jueves, 17 de octubre de 2019

BIENVENIDOS AL CAOS, DIARIO DE REVUELTA

 


 


Selecciono aquí dos recientes artículos de Bernat Dédeu y Jordi Galves  (publicados en el diario digital "El Nacional Catalán".), que a mi entender expresan muy bien las contradicciones de la sociedad catalana en general y de su parte independentista en particular, más aún a partir de los disturbios que estos días escandalizan a la clase política española, mientras los medios del regimen  le hacen la cama gratuitamente  a Vox. 
Ahora entendemos que hubiera quienes vieran en el  accidente tragicómico del paracaidista estampado contra una farola en el desfile militar del Día Nacional de España, un presagio de lo que iba a suceder estos días en Cataluña. 


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BIENVENIDOS AL CAOS. Bernat Dédeu

Bienvenidos al caos, porque el orden ha fracasado”, decía el escritor vienés Karl Kraus, contemplando aquella Europa de entreguerras que nunca más viviría tranquila. Ayer la cuadrícula del Eixample se familiarizó con el caos, exhibiendo un roig encés de contenedores en llamas, con la bofia inundando las calles y un omnipresente helicóptero que ya forma parte de mi banda sonora. Las protestas de los últimos días en El Prat (su tía le dirá Tarradellas) y en Barcelona son una buena noticia, puesto que han revitalizado a una parte de la población muy consciente de que ni el Govern de la Generalitat ni los partidos procesistas son una herramienta útil para la independencia. De hecho, y es una pena que haya costado otro ojo de la cara y muchas contusiones, uno ha podido comprobar que la administración autonómica catalana (única responsable de haber herido a la población) ni tiene ni el más mínimo dominio de su propia policía. El conseller Buch dicen que ayer dio una rueda de prensa para explicarse. Pues muy bien. 
 
Da absolutamente igual si el Estado aplica el 155 o no: la Generalitat, y eso es lo que se percibe de nuevo estos días, es una administración creada por el Estado (y sustentada por el castrador nacionalismo catalán) con la sola intención de controlar la política del país. El cinismo del president Torra no consiste (solamente) en el hecho de que se fotografíe en marchas por la liberación de la tribu mientras después usa pasma para cascar a la gente, sino en continuar vendiendo la moto de poder hacer la independencia con los instrumentos que da la Generalitat y en un contexto donde los rehenes de España están en prisiones gestionadas por el gobierno catalán. La situación está fuera de control pero nos regala lecciones valiosísimas. Los políticos catalanes no tienen miedo de los contenedores ardiendo, sino de perder el control de una población a quien cada vez les cuesta más de chantajear. Fijaros como, desde lo del aeropuerto, las ratas intentaron cazar votos para el 10-N como si la represión policial no fuera cosa suya.
"El fuego nos ha ayudado a ver que, en la autonomía, nunca habrá ningún tipo de poder para el pueblo"
El único peligro que tiene esta movilización continuada es que los partidos soberanistas fagociten su fuerza como ya pasó tras el 1-O. Es importante que los CDR contraprogramen la parsimonia del Tsunami y que la ciudadanía deje bien claro que se puede protestar contra la injusticia de la sentencia del Supremo y combatir la negligencia de los políticos catalanes que nos han llevado a este callejón sin salida. Cuanta más sensación de falta de control tenga la Generalitat ―es decir, cuanta más sensación de caos sienta la administración española―más se desvanecerán las cortinas de humo que nos han tapado la mirada los últimos lustros. Los partidos intentaran enfriar el mambo en la calle para continuar con sus anhelos de pacto con España (tienen la secreta intención de ser sumisos para que el estado no entorpezca la liberación de los presos cuanto antes), o para mentirte de nuevo con la mandanga de hacerte creer que tu voto en el Congreso puede cambiar alguna cosa. Cuando en Madrid, como sabemos, sólo se puede acudir para doctorarse en los negociados de Duran i Lleida.
Ayer Barcelona parecía sumida en el caos, pero recordad que muchas veces la sombra del desorden permite nacer ideas que eran impensables en un entorno de calma. El fuego nos ha ayudado a ver que, en la autonomía, nunca habrá ningún tipo de poder para el pueblo. Y mirad si las llamas son preciosas y permiten ver cosas, que ayer Barcelona celebraba su ira mientras Javier Cercas recibía el Premio Planeta en una de las pocas operaciones de estado, cutre y patética, que España puede permitirse en Catalunya.


 Diario de la revuelta. ROSA DE FUEGO. Jordi Galves

Otra vez la Rosa de Fuego, la que brilla más en la oscuridad. De nuevo, el fuego primitivo que asusta a los respetables en mitad de la noche y les roba el descanso. Ardían muchas hogueras en mitad de calles de ciudades, de carreteras, ayer se quemó de todo, pero especialmente la basura que nuestra sociedad opulenta discrimina entre orgánica, envases y cartón. El plástico, los neumáticos, las tablillas, e incluso la leña y las velas eran buenas para que creciera un fuego. Para exigir un nuevo fuego. Ayer se incendió Lleida y se iluminó el bronce de Indíbil y Mandonio, también Tarragona, haciendo restallar los colores de la Rambla Nova, hubo también muchas más llamas en Girona, en Sabadell, en Tortosa, Vic, en Mataró, en Igualada, en Puigcerdà, en muchos otros lugares que me dejo. Y, sobre todo, en Barcelona, la ciudad de postal volvió a humear como un volcán que, de golpe, se sacude de encima la pereza, se sobresalta como un animal miedoso, que no sabe qué hacer ni a dónde ir. 

El fuego, el fuego de la alarma, apareció de repente en las calles que serán siempre nuestras. El fuego irracional que todo se lo come, desafiante, estaba incluso en la calle más prohibitiva del Monopoly, en el Passeig de Gràcia, el de las casas de Gaudí, la Bolsa, los grandes hoteles, las mejores tiendas, el que te lleva también al laberinto de la antigua villa republicana y revolucionaria de Gràcia. Ayer la capital de Catalunya volvió a comprobar el poder del fuego. Pero sobre todo el otro, el más peligroso que hay, el ardor, la llama de una juventud que no se resigna, que cuando puede chisporrotea, que arde cuando quiere, que no entiende de leyes ni de convenciones, que habla de política como si fuera fútbol. Son los jóvenes que no quieren que los dejen de lado y ser protagonistas de la revuelta, como siempre hacen los jóvenes. El gran incendio de ayer fue el mismo que estalló en el aeropuerto el día anterior. La queramos ver o no está aquí, la juventud disconforme, sublevada, encendida, en todas partes, simultáneamente, como un fuego vivo. Era el fuego.

Ayer, el oficial que mandaba el pelotón de soldados gritó fuego, fuego. Y el cuerpo del presidente legítimo, de Lluís Companys, cayó al suelo. Con un revólver lo remató, por si acaso. Fue como si lo hubieran vuelto a liquidar una vez más en Montjuïc, ayer fue el aniversario del fusilamiento que la legalidad española no quiere condenar. Sin duda, un buen día, una excelente efeméride para que la editorial Planeta montara una fiesta y diera su gran premio a Javier Cercas, el escritor que representa lo peor del servilismo catalán, el enaltecimiento más desvergonzado del franquismo sociológico que continúa gobernándonos. En el mismito Montjuïc. Barcelona ayer humeaba y hubo quien lo juzgó intolerable, criminal. Olvidando todas las veces que se ha bombardeado a la ciudad discrepante, cuando los diferentes césares han quemado nuestra Barcelona, con la misma crueldad con la que Nerón incendió Roma para divertirse.
Si acusan al independentismo de violento, cuando no lo es, ¿qué diferencia hay entre violencia y no violencia, a ver?”. Caminando caminando, haciéndome el distraído, terminé hablando con uno de esos jóvenes CDR que conozco de vista y, la verdad, no me atreví a contradecirle. Aún gracias que quisiera charlar y no obligarme a buscarle combustible para la falla que tenía plantada allí delante. Se cubrió media cara con un pañuelo y yo me metí las manos entumecidas en los bolsillos. “Si todo es violencia, al final nada es violencia”. “Caray. ¿Estudias filosofía o qué?” le dije. Visto y no visto. Desapareció de repente, en una carrerilla, y resguardándome en un portal, miré por dónde podría venir la policía y, sobre todo, por dónde podría largarme. Entonces me fijé mejor, y me di cuenta de que había terminado delante del hotel Majestic, ese hotel donde José María Aznar y Jordi Pujol habían sellado sus pactos. Quizás aquel chico no había ni nacido aún, mirad qué os digo. El hotel me pareció lastimoso, de otra época, iluminado por las llamas.


Diario de la revuelta. GERONA CONTRA LA SEDACIÓN. Jordi Galves



Que no, que no es tan sencillo como pensáis que es. Trataré de explicarlo. Ayer, en la ciudad vieja de Girona, encontré el mismo tipo de personas que se enfrentaron a la policía durante los disturbios nocturnos. La mayoría son muy jóvenes. Son casi todo chicos. Aunque hay un buen grupo que están politizados, del ramo de la CUP, como si dijéramos, chicas hay muy pocas. La guerilla urbana, la guerra pequeña o grande, sigue siendo un ámbito exclusivamente masculino, como establecen los códigos ancestrales desde la Edad de Piedra. Los hay que provocan disturbios y encienden fuegos porque quieren la independencia de Catalunya, hablan un catalán fresco, dinámico, a veces elemental, a veces elástico. Podría parecer que es una lucha entre Catalunya y España, a ello contribuye mucho que no haya ni un solo mozo de Escuadra que no hable español, ni uno que no pudiera pasar por guardia civil en expedición a las colonias. Pero no es toda la verdad. Hay muchos otros que están en las barricadas porque sí, porque mola y ya está, porque quieren cagarse en Dios consagrado y en todo, porque los arrastra la rabia y el nihilismo y el resentimiento atávico de la juventud, de la marginación, de la incertidumbre vital. Muchos son disidentes del mundo mundial y ya está, tio, no busques más, son antisistema pero tampoco de manera definitiva, como lo era el Tambor del Bruch, como los chicos que queman coches en las cercanías de París, como los combatientes de la Maidan Nezaléjnosti de Kiev, como en tantos y tantos lugares. Ayer estuve en Girona y no era muy diferente de los disturbios que viví en Túnez hace nueve años, cuando derrocaron a Ben Ali, cuando la juventud vertió su indignación sobre una ciudad atrapada, sobre una sociedad miedosa que no se decidía a dar el gran paso. Son la juventud insatisfecha de toda la vida, no hay duda.
Me cago en la puta que te parió. Hostia. Joder. Dios, hijos de puta. Brutal”, esta era la letanía que se oía sobre los adoquines de la Girona vieja, carrer Nou, plaza del Primer d’Octubre y por allá, hasta la plaza del Vi y el Pont de Pedra. Mientras, con la luz del sol, los abuelos van haciendo marchas por la libertad y gymkhanas del lirio en mano, los jóvenes viven la noche, su noche. Jerseys con capucha, caras cubiertas, zapatillas para correr, bastante modestos la mayoría, niños de papá ni uno. Los chavales se lo tomaban bastante como si fuera un juego, ¿qué os esperabais si son chavales? La policía en cambio no, los Mossos de l’Escuadra y la Policía Nacional Española, vestidos como los malos de una película galáctica, iban a la guerra sucia, a hacer todo el daño que pudieran, disparando constantemente, sin contemplaciones por nadie. Hay que decir que los marlascas no tienen ni la más reputa idea de cómo deben orientarse en el laberinto de las calles de la Girona inmortal, o sea, que los rebeldes les engañaban tanto como querían. El juego del gato y la rata. La diversión tiene formas muy peculiares.
Es como un videojuego” me decía uno de esos muchachos “pero mola más esto que quedarse en casa”. Cierto es que cada cual tiene sus referentes personales y hubiera sido extraño que me hubieran hablado de los pies ligeros de Aquiles o de la zarabanda de los Miqueletes, pero estábamos ahí mismo, la batalla era la misma, eterna y que durará mientras haya vida y haya mundo. Los presos políticos, que quieres que te diga, sí, es una injusticia, pobre gente, pero si están en la barricada, en las carrerillas es porque no quieren ni a España ni, sobre todo, a este sistema tan poco digno. En mitad de la calle veo una caja llena de cacaolats que alguien ha llevado para avituallar a los feroces guerreros. Mucha peste a goma quemada, por todas partes. Es como un deporte de riesgo, como una proeza atlética, pero ninguno de ellos piensa que pueda acabar en la cárcel ni morir. Son inmortales. Al menos lo eran ayer. No les preocupa ser acusados de sedición. La sedición no, la sedación. La inmensa sedación, la colosal parálisis en la que se encuentra atrapado un país que no va hacia adelante ni hacia atrás.





















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