Mientras eso va ocurriendo, no queda más remedio que
frenar al máximo sus devastadores efectos para con los más débiles.
Los
partidos políticos que funcionan dentro del sistema capitalista, incluso los
que intentan reformarlo, no tienen opción alguna para lograrlo, por la evidente
razón de que el capitalismo ha agotado con esta crisis todas sus capacidades de
reforma, ya desplegadas en la larga sucesión de crisis que jalonan sus dos siglos
de historia. Hay que volver a recordar que la que padecemos en la actualidad se
alarga desde 2008 y que, a pesar de su apariencia financiera y por mucho que se
empeñen en que así nos parezca, todo el mundo intuye que se trata de algo más
que eso, que en realidad se trata de una crisis sistémica, que afecta y
compromete a todo el andamiaje estructural del sistema capitalista.
Hay
que verlo en su auténtica dimensión: el capitalismo ya no tiene arreglo. Incluso,
aunque lograra sobreponerse a su actual parálisis financiera. Si a corto
plazo pudiera lograr este objetivo, exclusivamente financiero y concretado en
recuperar la caída de los bancos y la
deuda de los Estados, sabemos que sólo puede hacerlo a costa del sufrimiento y
precariedad de muchos millones de personas en todo el mundo; sabemos que sólo
puede hacerlo mediante un incremento brutal de las plusvalías extraídas a la fuerza de trabajo, con durísimas
políticas antisociales desarrolladas
desde los Estados que, junto con la primitiva ley de la Propiedad, constituyen
su último y más sofisticado baluarte defensivo. Pues bien, aún así, el
capitalismo tendría por delante muchas otras crisis encadenadas, que lo abocan inevitablemente
a su autodestrucción, ya escrita y
cantada.
Son
muchas las contradicciones que hacen inviable este sistema, no sólo desde un
punto de vista moral, sino incluso desde su propia perspectiva amoral y de eficiencia
material, económica. Veamos las más significativas:
1.
Su funcionamiento se sustenta en el crecimiento contínuo de la producción; si
la economía no crece, el capitalismo se cae. Y si crece, agota los recursos
naturales de los que depende la vida humana en el único planeta que tenemos. Cualquier control efectivo de
las consecuencias ecológicas del crecimiento es incompatible con las exigencias
de la competitividad que impone la fase actual del proceso de mercantilización.
Aún así, en esta fase es previsible que asistamos al experimento esperpéntico
de un “eco-capitalismo”.
2.
En tiempos de expansión, el capitalismo tiende a crear una clase media mínima, que
le es cómplice y a la que utiliza como justificación de sus vergüenzas morales;
pero en tiempos de crisis, el poder se concentra y repliega en sus primitivas trincheras
–propiedad y estado-, en las que no cabe ninguna otra clase social más que la
suya. La clase media, tradicionalmente aliada, es progresivamente expulsada,
viéndose obligada a oficiar de verdugo.
3.
Se ha agotado el tradicional sistema de beneficio a partir de la producción
industrial de mercancías, que permitía extraer cuantiosas plusvalías. La
mercancía industrial ya no genera valor (capital) en la economía globalizada,
sólo queda la economía especulativa, basada en la producción de dinero, que todavía es capaz de
generar y acumular capital. El dinero, que era una herramienta para el comercio de
mercancías, ha sido transformado en mercancía misma a través de la deuda, una
mercancía ficticia basada en una promesa de futuro. El capitalismo ha agotado,
pues, su última etapa, la financiera, dejándonos la herencia en ruinas de una economía volátil, basada en
el humo de la deuda, en nada. Sabemos que en este escenario, sólo el
capitalismo estatal de la China “comunista” tiene ganada la batalla en los
mercados; eso sí, a muy corto plazo, lo que tarde en caer el mercado
occidental y también “consumista” del que se nutre.
4.
En su fase expansiva, el capitalismo ha generado sistemas políticos estatales, a
los que ha denominado “democracias parlamentarias”, fundamentadas en la
participación ciudadana intermediada por agentes representativos de la voluntad
popular, organizados y subvencionados desde los propios estados. Su apoyo
fundamental en esta fase son las clases medias aliadas, utilizadas para
constituir mayorías parlamentarias. Los principales intermediarios de la
participación política de la ciudadanía son los partidos y los medios de
comunicación. Los medios son la artillería que facilita el avance y los
partidos son la infantería que ocupa el parlamento, la representación del poder;
en la retaguardia trabajan eficazmente los zapadores, un complejo sistema
educativo que contribuye decisivamente a preparar el terreno, adoctrinando para
la “obediencia democrática” desde la más tierna infancia. En su fases
depresivas, el capitalismo pierde en los parlamentos el apoyo de las clases
medias y no tiene otra salida que recurrir a la máxima concentración del poder y, por tanto, a la mínima representación de éste, a la dictadura, precedida por un clima
previo de conflicto social generalizado y, normalmente, armado.
La
historia nos ha demostrado contundentemente que el poder “democrático” del capitalismo se
transmuta en totalitario durante los periodos de crisis. Su problema ahora es
que la conciencia global es más poderosa que nunca antes y es previsible que ésta
no soporte un regreso al método tradicional de las anteriores crisis, a base de
guerras y dictaduras.
5.
La globalización y la sociedad del conocimiento son trampas mortales para el
capitalismo. Como resultado necesario de su propia evolución, ambas condiciones
van de la mano. La globalización es la libre circulación de mercancías,
fundamentalmente de la mercancía “dinero”. La desmaterialización de la
producción es la esencia de la economía financiera y global del capitalismo, en
la que internet y la sociedad del conocimiento prestan cobertura tecnológica al
paradigma de dicha desmaterialización. La desconexión entre la dimensión
virtual de esa nueva economía y la dimensión real de la economía productiva -asentada
sobre las necesidades de la población mundial-, es una contradicción
irresoluble. Es más, lejos de producir valor real (capital) de mercado, esa
producción virtual de conocimiento se orienta cada vez más hacia la producción
libre y social de conocimiento, que se rebela contra el poder y que es
difícilmente controlable, como se ha demostrado en los últimos tiempos con el
uso de la red por los movimientos sociales de la denominada primavera árabe, del
15M español o del Ocupy Wall Street en
Norteamérica.
Por
lo tanto, es evidente que necesitamos una nueva estrategia no reformista, que
nos permita abordar el duro periodo de transición que nos espera. El
enfrentamiento violento no es deseable ni viable, siempre ganaría el poder,
armado hasta los dientes. Hay que pensar necesariamente en una estrategia de
transición pacífica, que aúne dos tareas simultáneas: la de resistir a la
brutal agresión capitalista y la de construir el postcapitalismo en el seno del viejo sistema y en permanente
confrontación con él. No hay otra opción posible. Y creo
que esa nueva estrategia a la que me refiero, está ya naciendo de la síntesis
de los movimientos sociales actuales y del pensamiento político que los
alienta: los primitivos planeamientos marxistas y anarquistas, junto con los
nuevos movimientos ecologistas y feministas.
La
dimensión de esa estrategia será global, lógicamente, pero sus tácticas deben
concentrarse donde el sistema es más débil, en lo local, allí donde
habita la gente y su sentido de la autonomía, allí donde se produce la economía real y el poder tiene rostro próximo y reconocible…pero
de esa estrategia seguiremos hablando los próximos días.
1 comentario:
salida al capitalismo es una salida de más capitalismo.
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