lunes, 3 de abril de 2017

EL DESIERTO NO PUEDE CRECER MÁS

Fotografía de Dimitris Messinis


Nada le hace falta al triunfo de la civilización.
Ni el terror político ni la miseria afectiva.
Ni la esterilidad universal.
El desierto no puede crecer más: está por todas partes.
Pero aún puede profundizarse.
Ante la evidencia de la catástrofe, están los que se indignan y los que se activan,
los que denuncian y los que se organizan.
Nosotros estamos del lado de los que se organizan.

 
Proposición nº 1 del Llamamiento de TIQQUM



El pensamiento heterónomo es, necesaria y simultáneamente, estatalista y capitalista. De tal modo que quien es partidario del Estado sólo puede ser anticapitalista con padecimiento de esquizofrenia moral y política. Y es así porque la realidad histórica, la construida y realmente existente, no es parcelable ni desintegrable, no puede ser descompuesta analíticamente, en partes, por más que convenga a la interpretación y argumentación de quienes pretenden acoplar la realidad a la dimensión de sus particulares argumentos. Es así porque Estado y Capital conforman un “todo” concreto e irrefutable, que gobierna  totalitariamente el curso de la vida individual y colectiva. Si bien, ésto sólo puede ser entendido desde la experiencia reflexiva y consciente, nunca sólo desde la teoría académica o sólo desde el deseo utilitario. 


Estado y capitalismo funcionan realmente como vasos comunicantes de un único elemento líquido, el poder de dominar, de decidir sobre vidas propias y ajenas. Los dos subsistemas que conforman el orden hegemónico gozan de un entendimiento exitoso, tras repartirse el campo de acción: "mi dominio económico (capitalismo) necesita de tu dominio político (estado), pero sabes bien que éste no es posible sin mi dominio económico". Su común estrategia, dirigida a la misma finalidad de acumulación y concentración del poder, no ha podido ser más eficiente en lo que tiene de historia. Su poder, acumulado y concentrado, es ese líquido viscoso que transita por los vasos comunicantes de la economía y la política, no es la suma estructural de dos subsistemas, es un único elemento que fluye camuflado por sus tuberías, sólo vislumbrado en anecdóticos y groseros episodios mediáticos, como las “puertas giratorias”, como otros mínimos iceberes que distraen y ocultan la verdadera sustancia oculta del poder dominante. Es ese líquido corrosivo que destruye cuanto toca.

El pensamiento heterónomo, al modo feudal del antiguo régimen, logró imponerse sobre la disidencia social que desde la alta edad media venía siendo titular del pensamiento opuesto -convivencial, autónomo y democrático-, impulsor de la gestión comunitaria (concejil) de la convivencia y de los bienes comunales. La burguesía triunfante, organizada como clase dominante, hizo su propia transformación radical, revolucionaria, de la realidad, renovando y fortaleciendo los arqueológicos aparatos del poder estatal o imperial (siempre, inseparablemente, militar-económico o político-colonial...como queramos decirlo). La denominada “revolución” industrial fue una fase avanzada de ese proceso “revolucionario” protagonizado por la nueva clase burguesa, heredera legítima del pensamiento heterónomo (dominante) que la constituye. El conocimiento y la creatividad tecnológica, universales y neutrales por sí mismos, fueron patrimonializados por esa clase social,  apoyándose en ellos para fortalecer su poder, que así, progresivamente, se ha ido extendiendo a todos los campos de la dominación (religioso, militar, económico, político, tecnológico, cognitivo...), logrando su máxima efectividad tras la segunda guerra mundial, en el apogeo del neoliberalismo y su par socialdemócrata, alcanzando su zenit tras la descomposición de su fallido competidor, el regimen comunista (estatal/capitalista) soviético, su “impura” competencia.


A partir de los años noventa del siglo pasado el orden heterónomo/burgués ha entrado en una espiral de autodestrucción al chocar frontalmente con el límite de sus ontológicas contradicciones. La confusión consecuente es generalizada y máxima como corresponde a tres siglos de hábito en el adoctrinamiento y domesticación de las gentes. La sociedad humana se ha hecho global al modo heterónomo del poder dirigente, de pensamiento, obra y omisión, convertida en rehén esquizofrénico del sistema. Llegados al límite global de acumulación y concentración del poder, no cabe la existencia de periferias, porque el Centro lo ocupa todo, sin espacio para existencias diferentes. No caben sino disidencias de ficción y mediopensionistas, al modo del izquierdismo políticamente correcto, “proestatal y progresista”, anticapitalista y antifascista de farol. Pero la realidad se impone tozudamente, en su deseo de hacerse visible: todo lo que respira y se reproduce en los confines del sistema es pensionista a tiempo completo o se abstiene... y entonces no es.

Culminado el proyecto de colonización del pensamiento, como del hacer, la sociedad contemporánea es sólo masa adicta, perfectamente integrada y funcional al regimen. Ya, como dicen los de Tiqum, “el desierto no puede crecer más”, dominantes y dominados formamos parte del mismo y único paisaje, igualmente desierto, todos igualmente miserables: unos irresponsables desorientados y confusos, carentes de todo respeto por la vida y, por tanto, carentes de todo respeto de sí mismos. 

Cierto es que ante el desierto la revolución tiene muy escasas probabilidades. Y aún así, aunque no fuera posible, la revolución sigue siendo la única opción opuesta al desierto, no hay otra. Pero que nadie la espere como un inmediato reverdecer del desierto, sino como una lenta, tozuda y geológica reconstrucción de nosotros mismos y del suelo que pisamos, hasta que volvamos a reconocernos como humanos e iguales, hasta que logremos revertir la Tierra y el Conocimiento a su naturaleza original, de casa y herramienta común, nunca más como propietarios -sea titulares o expropiados-, sino como legítimos usuarios comunales.

A pesar de la agudización de las evidencias, de las contradicciones que presagian una segura consumación del desastre, y a pesar de que compartimos la desesperación y la melancolía de la Época, aún así, somos testigos y propagandistas de una inmensa alegría: la disidencia real ha logrado sobrevivir al largo invierno neoliberal y progresista...como las modestas acelgas que vuelven a asomar en los huertos al llegar la primavera, que se reproducen y multiplican reservada y lentamente, pero que han logrado sobrevivir.
Desorganizadamente, sí, pero ahora vemos llegado el momento. Somos conscientes de ello y por eso estamos empezando a organizarnos estratégicamente, a partir de antiquísimos principios, para resistir como las acelgas y atacar como los hacker, sólo que nosotros hemos empezado a hacerlo en todas las dimensiones de la vida, virtual y presencialmente, en modo tan creativo como destructivo. Cierto es que hemos tardado mucho en empezar, pero ahora estamos en estado de gracia y rebeldía, individual y colectivamente dispuestos para el derribo del regimen de sumisión, dispuestos a levantar sobre sus ruinas nuestra nueva autonomía, nuestra vieja libertad pendiente. 
 
Hemos empezado a organizarnos en ajuntamiento comunal, virtual y global, presencial y local. Llamamos “ajuntamiento comunal” a nuestro modo de organizarnos y “revolución integral” a todo el proceso, no por marketing publicitario, sino porque es lo más parecido a lo que queremos, a sabiendas de que lo importante es el contenido, la misión que nos hemos propuesto. No es un nuevo partido o movimiento político, es el antiguo proyecto humano de siempre, el tortuoso camino de emancipación y perfección del que nadie es titular, del que cada individuo humano es igualmente corresponsable. 

Todo ánimo es poco para la tarea que tienen por delante las dos o tres generaciones próximas, porque no habrá más prórroga que esa. Así pues, ¡jaquemate al rey!...porque somos conscientes de que ésta es la última oportunidad. Que si esta vez fallamos será la derrota definitiva del proyecto humano y el definitivo triunfo del desierto. Sé que no podré conocer más que estos primeros comienzos, pero haré cuanto pueda.









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