CUADERNO DE CAMINERÍA
AL PICO DEL FRAILE
por el Valle de San Román de Entrepeñas
Un viernes de noviembre, en soleada víspera del absurdo Halloween -otrora fiesta de todos los santos- nos presentamos en Santibáñez de la Peña, cuando sólo andan por esta parte del pueblo dos trabajadores municipales que arreglan una acera. Empezamos a caminar en la parte antígua de Santibáñez, la que ha quedado como barrio del hoy núcleo principal, crecido en torno a la estación del viejo ferrocarril de vía estrecha, que por aquí pasa, camino de León o de Bilbao, según se quiera.
Y el camino lo tomamos junto al río que sale a la carretera tras bajar de la sierra, pasando por el puente bajo las vías del tren, poco después de las últimas casas en las que ya no vemos a poblador humano alguno, sólo a un perro que ni nos ladra por no perturbar el silencio de la mañana.
El
camino que seguimos no es el habitual para subir al Pico del Fraile,
que se toma desde el Santuario de la Virgen del Brezo, reduciendo
notablemente los mil metros de desnivel que vamos a salvar por el
itinerario que hoy hemos elegido. ...No lo podemos evitar, hacemos estos
metros de más sólo por visitar de nuevo las ruinas del antiguo
cenobio de San Román y explorar el mágico rincón de estas montañas
donde vinieron a establecerse un puñado de monjes recién entrado
el siglo décimo, cuando por estas despobladas tierras de frontera
sólo transitaban ocasionalmente algunas tropas moriscas, al asedio
o en retirada. A poco, una desviación a la izquierda del camino y un
cartel explicativo animan a entrar en la espesura donde se levantan,
mejor, se caen, las ruinas del antiguo monasterio, uno de los más
primitivos de Castilla.
Este cenobio-abadía-monasterio de San Román -que nunca sé cual es su denominación correcta- fue siempre asociado a la
fortaleza militar ubicada en el cercano paraje denominado
Peñacastillo, desde el que se dominan los pueblos de esta parte de
la comarca y de gran parte de la llanura que se extiende por el sur,
hacia los páramos y valles de los ríos Boedo y Ojeda. Este castillo
de Santibáñez de la Peña era complementario de los de Aguilar,
Cervera y Guardo, con los que servía en la defensa de la importante
vía medieval que discurría de este a oeste, paralela y al pie de la
montaña. Unos siglos antes, durante la invasión del imperio romano,
por aquí tuvo lugar un importante asedio, entre los años 29 y 19
a.C., con la participación personal del emperador César Augusto.
El Castro de la Loma, muy próximo a Santibáñez debió de ser uno
de los más notables asentamientos de la Edad de Hierro, habiéndonos
quedado de entonces sobresalientes vestigios arqueológicos, tanto
del poblamiento cántabro como de los campamentos romanos que lo
cercaron hasta su derrota.
Puerta de la muralla en el Castro de la Loma. Foto de wikipedia |
La
torre medieval de la abadía, mínima expresión arquitectónica
superviviente al expolio humano y al deterioro de los siglos, nos
sugiere en su porte el imponente edificio que aquí fuera levantado
hace más de mil años.
Unos
metros antes de llegar a la torre hay que pasar por encima de un puente
medieval arrinconado entre muros e él adosados, que sirvieron para el relleno
de la plataforma sobre la que fue construida la abadía. El río baja retorciéndose entre robles y rocas, brincando a cada obstáculo y nutriéndose a cada poco por arroyuelos secundarios que bajan desde los riscos a toda prisa, en cascada, por todas partes.
Una
de las cascadas está muy cerca de la torre y junto a ella,poco más adelante,
sale un sendero que, sorteando la frondosa vegetación, nos adentra en
el bosque y nos mete en un paradisiaco rincón, donde las paredes
calizas arrancan desde el fondo mismo del vallejo y donde van apareciendo
pequeñas maravillas naturales...una surgencia de la que brota el agua silenciosa desde los adentros de la roca, varias cascadas que bajan ruidosas por un arroyo cantarín que sortea grandes piedras forradas de musgo, que no logra callarlo, en medio de una vegetación espectacular, que llenaría una guía botánica con sus cientos, puede que miles, de variedades.
Abandonamos este
rincón propicio al recogimiento y salimos de nuevo al camino que
nos adentrará en el valle hasta el pie de la montaña que hoy hemos
elegido como destino. Y a poco, tras remontar unas cuestas, nos
sorprende una pintada sobre la roca con gracia y verso improvisado:
“Aquí pasó el abuelo Monge y sus
secuaces, para con el jamón hacer las paces”...impresionante, venir
hasta aquí en cuadrilla para resolver un contencioso con la ayuda de
un jamón compartido y, además, dejar memoria histórica de tal
acontecimiento.
Nos vamos
aproximando y ya tenemos una visión completa de la Peña del Fraile
y del itinerario por el que hemos previsto alcanzar la cima.
Desde
Santibáñez hemos tardado algo más de una hora en llegar al
refugio del Corral, teniendo en cuenta nuestra desviación para
visitar las ruinas de San Román. En el refugio pueden pernoctar
hasta diez o doce excursionistas perfectamente, es sencillo pero no
le falta nada esencial, tiene una buena chimenea, amplia mesa con
asientos en la parte baja y una tarima corrida para dormir en la
parte de arriba. Y afuera, a unos metros, hay una magnífica fuente y
un par de mesas donde comer en días luminosos y calurosos como el
que hoy disfrutamos, a pesar de que estamos metidos en otoño y a
más de mil metros de altitud aquí, junto al refugio.
Dejamos
el amable refugio del Corral y nos adentramos en el barranco que por
el norte desciende de las cimas del Fraile, que son tres a mi entender. El
barranco no es muy escarpado en su fondo, pero no es recomendable intentar la subida por ahí, es mejor evitarlo por
cualquiera de sus bordes y a media ladera. Nosotros elegimos la de la
derecha en el sentido del barranco, sorteando rocas, brezales, tojos y algunos espinos en la
primera parte de la subida, hasta que llegamos a una zona más
pedregosa y despejada, a medida que ganamos altura. Desde esta parte
del barranco podemos admirar las sabinas que prosperan en la otra
ladera y que trepan hasta el mismo lomo de la montaña.
Justo
allí donde se inicia el barranco en su parte alta, es donde
cambiamos de dirección para alcanzar el collado (Trascueto de la Horca) que tenemos a
nuestra izquierda y desde donde pensamos continuar hacia la cumbre
principal del Fraile. En esta parte de la ascensión nuestros caminos
se cruzan con el de un grupo de cuatro rebecos que ahora descienden
desde el collado. Cambian su dirección al vernos y lo hacen por la
zona más empinada, van hacia la cumbre más oriental, como hacia el Cueto. El paraje en el que
iniciamos el trecho que sube hasta el collado del Trascueto está tapizado por grandes
matas de gayuba, cuyo nombre científico me vuelve a recordar Fini
(arctostaphylos uva ursi); es que se me olvida, por mucho que abunde
por estas montañas y siempre me acuerdo sólo de la segunda parte
del nombre, “uva de oso”.
Se
nos ha hecho algo dura y pesada esta pindia cuesta por la que hemos
alcanzado el collado; es verdad que el desnivel superado es
considerable, mil metros desde el pueblo, como también lo es que
andamos algo lentos, por razón de recientes catarros, de la propia edad que
llevamos encima y de alguna otra disculpa para esta flojera que hoy nos
acompaña hasta la cima.
Cuando
vamos llegando al hito cimero y veo la cresta que enlaza las tres
cimas del Fraile, me viene a la memoria la primera vez que estuve
por aquí, hace más de cuarenta años, con algunos buenos amigos de
juventud con los que a lo largo de los años fui descubriendo y
escalando otras muchas montañas. Creo recordar que estábamos en la
primavera y que todos estos altos estaban nevados, pero el recuerdo
más impresionante es el de habernos encontrado entonces con los
restos de una avioneta siniestrada, esparcidos a lo largo de este
largo cordal del Fraile, que enlaza con el de la Peña Mayor hacia el
Oeste y por encima de Velilla del Río Carrión.
Hacia
el oriente, la vista se nos extravía por las cercanas cumbres de Peña
Redonda, de Tosande y del Pico Almonga, extremo éste último de
todo este macizo, que por estas latitudes unos llaman “de la Peña”
y otros “del Brezo”. Al norte, las cumbres del macizo de Fuentes
Carrionas, entre las que siempre destacan Espigüete, Curavacas y
Peña Prieta...y más allá, al noreste, divisamos perfectamente las
cumbres de Peña Labra, Cuchillón, Tres Mares y Valdecebollas, allá
por donde se juntan nuestras vecindades campurrianas.
Y
así me pilla la foto, junto al buzón del Fraile, en lo que fumaba
un merecido cigarrillo con el Espigüete al fondo y meditaba acerca de
las dimensiones cuánticas del espacio-tiempo y su relación con
ésto de andar subiendo montañas solo porque sí.
Iniciamos el descenso con la idea de bajar al refugio por sitio distinto al que hemos seguido en la subida. Bajamos a derecho hasta el collado ya conocido y no abandonamos esta dirección sur hasta alcanzar el siguiente collado de más abajo, en el que un camino forestal nos baja de nuevo hasta la misma puerta del refugio.
1 comentario:
Excelentes relatos de caminante por zonas que no conozco pero de seguro que conoceré en un futuro.
Me gusta el titulo de la sección "cuadernos de caminería" por sencillo y radical a la vez.
Un saludo
Angel
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