“Va
siendo hora de actuar contra el lenguaje, de hacerle confesar su peligrosidad y
su falta de inocencia: el mundo cambió y también sus formas de nombrarlo. Hay
que reformular la gramática que opera, siempre opera, sobre nosotros mismos”.
(31/10/13, nota de tapa, revista Contratiempo)
Por la escasa audiencia
que tiene el ideal de la revolución, pudiera ser que quienes comulgamos con esa
idea nos estemos equivocando de estrategia y que quizá fuéramos mejor comprendidos
si fuéramos capaces de recuperar el significado original y utilitario de las
palabras. El sentido de la revolución podría adquirir así una significación real
y no idealista, no confundible con el idealismo propio del lenguaje burgués
imperante, con la palabrería del Poder. Para comprender ésto, bastaría ver que
el éxito de la Dominación consiste básicamente
en el triunfo de la abstracción, en su idealidad, perfectamente representada
por el Dinero, su ideal más abstracto, sublime y sagrado.
Bastaría con ver el
desprecio que siempre sintió la burguesía hacia el utilitarismo del Pueblo, cuya
extinción es el logro mayor de la estrategia y el pensamiento burgués. El utilitarismo siempre fue
considerado como simpleza e imperfección propia del Pueblo, carente de la complejidad
del idealismo burgués, cuya cumbre es el Dinero. Hay que releer el Análisis de la Sociedad del Bienestar,
de Agustín García Calvo, para atreverse
a revisar esta cuestión, las contradicciones del lenguaje y su relación con la
estrategia de la revolución.
Puede que nos estemos
equivocando al considerar materialista la ideología del Poder. ¿Qué hay de
materialismo en la idea de Estado?...hagamos la pregunta clave: ¿a quién le es
útil esta idea, quién necesita al Estado?... ¿y a quién le es útil la idea de su
par, el Capital?...al Poder, a nadie más. Creemos que el Poder es materialista sólo
porque gusta del Dinero, pero no es cierto, el Dinero es representativo de otra
cosa, es el medio para poseer a la gente, hacerlos Masa, uno a uno y por
separado, sumados como cifras, mayorías absolutas productoras de cosas inútiles
y de impuestos, Dinero al cabo. La palabra Dinero dejó de nombrar la utilidad
que fue, siendo sustituida ésta por el crédito, una abstracción, pura fe sólo
útil al Poder. Esa es la estrategia perfecta del Estado-Capital. El idealismo como
mercancía para el consumo de las masas, útil para la gozosa posesión de mujeres
y hombres (el ideal supremo del perfecto
burgués).
En algún momento el
lenguaje fue subvertido. Lo que nombramos perdió su significado original,
popular. No sabemos, por ejemplo, qué significa hoy la palabra “Verdad”... depende,
todo depende. Desprovista de significación material, la palabra se queda en
algo que impide la comunicación, en algo inconcreto, abstracto y relativo, sin
posibilidad de existencia; como el amor que se queda sin cuerpo, perfecto como un
Dios que no tiene necesidad de existir. La verdad imperfecta y original, resiste
en el rescoldo de las palabras que el pueblo creó. Intuimos que se trata de
algo tangible, fundado en el goce y el sufrimiento que son reales, que surgen
del conocimiento, de la propia vida y de la convivencia. Intuimos que es
posible acariciar la utilidad de la existencia, por imperfecta que sea.
No tenemos seguridad
sobre el significado de muchas palabras. Ya lo he dicho: no sabemos, por
ejemplo, qué es el Dinero, creemos que es una cosa material porque alguna vez
fue moneda; pero sospechamos que ahora es algo más, …y de algún manantial ha de
nacer esta sospecha. He llegado a pensar que, para entendernos, quizá fuera mejor
decir las cosas del revés, liberados de la semántica interesada y relativa, quizá
recuperásemos el sentido llano y común del lenguaje; puede que así nos comprendiésemos
mejor, situados en un paisaje abierto, donde no reboten los ecos de las
palabras, donde la niebla no difumine las formas y esconda los contenidos, donde
podamos acceder al significado real de las palabras, el que un día dejaron de
nombrar al servicio del Poder.
Recordemos lo que sucede
con la palabra Riqueza: que significa pública y democrática mientras sólo sea
idea, verbo, que cuando el Pueblo quiere hacerla corpórea, carne, el
Estado-Capital se la apropia, la parcela en propiedades y la empaqueta como
mercancía…; consideremos otra palabra, “Patria” por ejemplo, emparentada con patrón, con patrimonio y propiedad,
preguntémonos: ¿a quién le es útil la idea de España, de Cataluña o de Vietnam?...la
respuesta debería bastar para sacarnos de
la contradicción que nos atrapa, la que tiene secuestrado el significado
material de tantas palabras “normales”, responsables de construir “la realidad”,
eso que creemos que sucede PORQUE SI,
porque tiene que suceder.
¡Qué prueba más palpable
de la anulación del Pueblo esta falsificación del lenguaje! Qué grandes contradicciones
nos provoca al depositar nuestra imperfecta fe en la resurrección del Pueblo. Nada
es más afín al idealismo burgués que nuestro despojado materialismo
socialdemócrata, que vaga errante por las callejas y bulevares del mundo, que
se acurruca entre cartones y pisitos confortables, que rumia el derrumbe de su
ideal soñado, el Estado del Bienestar…otra vez será, quizá en otra vida, quizá
cuando el partido vuelva a ganar las elecciones.
Analizando estos
asuntos, es probable que experimentemos
sentimientos encontrados y que lo asumamos
malamente, como una imperfección personal con la que pudiéramos contaminar a la
revolución…pero tenemos que atrevernos, es necesario desvelar el travestismo idealista
del lenguaje burgués, restaurar el cuerpo original de las palabras, su sentido llano
y utilitario, sin temor a perjudicar el
avance de la revolución, que –nunca lo olvidemos- ni nos pertenece, ni de
nosotros depende. No es útil, por tanto, tener prisa, si bien podemos ir
haciendo algunas cosas, como por ejemplo, actuar contra el lenguaje. Si ésto
hiciéramos, tendríamos que empezar por sacar la palabra revolución del limbo de
los ideales, rescatarla del paraíso
perfecto de lo imposible, de su eterna
reclusión en la no existencia. Liberada de falsos significados, de capas y
capas de marketing, la palabra revolución aparecerá entonces poderosa y desnuda,
desprovista de ismos y adjetivos innecesarios,
en su genuina y democrática desnudez, en su gloriosa imperfección materialista
y asamblearia: cuerpos decididos a convivir, autogobierno sin más.
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