El contexto |
I
¿DE DÓNDE
PARTIR?
El cultivo
de la empatía. El principio de sanación y la teoría de la
crisálida
A. Planteamiento
Existen
el bien y el mal, como
existen
la salud y la enfermedad. La empatía es el estado de salud
espiritual
que nos conduce a obrar bien y con verdad, es
lo que
nos lleva a comportarnos bien con los demás, a no engañarles
ni hacerles daño, porque si
lo hiciéramos sería como
engañarnos o hecernos
daño a nosotros mismos.
Definitivamente, la
empatía es lo que nos hace humanos.
Sin
mucho éxito y
antes de que existiera la
ciencia de la psiquiatría, la empatía fue bien
definida por un paisano de
Judea, hace más de dos mil años:
“ama al prójimo
como a ti mismo”.
Si,
como afirman los psiquiatras, sólo el veinte por ciento de la
población mundial practica,
tiene empatía, resulta que
la mayoría, el ochenta por ciento, padecemos
algún tipo de
psicopatía. Vivimos, pues,
en un mundo superpoblado por psicópatas, por gente que “hace
su vida” al margen o en ignorancia de toda forma de empatía; una
sociedad que, si algún día
tuvo
y cultivó la empatía, ha
dejado de hacerlo por alguna razón que,
por la cuenta que nos tiene,
nos es obligado averiguar.
El
cultivo de la empatía sería, pues, la asignatura principal del
aprendizaje humano, la
justificación y clave de
todo sistema educativo
en una sociedad sana.
La
empatía es núcleo
de la ética y clave de la civilización humana. El estado de
empatía es el estado propio
del
ser social que somos. Por
muchas vueltas y rodeos que le demos a
las causas de las guerras, de
la barbarie, de
la explotación o de
la miseria que se extienden
por todo el orbe, siempre
encontraremos la ausencia de empatía
como explicación
primera.
La empatía es el verdadero
indicador del progreso o del retroceso de las
cualidades
humanas,
de su evolución. En
la medida en que la carencia de empatía se hace
global y hegemónica,
es obvio que nos acercamos a
nuestra máxima decadencia
y, con toda probabilidad, al fin de la civilización humana.
Mis
limitaciones, mis defectos físicos o mis enfermedades, son mías,
sólo a mí pueden perjudicarme mientras
no sean contagiosas. Pero
mis psicopatías -mi carencia
de empatía- perjudica directamente
a los demás, es un mal
mayor,
es la enfermedad social por excelencia.
Cada
uno de nosotros somos seres únicos y, por tanto, desiguales. Sólo a
un psicópata pueden parecerle pocas nuestras desigualdades
naturales, como para añadir, además,
las
desigualdades
sociales,
económicas
y políticas,
a sabiendas de que con ello
se está
haciendo daño. Una sociedad
sana sólo puede ser empática,
o sea, compasiva e
igualitaria. Deberíamos, pues,
identificar la empatía como
la condición
necesaria para el bien
vivir, en
estado de salud personal y social.
Puede
que haya psicopatías congénitas
-aunque lo dudo-, pero
creo
que la mayor parte son
inducidas, creo
que somos
adiestrados a diario en
ellas, incluso en nuestras
casas y
escuelas,
en las empresas y en las
universidades, en el ocio y los negocios, en la publicidad y en los
supermercados, en libros, películas, televisiones,
videojuegos, internetes y periódicos, en la consulta del médico y
en las oficinas
del INEM,
en los sindicatos y partidos, en el ejército,
en el parlamento y en los
campos de fútbol, en la religión y en el sexo...vayamos donde
vayamos, a todas horas, somos inoculados con un buen cóctel de
psicópatías.
Por
mucho que la National Geographic nos haya acostumbrado a ver el
espectáculo de la belleza
de la Tierra, fotografiada desde el espacio, decidme
si no es de
psicópatas
que el
planeta común sea manejado como un
botín privado; decidme
si no es pura barbarie
la “normalidad” del catastro de la propiedad, que
organiza el planeta en parcelas alambradas, en trozos de
propiedad particular,
decidme
si no es una verdadera
salvajada legalizar
la apropiación privada de
lo común, si no es una enfermedad social
bien grave la ley de la
propiedad privada, que
protege el
saqueo y
el robo
de la Tierra común.
¿Y
qué decir
del trabajo asalariado, mediante el que la mayoría de la gente del
mundo se ve obligada a ganarse la vida? ¿Dónde está la empatía
del ser humano que es capaz
de someter
a otro en su propio beneficio?,
¿es que acaso no está
enfermo quien ve libertad donde sólo hay dependencia, quien ve
dignidad en el trabajo asalariado, donde sólo hay esclavitud?...y
llegados a este punto, vivir
de las
rentas
resultantes
del trabajo ajeno o de la
mera propiedad
de la tierra, decidme
si
esos no
son oficios
propios
de mentes enfermas, carentes de empatía, gravemente
aquejadas
por algunas de las muchas
variantes
de la enfermedad mental...
¿ y el
oficio sacerdotal o
el político, esas
dos psicopatías
paralelas,
qué decir del
enfermizo respeto con los
que son considerados estos
oficios?
Pues
bien, creo que todo
empieza a partir de ahí,
que la
revolución integral debería
consistir
básicamente en subvertir el
estado enfermizo
de la sociedad humana, en
extender la empatía y
combatir las
psicopatías que constituyen
el programa político de las élites que nos
gobiernan y
que durante
los dos últimos
siglos han ido concentrando todo
su
poder en estructuras
financieras y
políticas de alcance global,
en una infernal alianza de poderes fácticos,
todo ello para
tener poder,
dominio sobre el
prójimo, la enfermedad
psicópata en su máxima expresión.
Pero
no todo está perdido, creo
que queda un recuerdo de la
primigenia empatía
humana,
un rescoldo que aún podría
ser reanimado. Para dar con él hay que seguir su débil rastro en la
gente que, por vía política
o religiosa, se siente “de izquierdas”. En alguna gente de
derechas también hallaremos algún rastro parecido,
pero de más dificil sanación, porque estas gentes son psicópatas
convencidos,
recalcitrantes a
conciencia, gente que por
sistema prescinde y
desprecia su propio
catecismo, prevaricadores
que a sabiendas ignoran
en su beneficio que además
de por obra, también se peca
por
omisión; para ellos, en
todo caso, la
empatía
es cosa celestial,
la
utopía que corresponde a
un mundo ficticio
situado en el
más allá. Los
psicópatas de izquierdas, aún
padeciendo la misma enfermedad mental,
al menos tienen, tenemos,
una cierta mala conciencia empática
y, por tanto, tienen, tenemos,
un mejor
diagnóstico.
La revolución integral no
debe excluir a nadie, pero, si
ha de prender debe priorizar
objetivos y, por tanto,
mejor
empezar por
la gente más próxima a la
empatía, la que se siente
“de izquierdas”.
B. Conclusiones:
Primera
conclusión: la empatía como principio ético universal, con la
finalidad de alcanzar el mejor estado posible de salud física y
espiritual; la revolución integral como el proceso de sanación,
personal y colectivo, que es necesario a tal fin.
Segunda
conclusión: antes
de alcanzar la madurez revolucionaria,
es obligado
conquistar la izquierda social,
construir la “nueva izquierda” como crisálida a partir de la
caduca larva de la vieja izquierda.
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