Ilustración de la revista "Anfibia" (Buenos Aires) |
Según el relato oficial, el Pacto Verde es la supuesta solución a los efectos catastróficos de un cambio climático que, supuestamente, tiene entidad apocalíptica. La estafa no puede ser más vieja ni más eficaz: te inoculan una enfermedad para después venderte la inyección que te puede curar.
La que no es supuesta es la realidad de un sistema dominante cuyo funcionamiento, por sus propios fundamentos y dinámicas, genera necesariamente desastres ambientales como nunca haya presenciado la humanidad en su dilatada historia. Unos efectos que van más allá del cambio climático, arrasando la biodiversidad del planeta y, por tanto, alterando grave e irreversiblemente el equilibrio ecológico del ecosistema terrestre, agotando recursos naturales que ya no podrán utilizar las futuras generaciones humanas, degradando tierras, océanos, ríos y, más grave aún, degradando la naturaleza social, convivencial y comunitaria de nuestra especie, mediante economías de mercado y democracias estatales que aíslan a los individuos y los enfrentan en fratricida competencia por la propiedad y el consumo, convirtiéndolos de facto en clientes cautivos, dada su absoluta dependencia de un orden totalitario que en menos de tres siglos ha logrado hegemonía a escala global.
Se
inicia en esta década la siguiente fase de la gran estafa, la
tecno-ecológica. Pero bien matizada y planificada, un mágico cóctel
de tecnología y ecología, presuntamente científico, "lo mejor"
para la continuidad del empleo servil y de los negocios que se nutren de este empleo, tecnología en la estantería del supermercado global, junto con
ecología casera y conservadora en tierra propia, al tiempo que depredadora en
tierra ajena. Con dobles negocios por todas partes: desertizar el
extranjero para, con la ganancia, ajardinar la casa propia, provocando
emigraciones desde los desiertos del sur hacia los jardines del norte, para emplear criadas,
jardineros y camareros a precio de saldo, con lo que eso
supone en ahorro de gasto en sueldos nacionales. Y así todos quedan
supuestamente contentos, porque todos creen salir ganando: el emigrante que consigue mejorar su sueldo aunque su comunidad y su país se arruinen;
el trabajador nacional, que aunque gane menos que antes, podrá
cobrar el subsidio de paro y la jubilación gracias a las criadas, jardineros y camareros neocotizantes...por lo que todos
estarán contentos y agradecidos, siempre en deuda con el Estado,
como siempre lo estuvieron los buenos empresarios empleadores, que
gracias a esta sintonía podrán conservar intacto su negocio, tan trabajosa y mágicamente conseguido.
Ni es la primera vez que la humanidad afronta un calentamiento global del planeta, ni es creíble que, incluso en el peor de los escenarios previstos (que sería una subida de 5º en la temperatura media del planeta), eso pueda significar un peligro de tal envergadura que hiciera inevitable la extinción de nuestra especie. No cuando nunca antes la humanidad tuvo tanta experiencia y conocimiento, como ahora, para poder afrontarlo. Pero el dramatismo es parte imprescindible del guión previsto, tengamos en cuenta que sólo un enunciado apocalíptico puede concitar una masiva y suficiente adhesión al Pacto Verde, presentado como única forma de evitar "lo peor". Y si no sale bien, siempre será culpa de quienes no se sumaron a esta iniciativa “ecológica global”, panda de extremistas, negacionistas y conspiranoicos.
En ningún caso podrá ser una catástrofe final, sin que quiera con ésto minimizar el problema, ni decir que el cambio climático, aún en las previsiones más moderadas, no llegue a ocasionar grandísimos costes humanos...pero que serán mucho más graves si las poblaciones más afectadas, posiblemente cientos de millones de humanos, lo sufren bajo las condiciones de vida impuestas por el orden estatal-capitalista.
No tengo razones suficientes que me permitan negar los datos científicos. A partir de los mismos, es perfectamente constatable la progresión geométrica del deterioro ambiental en la secuencia histórica del desarrollo capitalista, significativamente agravado a partir de las dos guerras mundiales. Es real un agravamiento progresivo de los datos, en correlación con la aceleración desarrollista experimentada tras esa convulsa época que corresponde a buena parte del pasado siglo XX. Y, aún así, si albergara alguna duda, ésta no afectaría a la identificación de la mayor de las obviedades: que el Pacto Verde proyectado es la tabla de salvación, la más conveniente para un sistema que se ahoga en su propia crisis y que si quiere sobrevivir está obligado a huir hacia adelante, sea cual sea el precio. Es inevitable que su incapacidad para pensar y producir buen progreso humano no traiga consigo la generalización de la guerra, la destrucción de los ecosistemas, la vanalización de la vida en general y de la humana en particular. Porque el Pacto Verde y su milonga de la transición energética no tratan de salvar a la humanidad del cambio climático, sino de reflotar un transatlántico capitalista que hace agua por sus cuatro costados.
Me viene a la memoria algo que dijo hace años Ocalan, el eterno preso kurdo, cuando oponía su método del sentido al método científico que maneja el capitalismo; porque, ¿de qué vale la complejidad analítica y cuantitativa de este método de conocimiento si carece de sentido vital, si su objetivación positivista es un contrasentido que transforma al sujeto humano separándolo de la Naturaleza, convirtiendo en objeto a ésta y al propio sujeto, llegando al trágico absurdo de manejar "científicamente" - como objetos- a la naturaleza toda, lo que incluye al resto de humanos e, incluso, a sí mismos.
Reconozco que me ha inspirado esta reflexión la lectura de un artículo del partido Izquierda Comunista en su web “Communia”. Y estoy plenamente de acuerdo con su diagnóstico, que entiende el Pacto Verde como “no-solución capitalista” y donde se afirma que tanto los economistas como sus estadísticas señalan que “los costes del cambio climático son contenibles dentro de una estrategia sostenible de crecimiento (=acumulación) del capital. No es por eso que el Pacto Verde se haya puesto en marcha. Tampoco para evitar costes humanos. Tras más de un millón de muertos directos censados por el Covid está bastante claro que el capitalismo y el estado están dispuestos a sacrificar las vidas que hagan falta para mantener la rentabilidad del capital. El objetivo y esencia del Pacto Verde no es salvar el medio natural, ni vidas humanas, ni siquiera evitar daños climáticos para sus beneficios: es organizar la mayor transferencia de rentas del trabajo al capital desde las dos guerras mundiales. Su puesta en marcha lo está haciendo evidente con brutalidad a ambos lados del Atlántico, en los precios de la energía, la vivienda, el urbanismo, la alimentación, el transporte…” Y concluyen que “El Pacto Verde utiliza la idea de emergencia climática para imponer una unión sagrada climática vista como necesidad universal, lo que no es más que una estrategia para revalorizar inversiones y reanimar el capital. Dejémoslo claro: el Pacto Verde, en el mejor de los casos puede reducir emisiones de CO2 y metano, pero esa estrategia es solo un objetivo instrumental, una guía. Y lo que es más importante, no va a armonizar las relaciones entre Humanidad y Naturaleza, las va a agravar”.
Sigo estando de acuerdo cuando se refieren a la ruptura por el capitalismo de la relación entre humanidad y naturaleza, y que restaurar esta relación exige constituir un metabolismo común a partir de restaurar previamente la comunidad humana universal. Y no puedo estar más de acuerdo cuando se refieren a la respuesta reaccionaria de la pequeña burguesía en apoyo del Pacto Verde: “El problema de estas capas intermedias es que su objetivo primario, mantener su posición social dentro del sistema, las alinea con una comprensión capitalista del mundo…incluso cuando se rebelan contra sus consecuencias. No tienen un modelo alternativo: no pueden imaginar un mundo en el que el capitalismo o sus premisas no existan, porque dejarían de existir ellos mismos como clase. Son por ello impotentes políticamente y reaccionarios históricamente. Y por eso sus reivindicaciones acaban siendo fácilmente instrumentalizadas por el estado o por grupos de la clase dirigente contra los trabajadores”.
Hasta ahí no podríamos estar más de acuerdo. Y me asombra positivamente su descreimiento del Estado y su intuición de comunidad, que veo como un avance. Pero ahí concluyen mis coincidencias, porque el remedio que proponen es el mismo de todos los viejos y nuevos marxistas: esperar confiadamente a la resurrección de una conciencia proletaria tan improbable como inexistente, tanto como la misma clase proletaria que sustenta su religiosa fe progresista. No han comprendido todavía que su cosmovisión economicista retroalimenta el germen propietarista que afecta hoy por igual a dominantes y dominados. Todavía no han comprendido que los trabajadores del capitalismo contemporáneo, incluso los más pobres, por serlo no devienen necesariamente en revolucionarios porque, gracias a la modernidad desarrollista-progresista inoculada por liberales y marxistas, lo que ellos quieren es ser propietarios, como los ricos.
Quedan todos así sumidos en la melancolía revolucionaria, como estatuas de sal, ese es su nuevo estado desde hace al menos medio siglo, desde la demolición del muro de Berlín seguida del continuado fiasco en todas las últimas revoluciones "proletarias y populistas".
¿Todavía hay quien crea que es casualidad el resurgimiento actual de los viejos totalitarismos, en este preámbulo del programa neoliberal compuesto de Agenda Climática, Pacto Verde y Transición Energética?, ¿es que no sabe nadie que esos cafres son su fuerza de reserva, por si les sale mal la jugada tecnoecológica?
A ésto debe referirse Markus Gabriel, el filósofo neoilustrado e hiperrealista de moda en Alemania, cuando sentencia: “si no logramos hacer realidad un progreso moral que implique valores universales para el siglo XXI —y por lo tanto, para todos los seres humanos—, caeremos en un abismo de una profundidad inimaginable”. Al igual que me sucede con muchos ecosocialistas y ecofeministas, neomarxistas y neoanarquistas, estoy de acuerdo a medias, lo que no deja de ser una forma de empezar a entenderse. Yo les propongo un pacto global del común, un acuerdo de convivencialidad y comunalidad a partir de principios universales, que cualquier individuo puede comprender y aplicar en comunidad, libre y responsablemente. Ni siquiera pido que dejen de pensar como liberales, feministas, anarquistas, marxistas o ilustrados progresistas, les pido un mínimo acuerdo sobre principios universales que caben en menos de tres renglones: 1, cuidado y respeto por la vida humana como por todas las formas de vida, 2, declaración unilateral de la tierra y el conocimiento como bienes comunales universales y 3, democracia comunitaria o de verdad.
Y a todos les recuerdo que sabemos cuando un principio es acertado solo cuando lo medimos por los hechos morales, ¿verdad o no, señor Markus?
2 comentarios:
Estoy de acuerdo con esos 3 principios Nanín.
Ya somos dos
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