Desconociendo
los intríngulis de la Física que pudieran explicar la relación entre las
dimensiones espacio-tiempo, sí tengo, no obstante, conocimiento vital de una
evidencia: el día que llegó ésto de la globalización, el mundo se me hizo más
pequeño y yo sentí que lo mismo sucedía con el tiempo.
Si
viajo a toda velocidad en AVE, de una punta del mundo a otra en AVION, digo que
“el día no me ha dado de sí”, pero cuando paso el día en mi pueblo, hablo con
la gente de por aquí, subo al monte, hago cosas en casa, voy a la huerta y
corto leña, digo de ese día que me ha cundido. No me cuesta entender la razón
geométrica del espacio, pero ignoro en absoluto la posible geometría del tiempo,
por mucho que Einstein le otorgara dicho vínculo matemático a esas dos
dimensiones, lo que, al parecer, las junta de modo inseparable en un único “contínuo espacio-temporal”.
Eso
es lo que me pasa de contínuo, por culpa de Einstein, que el mundo y el tiempo
dependen ahora de mi posición como observador, que por mucho que yo relacione
espacio y tiempo, dicho vínculo resulta ser convencional, algo que no alcanzo a
comprender y que sólo me sirve para entenderme, matemáticamente, con mis
semejantes. Entiéndaseme, eso me sucede cuando pienso en el mundo como algo pequeño, capital
Wall Stret, Bolamundi cubierta de pequeños océanos azules y continentes marrones, relativamente
minúsculos en el espacio de la mesa de mi habitación, lo que me facilita viajar en el tiempo y en el espacio de un suspiro, ir de Aguilar de Campóo a
Bogotá, por ejemplo.
No
me hacía falta ninguna elucubración científica para tener la certeza
experimental de que el tiempo, la vida, se me acorta y encoge en el espacio
global y la internet, en la misma medida que se me ensancha, me
cunde, en las familiares conversaciones y paisajes de por estos pueblos y
montañas, los bellos espacios donde vivo desde hace nada, intensos y largos tiempos.
Cuando
miro al Mundiglobo, así de pequeño, veo cómo andan cabeza abajo los neozelandeses,
cómo se derriten los glaciares de Groenlandia, las mentiras que cuentan los
periódicos en todos los continentes y los cuerpos encorvados que caminan o hacen
cola en el metro a las seis de la mañana, que van a trabajar a los campos y
polígonos industriales, todos iguales, por todo el orbe civilizado. Y cuando miro mi comarca
en el globo terráqueo, ya no la veo tan grande como cada día, veo en ella la
misma gente encorvada…los mismas mentiras periódicas, glaciares calentitos, neozelandeses que emigran a Groenlandia…algo debe
estar pasando, señor Einstein, en el contínuo espacio-tiempo, con ésto de la
globalización.
A
finales del siglo XIX, el matemático ruso Minkowski dijo algo tan críptico y
poético como ésto: “A partir de ahora el espacio por sí mismo, y el tiempo
por sí mismo están condenados a desaparecer como meras sombras y sólo una
cierta unión de ambos preservará una realidad independiente (¿)….la gravitación
afecta al espacio-tiempo de cada lugar y le dicta cómo curvarse….estando el
movimiento bajo la acción de un campo gravitacional independiente de la masa
del objeto móvil, es lícito pensar que ese movimiento está ligado al lugar y
que sus trayectorias están marcadas por la estructura del espacio-tiempo en el
que se deslizan”.
¡Ay este Minkowski!, que sentenció
espacio y tiempo a los solitarios mundos de las sombras, que los casó en feliz matrimonio
convencional, relativo, gravitacional, para que por siempre pudieran tener real
existencia…puede que algo de verdad haya
en ello, porque observando el mundo global, divorciando el tiempo del espacio, la
vida y el territorio, me encuentro aislado en su desordenada inmensidad, como
expulsado del tiempo y obligado a gravitar por las etéreas avenidas espaciales,
emigrante por los siglos de los siglos. Y, por tanto, obligado a caer de
contínuo en la tentación de la esperanza.
Y es que no digo yo que el saber
estorbe, que ocupe lugar, pero sí que llena mucho el tiempo. Y por mucho que la
ciencia diga, sabemos que el tiempo, al menos el nuestro, es limitado…porque
estamos hablando del tiempo-vida, ¿o no?, tan limitado como los bienes de la tierra
y como la Tierra misma. ¿De dónde, pues, la belleza de una fórmula matemática, sino
de su convencional exactitud?...como la del “tensor
métrico para una región determinada del espacio-tiempo”, ésta:
…Que no digo yo que no sea hermosa,
pero que igual, dado el averiado estado del mundo, podría la ciencia ocuparse un rato en discurrir fórmulas más orientadas a su arreglo, aunque fueran
menos exactas, aunque sólo fueran bellas por su simple utilidad para las gentes,
sólo para que la fraternidad humana pueda tomar cuerpo algún día, liberarse, por fin, del
derecho a la esperanza.
Pero ésto es lo que pasa con
la ciencia y por contagio con el arte, que se ha perdido la cabeza, el sentido
del tiempo y el lugar, comunidad y territorio, que en esa
desorientación se desliza dando tumbos por el cósmico espacio del conocimiento,
errante mercenaria del dinero y los gobiernos, empleada en divagaciones cuánticas
sobre el origen del universo y en dar soporte tecnológico al amaestramiento y
dominación de las gentes, innovaciones dicen, ¡drogas, medicamentos y megachorradas
informáticas!.
Ciencia sin pies ni cabeza, sin-con-ciencia
de las reales gravitaciones humanas, sin sentido de los no lugares donde
habitamos, ni del tiempo que no vivimos, ciencia ajena a la miseria espiritual
reinante, cómplice de la gran innovación capitalista: la normalidad y universalidad del desorden. Lo dicho, una
barbaridad.
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