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Ilustración de Pawel Kuczynski
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No
hablaré más que por mí mismo, ya que a nadie represento ni a nadie
quiero representar. Mi premura esencial es la de intentar averiguar
cuáles son los problemas decisivos del tiempo que me ha tocado
vivir, precisar hasta donde pueda cuáles son los asuntos que
organizan esta época, cuál es la razón subjetiva que mueve
a las multitudes de las que formo parte, descubrir el perfil de quien
gobierna hoy este averiado mundo, quién es ese individuo medio de
las democracias massmedia, que se cree gobernante del
mundo o que presta su pasivo sustento, su
incondicional sumisión.
Cuanto
más viejo me hago más amo la vida y, en consecuencia, más repudio
todo lo que veo sucederse y que va contra ella, el espectáculo de un
mundo que se me ofrece como una representación, como un burdo
sucedáneo que desde hace mucho tiempo ya no siento como propio,
pero del que no quiero apearme del todo, en plan mafalda, porque sé
que es el único mundo existente, el único en el que, a pesar de
todo, sigue sucediendo la vida.
Con
la altura de los años, creo haber llegado a conocer bien los
estrechos límites de mi inteligencia, por eso que guarde un gran
rencor contra todos mis congéneres superdotados, contra todas las
personas sabias que a diario desperdician sus capacidades a cambio
de un salario fijo, mercantil o estatal, enfrascados de por vida en
diseñar más y más cacharrería para el consumo ideológico y
tecnológico de las masas, con la que justificar la vergonzosa
relación de vasallaje que les ata al pagador de su nómina.