Hace unos días, cuando la huelga
salvaje de los controladores aéreos, viendo las imágenes de las terminales de
los aeropuertos, abarrotadas de gente con
maletas, creo que era en el Prat de Barcelona, me pareció ver fugazmente
a los dos cowboys del pinar de Zalima…
Habíamos ido a Salinas a pasear por el pantano. Y, como muchas
tardes de otoño, llevábamos una cestuca de mimbre, por si salían setas por el
camino. Níscalos. Cruzamos el semiderruido puente del Atolladero y subimos a
la Isla de los
Conejos, la rodeamos sin ver ni uno, le hicimos fotos al emergente muñón de la torre de Cenera, sobre el espejo de las aguas en ruina, y volvimos a cruzar el Desierto Cuarteado, el
que deja descarnado el pantano cuando llega el estío a su zenit. Bien es verdad que no todos los
años. Por probar suerte y como teníamos la furgoneta en el sitio
de las ranas -lugar de Ranetum- nos acercamos hasta el empinado pinar cuando
caía la tarde y todo el suelo de pinoja era una verde promesa de níscalos para
cenar esta noche con patatas. Subíamos absortos, con los ojos centrados en los micropaisajes teóricos donde anidan y se crían las setas, cuando oímos unos chasquidos de leña que venían de la parte
alta del pinar, que parecían pisadas. Y
lo eran. Nos miramos con cara de alobados, como si no diéramos crédito a lo que
venía de arriba por entre las sombras,
como si dudáramos de estar despiertos. Y no era para menos, porque eran dos
figuras irreales como fantasmas, que bajaban saltando a la contra de los
grandes surcos y montículos del pinar, entre dos luces, con sendas maletas grandes en la mano, pantalones vaqueros,
gorro tejano, botas altas y holgados gabanes, color crema de gabardina,
desabrochados al aire. Estos detalles los contrastamos más tarde, con apenas
diferencias, ya casi entrada la noche, cuando estábamos en la furgoneta después
de la carrera que nos dimos al bies del pinar, en diagonal y cuesta abajo, a
favor de la gravedad y con la inmensa fuerza que otorga la prudencia cuando antecede a la cagalera. Y en evitación de mayores sorpresas. Eran ellos dos,
claro que lo eran, eran los dos caowboys enamorados, los de la película Brokeback
Mountain –love is a force of nature- los amantes furtivos del pinar de Zalima, aquí,
de turismo en la Montaña Palentina.
Cuando al rato compareció el ministro Pepe Blanco para dar explicaciones, con imágenes del Prat al fondo (un
vestíbulo inmenso lleno de viajeros con maletas), nos entró una risita
contagiosa y nerviosa. Aún estando bien seguros de que aquél día no estábamos bajo el efecto de algún hongo alucinógeno, acordamos que no se lo contaríamos a nadie para no dar pie
a equívocas interpretaciones. En mi fuero interno, creo que la
explicación es muy sencilla, que se trataba de dos personas normales, dos amigos
que habían recogido setas a mansalva, hasta llenar dos maletas que se habían
encontrado en una escombrera cercana y que bajaban
felices, desbordantes de alegría setera, dando brincos con su tesoro de
níscalos dorados…pero es preferible la ficción, mi amor, porque la realidad ¡es
tan increíble!
No hay comentarios:
Publicar un comentario