miércoles, 17 de diciembre de 2014

LA RAIZ DEL MAL: LO LLAMAN DEMOCRACIA Y NO LO ES





 “La responsabilidad del ser humano consigo mismo es indisociable de la que debe tenerse en relación a todos los demás. Se trata de una solidaridad que lo conecta a todos los hombres y a la naturaleza que lo rodea. Por tanto, resulta innegable que la deducción final de esa reflexión busque atender también lo universal”. 
José Eduardo de Siqueira (del “O princípio de responsabilidade de Hans Jonas”, revista del Centro Universitário São Camilo, 2009).

Pensamos que el mal es siempre exterior a nosotros. Y ésto es así porque hemos sido amaestrados en este pensamiento durante siglos de mala educación, crónica y normalizada (familiar, escolar y universitaria), siglos de sumiso trabajo asalariado, de aleccionamiento partidista y adocenamiento mediático, muchos años de fundamentalismo consumista y de practicar la costumbre de llamar democracia al parlamentarismo, a lo que no lo es. 

Pensamos que el mal nos es ajeno, que pertenece a quien tiene la responsabilidad de gobernar y ni por un instante llegamos a imaginar que esta responsabilidad pudiera ser nuestra, nos lo impide esa perversa tradición heterónoma que arrastramos desde muy antíguo, ese pensamiento administrado desde las instancias del poder, por quienes sólo entienden la seguridad en el orden y éste en la jerarquía social.


Y si llega a surgirnos esta duda, la razón práctica acude siempre en ayuda de nuestro pensamiento acostumbrado, volvemos a creer que resulta imposible organizarnos de otro modo, que nosotros no podemos dedicarnos a la tarea de gobernar porque estamos muy ocupados en nuestra propia profesión de supervivientes, que por eso necesitamos especialistas, gente dedicada a gobernar por nosotros, gente que sepa lo que nosotros no sabemos...y, además, porque somos muchos y porque la mayoría de nosotros vivimos en grandes urbes pobladas por multitudes inmensas, por millones de individuos necesitados de orden y gobierno externo, incapaces de autoorganizarse por sí mismos... imposible así el autogobierno...sería la anarquía, el caos más absoluto, eso es lo que creemos, ese es nuestro miedo. Descartamos de inmediato tal posibilidad, preferimos el camino encarrilado, seguir pensando en la necesidad del orden habitual, ignorar que nuestras vidas son dependientes de voluntades ajenas, que sólo tienen sentido en la horma del orden establecido por aquellos en quienes hemos delegado nuestra responsabilidad, que sólo así nuestras vidas están seguras, en manos de especialistas, de gente que sabe cómo preservar la seguridad y el orden en nuestras vidas.


Es una práctica que se extiende a la mayor parte de los problemas que nos surgen en la vida y que nos sucede especialmente con aquellos que se convierten en crónicos, que si no son resueltos de raíz terminan creciendo nuevamente, volviendo a su misma forma anterior. Deseamos resolver estos problemas, pero la mayoría de nosotros nos limitamos a aplicar el tratamiento sólo a las hojas y, como mucho, a alguna de sus ramas. Y esos problemas acaban volviendo a nosotros, llegando a ser peores que antes, no porque no tuvieran solución, sino porque los hemos tratado superficialmente, porque no hemos ido a su raíz.

 
Este es el mal de raíz que nos habita y nos explica como seres irresponsables, incapaces de comprender la razón simple de la democracia, la que consiste en afrontar nuestra responsabilidad individual y plena en todo aquello que nos concierne como individuos sociales, en todo aquello que tenemos en común con los demás individuos. Este miedo a la democracia, al autogobierno, no es sino miedo a asumir nuestra responsabilidad universal, la que contraemos de nacimiento, sólo por ser humanos, no sólo una especie más, una parte más de la naturaleza, sino aquella dotada de ánima o alma, de la inteligencia que es propia de las especies animadas, vivas, las de los reinos animal y vegetal. Pero resulta que no somos una especie cualquiera entre éstas, sino la más inteligente de ambos reinos y, por ello, la más responsable. Toda una carga de responsabilidad universal, que sólo podemos evadir al precio de comprometer al conjunto de la vida y a riesgo de nuestra propia existencia. Bastaría el compromiso con esa responsabilidad para encontrarle sentido a la vida humana: cuidar de la permanencia, continuidad y calidad de la vida toda. 

Éste es nuestro mal de raíz, la dejación de nuestra responsabilidad personal en el devenir de la sociedad humana y de la naturaleza de la que formamos parte, éste es el mal que algún día tendremos que abordar de frente...y ojalá que lo hagamos cuanto antes, ahora que ya tenemos a la vista suficientes evidencias de nuestra proximidad al Abismo. No es, pues, un tema menor el de la Democracia, ya que no sólo se trata de un procedimiento, entre otros, para organizar la convivencia entre los humanos nacidos en España, sino que su trascendencia es de raíz y tamaño universal, porque tiene la medida del mal que padecemos. No podemos seguir construyendo formas de vida en hormigueros humanos que sólo pueden existir bajo el imperativo de la jerarquía que anula al individuo. Como no podemos huir hacia formas de vida individualista, aisladas de la evolución universal y al margen de nuestro deber, agachando la cabeza para no ver la realidad y para no sentir la vergüenza de nuestra irresponsabilidad. La Democracia por estrenar es nuestro compromiso innato y persistentemente ocultado. Es esa responsabilidad personal y universal, que nos inclina hacia una forma radicalmente ética y ecológica de vivir en comunidad, hacia una forma realmente democrática de vida en común, asumiendo esa carga, ese deber irrenunciable que corresponde a cada individuo y al conjunto de la sociedad humana.

El sólo hecho de llamar “democracia” al regimen global cuya hegemonía mundial se ha ido imponiendo durante los “siglos de progreso”, sería un burdo sarcasmo de no ignorar que tal progreso se ha venido edificando sobre un cimiento de miseria y millones de cadáveres, de vida sistemáticamente anulada, fruto de una guerra continuada de saqueo y pillaje contra el “otro ser humano”, contra la “otra naturaleza”, un fraticidio institucionalizado contra todo “lo otro”, ignorante a conciencia y por interés propio de que eso “otro” somos todos y cada uno de nosotros mismos. Por eso el regimen oculta su vergüenza universal, como hacemos la mayoría de nosotros, como la mierda que se disimula debajo de una alfombra de pulcra apariencia, oculta bajo un sucedáneo de “progreso” y “democracia”.







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