Esquema clásico del procomún, dibujo original de Carla Boserman |
Vivimos
en una sociedad de mercado, en un mundo en el que todo ha sido transformado en
mercancía…la cultura, la salud, la educación, el tiempo de las personas, toda
la experiencia vital de cada individuo ha sido privatizada y convertida en
mercancía, en una economía de servicios generadora de la efímera ilusión de
bienestar momentáneo, que anula la
libertad y autonomía del individuo humano y se dirige insoslayablemente hacia su propio precipicio sistémico, en acelerada y caótica deriva. Para apreciar los síntomas del caos anunciado no hace
falta esperar, basta pararse un momento y
mirar el mundo : ¿no es ya un caos que el ideal de vida humana se
reduzca a la mera función digestiva, que la existencia se limite al acto
compulsivo de consumir hasta morir?, ¿en qué consiste el cacareado éxito de una
economía, la capitalista, incapaz de gestionar con un mínimo de racionalidad la
abundancia de recursos naturales y humanos, de despreciar la creatividad y el
talento de grandes masas de individuos reducidos a la condición de esclavos
asalariados o, incluso peor, excluidos del mercado por insolventes, seres sobrantes, obsoletos?, ¿cuál es el éxito de un sistema que convierte la vida en un
concurso televisivo y competitivo al modo del Gran Hermano?... entender por qué
esta economía ha logrado tal éxito de audiencia es el inicio de una nueva
conciencia que lleva a la imperiosa necesidad de organizar la vida en sociedad de
manera radicalmente diferente, orientada a la convivencialidad. Pues eso y no otra cosa es la revolución
integral.
A
la altura de tal finalidad, la economía de futuro no puede ser sino comunal,
fundada sobre el rescate de los bienes comunes, aquellos que no perteneciendo a
nadie son accesibles para todos. Son los bienes naturales existentes en el
planeta Tierra, cuya parcelación y apropiación privada es una aberración
ecológica y racional de tamaño cósmico. Son todos los bienes que sustentan la vida en
su conjunto y no sólo la de la especie humana, los bienes que integran la
inmensa abundancia del mundo, hoy secuestrada y transformada en mercancía escasa,
sólo al alcance de los individuos más depredadores y competitivos, al amparo de
una ley de propiedad privada protectora de instintos primitivos nada
evolucionados, aquellos que nos impiden ser realmente humanos, despegarnos de
la cultura propia de nuestros ancestros, los primates.
Hablar
hoy de los comunales actuales es referirse a unos escasísimos bienes residuales
salvados de la rapiña propietarista, de la cultura de apropiación de lo común. Yo no estoy de
acuerdo con quien afirma que los movimientos sociales han situado los comunales
en el centro de la discusión política, porque más bien este juicio se refiere a
los bienes públicos, confundidos con "lo estatal", bienes controlados y
gestionados por el mercado en connivencia con los estados, con la finalidad de
su privatización y mercantilización, de producir poder y, en definitiva, dominio sobre los ciudadanos-consumidores.
En general, los
economistas académicos han considerado que estos recursos comunes
o de acceso “abierto” (por hacer una caracterización genérica y aproximativa)
requieren siempre de la intervención del Estado o del interés privado, basándose
en el dilema conocido como la “tragedia de los comunes” descrita por Garret
Hardin en 1968, según la cual, los individuos que manejan compartidamente un
recurso común, acaban por destruirlo, incluso en contra de su conveniencia,
motivados por su propio interés individual. Se cita a la economista Elionor Ostrom como excepción a esta tradición académica, por haber estudiado “la manera en
la que diversas sociedades han desarrollado formas institucionales al respecto
y casos concretos en los cuales las comunidades humanas han instituido
prácticas comunales que han permitido la preservación de bienes comunales y
evitado la degradación del medio”. Su trabajo vino a demostrar que las comunidades
desarrollan sofisticados mecanismos de decisión para el manejo de los
conflictos de interés, en contra de quienes siempre han pretendido presentar
las prácticas comunales como residuo de sociedades simples y primitivas, con la
idea fija y errónea de que la economía, al cabo, es una ciencia sólo apta para expertos.
El trabajo fundamental de Ostrom al
respecto fue Governing the Commons: The Evolution of Institutions for
Collective Action (1990), en
el que resume los siguientes principios exitosos para la resolución de
problemas en la gestión de los bienes comunales:
1.Límites
claramente definidos y exclusión efectiva de extraños.
2.Las normas referidas a la apropiación y disposición del
procomún deben ajustarse a las condiciones locales.
3.Los beneficiarios pueden participar en la modificación de
los acuerdos y reglas para poder adaptarse mejor a tales cambios.
4.Vigilancia del cumplimiento de las normas.
5.Posibilidad de sanciones adaptadas a las violaciones de
las normas.
6.Mecanismos de solución de conflictos.
7.Las instancias superiores de gobierno reconocen la autonomía
de la comunidad.
En esa relación de principios se evidencia
una interpretación de lo bienes comunes como un subsistema económico integrado en la economía general, es
decir, en la economía capitalista, lo que me lleva a rechazar su trabajo a
pesar de sus positivas aportaciones. No es el único caso. Considero generalizada la costumbre de presentar los bienes comunes en modo que propicia la confusión con “lo público” y/o "lo estatal". En la confusión, esa pretendida defensa ignora que
tanto lo público (gestionado por el Estado) como lo comunal (de gestión democrática y
comunitaria) están sentenciados por el sistema dominante, en cuyos
engranajes sólo cabe una interpretación abstracta de los mismos, adaptada a los
mecanismos de privatización y mercantilización, tan propios de los mercados como
de los estados que dictan las leyes
convenientes a tal fin. Mientras eso sucede a toda prisa, lo comunal es tapado por
el sucedáneo de “lo público”, para ordinario y temporal consumo de ciudadanistas y progresistas desorientados.
En una entrevista
publicada por el periódico Diagonal, Silvia Federici aporta
una cierta claridad acerca de esa confusión esencial. Afirma que "la cuestión de
los comunes es de máxima actualidad porque a lo largo del mundo se ha impulsado la privatización de todos los
espacios, del patrimonio natural, etc. Hasta el
punto de que si no se paran estas tendencias pronto no tendremos acceso, salvo
a través del dinero, a los mares, a las playas, ¡incluso a las aceras! No sólo
se han privatizado tierras y bosques, sino también el conocimiento; ésa es una
de las cuestiones clave ahora mismo”. A la pregunta de si los comunes pueden
ser una alternativa al sistema público-privado o sólo un apoyo a lo público,
responde: “Hoy en día lo público está siendo
privatizado por el Estado. No lo controlamos, no tenemos capacidad de opinar en
su gestión. Por eso lo público no es lo común: lo común es una gestión comunal
de esta propiedad, desde la base, cuando creas formas de organización e
instituciones que establecen este tipo de control y sus reglas. Porque cuando tienes comunes hay que
tener reglas, no sólo en términos de derechos sino también de reciprocidad, del
cuidado que hay que proporcionar al espacio, la tierra o los conocimientos…” Y
advierte a continuación sobre los peligros de manipulación de los comunales: “…Estamos
en el proceso de articular las formas de relación y las instituciones que
necesitamos para tener comunes que sean genuinos, que no sean cooptados y
usados para, de algún modo, salvar al capitalismo”.
Desde el
año 2007, el Laboratorio del Procomún, una de las plataformas de Medialab Prado
(Madrid) viene investigando y explorando la actualización de los comunales,
reinventando este concepto con la denominación de procomún. Según esta plataforma:
“Procomún busca expresar mediante un término nuevo una idea muy antigua: que
algunos bienes pertenecen a todos y que en conjunto forman una comunidad de
recursos que debe ser activamente protegida y gestionada. Está constituido por
las cosas que heredamos o creamos conjuntamente y que esperamos legar a las generaciones
futuras.
Pertenecen al procomún los recursos naturales como el aire, el agua,
los océanos, la vida salvaje y los desiertos, y también Internet, el espacio
radioeléctrico, los números o los medicamentos. También incluye abundantes
creaciones sociales: bibliotecas, parques, espacios públicos, además de la
investigación científica, las obras de creación y el conocimiento público que
hemos acumulado durante siglos”.
Antonio
Lafuente, uno de los principales impulsores del laboratorio del procomún, añade:
“Esta noción es un concepto ancho, plural y elusivo: ancho porque abarca
una considerable diversidad de bienes naturales (selvas, biodiversidad, fondos
marinos o la Luna), culturales (ciencia, folclore, lengua, semillas, Internet),
sociales (agua potable, urbe, democracia, carnaval) y corporales, también
llamados de la especie (órganos, genoma, datos clínicos); plural porque son tan múltiples como los muchos modos de existencia
que adoptan las comunidades, tanto en el plano local, como en el regional,
estatal o internacional, pues no hay comunidad sin un procomún donde asentarse;
y elusivo porque siendo fundamental para la vida
lo tenemos por un hecho dado. Un don que sólo percibimos cuando está amenazado
o en peligro de desaparición”.
Obsérvese como en esa relación, que pretende acotar la
definición de comunales, no aparece referencia alguna al suelo, entendido como superficie terrestre, ni a los
recursos naturales en su totalidad, y menos a los medios de producción o al
trabajo humano. Desde mi punto de
vista, eso sucede porque ninguna de esas ideas sobre el procomún plantea los bienes comunales
como una alternativa integral a la economía capitalista, ninguna pone en
cuestión la esencia propietarista del sistema dominante, sino que se limitan a plantear reformas que
permitan convivir con el capitalismo y con su mentor principal, el Estado, a resolver una parte de sus
disfunciones económicas y sociales, como si éstas no fueran estructurales y, en
definitiva, con la ingenua pretensión de
hacer la vida más soportable bajo la dictadura estatal-capitalista. Es
exactamente lo mismo que sucede con otras teorías próximas, en el ámbito
progresista o de la izquierda capitalista, como las teorías del decrecimiento, la economía del bien común o la renta básica. Si se coincide con el
capitalismo en atribuir a la economía la centralidad de la vida humana, es normal
que se produzcan esas contradicciones entre personas que dicen ser anticapitalistas.
Así pues, considero que la reinvención de los comunales
para la economía del siglo XXI es, todavía, una de las cuestiones pendientes
más relevantes en el contexto teórico y práctico de la revolución integral que
estamos iniciando. La finalidad de organizar la
vida en modo convivencial, reconstruyendo al sujeto individual y comunitario, incluye necesariamente la construcción de un nuevo sistema
económico, radicalmente contrario al actual, una economía ecológica
y democrática necesariamente fundada y articulada sobre los bienes
comunales.
Las referencias históricas a los comunales en tiempos
pasados son muy reveladoras e interesantes, pero son eso, referencias, hitos que señalan el camino a seguir. La economía
comunal que tuvo su tiempo en los concejos medievales apuntaba en la dirección correcta,
pero fue parcial, relativa e insuficiente, por lo que debemos considerar también todos sus defectos y limitaciones, producidas en su contexto histórico, en el marco de un sistema de poder feudal, a pesar del alto grado de autonomía que alcanzaron las instituciones populares comunitarias.
La pervivencia de prácticas comunales en el medio rural español
hasta nuestros días, representa un mínimo residuo histórico de su origen concejil en el medievo; son prácticas que han ido degradándose hasta la actualidad, cuando se
anuncia su definitiva extinción mediante una ley estatal para la reforma de la
administración local y la ordenación del territorio. Esa ley es utilizada ahora
-¡a buenas horas, mangas verdes!- por la izquierda capitalista para hacer
bandera de la autonomía municipal y de la ruralidad, en defensa de la ridícula democracia local y de los últimos y escasísimos
bienes comunales que aún perduran (apenas algunos pastos, leñas y montes), en
el escenario contextual de un mundo
rural arrasado, convertido en paisaje social, cultural y económicamente devastado, plenamente subordinado a los intereses políticos y mercantiles, concentrados en la centralidad neurótica de la metrópolis urbana, el modelo de desarrollo propio del sistema estatal-capitalista. Están hablando de un
medio rural privado despoblado por efecto de la política agraria europea, extinguido por obra y
gracia del desarrollismo urbano practicado en cómplice alternancia por gobiernos tanto de la izquierda como de la derecha. Hace falta tener cara dura
para defender y reclamar autonomía local para un municipalismo
permanentemente ninguneado y agredido por la falsificación parlamentaria de la democracia como por ese tinglado esperpéntico llamado “estado de las
autonomías”, un agregado de virreinatos regionales en manos de oligarquías políticas que compiten por el reparto del botín bajo la tutela del estado central, corrompidos todos hasta el tuétano por el clientelismo que define y caracteriza a su cachondo concepto de "democracia local".
Concluyendo, me parecen necesarias dos observaciones fundamentales acerca del debate sobre los comunales: la primera es
que éste apenas ha comenzado, que estamos en sus esbozos iniciales; y la segunda es que, por ahora, este debate está siendo secuestrado por propuestas progresistas de carácter reformista, en nada
alternativas y en nada útiles para la revolución integral.
Por otra parte, ecologizar-ruralizar-relocalizar y comunalizar son estrategias de
futuro cuya actualidad obra ya en el haber de la actual crisis sistémica que vivimos, son estrategias transversales imprescindibles para la construcción de la economía comunal que habrá de formar parte del programa revolucionario. De momento, me permito una modesta contribución, aportando unas
notas que pretenden avanzar en la identificación de los comunales o
procomún, empezando por el principio inicial de los enunciados por Elionor Ostrom (1. Límites claramente definidos y exclusión efectiva de
extraños). En esa línea, pienso que hay que considerar dos
tipos de procomún, universal y local:
El procomún
universal lo considero integrado por los bienes comunes, materiales e inmateriales de naturaleza universal, aquellos que no son propiedad de nadie y que a todos son accesibles
en modo igualitario, mediante normas que vinculan y comprometen por igual al
individuo y a la comunidad en su uso solidario y responsable y en todas sus dimensiones, ecológica, social, económica,
cultural y política.
Pertenecen al procomún material-universal todos los recursos naturales del planeta Tierra sin excepción alguna. Siendo previsible la imposibilidad de un pacto global para su declaración, le compete a la voluntad soberana de cada comunidad local la iniciativa de declarar unilateralmente el procomún universal que se corresponde con los recursos naturales existentes en su territorio, junto con la responsabilidad de su administración.
Sin propiedad privada, carecerá de sentido el derecho de herencia. La herencia de los recursos naturales sólo es concebible entre generaciones, obligadas por el compromiso ético y ecológico que representa la preservación de ese legado. Así, pues, debe ser abolido el derecho de herencia individualista y propietarista, impuesta por el
derecho romano, en lo referente a estos bienes.
Pertenecen al procomún inmaterial-universal todos los recursos que integran el ámbito de la cultura y el conocimiento humano, siendo consustancial a los mismos el libre e igualitario acceso por parte de cualquier individuo o comunidad, cualquiera que sea el territorio en que habiten y cualquiera que fuera el modo, presencial o virtual, por el que se acceda a ellos. Como sucede con todos los bienes comunales, su existencia está necesiariamente vinculada a la de la comunidad que los usa, a la que corresponde el autogobierno de los mismos, que incluye las tecnologías que hacen posible su uso compartido.
El procomún
local lo considero integrado por los bienes derivados del uso y aprovechamiento comunitario de los recursos (materiales e inmateriales) propios del procomún universal.
En estos bienes sí cabe la propiedad privada referida a los producidos a partir del trabajo y la creatividad personal, generados a partir del uso legítimo de los recursos comunales. La vivienda, como la disposición de tierra para la producción de alimentos o de energía, que proporcionan autonomía personal, son el ejemplo más claro de estos bienes de propiedad legítima.
El valor atribuido al uso de estos bienes , tanto individual como colectivo, constituye la renta comunitaria, en la que todos los miembros de la comunidad tienen igual deber de participación y responsabilidad, en función de sus capacidades y necesidades. La producción personal o colectiva de estos bienes es la alternativa democrática al trabajo esclavo-asalariado. La distribución equitativa de la renta comunitaria lo es respecto del actual concepto capitalista del salario.
En estos bienes sí cabe la propiedad privada referida a los producidos a partir del trabajo y la creatividad personal, generados a partir del uso legítimo de los recursos comunales. La vivienda, como la disposición de tierra para la producción de alimentos o de energía, que proporcionan autonomía personal, son el ejemplo más claro de estos bienes de propiedad legítima.
El valor atribuido al uso de estos bienes , tanto individual como colectivo, constituye la renta comunitaria, en la que todos los miembros de la comunidad tienen igual deber de participación y responsabilidad, en función de sus capacidades y necesidades. La producción personal o colectiva de estos bienes es la alternativa democrática al trabajo esclavo-asalariado. La distribución equitativa de la renta comunitaria lo es respecto del actual concepto capitalista del salario.
Notas finales:
1. Al naciente
paradigma de revolución integral le
corresponde rescatar la esencia democrática y revolucionaria de los bienes comunales. Hay que rescatar los
comunales tanto de la ocultación histórica de su pasado como de la manipulación
ideológica y tecnológica de su futuro, porque tras la esquilmación de los
comunales materiales -básicamente fundados en los recursos naturales y en el
trabajo humano comunitario-, los nuevos comunales inmateriales o virtuales, los
del ámbito del conocimiento y la cultura, son hoy objeto de sistemática perversión mediante una manipulación ideológica de dimensión colosal. Hemos
empezado a denominar como biopolítica a esa colosal manipulación de la vida por
las corporaciones y los estados, que a partir del despliegue y control de
las nuevas tecnologías buscan en el conocimiento y en la cultura sus nuevos
territorios globales por explotar, como alternativa a la crisis de producción provocada por el agotamiento de los recursos en la “economía de lo material”. Con el agravante de que todo ello está
teniendo lugar hoy con la sumisa complicidad de las multitudes, deslumbradas por las nuevas tecnologías electrónicas
y la internet.
2. En otra entrada de mi blog ya incorporé algunas reflexiones acerca del
procomún. Para más información, remito a dicha entrada: "En democracia, la economía se basará en el procomún".
No hay comentarios:
Publicar un comentario