Del "Cuaderno de Caminería", caminatas por el territorio del País Románico (comarcas de la Montaña Palentina, Las Loras y Campoo-Los Valles).
Panorámica de Castrecías. Fotografía de Jesús Granados |
Palencia, Burgos y Cantabria comparten las Loras, comarca natural mayoritariamente burgalesa, que posee una personalidad propia
gracias a su especial paisaje geológico, formado por gigantescos relieves
colgados y parameras calizas que atestiguan su origen de fondo marino
depositado en la era de los dinosaurios, la mesozoica, hace sólo doscientos cincuenta millones de años.
Cuando se caminan las Loras y se miran en silencio,
uno imagina una sucesión fantástica de colosales convulsiones que sucedieron
bajo nuestros pies, cuando el interior de la tierra se recolocaba y levantaba a cámara lenta, mientras vemos que la orilla del océano se aleja hacia el norte
y sentimos que las rocas se fruncen como si fueran de plastilina, retorciéndose en algunos sitios e, incluso, podemos ver cómo los estratos que estaban tumbados
se levantan verticales y forman grandes acantilados y aristas afiladas como cuchillones. Y entre
medias, sentimos que se suceden largas pausas de tranquilidad en las que el viento y el agua hacen su labor erosiva; el viento descascarilla las paredes y el agua horada la roca, rellena los huecos, se hiela reventando las
grietas, desgasta los relieves y acumula en los valles la piedra desmenuzada,
hecha añicos, cantos rodados, arenas y arcillas. Y, ya al atardecer del tiempo,
recién comenzada la historia, cuando ya casi es Ahora, se puede ver pasar un gran
rebaño de cabras…y, si tuviéramos prismáticos, podríamos ver a una familia de
pastores que levanta una casa al abrigo de los cantiles, allí donde se rompe la inmensa lora.
Gustamos de caminar por las Loras porque allí siempre encontramos una sorpresa, un horizonte nuevo tras alguna de sus ciclópeas “mesas”, en algún rincón de sus ocultos vallejos. Hace unos días estuvimos en Castrecías, aldea del burgalés ayuntamiento de Rebolledo de la Torre. Teníamos ganas de explorar la población y sus alrededores, intuíamos que nos depararía algún descubrimiento y, como siempre nos ocurre en las Loras, una agradable caminata.
Castrecías
debe tener hoy como veinticinco o treinta habitantes. Tiene un caserío reducido
pero esparramado al borde de la carretera que la comunica con Mave, en el
palentino valle del Pisuerga, y con el
burgalés Valle de Valdelucio. Aparcamos junto a su iglesia, abrigada al
pie de las peñas y caminamos en dirección al valle que se alarga paralelo a la
omnipresente Peña Mesa, la gran lora que hace de linde entre Rebolledo y
Castrecías.
La caminata
de la primera tarde nos llevó por los altos de la Peña del Moro y nos resultó
insuficiente, porque intuíamos paisajes escondidos enfrente, al lado contrario del
valle, por el flanco norte de Peña Mesa. Por eso hemos vuelto otra tarde a
comienzos de octubre, cuando las zarzas están exuberantes de moras y los hongos
están brotando en las praderas y en las toconas de los grandes chopos.
De la
síntesis de ambas caminatas proponemos un paseo circular en torno a Castrecías,
que podría llevarnos de cuatro a cinco horas:
1. Arrancamos
la caminata justo al pie de la iglesia de Castrecías, donde hay un abrevadero
frente al que tomamos un camino encajonado entre fincas, obviando el camino
principal que se dirige al Este. Antes hemos visto la iglesia y hemos descubierto que tiene oculto un ábside
románico, tapado por el talud y por las hiedras que lo tapizan, que merecería ser mejor visto y admirado.
Iglesía de Castrecías: exterior, interior y ábside románico original y oculto |
2 y 3.
Alcanzamos estos dos cruces de caminos, entre grandes extensiones de labor, que
ahora están siendo preparadas para la siembra. Por allí cogemos tapaculos,
moras y majuetas, en los zarzales que marcan las cunetas del camino y las
linderas de las tierras. Al poco, el camino se adentra en el bosque que
prospera en la umbría de la lora. Lo encontramos en muy buen estado y limpio en
este tramo, recién desbrozado por el grupo de voluntarios que la semana pasada anduvimos por aquí, eliminando
la maleza que invade estos caminos escasamente transitados y acondicionando algunos
“pasos de persona”, en los puntos donde
el camino queda cortado por las alambradas ganaderas.
Al poco de iniciar el camino que sale de Castrecías en dirección a Peña Mesa y a Rebolledo de la Torre |
Construyendo un paso de personas, una semana antes, en Rebolledo de la Torre. Foto de Jose Angel Sanchez Fabián |
4. Llegamos
al pie de la franja rocosa que es aquí atravesada por el camino, aprovechando
un paso estrecho. Es un rincón magnífico, una hondonada oculta en la sombra del
gran acantilado de Peña Mesa. Si
seguimos este camino bordeando el acantilado hacia el oeste, llegaríamos a
Rebolledo de la Torre; pero esa no es hoy nuestra intención y viramos hacia el
Este, por un empinado y estrecho valluco que se eleva poco a poco, encajonado
entre las rocas y paralelo a la gran lora de Peña Mesa. Hemos visto por allí
muchos buitres y hemos parado a descansar junto a una gran roca desprendida.
Al fondo la primera clusa que cruzamos, al pie de Peña mesa |
5. En lo alto
del valluco hemos visto a nuestra derecha los restos de una pared hecha con
piedras, imaginamos que protegen el trazado de un viejo camino que trepa desde
aquí hasta el alto de Peña Mesa. Por ahí subimos, lo que nos permite recorrer
los dos bordes acantilados de la lora, el que mira a Rebolledo por el sur y el
que nos permite ver el caserío de Castrecías al norte, además de un inmenso
horizonte, que alcanza a toda la Montaña Palentina con los Picos de Europa al
fondo. Por allá arriba hemos vuelto a ver, como en todas las Loras, los restos
de abrigos de piedra, levantados por los pastores para protegerse del viento, a
modo de parapeto en el que acurrucarse en lo que pasa el ventarrón o la tormenta.
También un gran hito que es algo más que una señal de orientación en la
altiplanicie, tan útil en medio de las nieblas, que es el símbolo universal y
sencillo de los pastores, el que podemos encontrar en todas las altiplanicies
de Iberia, como del Tibet o los Andes. Después de ver volar a varios
buitres por debajo de nosotros, volvemos a descender al collado del que
partimos (5).
Hito y abrigo de pastores en lo alto de la lora de Peña Mesa |
Junto al gran hito, cuando buscabas los Picos de Europa en el horizonte |
Al fondo, la hondonada de la primera clusa, donde los caminos se encuentran |
En lo alto de Peña Mesa, mirando a Rebolledo de la Torre |
Bajando de nuevo al collado por el antiguo camino de los pastores, ya casi desaparecido |
6. En el
collado vemos lo que sigue y nos espera, el descenso por un valluco muy
parecido al que acabamos de subir; es como si estuviera repetido a la inversa,
como si fuéramos a bajar por el mismo paisaje recién recorrrido, pero ahora por su reflejo en un espejo imaginario, situado en lo
alto de ese pequeño collado.
En la hondonada hay ganado tumbado, sesteando despreocupadamente, ignorando completamente nuestra presencia en este escondido rincón de las Loras. Y allí mismo giramos hacia el norte para seguir descendiendo por un nuevo estrecho, una “clusa” como dicen mis amigos geólogos, que nos permite cruzar la franja rocosa, tras salvar otra alambrada en la que echamos de menos otro “paso de persona”.
Encaramos así el descenso por un vallejo, apenas transitado más que por vacas, caballos y venados. Vemos la traza perdida de un sendero, luego un tramo de camino que se resiste al paso del tiempo, que discurre por la ladera izquierda y que en el fondo del valle vuelve a desaparecer. Seguimos por ese fondo, entre matorrales y junto al cauce seco de un arroyo.
Nos encontramos con los restos de un animal muerto e irreconocible, apenas un montón de vísceras despreciadas por buitres y alimañas; y seguimos valle abajo, donde volvemos a ver otro tramo del viejo camino, condenado a la desaparición definitiva, hasta que el valle desemboca en otro principal, donde topamos con un camino bien ancho, éste sí bien conservado, que por la derecha va hacia Rebolledo de la Torre y por la izquierda baja hasta Castrecías.
En la hondonada hay ganado tumbado, sesteando despreocupadamente, ignorando completamente nuestra presencia en este escondido rincón de las Loras. Y allí mismo giramos hacia el norte para seguir descendiendo por un nuevo estrecho, una “clusa” como dicen mis amigos geólogos, que nos permite cruzar la franja rocosa, tras salvar otra alambrada en la que echamos de menos otro “paso de persona”.
Encaramos así el descenso por un vallejo, apenas transitado más que por vacas, caballos y venados. Vemos la traza perdida de un sendero, luego un tramo de camino que se resiste al paso del tiempo, que discurre por la ladera izquierda y que en el fondo del valle vuelve a desaparecer. Seguimos por ese fondo, entre matorrales y junto al cauce seco de un arroyo.
Nos encontramos con los restos de un animal muerto e irreconocible, apenas un montón de vísceras despreciadas por buitres y alimañas; y seguimos valle abajo, donde volvemos a ver otro tramo del viejo camino, condenado a la desaparición definitiva, hasta que el valle desemboca en otro principal, donde topamos con un camino bien ancho, éste sí bien conservado, que por la derecha va hacia Rebolledo de la Torre y por la izquierda baja hasta Castrecías.
El valluco que desciende hacia la segunda clusa que cruzaremos |
La segunda clusa, con el paso cerrado por una alambrada |
El valle se abre por debajo de la clusa, mientras el camino aparece y desaparece a ratos |
7, 8 y 9.
Tomamos la dirección de Castrecías hasta un cruce de caminos, donde abandonamos
el principal para continuar por el que sale a nuestra derecha, paralelo y por
debajo del alargado Otero de la Horca. Lo abandonamos a la altura de
otra “clusa” (*) hacia la que nos dirigimos por una pequeña senda que discurre
por la derecha. Tras
pasar esta última clusa, enfilamos la empinada cuesta que sube a nuestra izquierda,
hasta alcanzar las encinas que pueblan la parte alta de la ladera, ya en el
Otero de la Horca, en cuya cima construimos un pequeño hito al modo montañero, mucho más modesto que el de los pastores.
Por encima de la tercera clusa del itinerario, subiendo al Otero de la Horca |
En el alto del otero, donde levantamos un modesto hito |
10. Desde la
cumbre del otero, seguimos la cuerda que se dirige hacia el norte y que nos
lleva hasta la expléndida formación rocosa de la Peña de la Cueva del Moro (11), cuyas
paredes esbeltas nos habían llamado la atención la primera vez que vinimos a Castrecías.
Su silueta es singular e imponente, con el añadido misterioso de la “cueva del
moro”, un bocarón o ventana que se abre al valle y que es bien visible desde
abajo. Desde allí podemos optar por descender desde el elevado collado que
encontramos en el cordal, previo a la peña, hasta alcanzar el camino que nos
acerca a Castrecías, o bordear la Peña pegados a su pared norte, para
descender a un amplio collado que nos permite alargar la caminata por el cordal
hasta el alto del Cotejón (12), reconocible por sus antenas, que nos sitúa
encima de la población de Castrecías. Desde las antenas bajaremos buscando la referencia de la iglesia, para encontrar el abrevadero en el que iniciamos la caminata.
Llegando a la Peña de la Cueva del Moro por su lado norte |
El bocarón de la Cueva del Moro. Foto de autor desconocido |
Así se ve la cuerda del Otero de la Horca desde la sombra de la Peña Cueva del Moro |
La peña de la Cueva del Moro y el collado por el que conviene bajar, de no seguir por arriba |
Las empinadas laderas rocosas en las que nace el té de roca |
Cogiendo té en una ladera empinada |
Bajo la pared norte de la Cueva del Moro, mirando el camino a seguir hasta el alto del Cotejón, donde están las antenas |
(*) (Clusa, del francés clouse: valle perpendicular que corta una estructura anticlinal,
sinclinal o domo, originando un paso entre paredes abruptas en las que se puede
ver la secuencia litológica)
1 comentario:
Muy bonito el paseo y el paisaje de mi pueblo Castrecías.
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