sábado, 24 de septiembre de 2022

GRAN TRANSICIÓN O HUIDA HACIA NINGUNA PARTE

 

Decía Karl Popper que “el futuro se encuentra siempre presente, como una promesa, una atracción y una tentación”. Podemos interpretar esta presencia del futuro como transición, cierto, pero en modos bien divergentes: con la intención de mejorar el mismo orden que rige el presente (modo reformista), o como transformación integral (modo radical), que se propone Otro orden.

A comienzos del presente siglo se conformó un grupo de trabajo integrado por científicos y académicos de gran prestigio, con la denominación de Grupo de Escenarios Globales (GSG), auspiciado por la ONU a través de su Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente y cofinanciado por el Stockholm Environment Institute, la Rockefeller Foundation, la Nippon Foundation. Los autores del ensayo resultante, declararon en el mismo que fue una apasionante exploración del pasado, el presente y el futuro”. A pesar de que su publicación en 2006 es anterior a la global crisis financiera de 2008, a la conmoción global que supuso la pandemia del covid19 y a la guerra de Ucrania que está en curso como anticipo de una tercera guerra mundial de nuevo tipo, el texto resulta muy interesante, porque viene a reconocer que el cambio global se acelera y las contradicciones se profundizan, por lo que “se necesitan con urgencia nuevas formas de pensar, actuar y ser”.  

Y a la exploración de estas “novedades” dedicaron su tiempo estos científicos, cuyo resultado es una propuesta de Gran Transición, planteada como oportunidad histórica de dar forma a “un mundo justo de paz, libertad y sostenibilidad” . Entre otros escenarios, se propone el que denominan de la Gran Transición, para el que identifican estrategias, agentes de cambio y valores para una nueva agenda global. Aunque hubiera sido escrito más recientemente, pienso que tanto la crisis del 2008, como la Pandemia y la guerra de Ucrania, no hubieran cambiado lo esencial de su propuesta; al contrario, estos últimos acontecimientos les hubieran reafirmado en sus conclusiones y en su apuesta reformista, que conviene tener muy en cuenta, porque aún siendo autodeclarada como progresista, viene a reconocer su dramática improbabilidad ante la magnitud y profundidad de las contradicciones a superar como legado de la época moderna” que nos ha conducido al umbral de la actual sociedad planetaria. Se refieren así a la época de los Estados-Nación, pero se cuidan de no decirlo expresamente, y hasta exageran su antigüedad innecesariamente, cuando sin rigor histórico alguno estos “expertos” le otorgan a la Modernidad una edad de mil años.

Sí me parece muy interesante este documento es porque trasluce la visión del presente y las expectativas de futuro que se tienen desde la corriente ideológica hoy dominante, la que a sí misma se presenta como “progresista” y “políticamente correcta”, en modo que queda bien resumido en la expresión “pensamiento único”. Cobra un interés trascendental, que podemos denominar como “trágico” en una actualidad que hoy vemos precipitarse en el contexto geopolítico de una guerra, la de Ucrania, que nos avisa de lo que viene: una guerra sin cuartel entre dos concepciones del mundo que se excluyen mutuamente a pesar, es mi propia visión, de que comparten un mismo principio organizador de la sociedad, el del Estado: por un lado en su forma imperial-unipolar representada por una OTAN liderada por Wasington y por otro lado en su forma imperial-multipolar, representada por Rusia, respaldada por las grandes potencias económicas emergentes, con economías igualmente capitalistas, China e India fundamentalmente. Así, lo que podemos esperar es un escenario de guerra mundial, “fría” como mínimo, que ya está servido.

Lo que me propongo con esta reflexión es dilucidar la razón de sus miedos, los de esta visión “progresista”, a un fracaso histórico ante la fuerza de acontecimientos (se cuidan de esquivar la situación geopolítica) que les llevan a augurar una probable Transición hacia soluciones autoritarias, frente a las que proponen un horizonte de futuro progresista-reformista, que presuponen más “democrático y ecológico”.

Juegan con la ambigüedad de un esquema que nos sugiere estar en la fase temprana de una transición acelerada, en un período de turbulencias que impiden predecir el carácter del Sistema Global que surgirá de esta transición, por lo que la forma última de lo que haya de venir dependerá en gran medida de opciones humanas que todavía no se han efectuado y de acciones que todavía no se han emprendido”. Queda bien claro en su referencia a Wittgenstein: “la mosca dentro de la botella tiene dificultades para observar a la mosca que está dentro de la botella”.

También pretendo elucidar la razón que les lleva a descartar cualquier posibilidad revolucionaria que pudiera exceder el campo de su visión estratégica, a mi entender reducida a una simplista y falsa confrontación ideológica -democracia versus autoritarismo-, cuando en realidad se trata de una lucha interestatal por el dominio capitalista del mundo, sea por un único bloque o repartido en varios bloques.

A grandes rasgos, en su previsión de escenarios, definen tres arquetipos de pensamiento social -evolucionista, catastrofista y transformacionista- que corresponden a distintas y divergentes concepciones acerca de cómo funciona el mundo. Según ésto, los evolucionistas son optimistas que piensan que los rasgos dominantes, los de la modernidad, pueden traer prosperidad, estabilidad y salud ecológica. Los catastrofistas temen terribles consecuencias para el futuro del mundo, porque piensan que no podrán ser resueltas las tensiones sociales, económicas y ecológicas, que son cada vez más profundas. Y los transformacionistas serían aquellos que compartiendo estos miedos, creen que la transición global puede ser enfrentada como “una oportunidad para crear una mejor civilización”.

A partir de este simple esquema, exponen tres visiones diferentes así resumidas: ajuste paulatino (optimistas- evolucionistas), cataclismo discontinuo (pesimistas-nihilistas) y renovación estructural (posibilistas-reformistas). En su visión progresista no cabe ninguna otra visión que no sea reformista y, menos aún, una “revolucionaria”, nada que pudiera parecerse a una propuesta de transformación radical e integral, es decir, al margen y contraria a los aparatos de dominación que vienen determinando la evolución histórica de nuestras sociedades -Estado y Mercado- hasta convertir la existencia humana en una permanente lucha identitaria y de poder entre pueblos, culturas, clases y géneros, extendida a la totalidad de individuos durante las últimas décadas de la globalización capitalista, dejando tras de sí un rastro de devastación social y ecológica de igual magnitud global.

El sistema de organización de la sociedad moderna configurado a partir del siglo XVIII no pudo ser disuelto por ninguna de las revoluciones sucedidas durante esa época, ni siquiera por la única que pudo hacerlo en el momento “proletario” tras la revolución industrial en que se dieron las condiciones de oportunidad. Pero el sistema de producción y acumulación de capital fundamentado en su naturaleza extractiva y depredadora tenía que chocar algún día con sus límites naturales. Y ahora es ese momento.

Sin embargo, disiento de quienes creen que este sistema se disolverá en sus propias contradicciones, la prueba es la previsión de escenarios planteados por este Grupo de Escenarios Globales (GSG) auspiciado por la ONU, abierta a incertidumbres que incluyen todas las posibilidades, incluso las más caóticas y autoritarias, eso sí, todas excepto la de una transformación o revolución integral... ¡cómo iban a poder, siquiera imaginar, un “mundo mejor” sin Estado ni Mercado!, ¿cómo, si éstas abstracciones forman parte inamovible de su propio imaginario de la Modernidad, como si fueran auténticas e incuestionables realidades geológicas. Como dijera Fredric Jameson, “hoy parece más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”...pues no digamos respecto del fin del Estado.

Después de la caída del muro de Berlín, el capitalismo logró erigirse como único sistema político-económico viable. En su libro “Realismo capitalista”, publicado en el Reino Unido hacia fines de 2009, Mark Fisher, crítico musical y teórico de la cultura, definió acertadamente el capitalismo como el marco ideológico en el cual vivimos (donde quiera que sea). Mark Fisher expone claramente en este libro de qué manera el “realismo capitalista” permea todas las áreas de la experiencia humana contemporánea, cubriendo el horizonte de lo pensable y cerrando la capacidad de imaginar un nuevo escenario social, cultural, económico y político. Solo que, una vez más, como tantos otros intelectuales contemporáneos, olvida que esta ideología capitalista es un producto histórico, del Estado Moderno, que sin el respaldo del aparato estatal la ideología capitalista hubiera podido ser pensada, pero no realizada, porque el Estado como forma jerárquica de organización social, que divide a la sociedad en gobernantes y gobernados, es su previa y necesaria condición de existencia.

¿Pero a dónde vamos?, se preguntan en ese informe encargado por la ONU, para concluir en ésto: las nuevas épocas históricas surgieron de las crisis y oportunidades que presentaba cada época precedente, pero en la transición planetaria resulta insuficiente reaccionar ante las circunstancias históricas. Ahora sabemos que nuestras acciones pueden hacer peligrar el bienestar de las generaciones futuras y por eso la humanidad se enfrenta a un desafío sin precedentes para anticiparse a las crisis por venir, considerando las alternativas futuras y adoptando las opciones adecuadas. El problema del futuro, que antes era materia para soñadores y filósofos, se ha movido al centro de las agendas científicas y de desarrollo...Así dejan muy claro a quien le corresponde tomar las decisiones sobre el futuro, a las élites tecnocientíficas, ¡adiós al sueño moderno de la democracia liberal!

Se preguntan después por los futuros globales que podrán surgir de los turbulentos cambios que dan forma a nuestro mundo y para organizar su reflexión reducen las posibilidades a unos pocos guiones estilizados que representan las principales alternativas, por lo que llegan a considerar tres clases de escenarios, así nombrados: 1. Mundos Convencionales, 2. Barbarización y 3. Grandes Transiciones, caracterizados respectivamente por: una continuidad esencial (1), un cambio social fundamental pero no deseable (2) y por fundamentales y favorables transformaciones sociales (3).


El primer escenario, el de los Mundos Convencionales” supone que el sistema global en el siglo XXI evolucionará, sin discontinuidades ni transformaciones fundamentales, a partir de las mismas fuerzas y valores dominantes que conducen actualmente la globalización, que seguirán siendo las que conformarán el futuro (Estado y Mercado). Solo harán falta algunos ajustes, en la política y los mercados, para ir solucionando los problemas sociales, económicos y ecológicos a medida que éstos vayan surgiendo. En este escenario sitúan como agentes a las Fuerzas del Mercado y a la Reforma Política, respectivamente responsables de promover una economía global resuelta en un mercado global competitivo, abierto e integrado, en el que las preocupaciones sociales y ecológicas son secundarias. Se supone que en este escenario los gobiernos estatales emprenderán una Reforma Política amplia y coordinada, a fin de reducir la pobreza y alcanzar la sostenibilidad del medio ambiente.

El segundo escenario, el de Barbarización”, considera la posibilidad de que estos problemas no puedan ser resueltos y que, por consiguiente, nos conduzcan a sucesivas crisis que superen la capacidad de las instituciones convencionales para resolverlos. En este escenario la civilización planetaria caería en la anarquía o en la tiranía”, se dice, sin apreciar diferencia alguna entre ambas situaciones.

Como agentes de este segundo escenario sitúan al Colapso, en el que los conflictos y las crisis entran en una espiral descontrolada y las instituciones se desploman, junto a un Mundo-Fortaleza como respuesta autoritaria a la amenaza de colapso, ante un mundo fracturado, parecido a un apartheid global, con las élites enclaustradas en enclaves interconectados y protegidos, con la mayoría de la población mundial empobrecida y situada a merced de la intemperie.

Y en el tercer escenario, el de la Gran Transición -al que presentan como apuesta propia- dicen esperar profundas transformaciones históricas en los valores fundamentales y en los principios de organización de la sociedad. Según este escenario, surgirán “nuevos valores y paradigmas de desarrollo, que enfatizan la calidad de vida y la suficiencia material, la solidaridad humana, la equidad global, la afinidad con la naturaleza y la sostenibilidad del medio ambiente.”

Como posibles agentes de esta Gran Transición, sitúan en primer lugar a una visión Ecocomunalista”, que sería una especie de biorregionalismo o localismo, con democracia directa y autarquía económica que, según se expresa en el ensayo, “aunque resulte popular para algunas subculturas ambientalistas y anarquistas, es difícil visualizar un camino plausible que lleve desde las tendencias globalizantes de hoy hasta el ecocomunalismo y que no pase por alguna forma de Barbarización”. Y un segundo agente de este escenario sería un Nuevo Paradigma de Sostenibilidad (por el que directamente se inclinan los autores de ese trabajo), un paradigmaque cambiaría el carácter de la civilización global, en vez de replegarse hacia el localismo, pasando a valorizar la solidaridad global, la fertilización intercultural y la conectividad económica, buscando una transición liberadora, humanista y ecológica”.

Describen estos escenarios remarcando sus diferentes respuestas a los desafíos sociales y ecológicos: las Fuerzas del Mercado se apoyarían en la lógica auto-correctiva de los mercados competitivos; la Reforma Política dependería de la acción gubernamental para buscar un futuro sostenible, y en Mundo-Fortaleza, le correspondería a las Fuerzas Armadas imponer el orden, proteger el medio ambiente y prevenir la caída en el Colapso, mientras que para su Gran Transición reservan “un futuro sostenible y deseable que surge de nuevos valores, de un modelo revisado de desarrollo y de la participación activa de la sociedad civil”...¡qué majos estos expertos de la ONU!

Describen a continuación las fuerzas impulsoras que serían el común punto de partida de todos los escenarios descritos, las mismas fuerzas que condicionan y modifican el Sistema:

1.Demografía: la población es cada vez más vieja, aumentará en aproximadamente un 50% hacia 2050 y la mayoría de los tres mil millones de personas adicionales nacerán en países en desarrollo. Con la tendencia a la urbanización, habrá casi cuatro mil millones de nuevos habitantes urbanos que plantearán grandes desafíos al desarrollo de las infraestructuras, al medio ambiente y a la cohesión social. Las bajas tasas de fertilidad llevarán gradualmente a un aumento del promedio de edad y a una creciente presión sobre la población productiva para mantener a los adultos mayores. Pero, ¡milagro!, una Gran Transición aceleraría la estabilización de la población, moderaría los porcentajes de urbanización y buscaría esquemas de asentamientos más sostenibles.

2.Economía: los mercados de productos, financieros y laborales han pasado a integrarse e interconectarse crecientemente en una economía global (mercado capitalista), los avances tecnológicos y los acuerdos internacionales para liberalizar el comercio han catalizado el proceso de globalización capitalista, enormes empresas transnacionales dominan crecientemente un mercado planetario, desafiando las prerrogativas tradicionales de la nación-estado, los gobiernos enfrentan dificultades en aumento para prever o controlar las alteraciones financieras y económicas que se difunden a lo ancho de una economía mundial interdependiente, que puede verse directamente en los efectos paralizantes de las crisis financieras regionales, pero también indirectamente en el impacto de los ataques terroristas o de los temores sobre la salud, tales como la enfermedad de las vacas locas en Europa (y del Covid a escala global, sucedido con posterioridad a la publicación de este informe)... pero no hay que preocuparse, porque en la Gran Transición, las preocupaciones sociales y ecológicas se reflejarán en políticas que “limiten” el mercado, ya que “una sociedad civil vigilante” generará un comportamiento corporativo responsable junto a nuevos valores que cambiarán los esquemas de consumo y producción.

3. Cuestiones sociales: la creciente desigualdad y la pobreza persistente caracterizan la escena global contemporánea, crece imparablemente la desigualdad económica entre las naciones y dentro de éstas. La transición hacia un desarrollo promovido por el Mercado debilita los sistemas y normas tradicionales, provocando una considerable dislocación social, caldo de cultivo para la actividad delictiva... Pero (tomen nota): en la Gran Transición serán respetados los compromisos de la Declaración Universal de Derechos del Hombre de 1948 en cuanto a justicia y a un nivel de vida digno para todos, en el contexto de un modelo de desarrollo global plural y equitativo.

4. Cultura: la globalización, la tecnología de la información y los medios de comunicación electrónicos estimulan la cultura del consumo en un proceso que, a la vez, es consecuencia y causa de la globalización económica. Paradójicamente, un mercado global unificado también activa las reacciones identitarias, nacionalistas y religiosas. Tanto la globalización como la reacción fundamentalista contraria a la globalización, necesariamente implican problemas para las instituciones democráticas (los Estados y sus corporaciones o bloques internacionales), el terrorismo ha surgido como significativa fuerza impulsora en el escenario mundial. Su simpatía entre las masas parece enraizarse en la furia y la desesperación de sentirse excluidos de las oportunidades y la prosperidad y en el clamor por el consumismo o en su negación, resulta a veces difícil escuchar voces en pro de la solidaridad global, la tolerancia y la diversidad que, sin embargo, “son las voces precursoras (prometeicas) de la Gran Transición”.

5. La Tecnología: transforma la estructura de la producción, el carácter del trabajo y el uso del tiempo libre. El avance continuo de la tecnología de la computación y de la información se encuentra en primera línea de la actual ola de innovación tecnológica. La biotecnología podría afectar significativamente a las prácticas agrícolas, a los productos farmacéuticos y a la prevención de enfermedades, al mismo tiempo que suscita un conjunto de problemas éticos y ecológicos. La miniaturización tecnológica puede revolucionar las prácticas médicas, la ciencia de los materiales, el rendimiento de las computadoras y muchas otras aplicaciones... pero no insistan en preocuparse, que “la Gran Transición modelará el desarrollo tecnológico a fin de promover la plena realización del ser humano y la sostenibilidad del medio ambiente”.

6. Medio ambiente: la degradación global del medio natural es otra significativa fuerza impulsora. Ha aumentado la preocupación internacional por el impacto de la actividad humana sobre la atmósfera, la tierra y los recursos hídricos, por la bioacumulación de sustancias tóxicas, la desaparición de especies y la degradación de los ecosistemas. La percepción de estos hechos nos ce que los países por separado no pueden mantenerse al margen de los impactos globales sobre el medio natural y ésto cambia las bases de la geopolítica y de la gobernabílidad global... pero, mecanismos autocorrectivos ¿aportarán ajustes con la rapidez y a escala suficientes? Creerlo es un problema de fe y optimismo, con escasa base en el análisis científico o en la experiencia histórica. No existe, simplemente, seguro alguno que impida que las vía Fuerzas del Mercado no comprometan el futuro, exponiéndolo a cambios aún mayores y más perjudiciales en los ecosistemas de la Tierra.

No tienen inconveniente en reconocer que las bases, tanto teóricas como empíricas, de tan positiva expectativa son extremadamente débiles. La experiencia durante los dos últimos siglos (los de la economía capitalista de los Estados-Nación) sugiere más bien que se requieren programas de bienestar social (¿otro Estado del Bienestar, convenientemente renovado?) específicamente orientados a reducir el empobrecimiento provocado por el Mercado capitalista. Y auguran que en este escenario, es altamente probable que persista la pobreza global, si no llegan a combinarse el crecimiento de la población y la distribución de ingresos...o sea: lo que puede esperarse de un Mercado capitalista consternado y arrepentido de sus propias barbaridades.

Los expertos de la ONU se han preguntado ¿a dónde queremos ir?, y su reflexión les ha llevado a ambiguas y confusas respuestas sobre el futuro global, más bien a inquietantes incertidumbres que, cierto es, no ocultan. Efectivamente, la trayectoria global que asume la persistencia de las tendencias y valores hoy dominantes, resulta contradictoria e inestable, apuntando hacia paisajes sociales de barbarie y empobrecimiento social, económico y ecológico. Pero, en un redoblado esfuerzo prometeico, estos expertos anuncian un esperanzador futuro en su último descubrimiento científico-antropológico: resulta que hasta ahora no sabíamos que nosotros, los seres humanos,” somos viajeros y no ratones”.

A mitad de su larga reflexión, estos científicos reconocen que el ritmo y la escala del cambio tecnológico y social requerido es intimidante, lo que vienen a expresar gráficamente en esta contundente frase: “la vía reformista a la sostenibilidad es como subir a una escalera mecánica que baja”. Por eso se replantean un camino que va de la sostenibilidad a la deseabilidad: “a las preocupaciones pragmáticas sobre la factibilidad de la vía reformista cabe añadir una crítica normativa: ¿es deseable (la vía reformista)?, ¿será ese un lugar de felicidad, con posibilidades de elección y exploración individual y social?...para concluir en que “podría ser un mundo sostenible pero indeseable”.

 

En medio de mi propia reflexión, ha llamado mi atención el texto de un manifiesto publicado en 2018 por la revista alemana Kosmoprolet (comunistas antiautoritarios), con el que me identifico en muchos de sus puntos, y en el que entre otras muchas cosas se dice que “partiendo de la irracionalidad del orden actual por una parte, y de las posibilidades que ésta abre por otra, surgen los primeros contornos de una comunidad libre: la reconstrucción de la maquinaria según las necesidades de los productores; la abolición de la automatización ddnde esta sea inútil y agotadora, la conversión de las actividades necesarias para volverlas más agradables, y, en caso de que eso no sea posible, la rotación de las tareas necesarias pero desagradables; el fin del trabajo asalariado y de cualquier entrelazo entre consumo y rendimiento; el desarrollo de una verdadera riqueza social”. Y aún así, sus autores anónimos reconocen en dicho manifiesto que todo ello dice poco o nada sobre las formas sociales en las que estos cambios serían posibles. Esta consideración me parece crucial, porque, como ellos mismos reconocen, “son precisamente las nuevas formas sociales a desarrollar las que formarán el eje central de este cambio”. Con ello vienen a deducir que no importa cuán violento se haya vuelto el carácter destructivo-irracional de los métodos de producción actuales, ni qué potencial abarquen las nuevas tecnologías, mientras que la coexistencia de varios miles de millones de personas se mantenga bajo las formas sociales actuales (los Estados-Nación y sus bloques corporativos), nada cambiará.

Así, estos comunistas antiautoritarios asimilan el “realismo de izquierda” que perpetúa la organización social-estatal, con el “realismo capitalista” definido por Mark Fisher y al que me referí anteriormente. Al igual que rechazan el pseudo-radicalismo que celebra revueltas aisladas, predicando la máxima destrucción y que para una sociedad “diferente”, solamente ofrece frases triviales sobre la completa libertad del individuo. Su conclusión al respecto me parece realmente acertada: “más bien se trata de establecer una mediación social diferente, en la cual la totalidad social no sea contraria a las exigencias individuales, sino que precisamente sea fruto del trabajo consciente de los individuos”.

El “realismo socialista” resultante de la Revolución de Octubre, convirtió el programa marxista de “retirada del Estado en la sociedad” en algo completamente contrario, entronizando el poder estatal con rasgos totalitarios; lo que nos da una idea de la magnitud del desafío que supone superar el capitalismo sin recurrir a la fuerza del Estado. Yo voy más allá y a mayores de una cierta intuición, pienso - con el aval de la experiencia histórica- que no es que éste desafío sea difícil, sino que es absolutamente imposible superar el capitalismo mientras persista la forma social del Estado. Esto es: una comunidad libre tendría que superar ambas cosas, el proceso de vida material hoy ejercido a ciegas y legitimado por la ideología del naturalismo social que se expresa bajo el marco de la competencia generalizada, para pasar a una organización autónoma de las comunidades en modo planificado, cooperativo y consciente, al tiempo que son recuperadas funciones necesarias que hoy cumple el Estado, de tal forma que éste desaparezca definitivamente, como aparato de coacción, separado e impuesto sobre la sociedad y los individuos. Como se dice en ese manifiesto, solamente una comunidad igualitaria que tenga a su disposición los fundamentos materiales necesarios para organizar su vida puede llegar al punto en el que el Estado (al el mismo Marx describió como resumen externo de una sociedad desgarrada y en contradicción consigo misma) se vuelva superfluo. La separación de la política y la economía, que es una característica central del capitalismo, sería por lo tanto abolida.

Sin embargo, en las luchas de las últimas décadas no ha surgido ninguna otra forma que trate de organizar una comunidad sin Estado. De forma más reciente, las actuales movimientos sociales, todos originados por la fragmentación de la clase asalariada, pero que a diferencia de los viejos consejos obreros, no son al mismo tiempo el fundamento organizacional de una nueva sociedad, porque no solo permanecen separados de la esfera productiva –es decir: de la palanca decisiva para la disolución de la relación social compuesta por el capital– sino que, más allá de un descontento general, carecen de fundamento práctico alguno. Incluso cuando las asambleas fueron masivas tuvieron en común que dentro de ellas cada persona –debido a la desconfianza en la política oficial– se aferraba con vehemencia a su identidad “ciudadana”. Cada individuo se representaba solo a sí mismo y el resultado fue mayormente una palabrería interminable y sin rumbo, lo que causó que todos los implicados pronto perdieran el interés en las asambleas (no pudo ser más obvio en el caso del movimiento 15M en España)...y concluyen: sentarse a discutir constantemente sobre todos los problemas no es ciertamente un modelo a seguir para la Comuna.

Efectivamente, la desaparición del aparato estatal no tiene por qué conducir a un “estado amorfo”, sino que, por el contrario, su abolición exigiría una autoorganización social compleja y extremadamente desarrollada, que tendría que incluir un enfoque completamente diferente sobre los problemas de los que hoy en día son responsables la ley, la justicia penal y las prisiones. Hay que considerar que la mayor parte de lo que hoy en día se persigue como delito, nace de la necesidad material y que desaparecerá con ella, no puede ser más obvio para el caso de los delitos contra la propiedad...si bien, sería fantasioso pensar que sin Propiedad y sin Estado desaparecerán automáticamente todos los delitos.

...En fin que (provisionalmente) ésta es mi conclusión: no podemos dejarnos contagiar por un estado de excepticismo crónico, por cómoda que sea esta posición ante las abrumadoras y excepcionales incertidumbres que nos suscita el futuro a partir de los datos del presente; hay que repasar la historia, el conjunto de antecedentes que ayudan a completar la explicación de lo que está sucediendo, comprender que el devenir histórico no está predeterminado y que siempre podemos cambiarlo. Que dejarse contagiar por ese estado de crónico excepticismo conduce solo al nihilismo y a la parálisis, que inequívocamente acaba siendo cómplice pasivo de la inercia que sigue el mundo que nos dejó en herencia la Modernidad burguesa, producto del Estado de siempre, en todas sus formas históricas...esa deriva capitalista hacia el consumo compulsivo de la vida, hacia lo inerte, esa pulsión de muerte, Thánatos, perfectamente pornográfica y contraria al Eros o pulsión de vida...(aunque me cueste recurrir a Freud para expresarlo).


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lunes, 19 de septiembre de 2022

EL ESPÍRITU DE LA COLMENA Y EL LATIDO DEL TIEMPO


 

De eso que llamamos tiempo, lo que se me aparece siempre con una mayor claridad es su latido; es decir, esa huella que se inscribe como una herida en la materia viva, en el rostro de las gentes y en la piel de las cosas.

Sin embargo, hoy en día vivimos tan pendientes del reloj y el calendario que acostumbramos a confundir los distintos significados del tiempo con su medida objetiva, utópicamente homogeneizada por la idea del Progreso, que ha sido capaz de transformarlo en mercancía abstracta. De ahí que el hombre contemporáneo, habitante de los grandes núcleos de población, incluso en sus ratos de ocio sea radicalmente pobre de tiempo; y que además, cuando los otros dejan de administrárselo, no sepa qué hacer con su inmensidad.

Para paliar esta suerte de desazón, hemos construido un tiempo cronológico que se ha convertido en nuestra única morada. No es el nuestro un tiempo cualitativo sino cuantitativo, abstracto, expropiado. O lo que es igual: el de la idea encarnada, el de la ciencia y la técnica, imperturbable, lineal, externo. La consecuencia de todo ello es nuestra incapacidad actual para redescubrir el tiempo. Sólo una convergencia entre ciencia, arte y vida podría acaso devolvernos a nuestros orígenes perdidos. Porque ¿dónde el tiempo se inscribe de verdad? Ni en el calendario ni en el reloj, sino en todo aquello que respira en la tierra.

Los artistas en general, y los pintores en particular -tal como se han manifestado desde Altamira y Lascaux hasta hoy-, intentan captar y hacer oír ese latido primordial. Es más, empujados par la necesidad que siempre han experimentado de superar el tiempo mediante la perennidad de la forma, no sólo tratan de capturarlo, sino también de fijarlo para siempre. Fijarlo con aquella nitidez y frescura que James Joyce atribuía al don epifánico: ese instante irrepetible donde lo inadvertido de las cosas se nos aparece par vez primera, capaz de condensar el tiempo entero y hacer sólida la noción de absoluto. Sólo entonces nos sería dado quizás contemplar las cuatro alas que la imagen de Cronos mostraba en algunas de sus representaciones: dos alas extendidas, como si fuese a volar; y dos alas plegadas, como si permaneciera quieto. Transcurso y éxtasis, dualismo del tiempo que solamente logramos trascender cuando de la mano del artista remontamos su curso hasta llegar al origen, descubriendo así que todo sucedía alrededor de un sueño, el de nuestra «vida anterior».

De "El latido  del tiempo", de Víctor Erice. Texto completo:

https://www.victorerice.com/2021/06/11/el-latido-del-tiempo/

 


miércoles, 14 de septiembre de 2022

EL "SISTEMA" ES EL ESTADO, NO EL CAPITALISMO, QUE SOLO ES SU MODERNA FORMA ECONÓMICA

 


      Todo propietario de un trozo de tierra, sea liberal, fascista, socialista o anarquista, debería saber que el verdadero propietario   es quien tiene el poder de expropiación, o sea , el Estado.

 

Con la economía y la naturaleza se tiende a pensar que ésta es solo parte  de aquella, un subsistema, la parte proveedora de las materias primas necesarias al proceso de producción capitalista. Pero la realidad se encarga de desvelar esta contumaz confusión en su trágica dimensión actual, cuando vemos cómo sus efectos se hacen dramáticamente visibles al chocar el desarrollo económico con los límites y leyes físicas de la Naturaleza. Tal es el predominio de la mentalidad economicista, que durante la historia de los últimos tres siglos, los del capitalismo, ha llegado a imponer globalmente la idea de que la economía es el auténtico Sistema, del que el Estado sería solo su herramienta política, el aparato responsable del control social a través del ejercicio funcional de la “política”, oportunamente renombrada como “democracia”. 

 

Igualmente se tiende a olvidar que el Estado es anterior al Capitalismo, con casi siete mil años más de historia, y que desde su origen arcaico nunca ninguna sociedad humana pudo librarse de vivir sometida a alguna forma de Estado. Se pasa por alto que cuando las comunidades humanas gozaron de cierta autonomía ésta fue siempre relativa, siempre  de algún modo “consentida” o "pactada" y siempre dentro de un  territorio propiedad de un poder superior, siempre bajo alguna forma de Estado. Y esta relativa autonomía pudo darse sólo en épocas de transición y debilidad de los Estados, tras la caída de un reino o de un imperio, como sucediera, por ejemplo, en la península ibérica tras el derrumbe del imperio romano y su relevo por el Estado visigodo a partir del siglo V.

 

Se olvida que la matriz ideológica constitutiva de todo Estado es el principio de voluntad dominante, de jerarquía, del que se beneficiaron siempre las élites propietarias y titulares del Estado, convertido este principio en religioso derecho de dominio sobre los territorios  y  las vidas de sus habitantes. Se olvida que tal derecho  no hubiera sido posible sin disponer de un modo efectivo de coerción, con el que las élites se autoconceden y otorgan un “legítimo” derecho  de propiedad, para cuya defensa reservaban para sí el monopolio de la violencia. 

 

Sabemos que desde su origen, el Estado surge como fruto de una alianza entre élites dominantes, que en el caso del primer Estado, el sumerio,  la integraban sacerdotes, grandes propietarios de tierras y guerreros mercenarios al servicio de los anteriores. Si repasamos la historia, veremos que la configuración de esta primera alianza estatal ha permanecido básicamente inalterada hasta nuestros días y que solo a partir de la época de la Ilustración –mediados del siglo XVII y la  Revolución Burguesa que vino a continuación- hubo un relevo progresivo de sacerdotes por "científicos". Los propietarios ampliaron su base social a comerciantes, banqueros, industriales y artesanos a medida que la sociedad se hacía más compleja, mientras que el estamento militar fue siempre el más conservador, en su papel de cancerbero o guardián del Estado, que esa fue siempre su “razón” de ser, como última instancia del poder propietario, el de las élites inventoras del Estado. 

 

Aquella primitiva alianza estatal inauguró una nueva época “histórica”, abriendo paso a una nueva forma de  vida social, en sociedades estatalizadas, una forma “política”, con denominación que refiere a la “polis” o ciudad, que por entonces ya se había convertido en la nueva forma de habitar los territorios, tras la revolución agraria, la sedentarización y la concentración urbana que le siguieron en consecuencia a medida que transcurría aquel tiempo, al que mucho después llamaríamos "neolítico". 

 

Pienso que no puede ser fruto de la casualidad la  irrupción simultánea del Estado junto a la agricultura y la ciudad; al igual que merece la pena detenerse a considerar la coincidencia del Estado con otras innovaciones neolíticas no menos trascendentales: es también el tiempo de la invención concatenada de la escritura, del libro y de la Historia. Así, no parece exagerado asignar a la institución del Estado una antigüedad neolítica, en desacuerdo con la creencia burguesa de su origen “moderno”, ya como Estado-Nación-Capitalista. 

 

Antes de la invención de la agricultura resultaba impensable el concepto de propiedad aplicado a la tierra; si acaso, al vestido, a los útiles, armas y herramientas que se podían portar en los largos desplazamientos en persecución de los grandes rebaños de animales salvajes, cazando al tiempo que recolectando las plantas comestibles encontradas en el camino...¿para qué pensar en la propiedad de la tierra en un mundo tan inmensamente vacío, extendido sin límites, en paralelo a los cielos y tan infinitamente  grande como éstos? Pienso que se equivocan quienes  imaginan una vida de escasez en un mundo como aquel, inacabable y repleto de abundancia.  

 

El concepto de propiedad fue, sin duda, una invención neolítica, un abstracto concepto “legal”, es decir, por efecto de una ley dictada previamente por alguien que tuviera el poder para hacerlo. La propiedad, como todo “derecho legal” es una invención estatal, en realidad  una concesión o gracia, otorgada en virtud de una ley dictada por un poder superior. Esa y no otra es “la razón” que explica la invención del Estado,  para “legitimar” la exclusividad en la posesión de la Tierra, para eso crearon el Estado los propietarios, junto a sacerdotes y mercenarios. En un principio, a aquel primitivo Estado  le bastaba contar solo con el beneplácito de los dioses y con la fuerza militar suficiente para imponer el respeto a su ley de la Propiedad...¿para qué más Estado, teniendo de su parte a los dioses y, en última instancia, un ejército?

 

Puedo llegar a entender la “naturalidad” con la que pudo ser percibido y asumido el orden jerárquico del Estado por aquellas primitivas comunidades campesinas, temerosas de los dioses y de la fuerza de la Naturaleza. Muchos pudieron pensar en ser ellos mismos propietarios, colonizando nuevas tierras lejanas y deshabitadas...lo malo es que quienes se lanzaron a tales viajes llevaban consigo, junto a sus enseres, la idea de Propiedad metida en sus cabezas, o sea, la idea misma del Estado.

 

Hasta puedo comprender la “naturalidad” con la que fueron asumidas en aquella antigüedad las sumisas relaciones de esclavitud -y luego de feudalismo- al servicio de la producción de la Propiedad. Puedo entender tal sumisión partiendo de aquella mentalidad campesina, religiosamente jerárquica, estatal y propietarista. Sí, porque aquellos campesinos primitivos no podían saber lo que hoy sabemos nosotros. Por ejemplo: que nada que haya sucedido vuelve a suceder; o que la Tierra es redonda y se nos ha quedado pequeña, que dispone de bienes  limitados, más teniendo en cuenta la población humana actual (al comienzo de nuestra era se calcula que vivían unos 150 millones de personas y a día de hoy, en 2022, ya son más de 7.900 millones los habitantes que pueblan la Tierra).

 

Por eso que no puedo comprender que sigamos viviendo bajo los mismos principios de jerarquía y propiedad, con el mismo pensamiento neolítico, como si el tiempo se hubiera detenido en aquel momento histórico en que fuera inventada la agricultura y con ella la Propiedad y el Estado.

 

Y, como poco, me resulta sorprendente la naturalidad con la que las ideologías de la Modernidad llegan a confundir entre derecho natural de uso y derecho legal de apropiación, en referencia a la propiedad de la Tierra y, por extensión, del Conocimiento humano. Esto solo es posible a partir de una mentalidad muy arcaica, básicamente imitadora de la ley natural-animal que rige en la selva: propiedad excluyente, basada en la fuerza y que en el caso de nuestra especie  incluye otro primitivo derecho añadido, el de herencia, que  sirvió y sigue sirviendo para justificar como “natural” la estructura patriarcal de las sociedades humanas, inseparablemente asociada a la idea de Estado.

 

No me cabe duda de que este derecho a la posesión  de la Tierra y del Conocimiento en regimen de exclusividad, corresponde a una  mentalidad primitiva, muy próxima a la del resto de especies animales, carentes de instinto ético e igualmente desconocedoras de los límites de la Tierra. Más bien, se corresponde con la misma imagen terraplanista que pudiera tener en la memoria de su limitado cerebro reactivo cualquier  otro animal depredador, carente del conocimiento histórico y científico que hoy tenemos los humanos. Ningún animal que no sea humano puede saber de la existencia de la Biosfera como parte "viva" de la Tierra, nada pueden saber sobre ese pequeño planeta esférico que deambula por el espacio sideral cargado de organismos, de una materia “viva” que (al menos hasta donde sabemos) es una excepción en el Universo. 

 

Y no deja de sorprenderme la pirueta intelectual, la facilidad “teórica” con la que las ideologías resultantes de la Modernidad  burguesa otorgan un “teórico” derecho humano-universal de Propiedad, para  en la práctica  restringirlo y protegerlo a favor de la clase social dominante, que siempre será la titular del Estado. Siempre la Propiedad como derecho administrado por un aparato estatal, que lo manejará a conveniencia de su "Clase", su "Pueblo" o su "Nación", según sea la facción que logre hacerse con el poder del Estado. Por eso que el moderno Estado económico reinventado por la clase social de esa época, la burguesía, sea necesariamente capitalista en todas sus variantes ideológicas. 

 

Efectivamente, la burguesía fue en su momento una clase nueva, revolucionaria, producto emergente de la revolución cultural (Ilustración) y tecnológica (revolución industrial), necesitada de “innovar” su propia forma de Estado burgués, el todavía actual, hegemónico y moderno estado-nación-capitalista. Pero a poco que indaguemos en sus principios ideológicos y en su ordenamiento estructural, apreciaremos que su matriz sigue siendo en esencia la misma del Estado neolitico original: jerarquía social y propiedad, de la Tierra y del Conocimiento. La complejidad del mundo actual no puede ocultar este hecho, la globalización capitalista no puede prescindir de su intrínseca naturaleza estatista, propietarista, depredadora y competitiva. La rivalidad entre Estados es tan consustancial al Sistema como lo es entre las empresas -por ejemplo, entre Apple y Microsoft- que siendo enemigas pertenecen al mismo Sistema. 

 

Hay quien piensa que aquel “nuevo” orden estatal, sea en su modo neolítico original o en su moderno modo burgués, no resultaba tan nuevo; lo interpretan como continuidad del orden jerárquico preexistente en las arcaicas sociedades preestatales, con las que su diferencia no sería sustancial y residiría solo en su mayor complejidad. Quienes así piensan, en consecuencia creen que ésto siempre fue así, con fundamento en los primitivos instintos de propiedad y jerarquía que los humanos compartimos con buena parte de las especies animales. Según ellos, no habría solución alternativa al Estado, lo que queda expresado como sentencia popularmente así acuñada: siempre hubo y siempre habrá ricos y pobres (división en clases sociales), lo que vendría a justificar la existencia natural de esta división social, o lo que es lo mismo, la natural necesidad del Estado. 

 

Sin embargo, hay quienes han indagado “en vivo” las relaciones de poder en las sociedades primitivas y han llegado, como Pierre Clastres (“La sociedad contra el Estado”, 1974) , a conclusiones bien distintas, proponiéndose demostrar la falsedad de la idea de que todas las sociedades necesariamente evolucionaron desde un sistema tribal, básicamente igualitario o comunista, a sistemas jerárquicos y en definitiva estatales. Frente a la cosmovisión economicista-marxista de la historia, P. Clastres observó y argumentó que en las sociedades primitivas existe un predominio de la esfera política por encima de la económica, lo que expresó certeramente en el concepto de “deuda”, por el que las sociedades primitivas imponen al líder o jefe tribal una deuda permanente, que impide a éste convertir su prestigio en poder separado de la sociedad. Pero al surgir el Estado neolítico se produce una inversión de esa deuda, y a partir de esa inversión la comunidad pasa a estar en deuda permanentemente con su soberano. P. Clastres demostró que las sociedades no jerárquicas poseen mecanismos culturales que, de hecho, impiden la aparición de figuras de poder, bien aislando a los posibles candidatos a jefe o monarca, o neutralizando completamente su poder, creando otro poder limitado al Consejo, con autoridad reducida a actividades rituales o a hablar en nombre de una ley ancestral, inalterable,  que impide toda evolución hacia el Estado, sino, más bien, hacia la reproducción de formas igualitarias de socialización, contrarias a la centralización y jerarquización del poder, en una guerra permanente contra la estatización de las sociedades. 

 

Frente a las “leyes de la Historia” promulgadas por Marx, Clastres decía algo así: “si la historia de los pueblos que tienen una Historia es la de la lucha de clases, la historia de los pueblos sin Historia es, con empleo de la misma verdad, la historia de su lucha contra el Estado”.

 

Hasta la revolución burguesa no hubo ninguna duda acerca de quién era “el Soberano”. Fue el renovado aparato estatal resultante de la revolución burguesa el que realizó un mágico acto de prestidigitación intelectual, por el que el Estado-Nación-Moderno acometió una innovación trascendental, que convertía al “Pueblo” o "Nación" en "Soberano", una soberanía asumida por el Estado, que éste representaba y detentaba en su nombre, siendo su materialización corpórea, para intentar así identificar lo imposible: Sociedad y Estado. 

 

Pudo parecer que este nuevo orden no era tan nuevo, sino continuidad del mismo orden “natural” en el que durante milenios vivieron las sociedades preestatales. Pero llegó un momento en que se hizo necesaria la justificación de legitimidad del Estado, de su dominio o propiedad sobre la Naturaleza y sobre las sociedades humanas. Sin duda, porque su “naturalidad” no explicaba, ni podía justificar suficientemente la arbitrariedad y violencia con que eran ejercidos estos “derechos naturales", de propiedad y jerarquía, a través del Estado. Hubo que inventar una argumentación suficiente: la de un "pacto social" ficticio, por el que los humanos admitíamos el poder del Estado a cambio de que éste impusiera un orden “moral” que impidiera la violencia entre nosotros, "para que no nos matáramos los unos a los otros", dejando que a cambio fuera el Estado el único depositario del derecho al monopolio en el empleo de la violencia. La propia historia del Estado pone en evidencia la falsedad y el error de dicho “pacto social”: toda forma de apropiación de la Tierra y toda forma de jerarquía social genera violencia necesariamente. La milenaria historia del Estado no es sino la historia de una continua  violencia, “legal" y/o "armada”, casi siempre resuelta en un sistémico "estado" de guerra perpetua. 

 

En medio de una crisis crónica y acelerada del Sistema, hoy estamos  asistiendo a la  confluencia de las ideologías resultantes de la  revolución burguesa original, que inaugurara la época denominada del “Estado Moderno”. Vemos producirse esa confluencia en el campo tecnológico, anunciante de un mismo proyecto tecnológico-posthumano,   en modo mecánico, una forma de vida instintiva, básicamente animal, solo reactiva, carente de consciencia de sí y más aún de conciencia:  es un proyecto incapaz de concebir un futuro propiamente humano. 

 

En la disipación de ese proyecto posthumano pienso que consiste la próxima y necesaria revolución integral, que solo será posible si tiene por sujeto a la “persona”, al individuo social que piensa, ese que además de consciencia tiene conciencia, un superior instinto ético. Me produce vergüenza ajena tener que recordar que solo ese sujeto-persona es el que puede “pensar” y acometer la revolución integral necesaria. Porque solo este sujeto puede hacerlo, nadie más, ningún individuo que carezca de un cerebro evolucionado, es decir, con instinto ético, a la vez social y ecológico; como tampoco puede hacerlo ningún sujeto-colectivo, por  carecer de  órgano cerebral propio. La expresión "pensamiento colectivo"  es ilusoria, acientífica, solo es una figura literaria. 

 

Pues bien, no es en el cambio climático, sino en  la crisis energética donde se dirime hoy la contradicción letal del Sistema estatal-capitalista, es ahí donde ninguna solución es posible dentro del mismo Sistema que nos ha conducido hasta la encrucijada existencial en la que estamos atrapados, de la que nuestra especie apenas ha comenzado a ser consciente. El Estado es la forma social de las comunidades humanas precientíficas o arcaicas, que en el devenir evolutivo de nuestra especie corresponde a su primera fase, sedentaria y tecnológica en modo ascendente, agrícola-artesanal-industrial. Considero, pues, al Estado como error evolutivo de nuestra especie, que  podrá seguir pareciéndonos un  error "natural” a condición de seguir viviendo como si la Tierra fuera un planeta plano e infinito habitado por apenas seis millones de humanos, los mismos que hace diez mil años. 

 

Incluso el pensamiento anarquista incurre, como el resto de las ideologías surgidas de la modernidad burguesa, en la misma ignorancia de sus propias contradicciones, cuando califica como “robo” a la propiedad de la tierra, al mismo tiempo que la reclama   "para quien  la trabaje". Yo reclamo un derecho  de uso, nunca de propiedad,  de la Tierra y del Conocimiento humano. Reclamo su declaración conjunta y unilateral, como Procomún Universal democráticamente autogestionado por cada comunidad humana en su espacio geográfico-convivencial, con responsabilidad social y ecológica universal. Lo que solo será posible  a partir de un Pacto o acuerdo  a escala de especie. Pero no soy tan ingenuo como para esperar que este Pacto del Común Humano se produzca expontáneamente, ante un previsible colapso del Sistema, o por un repentino momento de iluminación y arrebato "ético" de la Asamblea de la ONU. No,  pienso que  este Pacto puede hacerse ya, entre personas de una misma comunidad convivencial, por pocas que seamos al principio. 

 

 

 

 


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