Fotografía de Dimitris Messinis |
Nada le hace falta al triunfo de la civilización.
Ni el terror político ni la miseria afectiva.
Ni la esterilidad universal.
El desierto no puede crecer más: está por todas partes.
Pero aún puede profundizarse.
Ante la evidencia de la catástrofe, están los que se indignan y los que se activan,
los que denuncian y los que se organizan.
Nosotros estamos del lado de los que se organizan.
Proposición nº 1 del Llamamiento de TIQQUM
El pensamiento heterónomo
es, necesaria y simultáneamente, estatalista y capitalista. De tal modo que quien es partidario del Estado sólo puede ser
anticapitalista con padecimiento de esquizofrenia moral y política.
Y es así porque la realidad histórica, la construida y realmente
existente, no es parcelable ni desintegrable, no puede ser
descompuesta analíticamente, en partes, por más que convenga a la
interpretación y argumentación de quienes pretenden acoplar la
realidad a la dimensión de sus particulares argumentos. Es así
porque Estado y Capital conforman un “todo” concreto e
irrefutable, que gobierna totalitariamente el curso de la vida
individual y colectiva. Si bien, ésto sólo puede ser entendido
desde la experiencia reflexiva y consciente, nunca sólo desde la
teoría académica o sólo desde el deseo utilitario.
Estado y capitalismo
funcionan realmente como vasos comunicantes de un único elemento
líquido, el poder de dominar, de decidir sobre vidas propias y
ajenas. Los dos subsistemas que conforman el orden hegemónico gozan
de un entendimiento exitoso, tras repartirse el campo de acción: "mi
dominio económico (capitalismo) necesita de tu dominio político
(estado), pero sabes bien que éste no es posible sin mi dominio
económico". Su común estrategia, dirigida a la misma finalidad de
acumulación y concentración del poder, no ha podido ser más
eficiente en lo que tiene de historia. Su poder, acumulado y
concentrado, es ese líquido viscoso que transita por los vasos
comunicantes de la economía y la política, no es la suma
estructural de dos subsistemas, es un único elemento que fluye
camuflado por sus tuberías, sólo vislumbrado en anecdóticos y
groseros episodios mediáticos, como las “puertas giratorias”,
como otros mínimos iceberes que distraen y ocultan la verdadera
sustancia oculta del poder dominante. Es ese líquido corrosivo que
destruye cuanto toca.
El pensamiento
heterónomo, al modo feudal del antiguo régimen, logró imponerse
sobre la disidencia social que desde la alta edad media venía siendo
titular del pensamiento opuesto -convivencial, autónomo y
democrático-, impulsor de la gestión comunitaria (concejil) de la
convivencia y de los bienes comunales. La burguesía triunfante,
organizada como clase dominante, hizo su propia transformación
radical, revolucionaria, de la realidad, renovando y fortaleciendo los arqueológicos aparatos del poder estatal o
imperial (siempre, inseparablemente, militar-económico o
político-colonial...como queramos decirlo). La denominada
“revolución” industrial fue una fase avanzada de ese proceso
“revolucionario” protagonizado por la nueva clase burguesa,
heredera legítima del pensamiento heterónomo (dominante) que la
constituye. El conocimiento y la creatividad tecnológica,
universales y neutrales por sí mismos, fueron patrimonializados por
esa clase social, apoyándose en ellos
para fortalecer su poder, que así, progresivamente, se ha ido
extendiendo a todos los campos de la dominación (religioso, militar,
económico, político, tecnológico, cognitivo...), logrando su
máxima efectividad tras la segunda guerra mundial, en el apogeo del
neoliberalismo y su par socialdemócrata, alcanzando su zenit tras la
descomposición de su fallido competidor, el regimen comunista
(estatal/capitalista) soviético, su “impura” competencia.
A partir de los años
noventa del siglo pasado el orden heterónomo/burgués ha entrado en
una espiral de autodestrucción al chocar frontalmente con el límite
de sus ontológicas contradicciones. La confusión consecuente es
generalizada y máxima como corresponde a tres siglos de hábito en
el adoctrinamiento y domesticación de las gentes. La sociedad
humana se ha hecho global al modo heterónomo del poder dirigente, de
pensamiento, obra y omisión, convertida en rehén esquizofrénico
del sistema. Llegados al límite global de acumulación y
concentración del poder, no cabe la existencia de periferias, porque
el Centro lo ocupa todo, sin espacio para existencias diferentes. No caben sino disidencias de ficción y
mediopensionistas, al modo del izquierdismo políticamente correcto,
“proestatal y progresista”, anticapitalista y antifascista de
farol. Pero la realidad se impone tozudamente, en su deseo de hacerse
visible: todo lo que respira y se reproduce en los confines del
sistema es pensionista a tiempo completo o se abstiene... y entonces
no es.
Culminado el proyecto de colonización
del pensamiento, como del hacer, la sociedad contemporánea es sólo masa
adicta, perfectamente integrada y funcional al regimen.
Ya, como dicen los de Tiqum, “el desierto no puede crecer más”,
dominantes y dominados formamos parte del mismo y único paisaje,
igualmente desierto, todos igualmente miserables: unos irresponsables
desorientados y confusos, carentes de todo respeto por la vida y, por
tanto, carentes de todo respeto de sí mismos.
Cierto es que ante el
desierto la revolución tiene muy escasas probabilidades. Y aún así,
aunque no fuera posible, la revolución sigue siendo la única opción
opuesta al desierto, no hay otra. Pero que nadie la espere como un
inmediato reverdecer del desierto, sino como una lenta, tozuda y
geológica reconstrucción de nosotros mismos y del suelo que
pisamos, hasta que volvamos a reconocernos como humanos e iguales,
hasta que logremos revertir la Tierra y el Conocimiento a su
naturaleza original, de casa y herramienta común, nunca más como
propietarios -sea titulares o expropiados-, sino como legítimos
usuarios comunales.
A pesar de la agudización
de las evidencias, de las contradicciones que presagian una segura consumación del
desastre, y a pesar de que compartimos la desesperación y la
melancolía de la Época, aún así, somos testigos y propagandistas
de una inmensa alegría: la disidencia real ha logrado sobrevivir al
largo invierno neoliberal y progresista...como las modestas acelgas
que vuelven a asomar en los huertos al llegar la primavera, que se
reproducen y multiplican reservada y lentamente, pero que han logrado
sobrevivir.
Desorganizadamente, sí,
pero ahora vemos llegado el momento. Somos conscientes de ello y por
eso estamos empezando a organizarnos estratégicamente, a partir de
antiquísimos principios, para resistir como las acelgas y atacar
como los hacker, sólo que nosotros hemos empezado a hacerlo en todas
las dimensiones de la vida, virtual y presencialmente, en modo tan
creativo como destructivo. Cierto es que hemos tardado mucho en
empezar, pero ahora estamos en estado de gracia y rebeldía,
individual y colectivamente dispuestos para el derribo del regimen de
sumisión, dispuestos a levantar sobre sus ruinas nuestra nueva
autonomía, nuestra vieja libertad pendiente.
Hemos empezado a
organizarnos en ajuntamiento comunal, virtual y global, presencial y
local. Llamamos “ajuntamiento comunal” a nuestro modo de
organizarnos y “revolución integral” a todo el proceso, no por
marketing publicitario, sino porque es lo más parecido a lo que
queremos, a sabiendas de que lo importante es el contenido, la misión
que nos hemos propuesto. No es un nuevo partido o movimiento
político, es el antiguo proyecto humano de siempre, el tortuoso
camino de emancipación y perfección del que nadie es titular, del
que cada individuo humano es igualmente corresponsable.
Todo ánimo es poco para
la tarea que tienen por delante las dos o tres generaciones próximas,
porque no habrá más prórroga que esa. Así pues, ¡jaquemate
al rey!...porque somos conscientes de que ésta es la última oportunidad. Que si
esta vez fallamos será la derrota definitiva del proyecto humano y el definitivo
triunfo del desierto. Sé que no podré conocer más que estos
primeros comienzos, pero haré cuanto pueda.
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