domingo, 4 de octubre de 2020

UN OTOÑO EXTRAÑO, MAS NUEVO Y NORMAL QUE DE COSTUMBRE

 


La pandemia me confina a este lado de la puerta y me asoma al jardín de casa para fumar un cigarro ilegal, sin mascarilla, y para sentir el viento fresco de esta mañana soleada y transparente, erróneamente anunciada como víctima de una ciclogénesis explosiva, aquí, en la Montaña Palentina. 
 
Bajo este sol, únicamente afea la mañana este frío viento que me trae a la memoria una escena de película, una italiana, que ví subtitulada hace por lo menos cincuenta años, en un ciclo del Cine Zorrila, de Arte y Ensayo, dirigida por Nelo Risi, “Diario de una esquizofrénica”, con una Anna enferma corriendo entre un mar de trigos dorados y disfrutando la fuerza salvaje del viento contra su pelo suelto y su cuerpo menudo. Siempre que siento un viento fuerte y frío me acuerdo de lo que decía Anna en aquella escena, algo así como “Il vento...il vento portare un mensaggio per Anna”, una frase inacabada que no necesitaba de subtítulo ni de ser completada y que se me quedó clavada, ya para siempre, en mi débil memoria.

Pero resulta que tenemos un otoño anticipado y que yo lo ví venir hace ya unos días, pateando por las soledades de un pequeño pueblo burgalés, no muy lejano al mío y acurrucado bajo la imponente mole de la Peña del Moro, en mitad de las despobladas Loras de esta Castilla otoñal, despoblada, que precisamente ese día allí mismo empezó a repoblarse sólo con volanderas hojas doradas,  que barruntaban un otoño duradero. Y me sucedió entonces algo parecido que con el viento fresco, que cuando camino entre una lluvia de hojas que acabo pisando, siempre me viene a la cabeza el mismo poema, uno que aprendí de niño cuando recién aprendía francés en primero de bachiller, todo por culpa de mi padre, que tras la emigración nos trajo a casa costumbres y diretes de Francia, en aquella lengua que a mí me deslumbraba y me parecía tan elegante. Es uno de los más célebres poemas de Paul Varlaine, publicado en 1866, en su primer libro, de “poemas saturnianos”. Sólo me acuerdo, ya digo, de esos versos a la llegada del otoño o cuando mi padre emigrante me viene a la cabeza. Hablan de los sollozos largos de los violines del otoño que hieren el corazón del poeta con una larga y sofocante Monotonía.

Y es así, no puedo ni quiero evitarlo, todos los años por estas fechas, cuando veo llegar los fríos vientos de Anna y los lánguidos otoños de Varlaine, cuando mi mala memoria recuerda de corrido y sin esfuerzo ese poema a partir de estas costuras mías, mezcla de nostalgia y alegría, un popurri de palabras y sentimientos que no sé si tienen sentido para alguien que no sea yo mismo. El caso es que me vienen sin quererlo, dolorosa y dulcemente sin remedio.

Hoy han llegado más lejos, su grito, su poema. Digo yo que será por esta “nueva” normalidad, que todo lo trastoca. Se ha creído este otoño que tras él se acaba todo, la tarea de los árboles y las nubes y que, como la savía ya hizo su trabajo, ahora sólo queda esperar nuevas lluvias y heladas que vengan a renovarla mientras marzo llega a la montaña. Este otoño todavía no sabe lo que aquí está pasando, se piensa que todo es como antes, el año pasado.

Hoy, a mayores, me acuerdo de algunos enfermos que he conocido, de esquizofrenía y poesía, unos en la planta once del hospital donde yo trabajaba por las noches y otros que me he ido encontrando a lo largo de esta vida. Enfermos, poetas y viceversos, de todo pelaje, casi en cada esquina. Durante esas noches, por bares y hospitales pude comprobar la consistencia de su misma dolencia, la de ver lo que los demás no ven, reales sombras de personas y esperanzas ficticias, una multitud por tanto inexistente que los expulsa de la normalidad y los confina en libros y habitaciones de hospitales. De ahí su estéril sufrimiento.

Il vento portare un mensaggio (de Paul Verlaine y mío) per Anna. Me perdone el poeta:
Les sanglots longs
des violons
de l’automne
blessent mon cœur
d’une langueur
monotone.
Tout suffocant
et blême, quand
sonne l'heure,
je me souviens
des jours anciens
et je pleure.
Et je m'en vais
au vent mauvais
qui m'emporte
deçà, delà,
pareil à la
feuille morte.


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