De
acuerdo, propongo otra Constitución, pero universal y de verdad, cuyos dos
primeros artículos sean: 1º. “Nadie es más que Nadie” y 2º “La Tierra es del
Común”. A partir de ellos, que cada comunidad humana añada los artículos que
quiera, haciendo un desarrollo de la misma adaptado a sus propias
circunstancias.
Gastar
el capital político del 15M en redactar
una nueva Constitución que se quede en una mera reforma de la actual,
pero sin resolver lo sustancial, es un despilfarro inútil a todos los
efectos.
El
revuelto ideológico que convive en las asambleas del 15M expresa muy bien el estado
de desconcierto y fragmentación de la izquierda en estos líquidos tiempos, tan
influidos todavía por el relativismo postmoderno, en coincidencia con el
desmoronamiento evidente del sistema financiero y productivo que sostiene al
neoliberalismo hegemónico. La decadencia del obrerismo sindicalista y de los
aparatos militantes centralistas tras la caída del muro de Berlín, ha devenido
en una masiva proliferación de frentes sectoriales y especializados,
minoritarios e inconexos, como el ecologismo, el feminismo, el movimiento
antiglobalización, el decrecentismo, varios
anarquismos,…junto con los escuálidos y aún supervivientes aparatos
militantes de la socialdemocracia y el
marxismo. El 15M es una expresión
confusa de todo ese magma ideológico que pugna por sobrevivir al capitalismo en
esa frontera difusa en la que todo puede suceder: rendirse al enemigo o
reagruparse para continuar el combate.
Con
todo, es incuestionable que hay en el 15M una pulsión de
regeneración ética y democrática que ha logrado interesar a gran parte de la
ciudadanía y que hace que el movimiento mantenga un cierto apoyo popular. Pasados varios meses desde su nacimiento,
ese magma incandescente sobrevive a las manipulaciones del todopoderoso aparato mediático dominante, pero
hoy es todavía muy confuso a juzgar por las demandas, incluso contradictorias,
que integra. Por una parte, hay demandas reformistas a favor de la mejora del
capitalismo mediante una reforma de la ley electoral, incluso a favor de la
forma republicana del Estado o reivindicativas de la propia legitimidad de la actual Constitución, en
defensa de los derechos sociales que
reconoce y al tiempo incumple. Y por otra parte, existe una posición radical
que cuestiona la propia democracia representativa, asociada al capitalismo
incluso en sus fórmulas más o menos “participativas”, una posición que reivindica
una democracia directa, federal e inclusiva, directamente ejercida por los ciudadanos en
asambleas locales, sin intermediación de partidos ni de clase política alguna.
Ambas posiciones coinciden en denunciar la corrupción intrínseca del poder
político, palpable en la desigualdad económica y en la insaciable voracidad del
poder financiero. Con todo, es incuestionable que alienta en el 15M una pulsión
de regeneración ética y democrática que ha logrado interesar a gran parte de la
ciudadanía y que hace que el 15M
mantenga un cierto apoyo popular.
Es
cierto que partimos de un acuerdo básico en torno al rechazo de la actual
Constitución, pero ¿es otra Constitución lo que queremos o es otra
Democracia?... porque no es lo mismo. Desde mi perspectiva, otra Constitución
en el marco del mismo Estado sería dejar inalteradas las causas reales de la
corrupción que le es intrínseca al capitalismo, que no son sino el sistema de
apropiación privada de la tierra, junto
con el sistema de falsa democracia denominada “representativa o parlamentaria”,
manteniendo al Estado como garante de esos poderes oligárquicos a través de la violencia
institucionalizada. Ese viaje apenas
precisa alforjas.
Deberíamos
haber aprendido que las reformas las hace el propio sistema capitalista, no sin
resistencia, pero integrándolas rápidamente mientras no cuestionen lo que le es
fundamental, su estructura básica de poder. Con la crisis actual deberíamos
haber aprendido que el Estado moderno, nacido para defender la Propiedad, supo
adaptarse e integrar las conquistas sociales “menores”, haciéndose llamar “Estado de Bienestar Social” de la mano de la
socialdemocracia. Deberíamos, pues, haber aprendido más de la historia y saber
que cualquier Constitución que se proponga la reforma del Estado, aunque sea
desde abajo, está condenada al fracaso mientras no elimine la “raíz” de la enfermedad, que no es sino la
concentración de la propiedad y del poder político-económico.
A
estas alturas de los tiempos, deberíamos también considerar que no somos del
todo inocentes, que ya venimos de allí, de los intentos fracasados: del Estado
Soviético -por la vía revolucionaria- y
del Estado de Bienestar - por la vía socialdemócrata y reformista-…siempre con
la concentración del poder y de la propiedad por resolver.
Sin
un diagnóstico correcto es imposible la sanación, mucho menos cuando la
enfermedad es tan cancerígena y destructiva como lo es el capitalismo. Pensar en una “nueva y buena”
Constitución española es un empeño intelectual y político definitivamente
ingenuo, necesariamente condenado a ser reformista y, por tanto, integrable,
dilatorio y estéril.
Lo
dicho, otra Constitución sí, pero esta vez que sea universal y de verdad.
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