Por
esos vericuetos que nos reserva la vida, llega a mis manos un libro de Steven Pressfield, reconocido escritor de
novelas históricas, que ha hecho un paréntesis en su obra para reflexionar en
este libro acerca de las resistencias que nos extravían de nuestro propio
camino, de las muchas distracciones y fuerzas que se oponen a que cada persona haga
lo que quiere hacer y logre ser quien quiere ser. Y me está siendo muy útil en
estos momentos en que yo mismo ando ocupado en parecidos pensamientos, frente a
mi principal resistencia, que hoy es la pereza. El libro tiene por título “La
guerra del arte” y me parece recomendable leerlo porque, al menos, es seguro
que provocará algunas reflexiones importantes, de esas que nos acercan a un
mejor conocimiento de nosotros mismos.
Cuando
leí: “escribir no es la parte difícil, lo
difícil es sentarse a escribir, lo que nos detiene es la Resistencia” , empezó
a interesarme, me dije “ésto va por mí”; cuando más adelante leí “la mayoría de
nosotros tenemos dos vidas, la vida que vivimos y la vida no vivida dentro de
nosotros, entre las dos se encuentra la Resistencia”, entonces me interesó aún
más, al ver que además de a mí, el libro iba dirigido al resto del mundo.
Reconozco una gran sinceridad y honestidad en los pensamientos que transmite, que
me provocan y que valoro por encima de mis profundas discrepancias, asentadas
tras concluir la lectura del libro. Y, sobre todo, agradezco a su autor que su
esfuerzo me esté siendo útil para construir mi propia teoría sobre la
Resistencia.
Hay
que entender el contexto ideológico desde el que Steven Pressfield construye su propia idea de
la Resistencia. Como todos los cristianos, está empeñado en humanizar la idea de Dios, un dios que se hace verbo y carne humana porque quiere existir para
hacerse comprensible, con lo que, desde mi propia visión, entra en una
contradicción irresoluble, ya que lo más interesante de dios es precisamente su
no existencia material, aquello que le confiere la categoría de Dios. Así, no
es de extrañar ese argumento de las dos vidas, que lleva a Pressfield a considerar que la Resistencia
es, sobre todo, interna, que nos nace de dentro y que nada tiene que ver con la
sociedad, asociada a los imaginarios construidos y transmitidos por ella, con aquello considerado “periférico”, distinto y ajeno al individuo.
Otro
de los conceptos-clave de su teoría de la Resistencia es la oposición ficticia
entre el trabajo amateur y el profesional. Un aficionado es para él un amante
eventual, condenado a resultados chapuceros por su falta de especialización, con
lo que confunde a ésta con la intensidad, profundidad y perfección del trabajo creativo.
Por el contrario, un profesional es para él un amante (amateur) de su oficio a
tiempo completo, lo que debería acercarle a la perfección en su técnica y
resultados. Yo creo en lo contrario: es el no especialista quien tiene un
impulso creativo más auténtico, más libre y abierto a la experimentación de la
que nace lo nuevo, porque prescinde de las orejeras de la especialización, las
que constriñen su visión al limitado horizonte de su oficio profesional,
obsesionado con un erróneo, limitado, objetivo de perfección. Su error es confundir virtud
y perfección, la virtud es condición necesaria, pero no suficiente en el camino
hacia la perfección moral. A partir de ese enfoque es como se justifica la
división del trabajo social, sólo en razón del mito de la eficiencia productiva
en la sociedad capitalista, donde un gobernante virtuoso estaría a la misma
altura que un especulador o un sumiso y virtuoso ciudadano, al ser todos ellos tan virtuosos.
No
encuentro inconveniente en aceptar coincidencias respecto a la resistencias
interiores que nos impiden un mejor conocimiento de nosotros mismos, de
las que nace el primitivo impulso de autonomía y libertad, tan necesarias para
cumplir ese deber de perfección que nos provoca la compleja realidad en que
vivimos, un deber que considero origen de la ley moral por la que nos guiamos, sin
solución de continuidad entre el individuo y la sociedad, que contradice esa
visión esquizofrénica de las vidas separadas, individual y social, a las que
alude Steven Pressfield y que constituye la seña de identidad de la modernidad, el logro principal de la Resistencia. Yo lo considero un único camino, en el
que la perfección de cada parte vitaliza la unitaria del todo y en el que, simultáneamente,
la perfección moral del conjunto mejora a cada una de sus partes.
Por
eso, creo que la Resistencia habita tanto en cada uno de nosotros como en la
periferia que también nos constituye; por eso, considero cierto que la
Resistencia siempre intenta anularnos desde dentro… ¿o acaso las estructuras del
poder son resistencias ajenas a nosotros?, ¿es que no es la sumisión de la
mayoría quien sustenta el sistema de dominación?, ¿no es de ahí de donde brota
el poder de la Resistencia? ¿No es el
ego la fuente del poder y, por tanto, no será que utilizamos dos
palabras distintas, ego y resistencia, para referirnos a lo mismo?
Si
este libro hubiera caído en mis manos hace tan sólo unos años, me habría negado a leerlo a partir
del primer párrafo en el que apareciera
la palabra Dios. Afortunadamente, hoy soy consciente de la identidad de la
Resistencia y mis disidencias no me
ciegan hasta el punto de despreciar a quien también lo intenta. Nada me impide
estar de acuerdo en ésto con el cristiano, americano, profesional y, probablemente republicano, Steve Pressfield:
“La paradoja parece ser, como Sócrates demostró
hace mucho tiempo, que el individuo verdaderamente libre es libre mientras más
se conozca a sí mismo. Mientras que aquellos que no se sepan gobernar, están
condenados a encontrar quién los gobierne”.
PD.: Por si a alguien pudiera interesarle, AQUÍ tiene
“La guerra del arte”.
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