Ilustración de Pawell Kuczynski |
En el combate ideológico y estratégico se decide cómo y quién construye la realidad
Que los discursos políticos son intercambiables es la realidad del combate ideológico que hoy libramos y conviene no olvidarlo. Quien en ese combate tenga la iniciativa, acabará orientando la agenda del mismo. Esta es una básica cuestión estratégica.
Desde el inicio del parlamentarismo burgués, su facción progresista viene participando en esta institución estatal con total aceptación de sus fines y de sus normas, contribuyendo decisivamente a la consolidación del juego parlamentario y a la fortaleza de la clase burguesa, inventora, propietaria y titular del parlamentarismo y del conjunto de instituciones que integran el aparato estatal.
Así, esa facción siempre hizo seguidismo de la agenda burguesa, por más que una y otra vez intente autojustificarse ante su clientela “obrera”, recurriendo a un ilusionismo electoral que sólo sirve a su propia supervivencia, al calor del parlamentarismo, unas veces en la oposición y otras en el gobierno. Pero no puede esperarse otra cosa, porque desde su origen esa es su expresa y primordial finalidad, la de participar en el reparto de un poder que tienen asegurado, en mayor o menor cuota, siempre que participen y depositen su fe en el entramado institucional de la dominación.
Su estrategia general, dirigida a esos fines, no es, no puede ser diferente, sólo pueden serlo sus tácticas, basadas en su común necesidad de mantener la sostenibilidad de la lucha de clases que -valga la redundancia- sostiene al Estado.
Así, la lucha de clases, como tensión social permanente, camufla la ontológica naturaleza totalitaria del parlamentarismo burgués mediante su escenificación democrática, puramente formal y aparente, de tal modo que el parlamentarismo “democrático” no es, no puede ser, otra cosa que un oximorón, un imposible. De esa común estrategia depende la propia supervivencia de las élites dirigentes que manejan los partidos, los sindicatos y las corporaciones que forman parte de la burguesía dominante, repartida su representación en facciones conservadoras y progresistas, en derecha e izquierda, según el lado del hemiciclo en que se sientan (o en el que esperan sentarse).
Que los discursos políticos son intercambiables es la realidad del combate ideológico que hoy libramos y conviene no olvidarlo. Quien en ese combate tenga la iniciativa, acabará orientando la agenda del mismo. Esta es una básica cuestión estratégica.
Desde el inicio del parlamentarismo burgués, su facción progresista viene participando en esta institución estatal con total aceptación de sus fines y de sus normas, contribuyendo decisivamente a la consolidación del juego parlamentario y a la fortaleza de la clase burguesa, inventora, propietaria y titular del parlamentarismo y del conjunto de instituciones que integran el aparato estatal.
Así, esa facción siempre hizo seguidismo de la agenda burguesa, por más que una y otra vez intente autojustificarse ante su clientela “obrera”, recurriendo a un ilusionismo electoral que sólo sirve a su propia supervivencia, al calor del parlamentarismo, unas veces en la oposición y otras en el gobierno. Pero no puede esperarse otra cosa, porque desde su origen esa es su expresa y primordial finalidad, la de participar en el reparto de un poder que tienen asegurado, en mayor o menor cuota, siempre que participen y depositen su fe en el entramado institucional de la dominación.
Su estrategia general, dirigida a esos fines, no es, no puede ser diferente, sólo pueden serlo sus tácticas, basadas en su común necesidad de mantener la sostenibilidad de la lucha de clases que -valga la redundancia- sostiene al Estado.
Así, la lucha de clases, como tensión social permanente, camufla la ontológica naturaleza totalitaria del parlamentarismo burgués mediante su escenificación democrática, puramente formal y aparente, de tal modo que el parlamentarismo “democrático” no es, no puede ser, otra cosa que un oximorón, un imposible. De esa común estrategia depende la propia supervivencia de las élites dirigentes que manejan los partidos, los sindicatos y las corporaciones que forman parte de la burguesía dominante, repartida su representación en facciones conservadoras y progresistas, en derecha e izquierda, según el lado del hemiciclo en que se sientan (o en el que esperan sentarse).
Entonces, ¿cuál es el secreto que permite la perpetuación en el poder de una clase social dominante con el apoyo de una masa electoral mayoritariamente formada por individuos de la clase social dominada?, ¿en qué consiste ese omnímodo poder de convicción?...yo creo que es su perfeccionada estrategia, que le permite jugar tácticamente a dos barajas, a izquierda y a derecha, controlando todo el tapete de juego, consiguiendo así determinar y construir la realidad a su medida.
La negación del parlamentarismo burgués es, pues, un elemental principio estratégico si lo que se pretende es acabar con la institucionalización a perpetuidad del regimen de lucha de clases.
Seguir alimentando la idea simplona de que existe una orquestada manipulación de los individuos y de las masas, como teoría de la alienación y la dominación de la clase dominada, es un recurso arrojadizo, paternalista y conspiranoide, recurrente y útil para ambas facciones en su convenida contienda electoral, en función de cómo les va a cada parte (partido), siguiendo su pacto -no escrito- de ayuda mutua. No, ni como individuos ni como masa o “pueblo”, nadie es plenamente inocente. Ni siquiera lo es del todo el indigente que duerme en el portal de un cajero automático, como no lo es cualquiera de los que trabajan dentro. Como no lo es quien maltrata ni quien consiente ser maltratado. A estas alturas de nuestra experiencia histórica, ya no se sostiene el facilón recurso a la plena inocencia de quienes sostienen al sistema, sea por activa o por pasiva, por mucho que se quiera justificar su rol de inocentes y alienadas víctimas.
El bipartito poder
dominante emplea muy eficazmente su inteligencia estratégica. En
campaña electoral nos trata como individuos inocentes, como
irresponsables víctimas de los males del sistema, cuya salvación
depende de nuestra libre decisión, soberanía, necesitada de una
experta y buena representación, la suya. Y pasados los comicios
nos trata como individuos plenamente responsables, culpables de
cuanto nos pueda suceder. Su marketing ideológico y emocional es
variable y adaptable a las fluctuaciones de la cotización electoral.
Pero, por principio, salvo quienes estén privados de la mínima facultad de
inteligencia, todo individuo es necesariamente responsable de su
propio pensamiento como de su propio comportamiento; porque, de no
ser así, estaríamos partiendo de una concepción instrumental de la
existencia humana, negadora de la más básica de sus libertades, la
de conciencia. De no ser así, estaríamos situándonos del lado de
la dominación, da igual en cual de sus facciones. Se nos van
desvelando algunos principios estratégicos básicos:
pensar y actuar en
conciencia, decir y
sostener la verdad por
mucho que incomode
y, en consecuencia, tomar
inequívoca posición
revolucionaria, al
margen y frente a las
instituciones de las que se sirve el régimen de dominación.
Las
élites de las clases dominantes, tanto conservadoras como
progresistas, han sabido reservar para sí el conocimiento
estratégico derivado de su experiencia histórica, estatal y militar en
esencia. Se explica así la fortaleza estratégica de la dominación a lo largo de tantos siglos, al tiempo que la
debilidad congénita de quienes han intentado la emancipación humana
sólo con tácticas a corto plazo, improvisando estrategias
“revolucionarias” necesariamente fallidas.
El
dominio sobre la naturaleza, aplicado por extensión a los
individuos humanos, es el exitoso principio de la dominación, el universalmente
triunfante. Tal principio es el que aglutina y moviliza a los
individuos de las élites dominantes como a todos los que aspiran a
vivir como ellas, convencidos todos ellos de que su supervivencia y
prosperidad dependen de ese mecanismo “natural” de la evolución,
que hace fuertes a los dominantes y débiles a los dominados. Esta es
su exitosa “lógica natural” de la supervivencia y la prosperidad, como
permanente y selectiva confrontación entre individuos, en una
competencia que para tener el ganador previsto necesita ser
presentada como “limpia competencia”, entre “libres e iguales”.
Ahí está su exitosa trampa, donde reside la superioridad de su estrategia: en lograr la
credibilidad universal de ese engaño.
Por
nuestro conocimiento del pasado, sabemos que durante la mayor parte
de la historia humana, los individuos dominantes han operado como
élites y que, para afirmar su dominio, les bastaba con reunir y
disponer de fuerza bruta, militar; pero también sabemos que pronto
descubrieron que ésta fuerza es más útil y económica cuando
cuenta con la docilidad de los a ella sometidos. Por
eso, en su evolución desde la época colonial en la que se consolida
el Estado “moderno” (liberal), las élites dominantes han
alcanzado su máxima sofisticación estratégica mediante el
desarrollo de las democracias parlamentarias, hasta conseguir algo
que pareció imposible a lo largo de toda la historia humana
anterior: que la mayoría de los individuos de la clase sometida
asumieran como propios los principios ideológicos de la clase
dominante.
No
ha de extrañarnos que la confusión esté servida cuando hoy se
invoca la revolución, cuando ésta ha sido “inteligentemente”
vulgarizada por el régimen dominante, hasta llegar a su habitual uso publicitario
y comercial. Estamos aprendiendo otra fundamental lección de
estrategia: no mencionar en vano el concepto de revolución.
He
tardado mucho en comprenderlo, pero hoy, en el ejercicio de mi
libertad de pensamiento, cada vez que tengo que elegir entre opciones trascendentes, me esfuerzo
en hacerlo reflexivamente y en conciencia. Y, en virtud de ello, he
elegido estar del lado de quienes comparten la visión y el deseo de
construir otra realidad bien distinta, fundamentada en el principio
de cooperación y ayuda mutua universal. Cuando estoy llegando a la
última parte de mi vida ya no estoy para gastar el tiempo que me
queda en ilusiones revolucionarias ni, mucho menos, en politiqueos
fatuos. Soy optimista sólo a largo plazo, entre otras razones porque
observo que el conocimiento científico, hasta ahora servil y
utilitario al poder dominante, está llegando al borde de sus propias
limitaciones y contradicciones, está empezando a constatar la
validez y el predominio, no sólo moral y cultural, de ese principio
que hoy defiendo. Se está abriendo paso la comprensión holística
de la realidad, constituida ésta no sólo por elementos materiales, por
átomos individuales y dispersos, sino también por sus vínculos
asociativos y la calidad de sus relaciones, que los distinguen del
resto de la materia inerte. A partir de aquí ya no podremos seguir
avanzando en la comprensión de la existencia, incluida la humana, ignorando este conocimiento.
Y,
como nunca antes, hoy sabemos que la estrategia revolucionaria no
puede ser pensada sino a largo plazo, que es vana e ilusoria toda
estrategia cortoplacista que, necesariamente, deviene en reformista y
reaccionaria, que se agota en sí misma, condicionada a reaccionar automática y compulsivamente
ante toda iniciativa del regimen dominante, que así, con empleo de
mayor inteligencia estratégica, sigue marcando la agenda universal.
Sólo participaré, pues, en un cambio radical de estrategia, en una
integral oposición al sistema de pensamiento y gobierno totalitario
dominante. No puede ser de otra manera si se quiere estar, como
mínimo, al nivel estratégico del sistema al que nos enfrentamos.
En consecuencia, hoy sólo concibo el movimiento revolucionario constituido a partir de un pacto universal y básico en torno al principio contrario y del mismo nivel ontológico al que fundamenta el regimen de dominación. La Tierra y el Conocimiento humano como procomún universal: todos los posibles principios y discursos acompañantes, éticos, políticos, sociales, económicos, ecológicos, etc, están ahí contenidos...no necesitamos nada más, ni nada menos. La mayoría de ecologistas, comunistas, feministas -e incluso anarquistas- con los que hablo de ésto, se sonríen con cierto desdén -entre intelectual y paternalista- antes de tachar de ingenua y utópica mi propuesta de un pacto universal por la comunalidad de la Tierra y el Conocimiento... eso hacen por ahora, ya veremos más adelante.
En consecuencia, hoy sólo concibo el movimiento revolucionario constituido a partir de un pacto universal y básico en torno al principio contrario y del mismo nivel ontológico al que fundamenta el regimen de dominación. La Tierra y el Conocimiento humano como procomún universal: todos los posibles principios y discursos acompañantes, éticos, políticos, sociales, económicos, ecológicos, etc, están ahí contenidos...no necesitamos nada más, ni nada menos. La mayoría de ecologistas, comunistas, feministas -e incluso anarquistas- con los que hablo de ésto, se sonríen con cierto desdén -entre intelectual y paternalista- antes de tachar de ingenua y utópica mi propuesta de un pacto universal por la comunalidad de la Tierra y el Conocimiento... eso hacen por ahora, ya veremos más adelante.
Una
y otra vez me vuelven a decir que “muy bien, pero que cómo se hace
eso”; y yo vuelvo a decir que “eso” me excede, que esa es
tarea para varias generaciones, que la revolución integral es tarea
para más de un siglo...y puede que me quede corto. Que, de momento,
sólo soy capaz de proponer un apunte para el debate estratégico y
que, sin abandono de la batalla de las ideas, ni del proceso de
autoformación ya en marcha, ahora toca propiciar una agitación
general básica, de alcance global y local, virtual y presencial,
dirigida a organizar (embrionariamente) la resistencia y oposición
integral al regimen totalitario vigente, conscientes de que toda la
estrategia ha de ir orientada a la disolución progresiva de las
instituciones que lo apuntalan, hasta sustituir éstas por
confederaciones de ciudades y comarcas autónomas, para entonces ya
suficientemente experimentadas.
Podríamos
debatir en detalle, largo y tendido, sobre la inmensa complejidad que
ésto supone, pero resultaría un esfuerzo inútil si no partimos de
un previo y básico acuerdo, de una elemental visión de la libertad
carente de relativismo, categóricamente ética y, en
consecuencia, radicalmente negadora del vigente orden totalitario. Un
acuerdo básico encaminado a construir un nuevo orden convivencial y
democrático, que nos permita llegar a compartir la naturaleza y el
conocimiento humano en régimen de comunidad.
Soy
consciente de que hoy, para la mayoría de los individuos es
imposible imaginar siquiera ninguna forma de organización de la
sociedad distintas a la estatal y capitalista, que han sido
interiorizadas y naturalizadas como únicas e inmutables,
inevitables como los terremotos y las grandes catástrofes
climáticas, la enfermedad o la muerte. Para la inmensa mayoría de los
individuos/masa que produce el regimen totalitario, resulta
inimaginable pensarse a sí mismos siquiera como sujetos y no
objetos, cuando menos pensar la convivencia humana fundada en
principios distintos a los de jerarquía y competición. Pero, de
tener futuro como especie, tengo la seguridad de que a quienes
lleguen a vivir en ese futuro también les parecerá inconcebible
cómo, en el tiempo presente, fuimos capaces de soportar una forma de
vivir tan irracional, autodestructiva y carente de sentido.
Soy
también plenamente consciente de que, para la mayoría clientelar
del sistema, conservadores y progresistas, ni siquiera es imaginable
(todavía) la posibilidad de que podamos organizarnos autónomamente,
distinta a los partidos y sindicatos, a los Estados y sus bloques, en
libres y soberanas confederaciones de ciudades y comarcas...sé que
queda todo por hacer, pero andando haremos el camino: en
ajuntamientos comunales, como
oposición integral y como autogobierno experimental y embrionario de
la revolución democrática integral. Aunque lo iniciemos poca gente,
mucha otra se irá sumando a medida que se agudicen las
contradicciones del orden hegemónico vigente. Y más vale que lo
hagamos ahora, cuando nos favorece su momentánea debilidad, sumido
en un clima general de crisis sistémica, en medio de la desconfianza
general de las masas, desconcertadas ante la irrupción de “nuevas”
ofertas de totalitarismo “democrático” (demofascismo),
estratégicamente aliñadas como ofertas
electorales de reajuste y de recambio de la (su) globalización
liberaltotalitaria, en seguimiento -una vez más- de su exitosa
táctica, de jugar a dos barajas. Mejor ahora, cuando ante esas masas desconcertadas se está desvelando la verdadera consistencia de la “libertad de mercado”, incluso en la constreñida
forma proteccionista que anuncia Donald Trump, invariablemente colonial y depredadora, estatal y
capitalista.
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