A
priori, no me cabe duda de que los procesos de unidad popular puestos
en marcha para las próximas elecciones generales, son más democráticos que
el iniciado por el partido Podemos, que también se autodefine como
tal. Desde mi punto de vista, la cuestión esencial no reside en las carencias del procedimiento sino en las de sus principios,
finalidad y estrategia.
Desde
la propia visión estratégico-electoral de quienes impulsan el
actual proceso de unidad popular, sus posibilidades electorales
disminuyen notablemente en caso de tener que competir con Podemos y
con Izquierda Unida en las urnas; y en caso de integración o
coalición, el riesgo está en su absorción en beneficio de la
estrategia ciudadanista y socialdemócrata de Podemos. Pero la contradicción
mayor insisto en que se localiza en el origen de esta concreta iniciativa de
unidad popular, en haber nacido exclusivamente para la convocatoria
electoral, cuando han visto en ella una oportunidad, un resquicio por
el que tocar el poder, dada la situación de relativa debilidad
electoral en que se encuentra el tandem bipartidista PP-PSOE.
Todos
los intentos de hacer un programa consensuado desde las asambleas
ciudadanas nace viciado por esta intencionalidad electoral, que por
sí supone una aceptación implícita de las reglas de juego del
sistema. Porque, aunque la intención fuera cambiar esas reglas -en caso de
alcanzar una suficiente cuota de poder-, quienes conocen sus
verdaderos resortes saben que éstos no están en el gobierno, sino
que se hayan diluidos en una compleja y blindada maraña
institucional, perfectamente diseñada para la reproducción y
perpetuación del sistema: la propiedad privada, el trabajo
asalariado, las corporaciones financieras, su entramado
nacional-global, todo el aparato legal y productivo, el mercado
“libre y global” capitalista...y, por encima de todo ello, los
ejércitos nacionales y de la OTAN que, en última instancia,
garantizan la defensa, imposición y continuidad del sistema de dominación, la
fuerza armada que a la postre constituye la verdadera esencia del
sistema en su actual forma geoestratégica de bloques.
Esas
y no otras son las instituciones que constituyen el sistema, el real
y concretamente existente, estatal-capitalista, el que se
pretende gobernar con el impulso de unas masas populares educadas
-fundamentalmente por los partidos de la izquierda- en los principios
burgueses del mismo sistema que se pretende asaltar. La educación para
el estado de bienestar es su contradicción irresoluble, la trampa
sin salida en la que está atrapada toda iniciativa de unidad popular
liderada desde esa izquierda y que tan útil resulta a la estrategia final
de la derecha. Su ideología del bienestar basado en la posesión y
el dinero, en la capacidad de consumo, es el auténtico bipartidismo
ideológico que hermana a los partidos de la izquierda y la derecha,
la enfermedad fatal con la que nace muerta esta unidad popular.
Estamos
hablando, pues, de una quimera, de una nueva y anunciada derrota, una
más entre todas las acaecidas durante más de dos siglos de historia
del Estado moderno en su forma capitalista, estamos hablando del
sistema de dominación y de su alter ego, de la ideología
obrerista-ciudadanista propia de la izquierda residual, absolutamente
desorientada ante el largo historial de sus fracasos y que, no
obstante, de modo pertinaz, sigue manteniendo un discurso
anticapitalista al tiempo que una praxis contradictoria,
socialdemócrata y/o estatalista.
Estamos
hablando de la iniciativa de una izquierda definitivamente
autolastrada por el peso histórico de sus errores y contradicciones.
Una y otra vez impidiendo la revolución necesaria en los momentos
críticos de la historia; que dice estar frente al sistema y todo lo
que hace es para afianzarlo. Una y otra vez encauzando la rebeldía
de la gente hacia el redil institucional del Estado, poniendo a parir
a los bancos y al mercado, pero aceptando, de hecho, el estatus
financiero basado en la deuda de las personas y de los propios
estados; aceptando la injusticia inherente al mecanismo distributivo
de los mercados...una y otra vez proponiendo medidas ecologistas a
la vez que la reindustrialización productivista que arrasa los
recursos productivos naturales; criticando a la patronal de los
propietarios, pero prometiendo crecimiento desarrollista para crear
más empleo asalariado, más trabajo que perpetúe la patronal y la relación de
dominación que se esconde en el contrato laboral, que sirve de
fundamento a la división de la sociedad en clases. Y lo más grave
de todo, una y otra vez propagando la religión del dinero, los
contravalores materialistas y reaccionarios de la cultura burguesa,
anteponiéndolos a los valores humanos esenciales, los relativos a la
espiritualidad y a la cultura, una y otra vez
cosechando lo sembrado...necesitando al Estado como la Policía
necesita a la delincuencia, para justificar su salario. Pero lo
cierto es que el Estado sólo necesita a esta izquierda lo mínimo e
imprescindible, sólo para justificar su teórica pluralidad y su
escénica representación de la democracia burguesa. Esa es, a día
de hoy, su ambigua y lamentable función histórica, la de alejar de
los individuos la idea y proyecto de revolución...a no ser en su versión banal y publicitaria, como marketing político-electoral,
imitando la estrategia de las marcas comerciales cuando ofertan sus
“revolucionarios” productos.
Hay
otra unidad popular posible e inmediata, a condición de no coger
atajos, de no seguir a pie juntillas la lógica abstracta del poder, de no dar
crédito a su retahíla de abstracciones, como “la democracia”,
“la nación”, “el bien común”, “la ciudadanía”...a
condición de hacer más que decir, de hacerlo en asambleas
concretas, en democracia directa y concreta, practicando la soberanía
concreta, en cada comunidad y territorio concreto...recuperando los
bienes comunales históricos y concretos, construyendo cooperativamente los nuevos
bienes comunales, universales y concretos, que son la Tierra y el
Conocimiento, construyendo verdadero y concreto contrapoder local y
global, construyendo desde el territorio confederaciones
territoriales de asambleas comunales, soberanas y autónomas, como
alternativa concreta frente al concreto sistema de dominación...
Ahora
bien, lo cierto es que esa unidad popular a la que me refiero,
basada en la democracia directa y la comunalidad, sólo puede ser
construida por individuos libres y conscientes de la realidad, nunca
por individuos rehenes del sistema. La tarea primigenia de la unidad
popular realmente necesaria, creo yo que consiste en reconstruir el
sujeto ético y comunitario que puede hacerla posible. Entonces sí
que podremos construir la unidad popular en la versión que, al menos a mi, me
parece necesaria y concreta: para superar el estado de dominación y
acabar con el sistema, no para otra cosa.
1 comentario:
Estoy de acuerdo.
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