a sí mismo como subsidiario de la propiedad privada,  comunes pendientes de su completa privatización por el Estado, como forma sibilina de “bienes públicos” gestionados por las administraciones estatales. Todo ello, lo público-estatal no logra apaciguar las neuróticas ilusiones consumistas de la masa clientelar y cautiva. Todavía no  saben estas masas que son marginales por definición sistémica y categórica, una ciudadanía-sujeto de derechos solo mientras éstos sean funcionales, simultáneamente, a los intereses del Mercado y de la Hacienda estatal, cachondamente identificados con el “bien común” a criterio del paradigma dominante. 

 


 Pueden seguir, por otros dos  siglos o más, discutiendo los científicos sociales y económicos sobre la metafísica de los comunes, pero el sentido común me dice que los límites de la propiedad  están precisamente donde comienzan los bienes comunales universales, es decir, la Tierra y el Conocimiento, ambos en su integridad, lo que significa la exclusión de la Propiedad para estos bienes raíces, que constituyen la materia prima del metabolismo de nuestra especie y sobre los que las comunidades humanas, como cada uno de sus individuos, tienen un natural “derecho de uso”, pero no, en ningún caso, un derecho de apropiación. Propiedad  y comunales son términos contrarios e incompatibles; y lo son por imperativo categórico de NECESIDAD EXISTENCIAL,     que implica la extrema necesidad de  abolir el derecho de apropiación sobre los comunales universales y su sustitución por un natural derecho de uso, un derecho natural,  nI divino ni estatal, por razón conjunta, ética y ecológica, de dignidad y supervivencia: para poder sobrevivir a la vanalización de la vida, como al previsible colapso sistémico que ya está en marcha...y que más se acelera cuanto más tardemos en comprenderlo.

Combatir esta distopía conlleva riesgos con los que hay que lidiar, pero así es la vida toda y especialmente la humana vida, incierta y efímera por naturaleza, siempre abocada a afrontar y superar los desequilibrios, conflictos e incertidumbres que la constituyen, enfrentada siempre a la inexorable ley de la descomposición y siempre impulsada por su poderoso instinto vital y  dual, individual y comunitario.

El pensamiento propietarista dominante se basa en una interesada y atávica desconfianza en la capacidad de los individuos humanos para su autogobierno, olvida las pruebas históricas que demuestran la posibilidad del autogobierno -y, por tanto, de la democracia -, a condición de ausencia de la Propiedad. Quienes profesan esta desconfianza no pueden siquiera imaginar la vida humana sin Propiedad y, por tanto, sin Patriarcado y sin Estado. La teoría de Garret Hardin presupone, sin pruebas, la incapacidad humana para la autogestión o autogobierno.  Y digo sin pruebas, porque nunca, al menos desde hace diez mil años, pudo la humanidad vivir liberada de la institución de la Propiedad, ni de sus consecuencias patriarcales-estatales, ni libre de su innata violencia.

Hoy “la tragedia de los bienes comunales” consiste en que ni siquiera quienes los defienden comprendan su actual trascendencia en la  inédita situación trágica en la que está inmersa la especie humana, ni comprendan la directa relación de esta tragedia con la institución histórica de la  Propiedad como derecho a la apropiación de los comunales universales. Cuando nos referimos a la Tierra  y al Conocimiento no llegan a comprender la diferencia abismal entre derecho de uso y derecho de apropiación.

Mirar por el espejo retrovisor es absolutamente necesario cuando  se quiere  ir marcha atrás. De no ser así, sigue siendo conveniente, pero solo a condición de que nos sirva para tener referencias en la marcha hacia adelante, pero no nos distraiga del camino por el que vamos, con grave riesgo de estrellarnos. 

 


 



1 comentario:

gka dijo...

Hola Fernando,

Desde mi punto de vista, derecho de uso y propiedad vienen a ser la misma cosa, si de manera efectiva se puede disponer de un bien sin injerencias y con plena soberanía. En ese caso el derecho de uso es equivalente a la propiedad. Para el caso de la potestad sobre la tierra, las comunidades vecinales han sido historicamente propietarias legítimas de sus tierras en tanto que tenían total disposición y soberanía para establecer las normas de uso convenientes, según los usos y costumbres y una ética comunal.

Si entendemos el curso de la historia como una pugna entre las fuerzas estatistas-propietarias frete a las comunalistas-soberanas, veremos momentos de auge y declinación de unas y otras. Lo que está claro es que si partimos de la bipartición de la condición humana-social, las fuerzas propietarias-estatistas siempre buscaran el acaparamiento de propiedad como consecuencia lógica de la voluntad de poder. Es por esto que la manera de proceder de las fuerzas comunalistas debe ser la de preservar sus usos mediante la propiedad, para de esta manera confrontar y proteger desde una perspectiva efectiva las posibles injerencias estatales.

Desde el punto de vista ideal queda claro que en la naturaleza no existe la noción de propiedad, la naturaleza es e interactua nada más, pero las comunidades humanas se establecen y prosperan afincadas en un territorio, un trozo de tierra, bosques, arroyos, fauna y flora. La manera en que el ser humano debe cuidar de todo ello, con la menor injerencia, es mediante la propiedad para así preservar su viveza de quienes deseen explotarla fuera de su resiliencia natural.

Es por esto que la propiedad (o el derecho de uso pleno, como se quiera ver) solo puede ser garantizado mediante el pueblo en armas, cuando enfrente permanecerá siempre al acecho la voluntad de poder en forma de núcleos de poder pro-estatistas.

un saludo,