La
Montaña Palentina es la comarca natural que se localiza en la
vertiente meridional de la Cordillera Cantábrica, formando parte de
la actual provincia de Palencia. Su territorio es colindante con
otras cinco comarcas: Páramos y valles (Palencia), Montaña de Riaño (León), Liébana y Campoo (Cantabria) y Sedano-Las Loras (Burgos)
Por
su fonética, intuimos el origen de la palabra “co-marca”:
territorio situado en el límite (marca) con otro territorio;
“comarcar” es verbo aún utilizado con el sentido de limitar o
marcar los límites de un terreno; y “comarcanos” son los
propietarios colindantes. Su evolución semántica es, sin embargo,
compleja. En libros antíguos podemos ver que se le daba el sentido
de territorio fronterizo. En 1.780, la edición del Diccionario de la
Real Academia Española le atribuía el significado de “territorio
que comprende un pueblo con todos sus alrededores” (una villa y su
alfoz), mientras que en la posterior edición de 1.832 está recogida
la acepción más comúnmente usada hasta la actualidad: “división
de un territorio que comprende varias poblaciones”.
El
término ha evolucionado hasta referirse al “ámbito espacial de
escala intermedia entre los ámbitos local y regional”. En un
contexto puramente geográfico hay quienes consideran que la comarca
es un término del pasado, que aludía a la singularidad histórica de
un territorio más pequeño que una región también histórica, de
tal modo que hoy carecerían de funcionalidad, dado que los cambios
urbanos o las razones económicas han alterado su antigua
funcionalidad, al surgir otras formas de diferenciar los territorios.
De ahí que haya quien considere que hoy no procede hablar de
comarcas sino de otro tipo de espacios territoriales ligados a su
actual funcionalidad urbana o económica.
A finales del siglo pasado,
con la creación de las mal llamadas Comunidades Autónomas (que ni
son comunidades ni son autónomas), resurge la figura de la comarca
como entidad territorial que integra a varios municipios y que se
articula normalmente en torno a un centro poblacional en el que se
concentran los servicios. No obstante, aunque esta idea de comarca
tampoco ha logrado imponerse de manera general, subsiste el concepto
general de comarca definido en el siglo XVIII, entendida como
territorio articulado en torno a un centro de servicios, que nos
remite a los centros de mercado urbanos como origen de las comarcas.
Yo
tengo un criterio mucho menos técnico, que es el de “paisanía”,
empleado por la gente de los pueblos, por el que se reconocen como
paisanos todos aquellos que se sienten unidos a un territorio, por
razones de trato y proximidad, gente que habita el mismo paisaje
geográfico, el mismo “país”. En buena parte del
medio rural de la península ibérica aún pervive esta idea de
paisanía. Y en Francia está muy extendida la denominación de
“pays” aplicada a territorios que aquí llamaríamos comarcas. El
“payés” catalán tiene esa misma raíz y concepto. Este es el
criterio que yo prefiero, no impuesto por administración alguna
sino generado a partir de la experiencia vital y el propio reconocimiento de la gente que
habita el territorio.
El
territorio comarcal es la base natural y común en la que se producen
las relaciones sociales, políticas, económicas y emocionales entre
los individuos que lo habitan. En el ámbito comarcal tienen lugar la
inmensa mayoría de estas relaciones, en las que a diario se concreta
y desarrolla la mayor parte de la vida. La comarca es, por tanto,
también el ámbito político propio para el autogobierno de la comunidad que convive en un
país o comarca.
Los vínculos emocionales y económicos con el paisaje común y con la historia común producida en las relaciones sociales de vecindad, resultan fragmentados y hasta anulados si la población carece de plena capacidad política, como sucede hoy en los territorios cuyas instituciones municipales son apéndices dependientes de decisiones administrativas y políticas ajenas a la comunidad. Lo común se reduce así a una parte convivencial mínima, sin la dimensión política de la autonomía y el autogobierno (eso y no otra cosa es la democracia), la “comunidad” es una ficción administrativa, sea cual sea su tamaño territorial... comarcal, regional, nacional o europeo.
Los vínculos emocionales y económicos con el paisaje común y con la historia común producida en las relaciones sociales de vecindad, resultan fragmentados y hasta anulados si la población carece de plena capacidad política, como sucede hoy en los territorios cuyas instituciones municipales son apéndices dependientes de decisiones administrativas y políticas ajenas a la comunidad. Lo común se reduce así a una parte convivencial mínima, sin la dimensión política de la autonomía y el autogobierno (eso y no otra cosa es la democracia), la “comunidad” es una ficción administrativa, sea cual sea su tamaño territorial... comarcal, regional, nacional o europeo.
En todo caso, cuando llegue el momento de constituir la comunidad autónoma comarcal, será a los paisanos y paisanas de los pueblos del territorio a quienes les corresponda decidir, soberanamente, el ámbito territorial de su propio país o comarca.
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