No
existe un individuo sólo, alguien que sea y exista por sí. El ser
humano es social, la vida humana es social, la sociedad es condición
natural de nuestra existencia individual y colectiva. Y si ésta se
produce necesariamente como interacción -metabolismo- con el medio
natural, concluiremos que nuestra libertad está
igualmente condicionada por el medio, inseparablemente social y
natural. Pero condicionada no es predeterminada, el condicionamiento
social y natural puede ser contrariado, el comportamiento humano -por
razón del libre albedrío y a diferencia del resto de las especies-
puede elegir, puede hacerse antisocial, antiecológico y depredador o
destructivo, incluso autodestructivo.
Entendemos
por ética un uso de la libertad orientado hacia el “bien”, un
comportamiento respetuoso con la vida en todas sus formas, favorable
a su continuidad y reproducción, tan respetuoso de la humanidad como
de la naturaleza de la que somos parte. Y ello sólo es posible con
un manejo ético y perdurable de nuestras relaciones en sociedad y
en la naturaleza. Eso viene a ser la ética, lo que entendemos como “lo
que debe ser”.
Pues
bien, la ética se queda en mera intención o ideología si no nos
compromete al comportamiento, a su realización, valorada en sus resultados y consecuencias, más allá de su
simple enunciación e intencionalidad. Como la libertad, la ética es
individual y prepolítica, es condición previa de nuestra
organización social y de nuestro metabolismo en la naturaleza. Es
condición necesaria del bien individual y social, ecológico y
global, pero es incompleta e insuficiente si no logra ser compartida y realizada
en común, en comunidad.
La
ética precisa, pues, de materializarse en organización política
integral e igualitaria, que pueda producirse en condiciones favorables a su
ejecución real, lo que corresponde a su forma de comunidad, lo
que conlleva una autoobligación de todos sus miembros por igual,
un comportamiento ético (individual) y moral (colectivo) responsable
y consciente de que, si bien no elimina los conflictos derivados de la
libertad, si no puede descartar la posibilidades fácticas del “mal”, sí
puede restar al máximo sus oportunidades.
Quien
no valora al otro se maltrata a sí mismo
Este
respeto o valoración es la raya ética que separa las dos formas
que tenemos de ser humanos, que conviven en cada uno de nosotros como
consecuencia de nuestro libre albedrío; es la raya donde
se libra el conflicto que nos separa en las dos clases sociales
realmente existentes, el límite que establecemos a partir de optar
por un respeto básico y universal por la vida humana sin necesidad
de apelar al “amor al prójimo”, que sería su sublimación más
o menos religiosa. Todas las particulares reclamaciones de justicia,
sean democráticas, partidistas, sindicales, feministas, ecologistas,
nacionalistas, etc...todas, son parciales y están ahí contenidas,
en el natural conflicto entre esas dos clases en lucha.
Pero
la comunidad no deja de ser un brindis al sol, tanto si se fundamenta en
falso, a partir de cualquiera de esos “ismos”, como si no logra
realizarse como programa político concretado en hechos, es decir, en
un programa integralmente ético. Para ello resulta necesario
compartir, en común, principios y valores realmente aplicables,
convertibles en medidas y acciones dirigidas al mejor manejo del
conflicto, neutralizando las ventajas que goza la mala
política, la no-ética, en las actuales condiciones estructurales
(sistema capitalismo/estado), que permiten el despliegue totalitario
y hegemónico del poder como fuerza concentrada y masiva, tan
ignorante como bruta, que despreciando al “prójimo” se desprecia
a sí misma, que así resulta tan destructora como autodestructiva.
Ese
programa radical y alternativo, si logra conformarse tendrá que
hacerlo necesariamente a partir de principios básicos y
universales, como los que integran este Pacto del Común que aquí
esbozo:
1.La
Tierra en su conjunto es el comunal universal de la vida, de cuyo
cuidado y equilibrio ecológico somos responsables universales el
conjunto de individuos y generaciones humanas, por ser nuestra
especie la única que posee conciencia de sí misma como del
ecosistema global de la vida. 2. El Conocimiento humano es el comunal
inmaterial y propio de la especie humana en su conjunto, que debe ser
acumulado y transmitido entre individuos y generaciones mediante
libre y universal acceso. 3. El trabajo asalariado, moderna variante
del trabajo esclavo, es un delito contra la dignidad debida a cada
individuo humano, la que a su vez es incompatible con cualquier forma
y grado de dominación o esclavitud, incluso en modo voluntario. 4.
Sólo es legítima la propiedad y comercio de los bienes materiales
realmente “propios”, aquellos que son producidos mediante
esfuerzo o trabajo personal, no hay otra propiedad privada que no
sea un robo al Común. 5. La autosuficiencia productiva es un deber
universal de autonomía, personal y comunitario. 6. La democracia
en su forma ética es necesariamente convivencial y comunitaria,
integral y directa, formulada y concretada como autogobierno
comunitario en asamblea de iguales.
De
todo ello deduzco la importancia trascendental de la estrategia y
que la política debe
dotarse de sustancia ética en hechuras y estatura, de consistencia
y dimensión no menor que sus retos y principios. Para no
traicionarse a sí misma, para dejar de ser un permanente fracaso.
“Asaltar los cielos” podrá parecer una bonita metáfora que
sirve para expresar un propósito vago y más o menos bien
intencionado, pero que trasluce una falta de concreción y
estrategia, una expresión publicitaria y retórica de la política,
tan hueca como inútil. No
estamos hablando de marketing ni de literatura, no queremos seguir
habitando en un mundo de ficción o en un supermercado, tiene que
acabarse la costumbre burguesa de dar gatos por liebres: asaltar por
conquistar, los cielos por Estado.
Otra
estrategia es necesaria. Mejor que un programa para asaltar los
cielos sería un programa integral, ético, ecológico y social, de
principios y hechos bien juntos y concretos. Valga un ejemplo de formulación bien
simple, pero que exigirá una tarea personal y colectiva
tan compleja como agónica: disolver el Estado que habita en
cada uno de nosotros, el que ha colonizado nuestros cuerpos y
conciencias, disolverlo para dejar desarmado al capitalismo
global. Empezando por cortarle los pies en cada territorio local, a
escala global.
Comparado con asaltar los cielos puede parecer una
pretensión modesta, pero es tarea más que suficiente, por ahora y
por más de cien años. Librarnos del pecado original podríamos
dejarlo para después, sería el siguiente paso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario