lunes, 29 de mayo de 2017

POR ENÉSIMA VEZ, EL ORDEN FABRICA SU NEOALTERNATIVA

Ilustración de Igor Morski
Quien no tome algo de distancia de la actualidad política está obligado a pensar confinado en los márgenes del pensamiento dominante, que determina lo que es y lo que no es la Actualidad, tal es su poder. Sin esa distancia y esa consciencia, hablar de “construir la alternativa” siempre será un ejercicio quimérico, una ensoñación, eso sí, renovada en su diseño pero meramente superficial y sólo novedosa en apariencia.

Le oigo decir a Juan José Millás, en una entrevista televisiva, que no existe alternativa. Y estoy de acuerdo, en eso consiste la crisis política del sistema dominante, en que se ha quedado sin alternativa a su izquierda. Pero ésta, su enésima crisis, es coyuntural y es interna, es la de su facción izquierda, no la de su boyante facción derecha. Su crisis por la izquierda le provoca al sistema un desequilibrio estructural, con la consiguiente amenaza para su estabilidad. Para encarar su propia continuidad, necesita una “alternativa” a su izquierda que ahora le falta, de ahí los movimientos compulsivos por ocupar ese lugar, de Podemos y PSOE en el caso de España. Esa es la causa de todas las convulsiones “populistas” que están produciéndose en el “democrático” occidente, el sistema busca y promueve su neoalternativa, la renovación de su oposición interna, porque está en juego la “estabilidad” de la que depende su continuidad reproductiva. 


Su aparente desorden en éste su momento global, no expresa sino la imperiosa necesidad de reencontrar el perdido punto de equilibrio que hasta muy recientemente aportaba la socialdemocracia y que ahora ha dejado de aportar, aquejada de una grave desafección popular y la consecuente anemia electoral. Desde la descomposición de la Unión Soviética, la socialdemocracia venía relizando eficazmente esa función “alternativa”, de opositora fiel, colaborativa y garante del equilibrio y la estabilidad del sistema estatal-capitalista.

El pensamiento dominante es, a mayores de totalitario, fundamentalmente antidemocrático; embarulla intencionadamente filosofía y política, embute ambos planos del pensamiento en una tripa exclusivamente económica, que lo amalgama y lo comprime todo, dando una explicación choricera de la realidad, simple pero eficaz, a partir de su cuantificación numérica, es decir, de la economía como chicha vital y única, que no necesita de la democracia más que como aditivo sucedáneo, en su publicidad mercantil y electoral, dirigida a ganar la adhesión de unas masas que aún guardan en su ancestral memoria una vaga idea de la democracia como “justicia natural”, una borrosa imagen de sí mismas como comunidades democráticas de individuos libres, lo que sigue siendo potencialmente peligroso para el Orden de las élites. Su sistema aún necesita recurrir a la idea de democracia aunque sólo sea como sucedáneo, porque el peligro subsiste, agazapado en muchos individuos y culturas, aunque sólo sea como poso mínimo, en la milenaria memoria de la especie humana.

Eso sería el anarquismo en esencia, un pensamiento ancestral fundamentado en una idea abstracta de la democracia como autonomía, como bien esencial, individual y social, un Estado natural, de “democracia y justicia”, considerado intrínseco y propio de la condición humana. Pero es una idea tan natural y abstracta como su contraria, la del gobierno por élites, éste como mal menor y necesario, que igualmente considera “natural y legítima” su razón de Estado, la del gobierno “de los mejores, los más fuertes e inteligentes”. Es la eterna confrontación entre dos ideas irreconciliables: una igualitaria y democrática y la otra elitista y antidemocrática. Es una confrontación cuyo saldo histórico hasta ahora viene siendo favorable al pensamiento elitista, el que niega la capacidad de autonomía de los individuos y sus comunidades; así, éstos nunca tendrán otra opción que el sometimiento al orden que “naturalmente” se fundamenta en el gobierno de las élites, autoconsideradas como gobierno selecto de los individuos más fuertes e inteligentes, elevando los principios de fuerza y competencia a nivel superior a los de colaboración e inteligencia.

A partir de ahí empieza a explicarse el continuado fracaso, como el continuado éxito, de uno y otro sistema de pensamiento. El pensamiento democrático tiene el potencial en su ideal teórico, mientras que el pensamiento antidemocrático lo almacena en su operatividad, en el poder de su praxis. No otra es la explicación de la Actualidad como sistema dominante a escala global, mucho más por la eficacia de su práctica que por sus virtudes teóricas.

Haber jugado “teóricamente” en el terreno “práctico” del contrario, explica perfectamente la derrota continuada del libre pensamiento y su rendición a la razón práctica, en la que el contrario concentra todo su poder. Seguir jugando a izquierdas y derechas, seguir apostando el destino de la especie humana a una confrontación interna entre facciones que se disputan el gobierno de un mundo previamente parcelado en fronteras de Estados y Bloques, de Élites y Pueblos, de Derechas y de Izquierdas, de Propietarios y Desposeídos...es asegurar la rendición y definitiva derrota del pensamiento libre, autónomo y democrático.

Hoy debería llamar nuestra atención la euforia floja que experimenta la izquierda en todo el mundo, cuando (si no en su teoría, pero sí en su práctica) se alista igual con el populismo de derechas que con el de izquierdas (véase, si no, la distribución por clase social de los actuales partidos europeos y americanos). Esos populismos son, sin duda alguna, de corto recorrido: más pronto que tarde serán absorbidos y plenamente integrados por el orden dominante, contribuyendo eficazmente a la simulación de una alternativa.
Abstenerse de participar en el juego falsamente democrático -estatal y capitalista- hasta crecer lo suficiente para debilitarlo por aislamiento; combatir en el terreno real y práctico, generando autonomía personal y comunitaria, economía y autogobierno comunales, esa es la propuesta estratégica de fondo y de más largo recorrido. Por contra, la estrategia izquierdista, en esencia cortoplacista, resulta letal, porque imposibilita cualquier avance real del pensamiento emancipador, como nuestra experiencia histórica ya ha acreditado en demasía.

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