John Holloway, Guillermo Almeyra y Takis Fotopoulos |
El convencional concepto de “izquierda”.
Originalmente, el término izquierda surge en la
Monarquía Francesa, en alusión a la posición que ocupaban en el parlamento las
dos tendencias representadas en el mismo: a la derecha, terratenientes, nobles y seguidores jacobinos; a la izquierda,
burgueses, artesanos e intelectuales; el sector más bajo de la sociedad, identificado con la denominación genérica de “descamisados”,
estaba compuesto por la mayor parte de la población, formada por campesinos y
obreros, que carecían de representación en el parlamento.
En la actualidad, la
izquierda es considerada el segmento del espectro político “progresista”, con
tendencia a la igualdad social por medio de la defensa de los derechos
sociales, frente a los intereses netamente individuales (privados) y a una
visión tradicional o conservadora de
la sociedad, representada por la derecha. En general, en los países
occidentales en los que sus sistemas políticos son democracias liberales, tanto
la izquierda como la derecha no son sino versiones del “liberalismo
democrático”, en la medida que no propugnan un sistema político alternativo. A
día de hoy, las cosas no han debido de cambiar mucho, cuando los actuales
descamisados continúan sin sentirse representados.
El fragmentado espectro actual de las izquierdas.
Perdura una idea de fracaso
que todavía sigue lastrando la vida de las izquierdas, tras la constatación de la
derrota de las dos diferentes vías, ambas estatistas, intentadas para la toma
del poder político; me refiero al fracaso socialdemócrata, sentenciado tras el
consenso neoliberal y el consecuente y progresivo desmantelamiento del “estado
de bienestar” socialdemócrata, y me refiero al derrumbamiento de la revolución
soviética, derivada en un regimen totalitario y corrupto. Durante décadas, la
única izquierda no estatista reconocible pero prácticamente inexistente, fue el
anarquismo, fragmentado en múltiples corrientes minoritarias, resumidas en
anarquismo individualista y anarcosindicalismo, ambas invisibles e inoperantes,
sumidas en el sopor de una eterna discusión acerca de los males de la
organización política.
Al tiempo, han ido
surgiendo los llamados nuevos movimientos sociales –ecologismo, feminismo,
identitarios nacionalistas e indigenistas, antiglobalización, los
levantamientos populares del mundo árabe, el 15M español, el movimiento
Occupy de EEUU…, cuyo denominador común
es el rechazo a la tradicional forma de hacer política a través de los
partidos, de las vanguardias. En el
interior de estos movimientos existe una potente corriente anticapitalista, en
confrontación permanente con una todavía mayoritaria corriente reformista.
Estas son las dos
propuestas complementarias provocativamente lanzadas por John Holloway
(1) en sendos libros (2002 y 2.011) y que han suscitado la polémica, avivando
el debate sobre la estrategia política en el seno de las izquierdas.
Enfrente ha encontrado
una profusa crítica, fundamentalmente desde sectores intelectuales adscritos al
marxismo en sus diferentes corrientes. Quizá el más significativo sea el
también sociólogo y economista Guillermo Almeyra,
que ha calificado las propuestas de Holloway como “libertarias y ahistóricas”.
Para Almeyra, renunciar a la toma del poder -del Estado- es un error mayúsculo.
En uno de sus escritos al respecto éste afirma: “Cambiar el mundo sin tomar el poder se basaba en la desesperación, en el sentimiento de
impotencia provocado por lo que Holloway y tantos otros creían fracasos del
socialismo (cuando eran, por el contrario, los de su negación) y tomaba también
al amor como fuerza que, según él, puede cambiar el mundo, a contrapelo de todo
lo que enseña la historia. Este nuevo libro (“Agrietar el capitalismo”), en
cambio, se basa en la esperanza vana de que las grietas del sistema se
multipliquen tanto que provoquen su muerte.
Esas “grietas” son muy variadas y pueden consistir simplemente en
que una joven japonesa falte al trabajo para ir a leer a un parque bajo los
cerezos en flor. O sea, no presuponen de ningún modo la rebelión, el proyecto
ni la organización de la protesta, pues ésta, para John, es puramente
individual o, si colectiva, es puramente aislada, casual”. En otro pasaje del
mismo escrito viene a concluir: “ En Cambiar el mundo… Holloway condenaba a
sus lectores a la pasividad política y a la mera rebelión moral individual, en Agrietar el capitalismo refuerza aún más los lazos de su
pensamiento con el anarquismo y con Tolstoi”.
La síntesis: el proyecto democrático.
Como síntesis de las
dos posturas, aparentemente irreconciliables, el griego Takis Fotopoulos
ha elaborado su propuesta de democracia inclusiva. A favor de la tesis de
Almeyra, en el paradigma de T.F. el poder no se puede ignorar, de lo que se
trata es de distribuirlo igualitariamente, sin exclusión y en todos los ámbitos
de lo público: social, ecológico, político y económico. A favor de la tesis de
Holloway, sí hay que agrietar el capitalismo, pero creando un “estado” paralelo, un contrapoder
municipal que prefigure la democracia deseada y siempre perfectible, recordando
a los marxistas que tanto Marx, como también Lenin, teorizaron el carácter
peculiar de un Estado de transición, administrador de las cosas, que empezaría
a desaparecer desde el primer momento de
su existencia, “dejando paso a la federación de libres comunas asociadas”.
Así pues, la estrategia emergente, la que supera
las contradicciones de las izquierdas en la actual encrucijada histórica, pasa
por reconceptualizar la democracia, por asumir de una vez que la democracia es un proyecto histórico y
universal de la izquierda, que está secuestrado por la derecha y que es un
proyecto cuyo triunfo sólo es posible a escala universal, por lo que es necesario
trabajar por el mismo mediante la confluencia de las izquierdas en un
movimiento global, al que algunos hemos dado en llamar “Demokratio Projekto” utilizando el idioma neutro y universal del esperanto.
(1) Ver artículo sobre John Holloway que
publiqué en este blog hace unas semanas.
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