viernes, 25 de enero de 2013

TOMAR EL MUNICIPIO: PARA ANTICIPAR LA DEMOCRACIA, PARA DISOLVER EL ESTADO



Al “demos” -comunidad de iguales- podríamos llamarlo municipio. Democracia sería, por tanto,  el autogobierno del municipio. Acracia es la ideología propia de los libertarios individualistas; “sin-gobierno” (a-cracia) es un concepto tan impropiamente usado como el de “contra-cultura”. No queremos un sin-gobierno, como tampoco vamos contra la cultura. Este error es la  mejor estrategia para alcanzar el estatus de irrelevancia y marginalidad.
El demos, la comunidad, es necesariamente libertaria y socialista, porque la libertad sólo puede crecer y desarrollarse en el territorio de la igualdad. Así que a lo que hoy seguimos llamando anarquía perfectamente podríamos llamarlo  democracia, sin dejar de ser lo que somos. Reconozcámoslo: nos llaman anarquistas porque somos demócratas. Y, por eso mismo, también somos municipalistas.

Con lo anterior como punto de partida, la presente reflexión tiene por origen el artículo de Rafael Cid, titulado “Horizonte2015: toma el municipio”, publicado en Red Libertaria, que ha suscitado polémica entre la gente anarquista. Por ejemplo, en Rojo y Negro,  Octavio Alberola la ha alimentado con un escrito titulado “Toma el municipio: ¿por abajo o por arriba?”
Me veo implicado en la polémica y  tengo algo que decir al respecto:

En general, estoy en desacuerdo con la crítica que Octavio Alberola hace sobre la propuesta de Rafael Cid, lo que no impide que, aún comprendiendo la buena intención de ambos, mantenga mi doble discrepancia, por razones que intentaré argumentar en positivo, es decir, proponiendo una alternativa.
Rafael Cid propone una reflexión acerca de una estrategia que él mismo centra en el siguiente objetivo: …“Para que el formidable capital democrático acumulado por el movimiento de los indignados sirva para transformar el sistema, debería preparase para ir al asalto de las municipales en las elecciones del 2015”…”El modelo de referencia de esa apuesta podría ser el del 14 de abril de 1931”.
Es cierto que las elecciones municipales de Abril de 1931 trajeron como consecuencia el derrumbe de la Monarquía y el advenimiento de la República, pero aquella situación nada tiene que ver con la actual, ahora no se trata del “déjà vu” al que alude Octavio Alberola, no se trata de revivir la confrontación entre monárquicos y republicanos. Lo que ahora se plantea tiene un alcance radicalmente diferente, ahora estamos en la madre de las batallas, entre la democracia que quiere nacer y el capitalismo que muere matando. Como es obvio, se trata de una batalla que no puede resolverse en unas elecciones, ni siquiera en una revolución política clásica, sino en una transición revolucionaria que se proponga transformar en hegemónica la actualmente minoritaria cultura de la democracia. La participación en elecciones sólo sería planteable, pues, en ese contexto estratégico de transición revolucionaria hacia la democracia.
El 15M sería un pésimo instrumento para tal fin, porque el 15M tiene una idea difusa de la democracia, más una intuición que una idea, como lógica consecuencia de su corto recorrido, de su constituyente pluralidad y de sus obligadas urgencias cotidianas, en la resistencia frente a la crisis. El 15M tiene que seguir siendo lo que ya  es, una herramienta de convocatoria y convergencia, para que la ciudadanía se apropie de calles y plazas, del espacio público necesario para la resistencia social frente a la salvaje ofensiva del capitalismo en su fase terminal. La inteligencia colectiva del 15M  lleva al movimiento a oponerse frente a lo que rechaza, pero no sabe lo que quiere, ni le hace falta para cumplir su misión. Ya es  un gran logro su esbozo de una democracia asamblearia, no se le puede pedir un programa de transición a la democracia a partir de un consenso imposible. Su mayoría corresponde a un cabreo social primario, que también refleja el rastro de frustración ideológica e histórica de una izquierda estatista y acomodaticia, ideológicamente predemocrática que, aunque fosilizada, sigue siendo la izquierda social y culturalmente mayoritaria, aunque estratégicamente irrelevante.

No, a las elecciones municipales del 2015 no debe ir el 15M, como propone Rafael Cid, provocando el escrúpulo ortodoxo de Octavio Alberola. A esas elecciones  les toca ir a quienes ya parten los mismos principios democráticos y que pueden, por tanto, consensuar un  programa estratégico para la transición revolucionaria a la democracia. Muchos de ellos están en el 15M, y los que no, ya están tardando. Para las  elecciones municipales necesitamos un instrumento tan diferente de un partido político como del 15M; tan alejado de los riesgos de corrupción vanguardista, propia de los partidos, como del  desvío ideológico y estratégico previsible en unas asambleas ciudadanistas carentes de programa. 
Las elecciones municipales ofrecen un resquicio que lo hace posible a través de las agrupaciones electorales, que pueden crearse a partir de asambleas locales autónomas. Esa participación electoral debería estar condicionada a una previa implantación local suficiente, bien diferenciada de cualquier partido político y del 15M.

La estrategia que vengo proponiendo al respecto se basa en dos elementos:

1º. Un acuerdo básico de principios democráticos.  
La fraternidad entre individuos y la solidaridad entre comunidades es la sustancia ética, constituyente y transversal del código genético de la Democracia. No hubo, hay,  ni habrá nunca un modelo acabado de democracia, porque ésta no es sino el proceso abierto y continuado de la civilización humana, siempre perfectible. No obstante, como resultado de la experiencia histórica y la inteligencia colectiva, hemos desarrollado una racionalidad democrática que nos lleva a afirmar que la Democracia es el sistema integral (político, social, económico y ecológico) de convivencia, propio de las comunidades humanas libres, igualitarias, autónomas, autogobernadas e integradas en la naturaleza de la que forman parte. Y que, por tanto:
.La Democracia es incompatible con la organización jerárquica de las relaciones humanas y, por tanto, con toda estructura de poder y dominio de unos seres humanos sobre otros.
.La Democracia es incompatible con la suplantación de la voluntad individual y comunitaria, resultante de cualquier tipo de imposición, representación o intermediación de la misma.
.La Democracia es incompatible con la apropiación privada de los bienes comunes, tanto culturales como materiales, porque el derecho de uso comunitario es anterior y tiene primacía sobre las leyes de propiedad dictadas por los Estados.
.La Democracia es incompatible con el trabajo asalariado, porque convierte al trabajo humano en mercancía y es la forma actualizada de la esclavitud de siempre.
.La Democracia es incompatible con todo uso irracional e irresponsable de los recursos naturales, porque provoca riesgo de extinción para todos los seres vivos, incluida la propia especie humana.

2º. Una denominación común, “Proyecto Democracia / Demokratio Proyekto”, software libre y de código abierto que se escribe  en dos idiomas, el materno de cada cual y el anacional e igualitario del esperanto.

Concluyo: cuando no se tiene claro hacia dónde se quiere ir, cualquier estrategia, incluida  la electoral, sirve para llegar a ninguna parte. Parece sencillo, pero no puedo imaginarme a ningún partido político, ni a ninguna asamblea del 15M, debatiendo para llegar a un consenso sobre los principios elementales de la Democracia anteriormente apuntados. Sí puedo pensar, sin embargo, en un buen número de ciudadanos y ciudadanas que ya comparten esos principios, cada cual desde su modo: anarquista, antiglobalización, comunista, anticapitalista, hacker, ecosocialista, feminista, ecologista, decrecentista u otros.

Gracias a Rafael Cid y a Ocavio Alberola por propiciar ésta y otras conversaciones, de donde siempre brotan nuevas ideas.

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