Agroecología capitalista, destinada al club del gourmet |
Acabo de leer un artículo
publicado en Rebelión hoy mismo, “Saberes antiguos para la
agricultura del futuro”, que habla de la presencia en Argentina del
investigador chileno Miguel Altieri, profesor en la universidad de Berkeley y referente mundial del movimiento agroecológico. Hago un
extracto: “Altieri, quien también es Presidente Honorario de la
Sociedad Latinoamericana de Agroecología (SOCLA), explicó por qué
la propuesta agroecológica apoya principalmente a los campesinos.
Existen aproximadamente 1500 millones de hectáreas de tierra
agrícola en el mundo. El 80% está bajo agricultura industrial, que
en promedio sólo produce 30% de lo que come la humanidad (sólo le
interesa generar biomasa). Por su parte, los campesinos, que son 380
millones de fincas en el mundo, trabajan el 20% restante y producen
en promedio el 60% de los alimentos que consumen los habitantes del
planeta. Entonces, ¿quiénes son los principales productores? Los
campesinos. La Agroecología ha tomado como prioridad ese sector
porque puede solucionar efectivamente el problema del hambre en el
mundo.
No obstante, los grandes
productores también son tenidos en cuenta dentro del movimiento
agroecológico, tal cual lo señaló Clara Nicholls, docente y colega
de Altieri en la UC: Nos interesa que vaya desapareciendo ese mito de
que la Agroecología es sólo para campesinos. Los grandes
productores, aquellos que tienen entre 200 y 500 hectáreas, también
pueden aplicar estos principios. Obviamente, las formas tecnológicas
que deben adoptar son diferentes a las de la pequeña escala, pero
las bases son las mismas. Por eso, para nosotros es clave venir a la
Argentina a mostrar ejemplos de grandes productores agroecológicos
de países como Colombia y Chile, incluso de Estados Unidos”.
Todo
correcto, muy progresista y muy ecologista.
Sin
cuestionar la apropiación (privada o estatal) de la tierra, sin
cuestionar el sistema productivo capitalista y su consustancial forma
de trabajo asalariado, el movimiento por la agroecología y la
soberanía alimentaria están sentenciados a ser integrados,
utilizados para reforzar el sistema de dominación
estatal-capitalista, como alternativas reformistas que sirven al
objetivo estratégico de neutralizar toda alternativa verdaderamente
antisistémica, siempre al servicio de la perpetuación del mercado
capitalista y su aparato estatal y, en definitiva, al servicio del
sistema global de dominación. Así, los productos de “calidad
ecológica” han pasado en poco tiempo a las tiendas del gourmet,
como vanguardia comercial de la industria alimentaria
global-capitalista, destinados a proveer de alimentos sanos a las
clases pudientes, a quienes puedan pagar sus altos precios de
mercado.
El
viejo mantra anarquista de” la tierra para el que la trabaja” es
un error de principio, ético y ecológico, no sólo estratégico,
copiado y arrastrado desde que lo pronunciara Emiliano Zapata a
finales del siglo XIX. La tierra no es propiedad de nadie, sus frutos
sí son de quienes los trabajan. Pero si quienes los trabajan son
propietarios, campesinos por cuenta propia, al servicio de una
empresa -aunque ésta fuera cooperativa-, o al servicio de un sistema
productivo estatal, estos campesinos siguen siendo colaboradores
activos del sistema de dominación. La apropiación de la tierra, en
cualquiera de sus formas, sigue siendo un robo, un delito ecológico,
social y universal, por siglos que pasen desde que lo dijera Bakunin.
Los
recursos naturales de la tierra constituyen el procomún universal,
junto con los del conocimiento humano, son bienes comunales
universales que a nadie pertenecen sino al común universal. A cada
individuo y a cada comunidad humana, habitantes de cada territorio,
les corresponde la responsabilidad (deber) universal de preservar
este procomún, de gestionarlo en modo ecológicamente sustentable,
democráticamente, en régimen de autogobierno comunitario, en
beneficio de todos sus miembros y en solidaridad con el resto de las
comunidades humanas y las generaciones futuras. Ni siquiera a ellas
les pertenece la Tierra y el Conocimiento Común. De haber un futuro
emancipado, el campesinado es una clase sentenciada a la extinción,
como la de los empresarios, los banqueros y los políticos.
El
individuo adoctrinado, dependiente e irresponsable, producto de la
modernidad estatal-capitalista, es una degradación de la condición
humana, una especie débil y decadente, que sólo tiene futuro si es
capaz de autoconstruirse individual y comunitariamente. En ese
horizonte, necesariamente revolucionario, cada individuo será
responsable de su propia autonomía y corresponsable de la autonomía
de la comunidad en la que transcurre su vida. Necesariamente, cada
persona será "campesina", productora de su propio alimento y
coproductora del alimento comunitario, como de todos los bienes y
servicios necesarios a la calidad y reproducción de la vida.
Mientras
eso llega, el campesino que es propietario de la tierra, por muy
trabajador y agroecologista que sea, es un productor capitalista, sea propietario o asalariado, que
contribuye, activa o pasivamente, a reproducir y fortalecer el sistema mercantil propio de la economía capitalista, fundamentado en la competitividad, en el economicismo crecentista y en el interés individual por encima del bien común.
Por
mucho que se repita el guapo discurso de la salud, la ecología y la
soberanía alimentaria, lo cierto es que este paradigma desprende -a pasos
agigantados- un evidente tufo reformista, que huele a fruta podrida.
Rescatar
la comunalidad de la tierra, el derecho universal a su uso personal y
comunitario, es el único horizonte viable a futuro. Persistir en el
“mejoramiento” del sistema de propiedad y dominación, es caminar
al desastre seguro, cuyas evidencias, afortunadamente, ya hemos
empezado a barruntar en los tiempos que corren.
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