Referencias:
Stig Dagerman
Digo,
por propio entendimiento, que el humano cerebro tiene un enorme
hueco, donde más que otra cosa, acumula consuelos. Para sobrevivir
a los rencores que la memoria produce a lo largo de una vida y avivar
el perdón que brota de allí mismo, manantial del olvido. Tengo un
gen “homo” común a tres dioses reunidos en un solo cuerpo
humano, santísimo misterio de la Humanidad. Cierto es que nunca
fuimos sólo tres simios (erectus, neandertal y sapiens, servidor de
ustedes), que siempre fuimos muchos y muchas más. Individuales multitudes que se
buscan de una en una y gen a gen. Y que siempre fue así (un Tres en
uno), cuerpos lubricantes que ni perdonan ni olvidan, sino todo lo
contrario, en amoroso triángulo.
Por
siempre almas mendicantes de cuerpos fértiles y estériles consuelos. Eunucos
de la raza deseante e impenitente, cuerpos castigados o aliviados al
gusto, abocados a parir sin descendencia y con dolor, memorables
olvidantes. Y todo eso sólo para hacer más llevadera, malamente,
esta vida eternamente breve. A.Dké
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Escribía ésto,
entre otras cosas, cuando oportunamente me regalan un libro, ya viejo, de un
escritor sueco, Stig Dagerman, editado por Pepitas de Calabaza:
“Nuestra necesidad de consuelo es insaciable”. Y digo viejo con
conocimiento de causa, porque el libro tiene mi edad aproximadamente.
"Estoy
desprovisto de fe y no puedo, pues, ser dichoso, ya que un hombre
dichoso nunca llegará a temer que su vida sea un errar sin sentido
hacia una muerte cierta. No me ha sido dado en herencia ni un dios ni
un punto firme en la tierra desde el cual poder llamar la atención
de Dios; ni he heredado tampoco el furor disimulado del escéptico,
ni las astucias del racionalista, ni el ardiente candor del ateo. Por
eso no me atrevo a tirar la piedra ni a quien cree en cosas que yo
dudo, ni a quien idolatra la duda como si esta no estuviera rodeada
de tinieblas. Esta piedra me alcanzaría a mí mismo, ya que de una
cosa estoy convencido: la necesidad de consuelo que tiene el ser
humano es insaciable".
http://www.contranatura.org/articulos/Filos/PDF/Dagerman-Consuelo.pdf
Hasta
ahora desconocido para mí, dicen los de Pepitas de Calabaza que
"Stig Dagerman fue el niño prodigio de las letras
escandinavas. Nacido en Älvkarleby (cerca de Estocolmo) en 1923,
frecuentó los ambientes anarquistas suecos y se convirtió en un
habitual de sus publicaciones. Entre 1945 y 1949, de los 21 a los 26
años, escribió toda su obra: cuatro novelas, cuatro obras de
teatro, un volumen de novelas cortas, cuentos, ensayos y poemas. Se
suicidó en la ciudad de Enebyberg en 1954, tras cinco años de
silencio literario únicamente roto —dos años antes de su muerte—
por esta pequeña obra maestra que aquí publicamos".
A los
treinta y un años, el día 4 de noviembre de 1954, Stig Dagerman se
encerró en su garaje, puso en marcha el motor de su coche y se
asfixió. La tarde anterior había entregado su último artículo,
«¡Cuidado con el perro!», al periódico de la Sveriges Arbetares
Centralorganisation (SAC), con el que
colaboraba regularmente desde 1943.
¡Cuidado
con el perro!
«Es
sin embargo lamentable que
gente
que vive de la ayuda social
tenga
un perro», acaba de declarar
un
concejal de Värmland.
La
ley es ciertamente imperfecta:
da
a los pobres derecho a un perro.
¿Por
qué no se procuran una rata?
Es
graciosa y no cuesta dinero.
He
ahí gente que en su casa
cuida
a un perro toda su vida.
Por
qué no jugar con moscas
que
son también de excelente compañía.
La
comuna es la que paga.
Se
ha de acabar esta breva
si
no, veréis que pronto
querrán
tener una ballena.
A
partir de 1941, a sus dieciocho años, Dagerman militaba en el
Círculo de la Juventud Sindicalista; en agosto de 1943 se casó con
Ana María, hija de Fernando y de Elly Götze, anarcosindicalistas
exiliados de Alemania a la subida al poder de Hitler, y después
exiliados de España tras la victoria de Franco.
Celebro
este descubrimiento y buscando, buscando, encuentro otro de sus
textos, un cuento corto, no menos perturbador e inquietante, "Matar
a un niño", que recomiendo leer completo:
“Att döda ett barn” (1948)
Matar a un niño
"Es
un día suave y el sol está oblicuo sobre la llanura. Pronto sonarán
las campanas, porque es domingo. Entre dos campos de centeno, dos
jóvenes han hallado una senda por la que nunca fueron antes, y en
los tres pueblos de la planicie resplandecen los vidrios de las
ventanas. Algunos hombres se afeitan frente a los espejos en las
mesas de las cocinas, las mujeres cortan pan para el café,
canturreando, y los niños están sentados en el suelo, abrochándose
la blusa. Es la mañana feliz de un día desgraciado, porque este
día, en el tercer pueblo, un hombre feliz matará a un niño.
Todavía el niño está sentado en el suelo y abrocha su camisa, y el
hombre que se afeita dice que hoy darán un paseo en bote por el
riachuelo, y la mujer canturrea y coloca el pan, recién cortado, en
un plato azul. Ninguna sombra atraviesa la cocina y, sin embargo, el
hombre que matará al niño está al lado del surtidor rojo de
gasolina, en el primer pueblo. Es un hombre feliz que mira por el
visor de una máquina de fotos y ve un pequeño coche azul y, a su
lado, a una muchacha que ríe.
Mientras
la muchacha ríe y el hombre toma la hermosa fotografía, el vendedor
de gasolina ajusta la tapa del depósito y les asegura que tendrán
un bonito día. La muchacha se sienta en el coche y el hombre que
matará al niño saca su billetera del bolsillo y comenta que
viajarán hasta el mar, y en el mar pedirán prestado un bote y
remarán lejos, muy lejos. A través de los vidrios bajados, la
muchacha, en el asiento delantero, oye lo que él dice; cierra los
ojos, ve el mar y al hombre junto a sí en el bote. No es ningún
hombre malo, es alegre y feliz, y antes de entrar en el automóvil se
detiene un instante frente al radiador que centellea al sol, y goza
del brillo y del olor a gasolina y a ciruelo silvestre. No cae
ninguna sombra sobre el coche y el refulgente parachoques no tiene
ninguna abolladura y no está rojo de sangre.
Pero,
al mismo tiempo que en el primer pueblo el hombre cierra la puerta
izquierda del coche y tira del botón de arranque, en el tercer
pueblo la mujer abre su alacena, en la cocina, y no encuentra el
azúcar. El niño, que se ha abrochado la camisa y que se ha atado
los cordones de los zapatos, está de rodillas en el sofá y
contempla el riachuelo que serpentea entre los alisos, y el negro
bote que está medio varado sobre la hierba. El hombre que perderá a
su hijo está recién afeitado y, en ese momento, pliega el soporte
del espejo. En la mesa, las tazas de café, el pan, la leche y las
moscas. Sólo falta el azúcar, y la madre ordena a su hijo que corra
a casa de los Larsson y pida prestados algunos terrones. Y mientras
el niño abre la puerta, el padre le grita que se dé prisa, porque
el bote espera en la ribera. Remarán hasta tan lejos como nunca
antes remaron. Cuando el niño corre a través del jardín, en todo
momento piensa en el riachuelo y en los peces que saltan, y nadie le
susurra que sólo le quedan ocho minutos de vida y que el bote
permanecerá allí en donde está, todo el día y muchos otros días.
No
está lejos la casa de los Larsson: únicamente cruzar el camino, y
mientras el niño corre atravesándolo, el pequeño coche azul entra
en el otro pueblo. Es un pueblo pequeño con pequeñas casas rojas,
con gente que acaba de despertar, que está en la cocina con las
tazas de café levantadas y observan al coche venir por el otro lado
del seto con grandes nubes de polvo detrás de sí. Va muy rápido, y
el hombre ve cómo los álamos y los postes de telégrafo, recién
alquitranados, pasan como sombras grises. Sopla el verano por la
ventanilla. Salen velozmente del pueblo. El coche se mantiene seguro
en medio del camino. Están solos todavía. Es placentero viajar
completamente solos por un liso y ancho camino, y a campo abierto es
mucho mejor aún. El hombre es feliz y fuerte, y en el codo derecho
siente el cuerpo de su futura mujer. No es ningún hombre malo. Tiene
prisa por alcanzar el mar. No sería capaz de matar a una mosca, pero
sin embargo, pronto matará a un niño.
Mientras
avanzan hacía el tercer pueblo, cierra la muchacha otra vez los ojos
y juega que no los abrirá hasta que puedan ver el mar, y al compás
de los suaves botes del coche, sueña en lo terso que estará.
¿Por
qué la vida está construida con tanta crueldad, que un minuto antes
de que un hombre feliz mate a un niño, todavía es feliz y un minuto
antes de que una mujer grite de horror, puede cerrar los ojos y soñar
con el ancho mar, y durante el último minuto de la vida de un niño
pueden sus padres estar sentados en una cocina y esperar el azúcar y
hablar sobre los dientes blancos de su hijo y sobre un paseo en bote,
y el niño mismo puede cerrar una verja y empezar a atravesar un
camino con algunos terrones en la mano derecha envueltos en papel
blanco; y durante este último minuto no ver otra cosa que un largo y
brillante riachuelo con grandes peces y un ancho bote con callados
remos?
Después,
todo es demasiado tarde. Después, hay un coche azul cruzado en el
camino, y una mujer que grita, retira la mano de la boca y la mano
sangra. Después, un hombre abre la puerta de un coche y trata de
mantenerse en pie, aunque tiene un abismo de terror dentro de sí.
Después hay algunos terrones de azúcar blanca desparramados
absurdamente entre la sangre y la arenilla, y un niño yace inmóvil
boca abajo, con la cara duramente apretada contra el camino. Después,
llegan dos lívidas personas que todavía no han podido beberse el
café, que salen corriendo desde la verja y ven en el camino un
espectáculo que jamás olvidarán.
Porque
no es verdad que el tiempo cure todas las heridas. El tiempo no cura
la herida de un niño muerto y cura muy mal el dolor de una madre que
olvidó comprar azúcar y mandó a su hijo a través del camino para
pedirla prestada; e, igualmente, cura muy mal la congoja del hombre
feliz, que lo mató..
Porque
el que ha matado a un niño, no va al mar. El que ha matado a un niño
vuelve lentamente a casa en medio del silencio, y junto a sí lleva
una mujer muda con la mano vendada; y en todos los pueblos por los
que pasan ven que no hay ni una sola persona alegre. Todas las
sombras son más oscuras, y cuando se separan todavía es en
silencio; y el hombre que ha matado a un niño sabe que este silencio
es su enemigo, y que va a necesitar años de su vida para vencerlo,
gritando que no fue culpa suya. Pero sabe que esto es mentira, y en
los sueños de muchas noches deseará en cambio tener un solo minuto
de su vida pasada para “hacer este solo minuto diferente”.
Pero
tan cruel es la vida para el que ha matado a un niño, que después
todo es demasiado tarde".
&&&
Y también
encuentro un excelente cortometraje inspirado en este cuento y con su
mismo título, que fue nominado a los premios Goya de 2012 :
Poster del cortometraje producido por Solita Films |
Y
alucino al enterarme que Dagerman escribió este cuento
extraordinario a petición de la Asociación Nacional de Seguridad
Vial de Suecia, con la finalidad de disminuir la velocidad del
tráfico y evitar los accidentes.
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