sábado, 21 de enero de 2017

PACTO DEL PROCOMÚN UNIVERSAL: LA TIERRA Y EL CONOCIMIENTO

Ilustración de Pawell Kuczynski
En el combate ideológico y estratégico se decide cómo y quién construye la realidad

Que los discursos políticos son intercambiables es la realidad del combate ideológico que hoy libramos y conviene no olvidarlo. Quien en ese combate tenga la iniciativa, acabará orientando la agenda del mismo. Esta es una básica cuestión estratégica.

Desde el inicio del parlamentarismo burgués, su facción progresista viene participando en esta institución estatal con total aceptación de sus fines y de sus normas, contribuyendo decisivamente a la consolidación del juego parlamentario y a la fortaleza de la clase burguesa, inventora, propietaria y titular del parlamentarismo y del conjunto de instituciones que integran el aparato estatal.
Así, esa facción siempre hizo seguidismo de la agenda burguesa, por más que una y otra vez  intente autojustificarse ante su clientela “obrera”, recurriendo a un ilusionismo electoral que  sólo sirve a su propia supervivencia, al calor del parlamentarismo, unas veces en la oposición y otras en el gobierno. Pero no puede esperarse otra cosa, porque desde su origen esa es su expresa y primordial finalidad,  la de participar en el reparto de un poder que tienen asegurado, en mayor o menor cuota, siempre que participen y depositen su fe en el entramado institucional de la dominación.
Su estrategia general, dirigida a esos fines, no es, no puede ser diferente, sólo pueden serlo sus tácticas, basadas en su común necesidad  de mantener la sostenibilidad de la lucha de clases  que -valga la redundancia- sostiene  al Estado.
Así, la lucha de clases, como tensión social permanente, camufla la ontológica naturaleza totalitaria del parlamentarismo burgués mediante su escenificación democrática, puramente formal y aparente, de tal modo que el parlamentarismo “democrático” no es, no puede ser, otra cosa que un oximorón, un imposible. De esa común estrategia depende la propia supervivencia de las élites dirigentes que manejan los partidos, los sindicatos y las corporaciones que forman parte de la burguesía dominante, repartida su representación en facciones conservadoras y progresistas, en derecha e izquierda, según el lado del hemiciclo en que se sientan (o en el que esperan sentarse).

Entonces, ¿cuál es el secreto que  permite la perpetuación en el poder de una clase social dominante con el apoyo de una masa electoral mayoritariamente formada por individuos de la clase social dominada?, ¿en qué consiste ese omnímodo poder de convicción?...yo creo que es su perfeccionada estrategia, que le permite jugar tácticamente a dos barajas, a izquierda y a derecha, controlando  todo el tapete de juego, consiguiendo así determinar y construir la realidad a su medida. 
La negación del parlamentarismo burgués es, pues, un  elemental principio estratégico si lo que se pretende es acabar con la institucionalización a perpetuidad del regimen de lucha de clases.

Seguir alimentando la idea simplona  de que existe una orquestada manipulación de los individuos y de las masas, como teoría de la alienación y la dominación de la clase dominada, es  un recurso arrojadizo, paternalista y conspiranoide,  recurrente y útil para ambas facciones en su convenida contienda electoral, en función de cómo les va a cada parte (partido), siguiendo su pacto -no escrito- de ayuda mutua. No, ni como individuos ni como masa o “pueblo”, nadie es plenamente inocente. Ni siquiera lo es del todo el indigente que duerme en el portal de un cajero automático, como no lo es cualquiera de los que trabajan dentro. Como no lo es quien maltrata ni quien consiente ser maltratado. A estas alturas de nuestra experiencia histórica, ya no se sostiene el facilón recurso a la plena inocencia de quienes sostienen al sistema, sea por activa o por pasiva, por mucho que se quiera justificar su rol de inocentes y alienadas víctimas.

El bipartito poder dominante emplea muy eficazmente su inteligencia estratégica. En campaña electoral nos trata como individuos inocentes, como irresponsables víctimas de los males del sistema, cuya salvación depende de nuestra libre decisión, soberanía, necesitada de una experta y buena representación, la suya. Y pasados los comicios nos trata como individuos plenamente responsables, culpables de cuanto nos pueda suceder. Su marketing ideológico y emocional es variable y adaptable a las fluctuaciones de la cotización electoral. Pero, por principio, salvo quienes estén privados de la mínima facultad de inteligencia, todo individuo es necesariamente responsable de su propio pensamiento como de su propio comportamiento; porque, de no ser así, estaríamos partiendo de una concepción instrumental de la existencia humana, negadora de la más básica de sus libertades, la de conciencia. De no ser así, estaríamos situándonos del lado de la dominación, da igual en cual de sus facciones. Se nos van desvelando algunos principios estratégicos básicos: pensar y actuar en conciencia, decir y sostener la verdad por mucho que incomode y, en consecuencia, tomar inequívoca posición revolucionaria, al margen y frente a las instituciones de las que se sirve el régimen de dominación.

Las élites de las clases dominantes, tanto conservadoras como progresistas, han sabido reservar para sí el conocimiento estratégico derivado de su experiencia histórica, estatal y militar en esencia. Se explica así la fortaleza estratégica de la dominación a lo largo de tantos siglos, al tiempo que la debilidad congénita de quienes han intentado la emancipación humana sólo con tácticas a corto plazo, improvisando estrategias “revolucionarias” necesariamente fallidas.

El dominio sobre la naturaleza, aplicado por extensión a los individuos humanos, es el exitoso principio de la dominación, el universalmente triunfante. Tal principio es el que aglutina y moviliza a los individuos de las élites dominantes como a todos los que aspiran a vivir como ellas, convencidos todos ellos de que su supervivencia y prosperidad dependen de ese mecanismo “natural” de la evolución, que hace fuertes a los dominantes y débiles a los dominados. Esta es su exitosa “lógica natural” de la supervivencia y la prosperidad, como permanente y selectiva confrontación entre individuos, en una competencia que para tener el ganador previsto necesita ser presentada como “limpia competencia”, entre “libres e iguales”. Ahí está su exitosa trampa, donde reside la superioridad de su estrategia: en lograr la credibilidad universal de ese engaño.

Por nuestro conocimiento del pasado, sabemos que durante la mayor parte de la historia humana, los individuos dominantes han operado como élites y que, para afirmar su dominio, les bastaba con reunir y disponer de fuerza bruta, militar; pero también sabemos que pronto descubrieron que ésta fuerza es más útil y económica cuando cuenta con la docilidad de los a ella sometidos. Por eso, en su evolución desde la época colonial en la que se consolida el Estado “moderno” (liberal), las élites dominantes han alcanzado su máxima sofisticación estratégica mediante el desarrollo de las democracias parlamentarias, hasta conseguir algo que pareció imposible a lo largo de toda la historia humana anterior: que la mayoría de los individuos de la clase sometida asumieran como propios los principios ideológicos de la clase dominante.
No ha de extrañarnos que la confusión esté servida cuando hoy se invoca la revolución, cuando ésta ha sido “inteligentemente” vulgarizada por el régimen dominante, hasta llegar a su habitual uso publicitario y comercial. Estamos aprendiendo otra fundamental lección de estrategia: no mencionar en vano el concepto de revolución.

He tardado mucho en comprenderlo, pero hoy, en el ejercicio de mi libertad de pensamiento, cada vez que tengo que elegir entre opciones trascendentes, me esfuerzo en hacerlo reflexivamente y en conciencia. Y, en virtud de ello, he elegido estar del lado de quienes comparten la visión y el deseo de construir otra realidad bien distinta, fundamentada en el principio de cooperación y ayuda mutua universal. Cuando estoy llegando a la última parte de mi vida ya no estoy para gastar el tiempo que me queda en ilusiones revolucionarias ni, mucho menos, en politiqueos fatuos. Soy optimista sólo a largo plazo, entre otras razones porque observo que el conocimiento científico, hasta ahora servil y utilitario al poder dominante, está llegando al borde de sus propias limitaciones y contradicciones, está empezando a constatar la validez y el predominio, no sólo moral y cultural, de ese principio que hoy defiendo. Se está abriendo paso la comprensión holística de la realidad, constituida ésta no sólo por elementos materiales, por átomos individuales y dispersos, sino también por sus vínculos asociativos y la calidad de sus relaciones, que los distinguen del resto de la materia inerte. A partir de aquí ya no podremos seguir avanzando en la comprensión de la existencia, incluida la humana, ignorando este conocimiento.

Y, como nunca antes, hoy sabemos que la estrategia revolucionaria no puede ser pensada sino a largo plazo, que es vana e ilusoria toda estrategia cortoplacista que, necesariamente, deviene en reformista y reaccionaria, que se agota en sí misma, condicionada a reaccionar automática y compulsivamente ante toda iniciativa del regimen dominante, que así, con empleo de mayor inteligencia estratégica, sigue marcando la agenda universal. Sólo participaré, pues, en un cambio radical de estrategia, en una integral oposición al sistema de pensamiento y gobierno totalitario dominante. No puede ser de otra manera si se quiere estar, como mínimo, al nivel estratégico del sistema al que nos enfrentamos.

En consecuencia, hoy sólo concibo el movimiento revolucionario constituido a partir de un pacto universal y básico en torno al principio contrario y del mismo nivel ontológico al que fundamenta el regimen de dominación. La Tierra y el Conocimiento humano como procomún universal: todos los posibles principios y discursos acompañantes, éticos, políticos, sociales, económicos, ecológicos, etc, están ahí contenidos...no necesitamos nada más, ni nada menos. La mayoría de ecologistas, comunistas, feministas -e incluso anarquistas- con los que hablo de ésto, se sonríen con cierto desdén -entre intelectual y paternalista- antes de tachar de ingenua y utópica mi propuesta de un pacto universal por la comunalidad de la Tierra y el Conocimiento... eso hacen por ahora, ya veremos más adelante.

Una y otra vez me vuelven a decir que “muy bien, pero que cómo se hace eso”; y yo vuelvo a decir que “eso” me excede, que esa es tarea para varias generaciones, que la revolución integral es tarea para más de un siglo...y puede que me quede corto. Que, de momento, sólo soy capaz de proponer un apunte para el debate estratégico y que, sin abandono de la batalla de las ideas, ni del proceso de autoformación ya en marcha, ahora toca propiciar una agitación general básica, de alcance global y local, virtual y presencial, dirigida a organizar (embrionariamente) la resistencia y oposición integral al regimen totalitario vigente, conscientes de que toda la estrategia ha de ir orientada a la disolución progresiva de las instituciones que lo apuntalan, hasta sustituir éstas por confederaciones de ciudades y comarcas autónomas, para entonces ya suficientemente experimentadas.

Podríamos debatir en detalle, largo y tendido, sobre la inmensa complejidad que ésto supone, pero resultaría un esfuerzo inútil si no partimos de un previo y básico acuerdo, de una elemental visión de la libertad carente de relativismo, categóricamente ética y, en consecuencia, radicalmente negadora del vigente orden totalitario. Un acuerdo básico encaminado a construir un nuevo orden convivencial y democrático, que nos permita llegar a compartir la naturaleza y el conocimiento humano en régimen de comunidad.

Soy consciente de que hoy, para la mayoría de los individuos es imposible imaginar siquiera ninguna forma de organización de la sociedad distintas a la estatal y capitalista, que han sido interiorizadas y naturalizadas como únicas e inmutables, inevitables como  los terremotos y las grandes catástrofes climáticas, la enfermedad o la muerte. Para la inmensa mayoría de los individuos/masa que produce el regimen totalitario, resulta inimaginable pensarse a sí mismos siquiera como sujetos y no objetos, cuando menos pensar la convivencia humana fundada en principios distintos a los de jerarquía y competición. Pero, de tener futuro como especie, tengo la seguridad de que a quienes lleguen a vivir en ese futuro también les parecerá inconcebible cómo, en el tiempo presente, fuimos capaces de soportar una forma de vivir tan irracional, autodestructiva y carente de sentido.

Soy también plenamente consciente de que, para la mayoría clientelar del sistema, conservadores y progresistas, ni siquiera es imaginable (todavía) la posibilidad de que podamos organizarnos autónomamente, distinta a los partidos y sindicatos, a los Estados y sus bloques, en libres y soberanas confederaciones de ciudades y comarcas...sé que queda todo por hacer, pero andando haremos el camino: en ajuntamientos comunales, como oposición integral y como autogobierno experimental y embrionario de la revolución democrática integral. Aunque lo iniciemos poca gente, mucha otra se irá sumando a medida que se agudicen las contradicciones del orden hegemónico vigente. Y más vale que lo hagamos ahora, cuando nos favorece su momentánea debilidad, sumido en un clima general de crisis sistémica, en medio de la desconfianza general de las masas, desconcertadas ante la irrupción de “nuevas” ofertas de totalitarismo “democrático” (demofascismo), estratégicamente aliñadas como ofertas electorales de reajuste y de recambio de la (su) globalización liberaltotalitaria, en seguimiento -una vez más- de su exitosa táctica, de jugar a dos barajas. Mejor ahora, cuando ante esas masas desconcertadas se está desvelando la verdadera consistencia de la “libertad de mercado”, incluso en la constreñida forma proteccionista que anuncia Donald Trump, invariablemente colonial y depredadora, estatal y capitalista.




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