sábado, 28 de mayo de 2016

AGROECOLOGÍA Y SOBERANÍA ALIMENTARIA, ENFOQUE INSUFICIENTE Y REFORMISTA


Agroecología capitalista, destinada al club del gourmet

Acabo de leer un artículo publicado en Rebelión hoy mismo, “Saberes antiguos para la agricultura del futuro”, que habla de la presencia en Argentina del investigador chileno Miguel Altieri, profesor en la universidad de Berkeley y referente mundial del movimiento agroecológico. Hago un extracto: “Altieri, quien también es Presidente Honorario de la Sociedad Latinoamericana de Agroecología (SOCLA), explicó por qué la propuesta agroecológica apoya principalmente a los campesinos. Existen aproximadamente 1500 millones de hectáreas de tierra agrícola en el mundo. El 80% está bajo agricultura industrial, que en promedio sólo produce 30% de lo que come la humanidad (sólo le interesa generar biomasa). Por su parte, los campesinos, que son 380 millones de fincas en el mundo, trabajan el 20% restante y producen en promedio el 60% de los alimentos que consumen los habitantes del planeta. Entonces, ¿quiénes son los principales productores? Los campesinos. La Agroecología ha tomado como prioridad ese sector porque puede solucionar efectivamente el problema del hambre en el mundo.

No obstante, los grandes productores también son tenidos en cuenta dentro del movimiento agroecológico, tal cual lo señaló Clara Nicholls, docente y colega de Altieri en la UC: Nos interesa que vaya desapareciendo ese mito de que la Agroecología es sólo para campesinos. Los grandes productores, aquellos que tienen entre 200 y 500 hectáreas, también pueden aplicar estos principios. Obviamente, las formas tecnológicas que deben adoptar son diferentes a las de la pequeña escala, pero las bases son las mismas. Por eso, para nosotros es clave venir a la Argentina a mostrar ejemplos de grandes productores agroecológicos de países como Colombia y Chile, incluso de Estados Unidos”.

Todo correcto, muy progresista y muy ecologista.


Sin cuestionar la apropiación (privada o estatal) de la tierra, sin cuestionar el sistema productivo capitalista y su consustancial forma de trabajo asalariado, el movimiento por la agroecología y la soberanía alimentaria están sentenciados a ser integrados, utilizados para reforzar el sistema de dominación estatal-capitalista, como alternativas reformistas que sirven al objetivo estratégico de neutralizar toda alternativa verdaderamente antisistémica, siempre al servicio de la perpetuación del mercado capitalista y su aparato estatal y, en definitiva, al servicio del sistema global de dominación. Así, los productos de “calidad ecológica” han pasado en poco tiempo a las tiendas del gourmet, como vanguardia comercial de la industria alimentaria global-capitalista, destinados a proveer de alimentos sanos a las clases pudientes, a quienes puedan pagar sus altos precios de mercado.

El viejo mantra anarquista de” la tierra para el que la trabaja” es un error de principio, ético y ecológico, no sólo estratégico, copiado y arrastrado desde que lo pronunciara Emiliano Zapata a finales del siglo XIX. La tierra no es propiedad de nadie, sus frutos sí son de quienes los trabajan. Pero si quienes los trabajan son propietarios, campesinos por cuenta propia, al servicio de una empresa -aunque ésta fuera cooperativa-, o al servicio de un sistema productivo estatal, estos campesinos siguen siendo colaboradores activos del sistema de dominación. La apropiación de la tierra, en cualquiera de sus formas, sigue siendo un robo, un delito ecológico, social y universal, por siglos que pasen desde que lo dijera Bakunin.

Los recursos naturales de la tierra constituyen el procomún universal, junto con los del conocimiento humano, son bienes comunales universales que a nadie pertenecen sino al común universal. A cada individuo y a cada comunidad humana, habitantes de cada territorio, les corresponde la responsabilidad (deber) universal de preservar este procomún, de gestionarlo en modo ecológicamente sustentable, democráticamente, en régimen de autogobierno comunitario, en beneficio de todos sus miembros y en solidaridad con el resto de las comunidades humanas y las generaciones futuras. Ni siquiera a ellas les pertenece la Tierra y el Conocimiento Común. De haber un futuro emancipado, el campesinado es una clase sentenciada a la extinción, como la de los empresarios, los banqueros y los políticos.

El individuo adoctrinado, dependiente e irresponsable, producto de la modernidad estatal-capitalista, es una degradación de la condición humana, una especie débil y decadente, que sólo tiene futuro si es capaz de autoconstruirse individual y comunitariamente. En ese horizonte, necesariamente revolucionario, cada individuo será responsable de su propia autonomía y corresponsable de la autonomía de la comunidad en la que transcurre su vida. Necesariamente, cada persona será "campesina", productora de su propio alimento y coproductora del alimento comunitario, como de todos los bienes y servicios necesarios a la calidad y reproducción de la vida.

Mientras eso llega, el campesino que es propietario de la tierra, por muy trabajador y agroecologista que sea, es un productor capitalista, sea propietario o asalariado, que contribuye, activa o pasivamente, a reproducir y fortalecer el sistema mercantil propio de la economía capitalista, fundamentado en la competitividad, en el economicismo crecentista y en el interés individual por encima del bien común.

Por mucho que se repita el guapo discurso de la salud, la ecología y la soberanía alimentaria, lo cierto es que este paradigma desprende -a pasos agigantados- un evidente tufo reformista, que huele a fruta podrida.

Rescatar la comunalidad de la tierra, el derecho universal a su uso personal y comunitario, es el único horizonte viable a futuro. Persistir en el “mejoramiento” del sistema de propiedad y dominación, es caminar al desastre seguro, cuyas evidencias, afortunadamente, ya hemos empezado a barruntar en los tiempos que corren.

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