domingo, 1 de diciembre de 2013

VENCER A LA RESISTENCIA


Por esos vericuetos que nos reserva la vida, llega a mis manos un libro de  Steven Pressfield, reconocido escritor de novelas históricas, que ha hecho un paréntesis en su obra para reflexionar en este libro acerca de las resistencias que nos extravían de nuestro propio camino, de las muchas distracciones y fuerzas que se oponen a que cada persona haga lo que quiere hacer y logre ser quien quiere ser. Y me está siendo muy útil en estos momentos en que yo mismo ando ocupado en parecidos pensamientos, frente a mi principal resistencia, que hoy es la pereza. El libro tiene por título “La guerra del arte” y me parece recomendable leerlo porque, al menos, es seguro que provocará algunas reflexiones importantes, de esas que nos acercan a un mejor conocimiento de nosotros mismos.

Cuando leí: “escribir no es la parte difícil, lo difícil es sentarse a escribir, lo que nos detiene es la Resistencia” , empezó a interesarme, me dije “ésto va por mí”; cuando más adelante leí “la mayoría de nosotros tenemos dos vidas, la vida que vivimos y la vida no vivida dentro de nosotros, entre las dos se encuentra la Resistencia”, entonces me interesó aún más, al ver que además de a mí, el libro iba dirigido al resto del mundo. Reconozco una gran sinceridad y honestidad en los pensamientos que transmite, que me provocan y que valoro por encima de mis profundas discrepancias, asentadas tras concluir la lectura del libro. Y, sobre todo, agradezco a su autor que su esfuerzo me esté siendo útil para construir mi propia teoría sobre la Resistencia. 

Hay que entender el contexto ideológico desde el que  Steven Pressfield construye su propia idea de la Resistencia. Como todos los cristianos, está empeñado en humanizar la idea de Dios, un dios que se hace verbo y carne humana porque quiere existir para hacerse comprensible, con lo que, desde mi propia visión, entra en una contradicción irresoluble, ya que lo más interesante de dios es precisamente su no existencia material, aquello que le confiere la categoría de Dios. Así, no es de extrañar ese argumento de las dos vidas, que  lleva a Pressfield a considerar que la Resistencia es, sobre todo, interna, que nos nace de dentro y que nada tiene que ver con la sociedad, asociada a los imaginarios construidos y transmitidos por ella, con aquello considerado  “periférico”, distinto y ajeno al individuo.

Otro de los conceptos-clave de su teoría de la Resistencia es la oposición ficticia entre el trabajo amateur y el profesional. Un aficionado es para él un amante eventual, condenado a resultados chapuceros por su falta de especialización, con lo que confunde a ésta con la intensidad, profundidad y perfección del trabajo creativo. Por el contrario, un profesional es para él un amante (amateur) de su oficio a tiempo completo, lo que debería acercarle a la perfección en su técnica y resultados. Yo creo en lo contrario: es el no especialista quien tiene un impulso creativo más auténtico, más libre y abierto a la experimentación de la que nace lo nuevo, porque prescinde de las orejeras de la especialización, las que constriñen su visión al limitado horizonte de su oficio profesional, obsesionado con un erróneo, limitado, objetivo de perfección. Su error es confundir virtud y perfección, la virtud es condición necesaria, pero no suficiente en el camino hacia la perfección moral. A partir de ese enfoque es como se justifica la división del trabajo social, sólo en razón del mito de la eficiencia productiva en la sociedad capitalista, donde un gobernante virtuoso estaría a la misma altura que un especulador o un sumiso y virtuoso ciudadano, al ser todos ellos tan virtuosos. 

No encuentro inconveniente en aceptar coincidencias respecto a la resistencias interiores que nos impiden un mejor conocimiento de nosotros mismos, de las que nace el primitivo impulso de autonomía y libertad, tan necesarias para cumplir ese deber de perfección que nos provoca la compleja realidad en que vivimos, un deber que considero origen de la ley moral por la que nos guiamos, sin solución de continuidad entre el individuo y la sociedad, que contradice esa visión esquizofrénica de las vidas separadas, individual y social, a las que alude Steven Pressfield y que constituye la seña de identidad de la modernidad, el logro principal de la Resistencia. Yo lo considero un único camino, en el que la perfección de cada parte vitaliza la unitaria del todo y en el que, simultáneamente, la perfección moral del conjunto mejora a cada una de sus partes.

Por eso, creo que la Resistencia habita tanto en cada uno de nosotros como en la periferia que también nos constituye; por eso, considero cierto que la Resistencia siempre intenta anularnos desde dentro… ¿o acaso las estructuras del poder son resistencias ajenas a nosotros?, ¿es que no es la sumisión de la mayoría quien sustenta el sistema de dominación?, ¿no es de ahí de donde brota el poder de la Resistencia? ¿No es el  ego la fuente del poder y, por tanto, no será que utilizamos dos palabras distintas, ego y resistencia, para referirnos a lo mismo?

Si este libro hubiera caído en mis manos hace tan sólo unos  años, me habría negado a leerlo a partir del  primer párrafo en el que apareciera la palabra Dios. Afortunadamente, hoy soy consciente de la identidad de la Resistencia y mis  disidencias no me ciegan hasta el punto de despreciar a quien también lo intenta. Nada me impide estar de acuerdo en ésto con el cristiano, americano, profesional  y, probablemente republicano, Steve Pressfield:

“La paradoja parece ser, como Sócrates demostró hace mucho tiempo, que el individuo verdaderamente libre es libre mientras más se conozca a sí mismo. Mientras que aquellos que no se sepan gobernar, están condenados a encontrar quién los gobierne”.

PD.: Por si a alguien pudiera interesarle, AQUÍ  tiene  “La guerra del arte”.


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