En
el pasado año 2010, la mayoría de la población mundial ha dejado de ser
campesina. Y en Europa, como en el resto del llamado primer mundo, el
campesinado está a punto de desaparecer, con apenas un cinco por ciento de
población dedicada a las actividades agropecuarias. Se trata de una
desaparición programada, siguiendo la inequívoca lógica del capitalismo, inevitablemente
orientada a concentrar la propiedad de los medios de producción, a producir masivamente y a reducir todos los
costes al mínimo, al objeto de conseguir
el máximo de beneficio de quien ostenta la propiedad.
Como
consecuencia inmediata de esta exterminación, estamos asistiendo a un acelerado
proceso de hacinamiento de la población mundial en grandes metrópolis, al mismo ritmo que se
produce el abandono de las zonas
rurales. Son las dos caras de una misma moneda, en una tendencia que parece imparable en un momento en que, por primera vez en
la historia de la humanidad, la población de las grandes urbes supera a la que
habita en las zonas rurales.
En
todas las partes del mundo el campesinado fue siempre una clase social especial, una clase de supervivientes,
que en los años de la revolución industrial estuvo situada en los márgenes de
la economía y del poder, hasta llegar a su absoluta decadencia actual. En las épocas de guerra y de crisis, los campesinos siempre supieron resistir y sobrevivir, gracias a su conocimiento sobre el
manejo de la tierra y de otros
saberes prácticos y fundamentales,
que les permitían fabricar herramientas,
vestidos o viviendas. No era una cultura
de progreso sino de supervivencia, asentada sobre una estrategia básica de autosuficiencia
y autonomía personal. Nada comparable a lo que nos sucede a sus actuales
descendientes, completamente ignorantes de aquellos valiosos saberes de nuestros
abuelos campesinos. Somos completamente dependientes de un empleo que no
controlamos porque no nos pertenece. No
sabemos sobrevivir sin los subsidios del Estado. Las crisis capitalistas nos producen pánico cuando vemos a cientos de miles de personas excluidas por el sistema, indefensas y
debilitadas, absolutamente dependientes del llamado “estado de bienestar”, absolutamente
incapacitadas para la supervivencia por sí mismas, lo que es mucho más grave y evidente en situaciones de crisis económica como la que
padecemos en la actualidad.
El
panorama es alucinante: millones de personas sin trabajo,
personas que ni tienen ni contemplan otra opción que la desesperada espera en la cola de las oficinas
de empleo, nada preparadas para la supervivencia, absolutamente privadas de
autonomía y de dignidad personal. Y a poco que lo pensemos, se nos revolverán
las entrañas al ver como comunidades enteras están inermes, sometidas, atrapadas
en la rueda caótica de un sistema económico que
sólo sirve al beneficio de muy poca gente, que destruye los recursos naturales al igual que los humanos, que pulveriza la cohesión social de las comunidades locales y que implanta la barbarie del individualismo consumista.
Promover
la autonomía personal y la autosuficiencia es una medida inteligente en todo
caso, que debiera empezar en la educación infantil, en la escuela y en la familia, convirtiéndose en un
objetivo básico de cualquier sistema educativo, social y político responsable. Históricamente sólo
el socialismo libertario ha promovido estos valores y ello desde una óptica sindicalista, asentada sobre una ideología del trabajo hoy absolutamente cuestionable. Deberíamos hacer esa
transformación por convencimiento, por simple inteligencia social y por
instinto de supervivencia. Si no lo hacemos ahora, en el próximo futuro estaremos abocados a
esa tarea por pura necesidad, forzados por el abismo al que inexorablemente nos conducen las crisis capitalistas.
Por eso, mientras tanto, hay que resistir y prepararse, promoviendo en proximidad los principios de
autosuficiencia y autonomía personal y comunitaria. De
ahí mi empeño en apostar por la recuperación de la estrategia campesina de supervivencia, que concreto en proyectos como “Habitapple”, enfocado en el surgimiento de un nuevo urbanismo, social y
comunitario, a partir de arquitecturas inteligentes que nos permitan transformar
nuestro modo de vivir, haciéndolo más responsable y comunitario, ayudándonos a recuperar nuestra autonomía personal junto a los conocimientos y las tecnologías precisas para lograr la máxima autosuficiencia económica posible. Viviendas inspiradas en las productivas casas campesinas.
Donde podamos tener un espacio de trabajo autónomo, un espacio comunitario
donde compartir recursos y para la ayuda mutua. Espacio y tecnología para producir
la mayor parte de nuestros alimentos y
la energía necesaria para el funcionamiento de la vivienda y para cubrir nuestras necesidades de movilidad y comunicación.
Así,
pues, la muerte del campesinado no será estéril. Porque sus descendientes urbanos, sus nietos, estamos empezando a proyectar la recuperación de su sabia estrategia de
supervivencia, para adaptarla a nuestro tiempo antes de que el capitalismo arrase con Todo.
Nota: Añado a continuación un enlace al prólogo que
escribió Jhon Berger para su libro “Puerca Tierra”, que junto a “Una vez en
Europa” y con “Lila y Flag” conforman la magnífica trilogía “De sus fatigas”, escrita en los años ochenta y que está centrada en el relato del drama histórico que supone la aniquilación del campesinado
europeo.
Jhon Berger |
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