¿Cómo que todo es
relativo?, ¿es que ya no es distinguible el bien del mal?, ¿es que no es
perverso el pluralismo “democrático” que incluye y ampara al mal?
Quien maltrata a otro ser humano sabe
que hace mal, igual que lo sabe quien lo sufre. Quien maltrata tiene una
responsabilidad ética y moral indiscutible, que no pueden ser justificada por razón
de alienación o sumisión del maltratado, ni siquiera por su consentimiento. Y también
sabemos que quien se opone y responde al maltrato merece un juicio bien
distinto, porque está defendiendo el valor universal de la dignidad humana, aunque a él le parezca que sólo se
defiende a sí mismo. Eso no es relativo, está bien y es lo justo.
Maltrata quien domina a otro ser
humano, sea cual sea la sinrazón de su jerarquía: género, raza, clase,
nacionalidad,… Una persona vinculada a otra u otras por un trabajo asalariado,
padece una situación de dependencia vital, que afecta a la totalidad de su
existencia, al completo de su dignidad como persona. Este vínculo de
dependencia, aunque sea voluntario, aunque tenga la apariencia de un contrato,
nunca lo es entre iguales, siempre establece el dominio de una parte sobre la
otra, por lo que el trabajo asalariado es un mal en sí mismo, un maltrato
incompatible con la dignidad atribuible a la existencia humana, una dignidad
que no admite fragmentación ni grados, porque nos hace iguales por
muy diferentes que seamos como individuos.
Lo bonito y lo feo sí son
conceptos relativos, admitimos que dependen del color del cristal con que se
miran, del gusto de cada cual, bien…, ¡pero no todo es relativo!, no al menos cuando
nos referimos a lo público, a nuestro
comportamiento en sociedad. Aquí no hay relativismo ético ni moral que valga,
lo que está mal está mal y no me digáis cómo, pero todo ser humano lo “sabe”, es
una sabiduría comunal y universal, un conocimiento que a nadie y a todos
pertenece.
Creo que quien no acierta a
distinguir entre el bien y el mal padece
la enfermedad del pensamiento postmoderno hoy hegemónico. Está contaminado por la
cosmovisión responsable del totalitarismo vigente, el que por negar la
totalidad del bien nos ha impuesto el
totalitarismo de lo relativo, tolerante con el mal, que nos sitúa en un presente
líquido y contínuo, en una realidad siempre
fragmentada e incomprensible, amoral, ajena a la humana experiencia histórica, que
nos sitúa en una realidad sin pasado ni futuro.
Las emisoras del Estado sueltan cada
día a su jauría de tertulianos para que proclamen las envenenadas bobadas del
siglo: "la igualdad es imposible", dicen, pero se refieren a la democracia; y,
además, en un alarde de gracia y racionalidad, dicen que "no existe una plaza
del Sol en la que cuarenta y siete millones de individuos puedan reunirse en asamblea" y,
apostillan, "aunque existiese, sería imposible llegar a algún acuerdo". Sus bobadas caen en terreno abonado en el que prenden fácilmente: “ÈSTO es lo que hay,
la democracia es imposible, sería el reino de la anarquía”.
¡Claro que cada individuo es
diferente a cualquier otro!, pero no estamos hablando de sus características y cualidades
personales, del color de sus ojos o de su piel, no de su salud o su estatura,
de su carácter o su genio personal, de su estupidez o su coeficiente intelectual,
no estamos hablando de todas las diferencias que nos hacen únicos. ¡Claro que
en la vida privada siempre habrá individuos fuertes y débiles, codiciosos y
generosos, apasionados e impávidos, proclives a ser dominantes o a dejarse
dominar!,… pero es que cuando hablamos de democracia no nos referimos a esa
vida privada, a la que cada cual ha de enfrentarse en solitario y en desnuda desigualdad,
¡no!, estamos hablando de nuestra vida pública, de cómo organizamos nuestra
vida en sociedad, de cómo convivir lo mejor posible, de cómo podemos gobernar en
común lo que en común tenemos; y ESO, “sabemos” que sólo es posible si nos
consideramos unos a otros como iguales, si las reglas del juego en sociedad, al
margen de nuestras relaciones individuales, son realmente las mismas para todos
y en toda su integridad, es decir, en todos los aspectos propios de la vida pública, sociales-políticos-económicos-ecológicos.
Y cuando hablamos de asambleas no
nos referimos a una posible forma de democracia, si no a la única, que sepamos, conscientes
de que hasta ahora sólo hemos sido capaces de hacer algunas aproximaciones. Porque, ¿qué es democracia si no es autogobierno?, ¿y para qué necesitaría una asamblea de iguales un gobierno ajeno a ellos mismos?...podrán
llamarlo como quieran, pero, si no se refieren a una asamblea de iguales, están
hablando de otra cosa, de algo que nada tiene que ver con la democracia.
Nuestra vida pública ha sido
colonizada por el Estado en su actualizada versión postmoderna, imponiendo una
moral contradictoria y relativa, que proclama una ficción de derechos con tanta
solemnidad como empeño real pone para su impedimento efectivo; proclama que su
finalidad es el bien común, mientras institucionaliza su saqueo y normaliza la corrupción.. Esa moral inducida y
dominante es esquizofrénica, está destruyendo al individuo de la
postmodernidad, que se ve atrapado en la contradicción de una ética personal absolutamente
cínica y relativa. Y éste es su producto medio: un individuo-masa indignado por
la manifiesta corrupción del Estado y, a la vez, enseñado a sospechar de sí mismo (en su lugar
–piensa- yo haría lo mismo).
2 comentarios:
Buen post, como siempre. Con tu permiso, Antón, os dejo a ti y a los lectores en general una selección personal de textos críticos con el relativismo moral. Espero que os resulten de interés:
http://misapendices.blogspot.com.es/2010/12/contra-el-relativismo-moral.html
Aunque parezca autobombo, prometo que no lo es, je... o al menos no del todo ;)
Un saludo.
gracias, Hugo. Leeré con interés esos textos. Salud
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