UN OTOÑO EXTRAÑO, MAS NUEVO Y NORMAL QUE DE COSTUMBRE

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La
pandemia me confina a este lado de la puerta y me asoma al jardín
de casa para fumar un cigarro ilegal, sin mascarilla, y para sentir
el viento fresco de esta mañana soleada y transparente,
erróneamente anunciada como víctima de una ciclogénesis
explosiva, aquí, en la Montaña Palentina.
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Bajo
este sol, únicamente afea la mañana este frío viento que me trae a la
memoria una escena de película, una italiana, que ví subtitulada
hace por lo menos cincuenta años, en un ciclo del Cine Zorrila, de
Arte y Ensayo, dirigida por Nelo Risi, “Diario de una
esquizofrénica”, con una Anna enferma corriendo entre un mar de
trigos dorados y disfrutando la fuerza salvaje del viento contra su
pelo suelto y su cuerpo menudo. Siempre que siento un viento fuerte
y frío me acuerdo de lo que decía Anna en aquella escena, algo así
como “Il vento...il vento portare un mensaggio per Anna”,
una frase inacabada que no necesitaba de subtítulo ni de ser
completada y que se me quedó clavada, ya para siempre, en mi débil
memoria.
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Pero
resulta que tenemos un otoño anticipado y que yo lo ví venir hace
ya unos días, pateando por las soledades de un pequeño pueblo
burgalés, no muy lejano al mío y acurrucado bajo la imponente mole
de la Peña del Moro, en mitad de las despobladas Loras de esta
Castilla otoñal, despoblada, que precisamente ese día allí mismo
empezó a repoblarse sólo con volanderas hojas doradas,
que barruntaban un otoño duradero. Y me sucedió entonces algo parecido que
con el viento fresco, que cuando camino entre una lluvia de hojas
que acabo pisando, siempre me viene a la cabeza el mismo poema, uno
que aprendí de niño cuando recién aprendía francés en primero
de bachiller, todo por culpa de mi padre, que tras la emigración
nos trajo a casa costumbres y diretes de Francia, en aquella lengua
que a mí me deslumbraba y me parecía tan elegante. Es uno de los
más célebres poemas de Paul Varlaine, publicado en 1866, en su
primer libro, de “poemas saturnianos”. Sólo me acuerdo, ya
digo, de esos versos a la llegada del otoño o cuando mi padre
emigrante me viene a la cabeza. Hablan de los sollozos largos de los
violines del otoño que hieren el corazón del poeta con una larga y
sofocante Monotonía.
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Y
es así, no puedo ni quiero evitarlo, todos los años por estas
fechas, cuando veo llegar los fríos vientos de Anna y los lánguidos
otoños de Varlaine, cuando mi mala memoria recuerda de corrido y
sin esfuerzo ese poema a partir de estas costuras mías,
mezcla de nostalgia y alegría, un popurri de palabras y
sentimientos que no sé si tienen sentido para alguien que no sea yo
mismo. El caso es que me vienen sin quererlo, dolorosa y dulcemente
sin remedio.
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Hoy
han llegado más lejos, su grito, su poema. Digo yo que será por
esta “nueva” normalidad, que todo lo trastoca. Se ha creído
este otoño que tras él se acaba todo, la tarea de los árboles y
las nubes y que, como la savía ya hizo su trabajo, ahora sólo queda
esperar nuevas lluvias y heladas que vengan a renovarla mientras
marzo llega a la montaña. Este otoño todavía no sabe lo que aquí está
pasando, se piensa que todo es como antes, el año pasado.
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Hoy,
a mayores, me acuerdo de algunos enfermos que he conocido, de
esquizofrenía y poesía, unos en la planta once del hospital donde
yo trabajaba por las noches y otros que me he ido encontrando a lo
largo de esta vida. Enfermos, poetas y viceversos, de todo pelaje,
casi en cada esquina. Durante esas noches, por bares y hospitales
pude comprobar la consistencia de su misma dolencia, la de ver lo
que los demás no ven, reales sombras de personas y esperanzas
ficticias, una multitud por tanto inexistente que los expulsa de la
normalidad y los confina en libros y habitaciones de hospitales. De
ahí su estéril sufrimiento.
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Il
vento portare un mensaggio (de Paul Verlaine y mío) per Anna. Me perdone
el poeta:
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Les
sanglots longs
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des
violons
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de
l’automne
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blessent
mon cœur
-
d’une
langueur
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monotone.
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Tout
suffocant
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et
blême, quand
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sonne
l'heure,
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je
me souviens
-
des
jours anciens
-
et
je pleure.
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Et
je m'en vais
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au
vent mauvais
-
qui
m'emporte
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deçà,
delà,
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pareil
à la
-
feuille
morte.
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