Por qué me cuesta tanto entender la Física Cuántica |
Pensar los años 20 (del siglo XXI)
y la teoría del intermediario evanescente
La inteligencia, que se muestra tan hábil en manipular lo inerte,
despliega toda su torpeza en cuanto toca lo viviente (Henry Bergson)
El paréntesis del título es un añadido mío, una licencia que me permito y por la que le pido disculpas al autor de la reflexión contenida en ese título (pensar los años 20), del italiano Franco Bifo Berardi (*). Su tesis es desesperada, un pesar por la constatación de la muerte anunciada del pensamiento crítico, no se sabe si a manos de un monstruo imprevisible -el fascismo posmoderno que viene- o por suicidio. Con todo, yo creo que esa no es la pregunta a responder. Más pertinente sería ésta: sabiendo que Trump desaparecerá, ¿dónde estarás tú, cada uno de nosotros, en ese momento? Ésta es la pregunta que comparto con quienes, como yo (muy poquita gente), creemos haber descubierto la sustancia vacua del pensamiento postmoderno, ese que no sabe quién es pero que tan seguro está de lo que no es.
Dice Franco Bifo: "se sabe
que en el pensamiento crítico no hay lugar para una deriva
apocalíptica, para el final de la historia. El pensamiento crítico
surge como un pensamiento de la historia, y en la historia encuentra
su esfera de pertenencia. La evolución no es objeto del pensamiento
crítico, ni el pensamiento crítico conoce la evolución. Por esta
razón, el pensamiento crítico está muerto, y ya no interesa a
nadie, excepto a un pequeño número de académicos que se repiten
atónitos viejos análisis que apenas captan nada de una realidad que
ha abandonado el río de la dialéctica desembocando en el mar
impasible de la evolución. Los demás, que no son críticos ni
académicos, acuden en masa a los altares de alguna iglesia, o tragan
antidepresivos, o se tiran, de forma más efectiva, desde el décimo
piso. La potencia desmesurada de la evolución no sabe qué hacer con
la crítica, no sabe qué hacer con la ética, no sabe qué hacer con
la humanidad".
La desesperación progresista tiene mucho que ver con la agonía del pensamiento crítico, pero también con el auge electoral de la Bestia, no quiere saber cuánto la necesitan, nada de sus orígenes comunes. Nunca se preguntarán cómo puede ser que su odio sea el alimento que nutre a la Bestia. Coincido con esta sentencia: la identidad de la Bestia es bien simple, consiste en "no ser lo que el otro es" (**), no tiene otra urgencia ni otro impulso. Tal es la devastación del nebuloso y evanescente pensamiento postmoderno, devenido en progreliberal y neofascista a turnos, su bimodal y ubicua vaciedad. Lo imagino hecho carne, con el cuerpo híbrido de una chica hipster con barba, ataviada con gótico luto, embobada en su mismidad, repleta de vaciedad, que camina a paso firme por las aceras de una gran ciudad; le gusta que la miren, todas saben quién es él - todos menos ella- y él se siente seguro sabiendo que quienes le miran son lo que ella no es.
Esta viene a ser la convincente teoría de V. Pueyo y A. Fernández acerca de la identidad de la Bestia y su correspondencia con el pensamiento postmoderno; la denominan "teoría del intermediario evanescente", tiene carga de profundidad y alcanza mucho más allá de las bufonadas televisivas de Trump y Abascal, porque nos están mostrando que el capitalismo postmoderno es más una sociedad que ideología.
La economía para tí y la cultura para mí, así quedó repartido el botín y no hay otra imagen más representativa que la foto histórica de ese reparto, ninguna que mejor pueda explicar la agonía de está época en medio de cuya geografía se alzan las ruinas del progresismo postmoderno - socioliberal de las izquierdas y neoliberal de las derechas-, cuyos escombros están a subasta en el mercado electoral, con ganancia previsible de los nuevos bufones de la corte, Trump y Cía.
Me apunto a la teoría del "intermediario evanescente" (y provisional por tanto) que justificaría el éxito del fascismo postmoderno como algo pasajero. La describen muy bien Víctor Pueyo y Ana Fernández en "Trump va a desaparecer (a qué llamábamos posmofascismo)" (***):
"La entrada en escena del nipster (de la que se hacía eco en 2014 un reportaje de la revista Rolling Stone titulado «Heil hipsters») es el esbozo más precoz de lo que llamábamos posmofascismo o fascismo posmoderno.../...Llegó la globalización. Y cómo olvidar la obsesión de la posmodernidad por socavar y por revertir la más rebelde de las dicotomías: la dicotomía historia/ficción o, si se prefiere, la dicotomía verdad/discurso. Esta aspiración distaba apenas de una palabra para cumplirse. La palabra es posverdad y su máximo exponente es Donald Trump, el presidente posmoderno que occidente llevaba tres décadas invocando.../...¿De qué nos podría salvar la posmodernidad ahora mismo, salvo de sí misma?../... ¿No es el hipster contemporáneo el ejemplo terminal de ese sujeto que nunca es idéntico a sí mismo, que vive en constante estado de fuga?.../...Trump no es, en principio, esa alternativa radical, ese coco salido de una cueva que viene a robarnos las certidumbres de nuestras democracias liberales. Al contrario: Trump constituye una especie de versión grotesca y andariega del establishment del que disiente, que es, nunca mejor dicho a grandes rasgos, esa izquierda posmoderna con la que sus detractores identifican al statu quo demócrata.../...Trump, no en vano, proviene de ella. Recordemos que el empresario y estrella pop mantuvo en los años noventa una estrechísima relación con la que fuera su oponente en las elecciones de 2016, Hillary Clinton. Si arañamos un poco el archivo, de hecho, nos toparemos con entrevistas como la que Trump concedió a Jay Leno en pleno prime time televisivo allá por 1999, en la que declaraba su intención de presentar su candidatura a las primarias demócratas con un discurso típicamente de izquierdas: subir la carga impositiva a las fortunas mayores de diez millones de dólares y combatir el racismo institucionalizado. Si Trump representa algo con respecto al Partido Demócrata, no es una oposición frontal a él, sino esa especie de negativo interno que súbitamente revela su esencia más cruda, su poso más amargo.../...Su discurso nunca estuvo vacío en tanto era el vacío. Trump es puro exceso, una especie de idiosincrasia parlante, de actante sin papel o máscara carnavalesca que no esconde una cara detrás. Trump no tiene, en este sentido, pelo: es pelo. Trump es el mediador evanescente.../...su fuerza no reside en la sustancialidad del discurso fascista mismo, que por otro lado ya estaba ahí, dormitando, sino en esa especie de negatividad sin contenido (Trump contradiciéndose a propósito, Trump hablando siempre a la contra) por la cual las formas se disocian de sus contenidos y pueden absorber todo tipo de valencias ideológicas".
Si fuera así, lo más preocupante es el previsible territorio estéril que quedará después de esa evanescencia que parece programada, pero mucho me temo que tendrá el perfil de una sociedad con encefalograma plano, demofascismo en modo eco, capitalismo "verde" para la gestión sostenible del poder privado-estatal en tiempos de colapso. En esencia, el mismo capitalismo de siempre cuya única diferencia es que ahora sólo podrá subsistir mientras pueda justificar "democrática y ecológicamente" el genocidio masivo que le es consustancial, que lleva en la sangre.
Pero no será el fin, no un exterminio, no podrá culminarlo. Porque siendo seguro el final de los tiempos, no tiene fecha y nada está escrito. Hay que contar con ello, sabemos que el exterminio le sucede a todas las especies y, aún más, que también es el destino final de los planetas, sabemos que sucede ahora mismo y de contínuo. Pero ni somos dinosaurios ni insectos, no somos iguales a cualquier otra especie. La humana contiene a un animal y por tanto es animal, pero un animal que habla, conversa, y algo más que todavía no sabemos.
Esta ignorancia de nosotros mismos la proyectamos al mundo y algo tiene que ver el catecismo de creencias en el que fuimos educados: nos inculcaron una imagen inmutable de lo que somos, un alma que carga con el lastre de un cuerpo agregado. Esa excisión nos apartaba de la naturaleza, nos dejaba en el discurso parlante y fuera del contexto, obsesionada por la teoría de la evolución, por negar lo innegable, nuestra condición de simios parlantes.
La extinción es segura, pero podríamos esperarla con inteligencia superior a la de los dinosaurios. Igual que hacemos con la enfermedad y con la muerte: que sabiéndolas inevitables no por eso tenemos que dejarnos matar por un gran meteorito, ni por un pequeño virus ...ni, mucho menos, autoamortajarnos en vida. Sabemos, por experiencia, que en medio de ese acontecimiento inevitable cabe aprovechar una inmensa oportunidad, toda una vida, una eternidad a escala de la edad humana. Nadie en sus cabales debería renunciar precipitadamente a esa oportunidad, nadie en sus cabales debería abandonar su vida a la hipocondría y el nihilismo, tampoco a la fuga felicista ni a ninguna otra patología inducida. Nadie en sus cabales debería delegar su vida en manos de ningún gobernante, en nadie que no sea él mismo y, mucho menos, en manos de cualquier trastornado.
Lo superaremos, no tenemos otra opción a largo plazo, aunque ahora sólo nos quepa resistir y acondicionar el terreno. Pensemos que siendo parientes del orangután tenemos responsabilidad muy superior por habernos tocado a nosotros el cuidado de la Vida, no por que nadie lo mande, por razón de necesidad, porque aparte de nosotros no hay nadie que pueda cuidar de este planeta en el que vivimos, ningún otro orangután que entienda y asuma esta responsabilidad.
El permanente desajuste, este caótico desorden que se viene cociendo durante los últimos siglos gobernados por gente de intereses ajenos y contrarios a los del común humano, los gobiernos que vendrán, los Trumpes y Abascales, el demofascismo verde y genocida que seguirá a su evanescencia, todo este desbarajuste universal, nos está metiendo en el cuerpo un vértigo existencial, cuasicósmico diría exagerando lo justo: asistimos a la descomposición del Orden conocido y, en el mismo lote, al desvanecimiento del pensamiento lineal, el propio de ese Orden, el único que hemos conocido. Es un vértigo por la proximidad del abismo que se abre ante nosotros, un velo de gasa que deja trasparentar todas las facetas de lo desconocido, como un telón que oculta un escenario inédito, otra idea de la realidad, un telón que vemos sólo sujeto con unas puntadas, cuya caída es inminente...¿y si la realidad fuera otra cosa que una suma de objetos no relacionados entre sí, carentes de vínculos y contexto?, como por ejemplo: alma-cuerpo, individuo-sociedad y humanidad-naturaleza.
Presentimos eso, ya sentimos ese vértigo. Sentimos la inexistencia de los dioses, todo lo que vemos nos confirma esa evidencia, pero esa certeza nos viene acompañada de angustia: la ciencia todavía no lo ha demostrado. Sentimos la angustia de una próxima deserción y su cercanía nos produce una inmensa confusión y un vértigo aún mayor. Las ciencias a sueldo se resisten a ella, contradiciendo su propio presupuesto, el método científico. Yo creo que no podrán evitar lo inevitable, lo que la física cuántica ya atisba, que la realidad no existe por sí misma, separada del contexto relacional que sustancia todo cuanto existe en el Universo, que vincula y funde lo tangible y lo intangible.
Los descubrimientos de Newton y Copérnico no tardarán en parecernos anecdóticos cuando descubramos que no existe esa partícula mínima, constituyente última de la materia, que estábamos buscando, cuando descubramos que la materia no es un edificio construido con esos ínfimos "ladrillos". Cada respuesta que vamos encontrando en ese camino es multiplicada con muchas más preguntas. Vamos, no obstante, teniendo un par de anticipos: a) que hay una sustancia invisible y común a toda la materia conocida y, por extensión, a todo el Universo, sea cual sea la medida de éste (en el caso de que la tenga) y b) que lo que llamamos "realidad" es sólo un concepto, algo inexistente por sí o al menos incompleto, sin la mirada de un observador, sin nosotros por ejemplo.
De ahí que la historia conocida esté precedida y determinada por explicaciones que sólo ahora sabemos erróneas, a pesar del lustre de sus nombres (Copérnico y Newton por ejemplo), aquellos que contracorriente demostraron que la Tierra no es el centro del Universo y que existe una fuerza invisible que sujeta los objetos al suelo e impide que los planetas vayan a su bola y colisionen al abandonar la órbita de las estrellas.
O como el confinamiento de lo intangible durante siglos, en iglesias y en todo tipo de sectas, o el crimen que supone la gestión de la vida humana exclusivamente supeditada a un balance ajeno a toda cualidad, sólo contable; o qué decir de la absurda ley de la escasez impuesta por decreto, la que privatiza la abundancia y no duda en convertir la tierra y el conocimiento humano en sendos eriales, o la vieja costumbre de los propietarios y gobernantes, exhibiendo obscenamente sus dominios y su estúpida felicidad, en medio de la ruina que ellos mismos han producido.
En conclusión y resumen, que Marx y Dios se nos han muerto en la cama, como Franco, y que a nosotros nos ha tocado bregar con la herencia de sus tiempos. Que, de hacer algo, tenemos que ponernos a ello, curarnos del vértigo y dejar de pensarlo tanto. Para que la Bestia evanescente y el Ecofascismo que seguirá a su gobierno no nos pillen totalitariamente en bragas.
Dice Franco Bifo que si la ética moderna quería ser una ética para el buen vivir, ahora necesitamos volver a concebir la ética como preparación para una muerte digna. Yo no estoy de acuerdo y quiero que se equivoque.
La desesperación progresista tiene mucho que ver con la agonía del pensamiento crítico, pero también con el auge electoral de la Bestia, no quiere saber cuánto la necesitan, nada de sus orígenes comunes. Nunca se preguntarán cómo puede ser que su odio sea el alimento que nutre a la Bestia. Coincido con esta sentencia: la identidad de la Bestia es bien simple, consiste en "no ser lo que el otro es" (**), no tiene otra urgencia ni otro impulso. Tal es la devastación del nebuloso y evanescente pensamiento postmoderno, devenido en progreliberal y neofascista a turnos, su bimodal y ubicua vaciedad. Lo imagino hecho carne, con el cuerpo híbrido de una chica hipster con barba, ataviada con gótico luto, embobada en su mismidad, repleta de vaciedad, que camina a paso firme por las aceras de una gran ciudad; le gusta que la miren, todas saben quién es él - todos menos ella- y él se siente seguro sabiendo que quienes le miran son lo que ella no es.
Esta viene a ser la convincente teoría de V. Pueyo y A. Fernández acerca de la identidad de la Bestia y su correspondencia con el pensamiento postmoderno; la denominan "teoría del intermediario evanescente", tiene carga de profundidad y alcanza mucho más allá de las bufonadas televisivas de Trump y Abascal, porque nos están mostrando que el capitalismo postmoderno es más una sociedad que ideología.
La economía para tí y la cultura para mí, así quedó repartido el botín y no hay otra imagen más representativa que la foto histórica de ese reparto, ninguna que mejor pueda explicar la agonía de está época en medio de cuya geografía se alzan las ruinas del progresismo postmoderno - socioliberal de las izquierdas y neoliberal de las derechas-, cuyos escombros están a subasta en el mercado electoral, con ganancia previsible de los nuevos bufones de la corte, Trump y Cía.
Me apunto a la teoría del "intermediario evanescente" (y provisional por tanto) que justificaría el éxito del fascismo postmoderno como algo pasajero. La describen muy bien Víctor Pueyo y Ana Fernández en "Trump va a desaparecer (a qué llamábamos posmofascismo)" (***):
"La entrada en escena del nipster (de la que se hacía eco en 2014 un reportaje de la revista Rolling Stone titulado «Heil hipsters») es el esbozo más precoz de lo que llamábamos posmofascismo o fascismo posmoderno.../...Llegó la globalización. Y cómo olvidar la obsesión de la posmodernidad por socavar y por revertir la más rebelde de las dicotomías: la dicotomía historia/ficción o, si se prefiere, la dicotomía verdad/discurso. Esta aspiración distaba apenas de una palabra para cumplirse. La palabra es posverdad y su máximo exponente es Donald Trump, el presidente posmoderno que occidente llevaba tres décadas invocando.../...¿De qué nos podría salvar la posmodernidad ahora mismo, salvo de sí misma?../... ¿No es el hipster contemporáneo el ejemplo terminal de ese sujeto que nunca es idéntico a sí mismo, que vive en constante estado de fuga?.../...Trump no es, en principio, esa alternativa radical, ese coco salido de una cueva que viene a robarnos las certidumbres de nuestras democracias liberales. Al contrario: Trump constituye una especie de versión grotesca y andariega del establishment del que disiente, que es, nunca mejor dicho a grandes rasgos, esa izquierda posmoderna con la que sus detractores identifican al statu quo demócrata.../...Trump, no en vano, proviene de ella. Recordemos que el empresario y estrella pop mantuvo en los años noventa una estrechísima relación con la que fuera su oponente en las elecciones de 2016, Hillary Clinton. Si arañamos un poco el archivo, de hecho, nos toparemos con entrevistas como la que Trump concedió a Jay Leno en pleno prime time televisivo allá por 1999, en la que declaraba su intención de presentar su candidatura a las primarias demócratas con un discurso típicamente de izquierdas: subir la carga impositiva a las fortunas mayores de diez millones de dólares y combatir el racismo institucionalizado. Si Trump representa algo con respecto al Partido Demócrata, no es una oposición frontal a él, sino esa especie de negativo interno que súbitamente revela su esencia más cruda, su poso más amargo.../...Su discurso nunca estuvo vacío en tanto era el vacío. Trump es puro exceso, una especie de idiosincrasia parlante, de actante sin papel o máscara carnavalesca que no esconde una cara detrás. Trump no tiene, en este sentido, pelo: es pelo. Trump es el mediador evanescente.../...su fuerza no reside en la sustancialidad del discurso fascista mismo, que por otro lado ya estaba ahí, dormitando, sino en esa especie de negatividad sin contenido (Trump contradiciéndose a propósito, Trump hablando siempre a la contra) por la cual las formas se disocian de sus contenidos y pueden absorber todo tipo de valencias ideológicas".
Si fuera así, lo más preocupante es el previsible territorio estéril que quedará después de esa evanescencia que parece programada, pero mucho me temo que tendrá el perfil de una sociedad con encefalograma plano, demofascismo en modo eco, capitalismo "verde" para la gestión sostenible del poder privado-estatal en tiempos de colapso. En esencia, el mismo capitalismo de siempre cuya única diferencia es que ahora sólo podrá subsistir mientras pueda justificar "democrática y ecológicamente" el genocidio masivo que le es consustancial, que lleva en la sangre.
Pero no será el fin, no un exterminio, no podrá culminarlo. Porque siendo seguro el final de los tiempos, no tiene fecha y nada está escrito. Hay que contar con ello, sabemos que el exterminio le sucede a todas las especies y, aún más, que también es el destino final de los planetas, sabemos que sucede ahora mismo y de contínuo. Pero ni somos dinosaurios ni insectos, no somos iguales a cualquier otra especie. La humana contiene a un animal y por tanto es animal, pero un animal que habla, conversa, y algo más que todavía no sabemos.
Esta ignorancia de nosotros mismos la proyectamos al mundo y algo tiene que ver el catecismo de creencias en el que fuimos educados: nos inculcaron una imagen inmutable de lo que somos, un alma que carga con el lastre de un cuerpo agregado. Esa excisión nos apartaba de la naturaleza, nos dejaba en el discurso parlante y fuera del contexto, obsesionada por la teoría de la evolución, por negar lo innegable, nuestra condición de simios parlantes.
La extinción es segura, pero podríamos esperarla con inteligencia superior a la de los dinosaurios. Igual que hacemos con la enfermedad y con la muerte: que sabiéndolas inevitables no por eso tenemos que dejarnos matar por un gran meteorito, ni por un pequeño virus ...ni, mucho menos, autoamortajarnos en vida. Sabemos, por experiencia, que en medio de ese acontecimiento inevitable cabe aprovechar una inmensa oportunidad, toda una vida, una eternidad a escala de la edad humana. Nadie en sus cabales debería renunciar precipitadamente a esa oportunidad, nadie en sus cabales debería abandonar su vida a la hipocondría y el nihilismo, tampoco a la fuga felicista ni a ninguna otra patología inducida. Nadie en sus cabales debería delegar su vida en manos de ningún gobernante, en nadie que no sea él mismo y, mucho menos, en manos de cualquier trastornado.
Lo superaremos, no tenemos otra opción a largo plazo, aunque ahora sólo nos quepa resistir y acondicionar el terreno. Pensemos que siendo parientes del orangután tenemos responsabilidad muy superior por habernos tocado a nosotros el cuidado de la Vida, no por que nadie lo mande, por razón de necesidad, porque aparte de nosotros no hay nadie que pueda cuidar de este planeta en el que vivimos, ningún otro orangután que entienda y asuma esta responsabilidad.
El permanente desajuste, este caótico desorden que se viene cociendo durante los últimos siglos gobernados por gente de intereses ajenos y contrarios a los del común humano, los gobiernos que vendrán, los Trumpes y Abascales, el demofascismo verde y genocida que seguirá a su evanescencia, todo este desbarajuste universal, nos está metiendo en el cuerpo un vértigo existencial, cuasicósmico diría exagerando lo justo: asistimos a la descomposición del Orden conocido y, en el mismo lote, al desvanecimiento del pensamiento lineal, el propio de ese Orden, el único que hemos conocido. Es un vértigo por la proximidad del abismo que se abre ante nosotros, un velo de gasa que deja trasparentar todas las facetas de lo desconocido, como un telón que oculta un escenario inédito, otra idea de la realidad, un telón que vemos sólo sujeto con unas puntadas, cuya caída es inminente...¿y si la realidad fuera otra cosa que una suma de objetos no relacionados entre sí, carentes de vínculos y contexto?, como por ejemplo: alma-cuerpo, individuo-sociedad y humanidad-naturaleza.
Presentimos eso, ya sentimos ese vértigo. Sentimos la inexistencia de los dioses, todo lo que vemos nos confirma esa evidencia, pero esa certeza nos viene acompañada de angustia: la ciencia todavía no lo ha demostrado. Sentimos la angustia de una próxima deserción y su cercanía nos produce una inmensa confusión y un vértigo aún mayor. Las ciencias a sueldo se resisten a ella, contradiciendo su propio presupuesto, el método científico. Yo creo que no podrán evitar lo inevitable, lo que la física cuántica ya atisba, que la realidad no existe por sí misma, separada del contexto relacional que sustancia todo cuanto existe en el Universo, que vincula y funde lo tangible y lo intangible.
Los descubrimientos de Newton y Copérnico no tardarán en parecernos anecdóticos cuando descubramos que no existe esa partícula mínima, constituyente última de la materia, que estábamos buscando, cuando descubramos que la materia no es un edificio construido con esos ínfimos "ladrillos". Cada respuesta que vamos encontrando en ese camino es multiplicada con muchas más preguntas. Vamos, no obstante, teniendo un par de anticipos: a) que hay una sustancia invisible y común a toda la materia conocida y, por extensión, a todo el Universo, sea cual sea la medida de éste (en el caso de que la tenga) y b) que lo que llamamos "realidad" es sólo un concepto, algo inexistente por sí o al menos incompleto, sin la mirada de un observador, sin nosotros por ejemplo.
De ahí que la historia conocida esté precedida y determinada por explicaciones que sólo ahora sabemos erróneas, a pesar del lustre de sus nombres (Copérnico y Newton por ejemplo), aquellos que contracorriente demostraron que la Tierra no es el centro del Universo y que existe una fuerza invisible que sujeta los objetos al suelo e impide que los planetas vayan a su bola y colisionen al abandonar la órbita de las estrellas.
O como el confinamiento de lo intangible durante siglos, en iglesias y en todo tipo de sectas, o el crimen que supone la gestión de la vida humana exclusivamente supeditada a un balance ajeno a toda cualidad, sólo contable; o qué decir de la absurda ley de la escasez impuesta por decreto, la que privatiza la abundancia y no duda en convertir la tierra y el conocimiento humano en sendos eriales, o la vieja costumbre de los propietarios y gobernantes, exhibiendo obscenamente sus dominios y su estúpida felicidad, en medio de la ruina que ellos mismos han producido.
En conclusión y resumen, que Marx y Dios se nos han muerto en la cama, como Franco, y que a nosotros nos ha tocado bregar con la herencia de sus tiempos. Que, de hacer algo, tenemos que ponernos a ello, curarnos del vértigo y dejar de pensarlo tanto. Para que la Bestia evanescente y el Ecofascismo que seguirá a su gobierno no nos pillen totalitariamente en bragas.
Dice Franco Bifo que si la ética moderna quería ser una ética para el buen vivir, ahora necesitamos volver a concebir la ética como preparación para una muerte digna. Yo no estoy de acuerdo y quiero que se equivoque.
No hay comentarios:
Publicar un comentario