Selecciono aquí dos recientes artículos de Bernat Dédeu y Jordi Galves (publicados en el diario digital "El Nacional Catalán".), que a mi entender expresan muy bien las contradicciones de la sociedad catalana en general y de su parte independentista en particular, más aún a partir de los disturbios que estos días escandalizan a la clase política española, mientras los medios del regimen le hacen la cama gratuitamente a Vox.
Ahora entendemos que hubiera quienes vieran en el accidente tragicómico del paracaidista estampado contra una farola en el desfile militar del Día Nacional de España, un presagio de lo que iba a suceder estos días en Cataluña.
BIENVENIDOS AL CAOS. Bernat Dédeu
“Bienvenidos
al caos, porque el orden ha fracasado”, decía el escritor vienés
Karl Kraus, contemplando aquella Europa de entreguerras que nunca más
viviría tranquila. Ayer la cuadrícula del Eixample se familiarizó
con el caos, exhibiendo un
roig encés
de contenedores en llamas, con la bofia inundando las calles y un
omnipresente helicóptero que ya forma parte de mi banda sonora. Las
protestas de los últimos días en El Prat (su tía le dirá
Tarradellas) y en Barcelona son una buena noticia, puesto que han
revitalizado a una parte de la población muy consciente de que ni el
Govern de la Generalitat ni los partidos procesistas son una
herramienta útil para la independencia. De hecho, y es una pena que
haya costado otro ojo de la cara y muchas contusiones, uno ha podido
comprobar que la administración autonómica catalana (única
responsable de haber herido a la población) ni tiene ni el más
mínimo dominio de su propia policía. El conseller Buch dicen que
ayer dio una rueda de prensa para explicarse. Pues muy bien.
Da
absolutamente igual si el Estado aplica el 155 o no: la Generalitat,
y eso es lo que se percibe de nuevo estos días, es una
administración creada por el Estado (y sustentada por el castrador
nacionalismo catalán) con la sola intención de controlar la
política del país. El cinismo del president Torra no consiste
(solamente) en el hecho de que se fotografíe en marchas por la
liberación de la tribu mientras después usa pasma para cascar a la
gente, sino en continuar vendiendo la moto de poder hacer la
independencia con los instrumentos que da la Generalitat y en un
contexto donde los rehenes de España están en prisiones gestionadas
por el gobierno catalán. La situación está fuera de control pero
nos regala lecciones valiosísimas. Los políticos catalanes no
tienen miedo de los contenedores ardiendo, sino de perder el control
de una población a quien cada vez les cuesta más de chantajear.
Fijaros como, desde lo del aeropuerto, las ratas intentaron cazar
votos para el 10-N como si la represión policial no fuera cosa suya.
"El fuego nos ha ayudado a ver que, en la autonomía, nunca habrá ningún tipo de poder para el pueblo"
El único
peligro que tiene esta movilización continuada es que los partidos
soberanistas fagociten su fuerza como ya pasó tras el 1-O. Es
importante que los CDR contraprogramen la parsimonia del Tsunami y
que la ciudadanía deje bien claro que se puede protestar contra la
injusticia de la sentencia del Supremo y combatir la negligencia de
los políticos catalanes que nos han llevado a este callejón sin
salida. Cuanta más sensación de falta de control tenga la
Generalitat ―es decir, cuanta más sensación de caos sienta la
administración española―más se desvanecerán las cortinas de
humo que nos han tapado la mirada los últimos lustros. Los partidos
intentaran enfriar el mambo en la calle para continuar con sus
anhelos de pacto con España (tienen la secreta intención de ser
sumisos para que el estado no entorpezca la liberación de los presos
cuanto antes), o para mentirte de nuevo con la mandanga de hacerte
creer que tu voto en el Congreso puede cambiar alguna cosa. Cuando en
Madrid, como sabemos, sólo se puede acudir para doctorarse en los
negociados de Duran i Lleida.
Ayer
Barcelona parecía sumida en el caos, pero recordad que muchas veces
la sombra del desorden permite nacer ideas que eran impensables en un
entorno de calma. El fuego nos ha ayudado a ver que, en la autonomía,
nunca habrá ningún tipo de poder para el pueblo. Y mirad si las
llamas son preciosas y permiten ver cosas, que ayer Barcelona
celebraba su ira mientras Javier Cercas recibía el Premio Planeta en
una de las pocas operaciones de estado, cutre y patética, que España
puede permitirse en Catalunya.
Diario de la revuelta. ROSA DE FUEGO. Jordi
Galves
Otra vez la Rosa de Fuego, la que brilla más en la oscuridad. De nuevo, el fuego primitivo que asusta a los respetables en mitad de la noche y les roba el descanso. Ardían muchas hogueras en mitad de calles de ciudades, de carreteras, ayer se quemó de todo, pero especialmente la basura que nuestra sociedad opulenta discrimina entre orgánica, envases y cartón. El plástico, los neumáticos, las tablillas, e incluso la leña y las velas eran buenas para que creciera un fuego. Para exigir un nuevo fuego. Ayer se incendió Lleida y se iluminó el bronce de Indíbil y Mandonio, también Tarragona, haciendo restallar los colores de la Rambla Nova, hubo también muchas más llamas en Girona, en Sabadell, en Tortosa, Vic, en Mataró, en Igualada, en Puigcerdà, en muchos otros lugares que me dejo. Y, sobre todo, en Barcelona, la ciudad de postal volvió a humear como un volcán que, de golpe, se sacude de encima la pereza, se sobresalta como un animal miedoso, que no sabe qué hacer ni a dónde ir.
El fuego, el fuego de la alarma, apareció de repente en las calles que serán siempre nuestras. El fuego irracional que todo se lo come, desafiante, estaba incluso en la calle más prohibitiva del Monopoly, en el Passeig de Gràcia, el de las casas de Gaudí, la Bolsa, los grandes hoteles, las mejores tiendas, el que te lleva también al laberinto de la antigua villa republicana y revolucionaria de Gràcia. Ayer la capital de Catalunya volvió a comprobar el poder del fuego. Pero sobre todo el otro, el más peligroso que hay, el ardor, la llama de una juventud que no se resigna, que cuando puede chisporrotea, que arde cuando quiere, que no entiende de leyes ni de convenciones, que habla de política como si fuera fútbol. Son los jóvenes que no quieren que los dejen de lado y ser protagonistas de la revuelta, como siempre hacen los jóvenes. El gran incendio de ayer fue el mismo que estalló en el aeropuerto el día anterior. La queramos ver o no está aquí, la juventud disconforme, sublevada, encendida, en todas partes, simultáneamente, como un fuego vivo. Era el fuego.
Ayer, el
oficial que mandaba el pelotón de soldados gritó fuego, fuego. Y el
cuerpo del presidente legítimo, de Lluís Companys, cayó al suelo.
Con un revólver lo remató, por si acaso. Fue como si lo hubieran
vuelto a liquidar una vez más en Montjuïc, ayer fue el aniversario
del fusilamiento que la legalidad española no quiere condenar. Sin
duda, un buen día, una excelente efeméride para que la editorial
Planeta montara una fiesta y diera su gran premio a Javier Cercas, el
escritor que representa lo peor del servilismo catalán, el
enaltecimiento más desvergonzado del franquismo sociológico que
continúa gobernándonos. En el mismito Montjuïc. Barcelona ayer
humeaba y hubo quien lo juzgó intolerable, criminal. Olvidando todas
las veces que se ha bombardeado a la ciudad discrepante, cuando los
diferentes césares han quemado nuestra Barcelona, con la misma
crueldad con la que Nerón incendió Roma para divertirse.
“Si
acusan al independentismo de violento, cuando no lo es, ¿qué
diferencia hay entre violencia y no violencia, a ver?”. Caminando
caminando, haciéndome el distraído, terminé hablando con uno de
esos jóvenes CDR que conozco de vista y, la verdad, no me atreví a
contradecirle. Aún gracias que quisiera charlar y no obligarme a
buscarle combustible para la falla que tenía plantada allí delante.
Se cubrió media cara con un pañuelo y yo me metí las manos
entumecidas en los bolsillos. “Si todo es violencia, al final nada
es violencia”. “Caray. ¿Estudias filosofía o qué?” le dije.
Visto y no visto. Desapareció de repente, en una carrerilla, y
resguardándome en un portal, miré por dónde podría venir la
policía y, sobre todo, por dónde podría largarme. Entonces me fijé
mejor, y me di cuenta de que había terminado delante del hotel
Majestic, ese hotel donde José María Aznar y Jordi Pujol habían
sellado sus pactos. Quizás aquel chico no había ni nacido aún,
mirad qué os digo. El hotel me pareció lastimoso, de otra época,
iluminado por las llamas.
Diario de la revuelta. GERONA CONTRA LA SEDACIÓN. Jordi Galves
Que no, que
no es tan sencillo como pensáis que es. Trataré de explicarlo.
Ayer, en la ciudad vieja de Girona, encontré el mismo tipo de
personas que se enfrentaron a la policía durante los disturbios
nocturnos. La mayoría son muy jóvenes. Son casi todo chicos. Aunque
hay un buen grupo que están politizados, del ramo de la CUP, como si
dijéramos, chicas hay muy pocas. La guerilla urbana, la guerra
pequeña o grande, sigue siendo un ámbito exclusivamente masculino,
como establecen los códigos ancestrales desde la Edad de Piedra. Los
hay que provocan disturbios y encienden fuegos porque quieren la
independencia de Catalunya, hablan un catalán fresco, dinámico, a
veces elemental, a veces elástico. Podría parecer que es una lucha
entre Catalunya y España, a ello contribuye mucho que no haya ni un
solo mozo de Escuadra que no hable español, ni uno que no pudiera
pasar por guardia civil en expedición a las colonias. Pero no es
toda la verdad. Hay muchos otros que están en las barricadas porque
sí, porque mola y ya está, porque quieren cagarse en Dios
consagrado y en todo, porque los arrastra la rabia y el nihilismo y
el resentimiento atávico de la juventud, de la marginación, de la
incertidumbre vital. Muchos son disidentes del mundo mundial y ya
está, tio, no busques más, son antisistema pero tampoco de manera
definitiva, como lo era el Tambor del Bruch, como los chicos que
queman coches en las cercanías de París, como los combatientes de
la Maidan Nezaléjnosti de Kiev, como en tantos y tantos lugares.
Ayer estuve en Girona y no era muy diferente de los disturbios que
viví en Túnez hace nueve años, cuando derrocaron a Ben Ali, cuando
la juventud vertió su indignación sobre una ciudad atrapada, sobre
una sociedad miedosa que no se decidía a dar el gran paso. Son la
juventud insatisfecha de toda la vida, no hay duda.
“Me cago
en la puta que te parió. Hostia. Joder. Dios, hijos de puta.
Brutal”, esta era la letanía que se oía sobre los adoquines de la
Girona vieja, carrer Nou, plaza del Primer d’Octubre y por allá,
hasta la plaza del Vi y el Pont de Pedra. Mientras, con la luz del
sol, los abuelos van haciendo marchas por la libertad y gymkhanas del
lirio en mano, los jóvenes viven la noche, su noche. Jerseys con
capucha, caras cubiertas, zapatillas para correr, bastante modestos
la mayoría, niños de papá ni uno. Los chavales se lo tomaban
bastante como si fuera un juego, ¿qué os esperabais si son
chavales? La policía en cambio no, los Mossos de l’Escuadra y la
Policía Nacional Española, vestidos como los malos de una película
galáctica, iban a la guerra sucia, a hacer todo el daño que
pudieran, disparando constantemente, sin contemplaciones por nadie.
Hay que decir que los marlascas no tienen ni la más reputa idea de
cómo deben orientarse en el laberinto de las calles de la Girona
inmortal, o sea, que los rebeldes les engañaban tanto como querían.
El juego del gato y la rata. La diversión tiene formas muy
peculiares.
“Es como
un videojuego” me decía uno de esos muchachos “pero mola más
esto que quedarse en casa”. Cierto es que cada cual tiene sus
referentes personales y hubiera sido extraño que me hubieran hablado
de los pies ligeros de Aquiles o de la zarabanda de los Miqueletes,
pero estábamos ahí mismo, la batalla era la misma, eterna y que
durará mientras haya vida y haya mundo. Los presos políticos, que
quieres que te diga, sí, es una injusticia, pobre gente, pero si
están en la barricada, en las carrerillas es porque no quieren ni a
España ni, sobre todo, a este sistema tan poco digno. En mitad de la
calle veo una caja llena de cacaolats que alguien ha llevado para
avituallar a los feroces guerreros. Mucha peste a goma quemada, por
todas partes. Es como un deporte de riesgo, como una proeza atlética,
pero ninguno de ellos piensa que pueda acabar en la cárcel ni morir.
Son inmortales. Al menos lo eran ayer. No les preocupa ser acusados
de sedición. La sedición no, la sedación. La inmensa sedación, la
colosal parálisis en la que se encuentra atrapado un país que no va
hacia adelante ni hacia atrás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario