Christine Lagarde y Yanis Varoufakis
Entre los siglos IV y III
antes de Cristo, el sabio chino Mencio, ya supo resumir en qué
consistía esa cosa que es el Estado y su Economía: “Los
gobernados producen comida y
los que gobiernan son alimentados. Que ésto es lo justo se reconoce
universalmente bajo el Cielo“
La
economía es un campo de la experiencia humana que, como tantos
otros, se alimenta de un mito fundacional que, cuando es
descubierto, nos muestra su verdadero rostro de ciencia-pufo, un
armatoste teórico que reproduce su mito original al objeto de
justificar (en el caso de la economía) a la “academia”, a esa
clase de expertos e intelectuales que, como los gobernantes,
aspiran a ser alimentados por la clase de los gobernados, en virtud de
un supuesto derecho que consideran sagrado, propio de los que no
necesitan mancharse las manos para vivir, porque, a diferencia de los súbditos,
ellos se dedican a "pensar".
Todo
ésto viene a cuento de que ya estoy muy harto de ese mantra que
circula hoy por toda Europa a propósito de la deuda griega, como si
fuera una ley sagrada: “las deudas hay que pagarlas”.
Hasta el propio gobierno de Syriza parece compartirlo después de
llegar al poder. Se olvidaron de que existe la posibilidad de no
pagar y ya sólo aspiran a renegociar la deuda. Eso sucede no sólo
porque el gobierno de Syriza comete el error de otorgar así
legitimidad representativa a la democracia capitalista del estado
griego que ha heredado, sino también por un error de aún más
larga historia: por esa fe, hoy universal, en la economía, tan
sólidamente compartida por las dos facciones del sistema, por la
izquierda y la derecha.
La ciencia económica ha logrado constituirse como territorio independiente, autónomo de la política, dotado de leyes propias, objetivas e inexorables, al margen de la voluntad de los pueblos. Por eso, me parece muy importante que desde otros campos de la experiencia y el conocimiento humano, se vaya descubriendo la "otra" historia, ayudando a desmontar ese mito de la economía que hoy sirve para seguir justificando la dominación de unos seres humanos por otros, ahora en su versión contemporánea de tinglado estatal-capitalista.
Para
ello, es muy recomendable la lectura de “DEBT: The First 5,000
Years”, libro publicado en España con el título “En deuda. Unahistoria alternativa de la economía”, obra reciente de David
Graeber, reconocido antropólogo norteamericano, anarquista y uno de
los activistas más destacados del movimiento Ocupy Vall Stret.
Resulta muy interesante que, tanto desde la arqueología como desde
la antropología, nos estén llegando nuevos conocimientos sobre la
historia humana, que contribuyen valiosamente a desmontar los mitos
que la historia oficial ha ido instalando en nuestras mentes a lo
largo de muchas décadas de amaestramiento en escuelas y
universidades. En primer lugar, tanto la investigación antropologica
como la arqueológica están poniendo en evidencia que el origen oficial
del dinero no está en el trueque, al que el dinero vendría a
sustituir para facilitar el intercambio. Sencillamente, todo el mundo
hemos dado por buena esta interpretación cuando nadie nunca encontró
esa sociedad arcaica en la que para superar los inconvenientes del
trueque, se inventó el dinero. No se encontró porque nunca existió.
Lo que sí se sabe, es que las cosas funcionaban entonces de otro
modo, que la mayoría de las comunidades humanas, antes de la
aparición de los antíguos imperios y tras el declive de éstos,
ponían en común lo producido y, en muchos casos eran los consejos
de mujeres quienes distribuían los bienes entre la comunidad. Esta
historia, de la que sí existen datos y conocimiento científico, nos
ha sido sistemática y celosamente ocultada. Como argumenta David
Graeber, el dinero no tiene su origen en el trueque, que era casi exclusivamente practicado entre desconocidos e incluso entre pueblos enemistados, pero nunca en la forma que nos ha sido trasmitido. La sal, las pieles de animales, las especias o trozos de metal, cada cosa que las comunidades producían en abundancia, eran utilizadas como sistema de intercambio antes que apareciera la moneda acuñada por los gobernantes de los antíguos imperios, nunca el trueque cómo se nos ha contado y que constituye el mito originario, la primera falsedad histórica de la ciencia económica actual.
Antes que el dinero existía la deuda. La deuda tiene como hecho originario
una promesa de restitución hecha a alguien más poderoso. La deuda
siempre expresa una relación de sumisión, el sujeto de la deuda
es, siempre, un súbdito.
A
todas luces, la deuda contraída con un igual es una obligación de
naturaleza moral radicalmente distinta. La diferencia entre esa
obligación y la deuda es que ésta es cuantificable en dinero y que
ésta sólo es personal para el deudor, al que le puede ir en ella
toda su vida, mientras que para el acreedor es algo impersonal,
perfectamente transferible e intercambiable por títulos. Nadie
garantiza la restitución del deudor, mientras el acreedor tiene
todas las garantías del Estado y de todo su aparato legal y
financiero, además del monopolio de la violencia en última
instancia, como hemos podido ver en los casos de deshaucio y en los
de cualquier otro impago, como el de los recibos de la luz, por
ejemplo.
El
deudor, al asumir la deuda como una obligación, la convierte en un
hecho moral, con lo que va en contra de sí mismo, porque así
subjetiva su condición de súbdito, así contribuye a reproducir la
relación de poder que le ata al soberano acreedor. Con esta
creencia, el sumiso deudor piensa que ha suscrito un contrato entre
iguales y le otorga legitimidad moral a un compromiso que no es
contractual y que, en ningún caso, es un contrato entre iguales. Tan
es así que podríamos llegar a pensar que en la actualidad estamos
en una fase del capitalismo en la que se ha logrado el más alto
grado de camuflaje de los mecanismos de dominación.
No
importa que el Banco de Inglaterra haya declarado recientemente que
“la banca privada puede crear dinero de la nada”, una afirmación
que, de hecho, derriba todos los fundamentos teóricos de la austeridad
esgrimidos como única salida a la crisis actual. Casi nadie se ha
hecho eco de esta escandalosa declaración. A nadie parece
interesarle la verdad, aunque la cuente el Banco de Inglaterra, tal
es el éxito del sistema. En una entrevista al respecto, el propio
David Graeber decía: “Entender
ésto
es lo que nos permite seguir hablando sobre el dinero como si fuera
un recurso limitado, como la bauxita o el petróleo; nos permite
decir que “no hay suficiente dinero” para invertir en programas
sociales, nos permite hablar de la inmortalidad de la deuda pública
o decir que el gasto público “desplaza” al sector privado. Lo
que ha admitido el Banco de Inglaterra esta semana es que nada de
esto es cierto.” La
verdad es que la cantidad de dinero que un banco podría emitir sólo
tiene un límite: que siga encontrando a alguien a quien darle un
préstamo.
La
diferencia del capitalismo con otras sociedades de clases que han
tenido lugar en la historia consiste en que, hasta ahora, el capitalismo ha logrado
disociar la dominación política de la explotación económica.
Hasta el capitalismo, el robo y la explotación se producían siempre
mediante mecanismos ajenos a la producción de bienes, a su
distribución y a su intercambio. Siempre se produjeron mediante
mecanismos de dominación política y el uso de diferentes modos de
violencia, dirigidos
a perpetuar la desigualdad social. El Estado moderno viene a perfeccionar esos mecanismos de dominación, en defensa de la propiedad privada y la explotación. En
el capitalismo el contrato social se presenta como realizado entre
iguales, la producción de bienes y servicios como un proceso
puramente técnico-financiero, de modo que la dominación de clase y
la explotación que la acompañan quedan perfectamente invisibles y disimuladas.
Como
sucede con la economía capitalista, el Estado se fundamenta también en un mito
contractual, de similar naturaleza oculta. En el regímen de
democracia capitalista, el soberano “representa” al pueblo, un
pueblo que consiente su
representación como
un (supuesto)
contrato social, sancionado por (supuestos)
iguales. Esta
forma de representación es la que remite a la creencia en el mito de
que el Estado es “lo público”, cuando en realidad se refiere a un
contrato virtual que permite al sistema de dominación camuflarse
detrás de esa
falsa legitimidad contractual. El contrato laboral viene a ser lo mismo, sigue la misma lógica tramposa. Como en la deuda, Dinero y Soberano, Finanzas y Estado, comparten una matriz común. Así se perpetúa la ciencia económica estatal-capitalista, como un pufo magistral, un mito que hasta los griegos se niegan a ver. Y es que, como dijera Jhon Kenneth Galbraith, "el proceso de cómo los bancos crean dinero es tan simple que la mente lo rechaza".
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miércoles, 11 de febrero de 2015
LA ECONOMÍA, MÁS MITO QUE CIENCIA
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1 comentario:
Interesantísimas reflexiones.
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