sábado, 30 de octubre de 2021

HORMIGUERO, DE HORMIGÓN (ARMADO)


Hormiguero y hormigón son palabras que teniendo la misma raíz (hormig-) se refieren a cosas diferentes. Su común raíz hace referencia  a ciertas similitudes en la apariencia de aquello que, respectivamente, nombran esas dos palabras, tomando al hormiguero como modelo de referencia. En la forma del hormigón destaca la presencia de miles o millones de cantos de pequeño y similar tamaño, inmersos en una masa viscosa, básicamente compuesta de arena, agua y cal, que sirve de pegamento, otorgando al conjunto su consistencia y  resistencia. Sin duda que fue la similitud de esta apariencia formal, entre cantos y hormigas, lo que llevó al uso de una raíz común y que ésta es la razón por la que hormigón viene de hormiguero.

 

Ultrasocialidad

En 1810 Pierre Huber publicó la “Historia de las hormigas”, un libro que cambió el curso de la ciencia que estudia a estos insectos sociales. En el ambiente científico fue recibido con escepticismo y sorpresa, porque en su contenido narraba hechos y comportamientos complejos, insospechados en una especie tan aparentemente simple como la de las hormigas: esclavismo, pastoreo de pulgones, lenguaje antenal, arquitectura de los nidos, fundación de colonias... Charles Darwin quedó fascinado con estos hallazgos, que utilizó profusamente en su “Origen de las especies” para explicar la evolución del instinto. Poco a poco, muchos naturalistas desarrollaron y confirmaron las observaciones de Huber, descritas con un estilo sencillo y profundamente original. Convertido en clásico, a pesar de sus más de dos siglos, este libro conserva la frescura y emoción de un observador extraordinario.

A día de hoy, es un hecho cierto que recurrimos con frecuencia a comparar la organización de la vida en las grandes ciudades con la de un hormiguero. Asociamos la imagen de una gran urbe a la de un hormiguero y sin duda que lo hacemos porque deducimos algún tipo de semejanza entre estas dos formas de organización social, a pesar de la enormes diferencias entre ambas especies, humanos y hormigas. A esa característica común, buena parte de antropólogos y entomólogos le han dado el nombre de  ultrasocialidad, si bien con interpretaciones muy diferentes y hasta contradictorias, debido a que se trata de una palabra que puede ser empleada para describir conceptos bien distintos, aunque en su sentido más ampliamente aceptado se refiere a "sociedades complejas, caracterizadas por su común dedicación a la agricultura, por haber adoptado una división del trabajo muy especializada y desarrollada a gran escala", según criterio de economistas como Jhon Gowdy y Lisi Krall, que me parece acertado. Así dicho puede sorprendernos esta afirmación sobre la común dedicación a la agricultura de humanos y hormigas, pero a nada que se indague resulta bien obvio: las sociedades humanas no se concentraron en grandes ciudades antes del radical cambio evolutivo provocado por el desarrollo de la agricultura dando comienzo a esa una nueva edad que llamamos Neolítico”. Por su parte, las hormigas se dedican a cultivar hongos, cortan y cosechan hojas con las que alimentan a sus huertos de hongos, que a su vez les sirven de alimento. Por eso fueron consideradas autorreferentes y muy expansivas. Mientras siga teniendo hojas que cortar, la colonia seguirá expandiéndose. Constituyen su propio sistema, su dinámica está cercada al mundo exterior y por eso decimos que ese sistema es autorreferente.

Tanto humanos como hormigas son así “extraordinariamente eficaces en su conquista social de la Tierra”, como dice Edward Osborne Wilson (biólogo especializado en las hormigas); ambas son especies ultrasociales, conclusión que a este autor le lleva a una reinterpretación darwinista de la sociobiología, en su pretensión de descubrir los fundamentos biológicos del comportamiento social, que igual valdría para hormigas que para humanos. Se trata de un pensamiento que sugiere la posibilidad científica de extrapolar a la vida humana los resultados de la biología evolutiva, a fin de demostrar su tesis sobre la continuidad entre la general conducta animal y la concreta y específica conducta humana. En congruencia con tal pensamiento, E. O. Wilson define la sociobiología como “el estudio sistemático de las bases biológicas de todo comportamiento social”.

Siguiendo esta interpretación, la inteligencia propiamente humana, eso que nos distingue del resto de las especies y que ha originado un sentido “moral” de nuestra existencia como especie social, o no existe o es insignificante y en todo caso es secundaria ante la supremacía de un supuesto imperativo biológico del comportamiento humano, que estaría predeterminado (como en el caso de las hormigas), por dicho imperativo genético.

Este pensamiento niega autonomía al orden de la cultura, que así queda disuelta en la biológico, al atribuir a los genes toda la riqueza y variedad sociocultural del comportamiento humano: “¿Puede la evolución cultural de los valores éticos superiores ganar impulso y dirección propios y reemplazar completamente la evolución genética? Creo que no. Los genes sostienen a la cultura al extremo de una correa. La correa es muy larga, pero los valores inevitables se limitarán de acuerdo con sus efectos en el banco genético humano” ( E.O. Wilson. Sobre la naturaleza humana. 1983).

Al comportamiento altruista este biólogo lo pone en relación con el egoísmo genético y claramente a favor de éste, con base en un incuestionable (por “científico”) mecanismo biológico, por el que el ADN tiende a perpetuarse. Así se pregunta: ¿cómo podría desarrollarse por selección natural un comportamiento como el altruista que, por definición, merma el éxito individual?

Para la sociobiología, la selección natural elimina los dispositivos menos eficaces y determina tanto la fisiología como el comportamiento. Pero, de esta forma – como indica en su crítica R. Chauvin – la selección debería de desembocar prácticamente en la perfección. Conclusión que, sin embargo, no responde a la realidad. La sociobiología en su versión de genetismo radical distingue así entre bien nacidos, con su correcto genoma, y mal nacidos, con genoma defectuoso, que bien podrían ser eliminados o, cuando menos, manipulado su genoma a fin de corregirlo. De todos modos, según las leyes de la evolución, estos últimos estarían llamados a desaparecer porque lo trascendente para la evolución sería la supervivencia de los genes más complejos, sofisticados y fuertes.

The Selfish Gene” es el sugerente título del libro de Richard Dawkins, (Kenia, 1941) publicado en 1976 y traducido en castellano como “El gen egoísta: las bases biológicas de nuestra conducta”. Su teoría establece que los agentes sobre los que opera la evolución son los genes, no los individuos. Así, la gallina no es otra cosa que el medio del que se sirven  los huevos para reproducirse. Basta sustituir gallina por humano y queda explicada su teoría, básicamente eugenista, con la que resuelve toda posible duda acerca de la dirección que sigue la evolución en general y la humana en particular, como el racismo, el conflicto entre generaciones, el instinto agresivo, la guerra entre generaciones y sexos, hasta el altruismo o la lucha de clases. Los organismos son, según Dawkins, las máquinas de supervivencia de los genes, cuya herencia en la reproducción sexual les convierte en los auténticos responsables de proporcionar ventajas reproductivas para el individuo-organismo al que pertenezcan, siendo los más fuertes aquellos mejor adaptados al medio, que tenderán a ser heredados por un número de individuos-organismos cada vez mayor.

De paso, en ese mismo libro Dawkins introdujo el concepto de “meme” análogo al de “gen”: el meme como agente responsable de la transmisión cultural en la especie humana y sujeto por tanto a las mismas reglas evolutivas del gen egoísta. Así pues, Dawkins considera al ser humano como una máquina para la supervivencia, un robot preparado para la conservación de esas moléculas egoístas llamadas “genes".

La genética interpretada en sentido determinista, como hace la sociobiología, conduce al reduccionismo inhumanista, donde el sujeto de la evolución deja de ser el individuo, sustituido por el gen.  E.O. Wilson considera que el ser humano, incluido su cerebro, está determinado enteramente por la genética, hasta el punto que el mismo tabú del incesto responde sólo a un imperativo genético: al hecho de que el apareamiento entre consanguíneos produce pérdida de capacidad genética.

A pesar de estos malos inicios, cierto es que la genética ha dejado de tener características exclusivamente racistas, pasando a ocuparse de aplicaciones preventivas y terapéuticas, pero el ideario eugenista subyacente ha seguido prosperando gracias a la procreación artificial, con el diagnóstico preimplantatario y la selección de donantes de gametos. El investigador francés Jacques Testart, pionero de los trabajos de investigación sobre inseminación artificial y procreación asistida, abandonó por razones “éticas” el campo de investigación que pretende determinar el sexo del embrión humano congelado, pasando a reclamar el control social sobre las técnicas de procreación artificial, a fin de evitar su deriva eugenista, aplicable tanto a la procreación de individuos genéticamente “convenientes”, como a la eliminación de los “sobrantes”.

 

Por otra parte, las grandes urbes son el modelo propio del orden social hoy dominante, responden al imaginario de la modernidad industrial-burguesa, responden a su modelo de “progreso” y no es por casualidad que nos sugiera una clara analogía entre el superorganismo de la megaurbe y el de un “hormiguero”, que así nos parece "humano".

A estas alturas, quien ésto lea ya habrá observado que lo que aquí trato de dirimir es la disyuntiva ontológica entre modos radicalmente diferentes de entender “eso” que pueda ser el sujeto de la evolución de nuestra especie, lo que somos: ¿un gen-meme, una hormiga-persona, un superorganismo urbano?


El hormigón está armado, ¿y vosotros?”

(grafiti francés de los años 70)

Sin que haya relación etimológica entre hormiguero y hormigón, inmediatamente nos asalta una forma de relación: el hormigón (armado) es el material por excelencia con el que se construyen las megaurbes contemporáneas. Es importante la diferencia que justifica el anterior paréntesis, porque siendo el hormigón un material bien tradicional y bien antiguo, el hormigón armado (con esqueleto de acero) es un material constructivo completamente “moderno” que muy pronto inauguró su propio «imperialismo», con pretensión de convertirse en una especie de «material universal».

Anselm Jappe (1962) es un filósofo alemán que enseña filosofía en Italia, es teórico de la «nueva crítica del valor», autor de muchos libros, entre los que llamó mi atención uno dedicado al hormigón: “Hormigón. Arma de construcción masiva del capitalismo”, que vino a sugerirme esta relación, digamos entre filosófica y política, entre el hormiguero y el hormigón. En este raro libro, decía cosas como éstas: “Durante las primeras décadas de su utilización, el hormigón armado se empleaba en las construcciones públicas, en las obras de ingeniería civil y en las viviendas para las clases populares que el Estado francés empezó a construir en 1867 (primer proyecto de viviendas sociales, en París). Solo se aceptó muy lentamente en las casas burguesas, en las que se aplicaba sobre todo en las partes menos visibles. El hormigón era «cosa de pobres» debido a su escaso coste y a su utilización en las construcciones de bloques en masa. Los elementos más conservadores de la burguesía siguieron juzgándolo sospechoso durante mucho tiempo a causa de su carácter «interclasista». A la inversa, que las clases populares acabasen hacinadas cada vez más en construcciones de hormigón generaba dentro de la izquierda la convicción de que había algo de «proletario» y  «progresista» en dicho material. El higienismo, que los promotores del hormigón reivindicaban tan a menudo, y cuyos beneficiarios serían las clases populares, penetraba igualmente en las ideologías de las  izquierdas. En los años veinte, los gobiernos locales socialdemócratas de Alemania y los Países Bajos recurrieron al hormigón en el marco de vastos programas de construcciones públicas. Hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, el hormigón armado siguió siendo un material entre otros, ni siquiera los rascacielos lo necesitaban en realidad. El Empire State Building, concluido en 1931 y que hasta 1972 seguiría siendo el edificio más alto del mundo, está compuesto por un armazón metálico recubierto de materiales (sobre todo, ladrillos, piedra y hormigón no armado) que lo protegen contra el fuego. Vale la pena señalar también que los chalés suburbanos de entreguerras, cuya construcción tenía como objetivo permitir el acceso a la propiedad de las capas de trabajadores más acomodadas, se hicieron con piedra, porque los nuevos propietarios querían casas «de verdad», como las de los burgueses”.


Entender el pasado ayuda a la comprensión del presente, a la predicción del futuro y, lo más importante, a inventarlo


La fuerza de trabajo, el modo de trabajo y los medios de producción materiales componen lo que Karl Marx denominó “las fuerzas productivas”. Alcanzado un determinado nivel de desarrollo, estas fuerzas entran en contradicción con las relaciones de producción hegemónicas que, básicamente son relacciones de propiedad y dominación. Sucede así porque las fuerzas de producción progresan continuamente. La industrialización genera nuevas fuerzas productivas que a su vez chocan con las relaciones de propiedad y dominación, de matriz feudal. Esto conduce a crisis sociales que impulsan y promueven un cambio en las relaciones de producción. En teoría esta contradicción se supera con la lucha y victoria de la clase proletaria sobre la clase burguesa, dominante y propietaria, una victoria que habría de concluir en un orden social comunista. Pero esta predicción falla estrepitosamente, lo sabemos ahora, porque ignora su propio error de partida consistente en atribuir y reconocer la intrínseca dinámica, expansiva y permanente, de las fuerzas productivas (capitalismo). Desde tamaño error, el capitalismo es insuperable, por ser determinante para el progreso social y por tanto para el triunfo del "socialismo". Este error no puede ser más evidente, como hemos podido comprobar  repasando la historia de los dos últimos siglos, los de las ideologías "modernas" (liberales y socialistas),  y a pesar de todas las revoluciones acaecidas en este tiempo.

Y porque es así, ni desde la óptica liberal ni desde la marxista resulta posible, ya no comprender, sino ver tan solo, la reciente mutación del capitalismo, eso que  llamamos "neoliberalismo". Desde esas ideologías no puede verse la metamorfosis que está operando  el sistema capitalista, resulta invisible su perfil actual y por tanto, se explica la desorientación y confusión generalizada de las organizaciones políticas herederas del pensamiento burgués, liberal o socialista.  Con todo eso, me atrevo a aventurar que  de haber vivido esta mutación del capitalismo, Marx  hubiera corregido su error, lo que no han sabido hacer sus fieles seguidores "marxistas".

No ha sido el comunismo lo que está eliminando la explotación de una clase trabajadora que ahora se autoexplota, eso lo ha hecho el capitalismo mutado en neoliberalismo o capitalismo tecnológico-financiero, que ha mutado su tradicional sistema productivo hacia modos postindustriales e inmateriales, convirtiendo a todo trabajador en empresario de sí mismo y consumidor universal, con todos los ingredientes que ayudan a construir un individuo medio “nuevo” y “conveniente”, amo y esclavo al tiempo, un esquizofrénico individuo que nunca se creyó tan igual ni tan libre, incluso en estado de precariedad sistémica, incluso como habitante del llamado tercer mundo. Esta revolución negativa no es imputable al comunismo “progresista y moderno”, ha sido producida por el nuevo capitalismo, pero cierto es que "el error" comunista no sólo no lo ha  impedido, sino que lo ha favorecido (digámoslo benévolamente) "sin quererlo”. 


Interrogante final, con añadida pretensión de moraleja 

¿Para qué sirven los huevos si desaparece la gallina?...

Más temprano que tarde, todo Estado-Hormiguero deviene en alguna forma científico-biológica y eugenésica de fascismo:  “nada contra el Estado, nada fuera del Estado, todo dentro del Estado” (según la mejor definición de fascismo, debida a su propio fundador, un tal Benito Mussolini).

 

PD: Y no deja de sorprenderme la persistente imputación de "materialismo" referida al orden social hoy dominante. Sorprendente y paradójico cuando hoy no puede ser más evidente su acelerada deriva  hacia la digitalización o descorporeización de las  relaciones sociales,  el inequívoco proyecto de las élites dirigentes que consiste en sustituir la corporeidad por la virtualidad, la natural inteligencia humana por otra forma de inteligencia, una artificial, de diseño tecnológico. 

lunes, 4 de octubre de 2021

LA NUEVA BAUHAUS EUROPEA: OTRA MILONGA “VERDE”

 

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, pone mucho énfasis cuando afirma con insistencia que la Nueva Bauhaus Europea es “el alma y el sueño del Pacto Verde Europeo”, destinado a crear un nuevo estilo de vida, inclusivo y asequible, con menos CO2“.

En 2020, justo un año después del centenario de la Escuela Bauhaus, Ursula von der Leyen, propuso la Nueva Bauhaus Europea, como parte del plan de recuperación de la covid-19 de 750 mil millones de euros de la Unión Europea. Además, está profundamente relacionado con el Pacto Verde Europeo y con la propuesta para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. Pero, ¿qué fue la vieja Bauhaus alemana y qué quiere ser la Nueva Bauhaus europea, dónde y cómo quieren que vivamos?

Para empezar a comprenderlo, el punto de partida ha de ser el actual estancamiento de las inversiones en la construcción de viviendas. Los masivos fondos destinados al Pacto Verde, junto con sus orientaciones y regulaciones cerradas a toda otra alternativa, suponen una oportunidad de oro para la recapitalización de la industria inmobiliaria y de la construcción, que permitirá incrementar sus márgenes con el cambio del sistema constructivo tradicional a otro sistema industrial, beneficiándose de pleno (junto con los sectores de la energía y el transporte) del nuevo “mercado verde” capitalista al que la UE denomina “Pacto Verde”.

Fundada en 1919 por Walter Gropius, en Weimar (Alemania), la escuela Bauhaus fue una escuela de arquitectura, diseño, artesanía y arte cuyo plan de enseñanza fue pionero en nuevas técnicas y recursos que enseguida se convirtieron en los elementos básicos de la cultura visual en toda Europa. La Bauhaus sufrió un creciente acoso por parte de los nazis, a la que veían como “judío-socialista”, por lo que la cerraron, provocando así que muchos de sus integrantes acabaran refugiándose en los EEUU de Norteamérica, donde continuaron difundiendo el pensamiento Bauhaus. Lo cierto es que la Bauhaus sentó las bases del diseño industrial y gráfico, estableció los fundamentos académicos de la nueva Arquitectura Moderna, creando una nueva estética que llegó a afectar a todos los ámbitos cotidianos y que aún perdura. 

Que renombren ahora esta iniciativa europea en memoria de la histórica Bauhus alemana, nos da una buena pista para intuir la finalidad de esta “nueva” Bauhaus, porque aquella otra no fue sino la supeditación total del diseño de las viviendas y los espacios vitales a las necesidades de rentabilidad del capital invertido en su construcción, reduciendo materiales y mano de obra al mínimo, asociado todo ello a la estética homogeneizadora, minimalista-modernista, que caracterizó a los barrios destinados a enlatar a las familias de los trabajadores en gigantescos bloques de pisos cúbicos y todos exactamente iguales. Ahora, incluso se disponen a “mejorar” el plan de la vieja Bauhaus: industrialización total, reducción máxima de mano de obra y apertura de nuevos mercados para la exportación. Y, de regalo, todo un buen rollo ideológico de capitalismo corporativo, “inclusivo, ecológico y muy sostenible”, o sea, lo que ya se entiende por “Capitalismo Verde”. No me extraña que haya quien diga que con la nueva Bauhaus “hemos pasado de la ensoñación de Marinetti al encaje épico de la pequeña burguesía fascista en el estado corporativo”.

La Bauhaus alemana logró sobrevivir, incluso con cierto aire de resistencia, mientras que sus principios convirtieron a la Alemania reconstruida en un masivo horror cúbico, cuya lógica contribuyó decisivamente a dar forma a un modelo universal de vivienda social como ghetto obrero y segregación clasista, representando la vanguardia del programa urbanístico del totalitario capitalismo de estado. Walter Gropius (1883-1969), fundador y director de la Escuela de la Bauhaus entre 1919 y 1928, intentó implantar el modelo a gran escala en EEUU, lo que entonces no fue posible por las limitaciones regulatorias de entonces, pero que ahora, allanado el camino gracias al Pacto Verde, sí le resultará viable al capital, que encuentra así una tabla de salvación destinada a superar su profunda crisis y dispuesto a culminar lo que hace un siglo no pudo hacer la vieja Bauhaus.

 


 Uno de los principios establecidos por la Bauhaus desde su fundación es "la forma sigue a la función" .Tel-Aviv es la ciudad con más arquitectura Bauhaus. Hay más edificios construidos al estilo Bauhaus que en cualquier otro lugar del mundo, incluyendo cualquier ciudad de Alemania. El estilo fue llevado allí en los años treinta por arquitectos europeos, mayoritariamente alemanes y rusos de la escuela Bauhaus que huían del régimen nazi.

La fundación de la Bauhaus se produjo en un momento de crisis del pensamiento moderno y el auge de la racionalidad técnica occidental en el conjunto de Europa y particularmente en Alemania. Su creación se debió a la confluencia de estos factores en las dos primeras décadas del siglo XX, cuya concreción fue dada por las vanguardias artísticas del comienzo de siglo.

Al igual que otros movimientos pertenecientes a la vanguardia artística, la Bauhaus no se marginó de los procesos político-sociales, sino que mantuvo un alto grado de contenido crítico y compromiso de izquierda. La Bauhaus —como demuestran los problemas que tuvo con políticos que no la veían con simpatía— adquirió la reputación de “subversiva”. 

 

¿Casas baratas?

La producción de viviendas será trasladada a una fábrica, con una significativa reducción del tiempo de ejecución, que rondará el 50%, así como del 15-20% en cantidad de mano de obra, junto con reducción de los salarios, dada la descualificación del trabajo en este modo fabril de producir casas. Se cumple así un principio básico de la escuela Bauhaus y una tendencia innata de todo capitalismo: abaratar costes para incrementar beneficios. Hasta ahora los ensayos previos no eran “suficientemente” rentables, pero lo serán en adelante, a partir del Pacto Verde. Con el sistema de construcción industrial “sostenible” disminuyen significativamente (hasta un 80%) los residuos a pie de obra, así como las emisiones de CO2, lo que significará, junto a las cuantiosas subvenciones de la UE, un aporte de beneficios que rentabilizarán al máximo las inversiones del capital, eso sí, a condición de producir “bloques” de viviendas a gran escala y con un “diseño Bauhaus” minimalista, remozado ahora con la aportación de nuevas tecnologías “verdes” con el fin de crear un nuevo modelo “integral”, de gran empresa constructora, que incluirá desde la producción energética al comercio inmobiliario y concentrará a los proveedores monopolistas de cada sector, participantes en el proceso fabril. Es previsible una máxima concentración de la oferta junto a una mayor homogeneidad de los barrios y urbanizaciones destinadas a las masas trabajadoras y funcionales a las ńecesidades logísticas del nuevo Mercado Verde.

La Comisión Europea (CE) presentó la hoja de ruta de su Nueva Bauhaus Europea para redefinir la sociedad pospandémica, inspirada en el movimiento alemán que hace un siglo pusiera la arquitectura, el urbanismo y la tecnología al servicio de la rentabilidad capitalista. Esta redefinición consiste en darle un barniz de “sostenibilidad, inclusión y estética”, con un discurso de la iniciativa como “proyecto de esperanza” para después de la crisis de la covid-19. “Va sobre cómo queremos vivir juntos después de la pandemia mientras protegemos el planeta y protegemos nuestro medioambiente, sobre empoderar a los que tienen las soluciones para la crisis climáticas, sobre conjuntar sostenibilidad con estilo. Va sobre nosotros”, dijo en un vídeo grabado la presidenta de la Comisión Europea. Un discurso que toma como referencia los principios de racionalidad, funcionalismo y heterodoxia estética de la escuela de arte Bauhaus fundada en 1919. La Comisión ha planteado una fase previa de lanzamiento con la pretensión de dotar a la iniciativa de un aire “participativo”, buscando la complicidad de arquitectos, urbanistas, empresas constructoras y “start-ups” innovadoras. Como en el movimiento Bauhaus histórico, el punto de partida serán los conceptos “accesible”, “funcional” y “estético”, con el añadido de “sostenibilidad” en su interpretación estatal/capìtalista, claro.



miércoles, 29 de septiembre de 2021

LA TRAGEDIA DE LOS COMUNALES

 


Prefiero hablar de bienes comunales, mejor que de bienes comunes; me parece que lo común es ambiguo, común puede ser la actividad de una banda criminal y común a todos sus accionistas puede ser el capital de un Banco o de una empresa multinacional. Pero no diríamos de estos “comunes” que son bienes comunales.

Es muy común la idea de que cada una de las revoluciones tecnológicas por las que hemos pasado tuvo como consecuencia cambios radicales en las sociedades humanas. Pensemos en el fuego, la rueda, la noria, la fragua, los molinos de agua y de viento, el motor de vapor...o, sin ir más lejos, la revolución digital en la que estamos. Sí, han sido muchos y muy radicales los cambios en nuestras formas de vivir y organizarnos, no se pueden negar esas revoluciones tecnológicas de consecuencias sociales, económicas y políticas que fueron acompañadas, casi siempre, de conflictos dirimidos en guerras, con balance de millones de vidas humanas, sacrificadas en cada una de esas revoluciones. 

Y, sin embargo, cuando despliego una mirada con perspectiva histórica de conjunto, por debajo de todos esos cambios evidentes e indiscutibles, lo que observo es la permanencia inalterable de una institución muy arcaica, la Propiedad, junto a sus derivadas, Patriarcado y Estado. Estas instituciones han sobrevivido a todas las revoluciones, llegando a determinar el presente y el futuro inmediato “sin despeinarse”, como si no tuvieran que ver con ninguna de esas revoluciones y sus correspondientes masacres. Así, toda la responsabilidad parece ser de la técnica y del mal uso que de ella hacemos los individuos humanos, que nos comportamos como el egoísta despreciable que conceptualizara hace medio siglo Garret Hardin en su “Tragedia de los comunes” (1968, revista Science).

Estamos abocados a reconceptuar los comunales, porque en el tiempo presente, en las inéditas y críticas circunstancias actuales, simplistamente reducidas a un cambio climático y a una transición energética que no logran ocultar la profundidad y dimensión global de una crisis civilizacional y sistémica. Ya no nos sirven los conceptos de bienes comunes acuñados por la historia social convencional. De algún modo, se ha cumplido el diagnóstico del científico racista y eugenista Garret Hardin, tan nítidamente definido en expresiones como éstas: “los comunes para los plebeyos y el mercado para las élites” o “estamos en un bote salvavidas y hay que tirar por la borda a todos los que sobran”.

El paradigma de los bienes comunes todavía vigente es una ruina conceptual y objetiva. Nada tiene que ver el mundo digital actual, gobernado por algoritmos al servicio de las élites dominantes, con el mundo campesino y “comunal” idealizado por quienes siguen pensando en la posibilidad “revolucionaria” de reeditar aquellos comunales altomedievales, resistiéndose a comprender que su histórico declive y fracaso fue debido a su intrínseca naturaleza “legal”, a partir de Cartas Pueblas y Fueros concedidos como graciosas concesiones del Estado medieval en su forma monárquico-feudal, con efímeros lapsus entre cambios de Estado, como sucediera entre el derrumbe del Estado imperial romano y su relevo por la nueva estructura estatal de los reinos cristiano-visigodos, periodo que en la península ibérica transcurriera entre los siglos VI y IX aproximadamente. 

Un nuevo paradigma es necesario a la altura de las circunstancias actuales y de la trágica situación global a la que nos ha conducido el éxito de la teoría “científica” de Garret Hardin, teoría todavía  mayoritaria entre una enigmática “comunidad científica”, perfectamente sintonizada con el marco mental y fáctico del orden estatal-capitalista imperante, de inequívoca matriz darwinista y eugenésica.

La clave de esta distopía reside, a mi entender, en la ignorancia de la Propiedad sobre la Tierra y el Conocimiento, como germen y desencadenante del sistema de dominación desplegado por las élites dominantes a lo largo de la historia, hasta llegar a su  actual forma global, estatal-capitalista. La institución de la Propiedad ha evolucionado a partir de su simple forma neolítica  y ha perdurado hasta lograr su máxima complejidad, extensión y primacía, en paralelo a la modernización totalitaria del aparato estatal-mercantil en los dos últimos siglos.

Si en las dramáticas y globales circunstancias actuales no llegáramos a entender la necesidad existencial de comunalizar la Tierra y el Conocimiento humano, tengo por seguro que será mínima nuestra posibilidad de sobrevivir al colapso civilizacional en el que estamos inmersos. Se trata de necesidad existencial, de la especie y de cada individuo, inseparablemente, porque la condición humana nunca estuvo en tan grave riesgo de extinción a partir de su sistemática vanalización, a punto de ser sustituida por la gobernanza del Algoritmo, una inteligencia artificial cuya carencia de rostro no debería hacernos creer que no tiene detrás mentes concretas, las diseñadoras del Algoritmo, con la preclara intención “de tirarnos por la borda a todos los sobrantes”, tal y como propusiera Garret Hardin en su teoría del bote salvavidas, como inevitable y única solución a la “tragedia de los comunes”.

El agotado y fracasado paradigma de los bienes comunes reserva un sitio preferente para la Propiedad  y sólo se justifica a sí mismo como subsidiario de la propiedad privada,  comunes pendientes de su completa privatización por el Estado, como forma sibilina de “bienes públicos” gestionados por las administraciones estatales. Todo ello, lo público-estatal no logra apaciguar las neuróticas ilusiones consumistas de la masa clientelar y cautiva. Todavía no  saben estas masas que son marginales por definición sistémica y categórica, una ciudadanía-sujeto de derechos solo mientras éstos sean funcionales, simultáneamente, a los intereses del Mercado y de la Hacienda estatal, cachondamente identificados con el “bien común” a criterio del paradigma dominante. 

 


 Pueden seguir, por otros dos  siglos o más, discutiendo los científicos sociales y económicos sobre la metafísica de los comunes, pero el sentido común me dice que los límites de la propiedad  están precisamente donde comienzan los bienes comunales universales, es decir, la Tierra y el Conocimiento, ambos en su integridad, lo que significa la exclusión de la Propiedad para estos bienes raíces, que constituyen la materia prima del metabolismo de nuestra especie y sobre los que las comunidades humanas, como cada uno de sus individuos, tienen un natural “derecho de uso”, pero no, en ningún caso, un derecho de apropiación. Propiedad  y comunales son términos contrarios e incompatibles; y lo son por imperativo categórico de NECESIDAD EXISTENCIAL,     que implica la extrema necesidad de  abolir el derecho de apropiación sobre los comunales universales y su sustitución por un natural derecho de uso, un derecho natural,  nI divino ni estatal, por razón conjunta, ética y ecológica, de dignidad y supervivencia: para poder sobrevivir a la vanalización de la vida, como al previsible colapso sistémico que ya está en marcha...y que más se acelera cuanto más tardemos en comprenderlo.

Combatir esta distopía conlleva riesgos con los que hay que lidiar, pero así es la vida toda y especialmente la humana vida, incierta y efímera por naturaleza, siempre abocada a afrontar y superar los desequilibrios, conflictos e incertidumbres que la constituyen, enfrentada siempre a la inexorable ley de la descomposición y siempre impulsada por su poderoso instinto vital y  dual, individual y comunitario.

El pensamiento propietarista dominante se basa en una interesada y atávica desconfianza en la capacidad de los individuos humanos para su autogobierno, olvida las pruebas históricas que demuestran la posibilidad del autogobierno -y, por tanto, de la democracia -, a condición de ausencia de la Propiedad. Quienes profesan esta desconfianza no pueden siquiera imaginar la vida humana sin Propiedad y, por tanto, sin Patriarcado y sin Estado. La teoría de Garret Hardin presupone, sin pruebas, la incapacidad humana para la autogestión o autogobierno.  Y digo sin pruebas, porque nunca, al menos desde hace diez mil años, pudo la humanidad vivir liberada de la institución de la Propiedad, ni de sus consecuencias patriarcales-estatales, ni libre de su innata violencia.

Hoy “la tragedia de los bienes comunales” consiste en que ni siquiera quienes los defienden comprendan su actual trascendencia en la  inédita situación trágica en la que está inmersa la especie humana, ni comprendan la directa relación de esta tragedia con la institución histórica de la  Propiedad como derecho a la apropiación de los comunales universales. Cuando nos referimos a la Tierra  y al Conocimiento no llegan a comprender la diferencia abismal entre derecho de uso y derecho de apropiación.

Mirar por el espejo retrovisor es absolutamente necesario cuando  se quiere  ir marcha atrás. De no ser así, sigue siendo conveniente, pero solo a condición de que nos sirva para tener referencias en la marcha hacia adelante, pero no nos distraiga del camino por el que vamos, con grave riesgo de estrellarnos. 

 


 



jueves, 23 de septiembre de 2021

LA GUERRA CONTRA BACTERIAS Y VIRUS: UNA LUCHA AUTODESTRUCTIVA

La guerra permanente contra los entes biológicos que han construido, regulan y mantienen la vida en nuestro Planeta es el síntoma más grave de una civilización alienada de la realidad que camina hacia su autodestrucción.

 
La guerra contra bacterias y virus: una lucha autodestructiva
Autor Máximo Sandín.

Las dos obras fundacionales que constituyen la base teórico-filosófica del pensamiento occidental contemporáneo, de la concepción de la realidad, de la sociedad, de la vida, y que han sido determinantes en las relaciones de los seres humanos entre sí y con la Naturaleza son “La riqueza de las naciones” de Adam Smith y “Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural o el mantenimiento de las razas favorecidas en la lucha por la existencia” de Charles Darwin. La concepción de la naturaleza y la sociedad como un campo de batalla en el que dos fuerzas abstractas, la selección natural y la mano invisible del mercado rigen los destinos de los competidores, ha conducido a una degradación de las relaciones humanas y de los hombres con la naturaleza sin precedentes en nuestra historia que está poniendo a la humanidad al borde del precipicio. El creciente abismo entre los países victimas de la colonización europea y los países colonizadores, las decenas de guerras permanentes, siempre originadas por oscuros intereses económicos, la destrucción imparable de ecosistemas marinos y terrestres… sólo pueden conducir a la Humanidad a un callejón sin salida. La gran industria farmacéutica se puede considerar, dentro de este proceso destructivo, un claro exponente de la aplicación de estos principios y de sus funestas consecuencias. La concepción del organismo humano y de la salud como un campo para el mercado, como un objeto de negocio, unida a la visión reduccionista y competitiva de los fenómenos naturales ha conducido a una distorsión de la función que, supuestamente, le corresponde, que puede llegar a constituir un factor más a añadir a los desencadenantes de la catástrofe. Un ejemplo dramáticamente ilustrativo de los peligros de esta concepción es el alarmante aumento de la resistencia bacteriana a los antibióticos, que puede llegar a convertirse en una grave amenaza para la población mundial, al dejarla inerme ante las infecciones (Alekshun M. N. y Levy S. B. 2007). El origen de este problema se encuentra en los dos conceptos mencionados anteriormente, que se traducen en el uso abusivo de antibióticos ante el menor síntoma de infección, su utilización masiva para actividades comerciales como el engorde de ganado, y su comercialización con evidente ánimo de lucro, pero, sobre todo, de la consideración de las bacterias como patógenos, “competidores” que hay que eliminar.

Esta concepción pudo estar justificada por la forma como se descubrieron las bacterias, antes “inexistentes”. El hecho de que su entrada en escena fuera debido a su aspecto patógeno, unido a la concepción darvinista de la naturaleza según la cual, la competencia es el nexo de unión entre todos sus componentes, las estigmatizó con el sambenito de microorganismos productores de enfermedades que, por tanto, había que eliminar. Sin embargo, los descubrimientos recientes sobre su verdadero carácter y sus funciones fundamentales para la vida en nuestro planeta han transformado radicalmente las antiguas ideas. Las bacterias fueron fundamentales para la aparición de la vida en la Tierra, al hacer la atmósfera adecuada para la vida tal como la conocemos mediante el proceso de fotosíntesis (Margulis y Sagan, 1995). También fueron responsables de la misma vida: las células que componen todos los organismos fueron formadas por fusiones de distintos tipos de bacterias de las que sus secuencias génicas se pueden identificar en los organismos actuales (Gupta, 2000). En la actualidad, son los elementos básicos de la cadena trófica en el mar y en la tierra y en el aire (Howard et al., 2006; Lambais et al., 2006) y siguen siendo fundamentales en el mantenimiento de la vida: “Purifican el agua, degradan las sustancias tóxicas, y reciclan los productos de desecho, reponen el dióxido de carbono a la atmósfera y hacen disponible a las plantas el nitrógeno de la atmósfera. Sin ellas, los continentes serían desiertos que albergarían poco más que líquenes”. (Gewin,2006), incluso en el interior y el exterior de los organismos (en el humano su número es diez veces superior al de sus células componentes). La mayor parte de ellas son todavía desconocidas y se calcula que su biomasa total es mayor que la biomasa vegetal terrestre. Con estos datos resulta evidente que su carácter patógeno es absolutamente minoritario y que en realidad es debido a alteraciones de su funcionamiento natural producidas por algún tipo de agresión ambiental ante la que reaccionan intercambiando lo que se conoce como “islotes de patogenicidad” ( Brzuszkiewicz et al., 2006) una reacción que, en realidad, es una reproducción intensiva para hacer frente a la agresión ambiental. De hecho, se ha comprobado que los antibióticos no son realmente “armas” antibacterianas, sino señales de comunicación que, en condiciones naturales, utilizan, entre otras cosas, para controlar su población: “Lo que los investigadores conocen sobre los microbios productores de antibióticos viene fundamentalmente de estudiarlos en altos números como cultivos puros en el laboratorio, unas condiciones artificiales comparadas con su número y diversidad encontrados en el suelo” (Mlot, 2009). A pesar de todos estos datos reales, se puede comprobar cómo la industria farmacéutica sigue buscando “nuevas armas” para combatir a las bacterias (Pearson, 2006).

Los virus han seguido, con unos años de retraso, el mismo camino que las bacterias, debido a que su descubrimiento fue más tardío a causa de su menor tamaño. Descubiertos por Stanley en la enfermedad del “mosaico del tabaco” fueron, lógicamente, dentro de la óptica competitiva de la naturaleza, incluidos en la lista de “rivales a eliminar”. Es evidente que algunos de ellos provocan enfermedades, algunas terribles, pero, ¿no estará en el origen de éstas algún proceso semejante al que ya parece evidente en las bacterias? Veamos los datos más recientes al respecto: El número estimado de virus en la Tierra es de cinco a veinticinco veces más que el de bacterias. Su aparición en la Tierra fue simultánea con la de las bacterias (Woese, 2002) y la parte de las características de la célula eucariota no existentes en bacterias (ARN mensajero, cromosomas lineales y separación de la transcripción de la traslación) se han identificado como de procedencia viral (Bell, 2001). Las actividades de los virus en los ecosistemas marinos y terrestres (Williamson, K. E., Wommack, K. E. y Radosevich, M., 2003; Suttle, C. A., 2005) son, al igual que las de las bacterias, fundamentales.                                                                         

En los suelos, actúan como elementos de comunicación entre las bacterias mediante la transferencia genética horizontal (Ben Jacob, E. et al., 2005) en el mar tienen actividades  tan significativas como estas: En las aguas superficiales del mar hay un valor medio de 10.000 millones de diferentes tipos de virus por litro. Su densidad depende de la riqueza en nutrientes del agua y de la profundidad, pero siguen siendo muy abundantes en aguas abisales. Su papel ecológico consiste en el mantenimiento del equilibrio entre las diferentes especies que componen el placton marino (y como consecuencia del resto de la cadena trófica) y entre los diferentes tipos de bacterias, destruyéndolas cuando las hay en exceso. Como los virus son inertes, y se difunden pasivamente, cuando sus "huéspedes" específicos son demasiado abundantes son más susceptibles de ser infectados. Así evitan los excesos de bacterias y algas, cuya enorme capacidad de reproducción podría provocar graves desequilibrios ecológicos, llegando a cubrir grandes superficies marinas. Al mismo tiempo, la materia orgánica liberada tras la destrucción de sus huéspedes, enriquece en nutrientes el agua. Su papel biogeoquímico es que los derivados sulfurosos producidos por sus actividades, contribuye... ¡a la nucleación de las nubes! A su vez, los virus son controlados por la luz del sol (principalmente por los rayos ultravioleta) que los deteriora, y cuya intensidad depende de la profundidad del agua y de la densidad de materia orgánica en la superficie, con lo que todo el sistema se regula a sí mismo. (Fuhrman, 1999). Hasta el 80% de las secuencias de los virus marinos y terrestres no son conocidas en ningún organismo animal ni vegetal. (Villareal, 2004). En cuanto a sus actividades en los organismos, los datos que se están obteniendo los convierten en los elementos fundamentales en la construcción de la vida. Además de las características de la célula eucariota no existentes en las bacterias que se han identificado como procedentes de virus,  más significativo aún es el hecho de que la inmensa mayor parte de los genomas animales y vegetales está formada por virus endógenos que se expresan como parte constituyente de éstos (Britten, R.J., 2004) y elementos móviles y secuencias repetidas derivadas de virus que se han considerado erróneamente durante años “ADN basura” gracias a la “aportación científica” de Richard Dawkins con su pernicioso libro “El gen egoísta” (Sandín, 2001; Von Sternberg, R., 2002). Entre éstas, los genes homeóticos fundamentales, responsables del desarrollo embrionario, cuya disposición en los cromosomas de secuencias repetidas en tandem revela un evidente origen en retrotransposones (capaces de hacer, con la ayuda del genoma, duplicaciones de sí mismos), a su vez derivados de retrovirus (Wagner, G. P. et al., 2003; GarcíaFernández, J., 2005). Una de las funciones más llamativas es la realizada por los virus endógenos W, cuya misión en los mamíferos consiste en la formación de la placenta, la fusión del sincitio-trofoblasto y la inmunosupresión materna durante el embarazo (Venables et al., 1995; Harris, 1998; Mi et al., 2000; Muir et al., 2004). Pero la cantidad, no sólo de “genes” sino de proteínas fundamentales en los organismos eucariotas (especialmente multicelulares) no existentes en bacterias y adquiridas de virus sería inacabable (Adams y Cory, 1998; Barry y McFadden, 1999; Markine-Goriaynoff et al., 2004; Gabus et al., 2001; Medstrand y Mag, 1998; Jamain et al., 2001 ), aunque, en ocasiones, los propios descubridores, llevados por la interpretación darwinista las consideran aparecidas misteriosamente (“al azar”) en los eucariotas y adquiridas por los virus (Hughes & Friedman, 2003) a los que acusan  de “secuestradores”, “saboteadores” o “imitadores” (Markine-Goriaynoff et al., 2004) sin tener en cuenta que los virus en estado libre son absolutamente inertes, y que es la célula la que utiliza y activa los componentes de los virus (Cohen, 2008). Por eso, resultan absurdas las acusaciones, que estamos cansados de oír, de que los virus “mutan para evadir las defensas del hospedador”. Las “mutaciones” se producen durante los procesos de integración en el ADN celular debido a que la retrotranscriptasa viral no corrige los “errores de copia”.

En definitiva, e independientemente de la incapacidad para la comprensión de la importante función de los virus en la evolución y los procesos de la vida motivada por la asfixiante concepción reduccionista y competitiva de las ideas dominantes en Biología, los datos están disponibles en los genomas secuenciados hasta ahora. En el genoma humano se han identificado entre 90.0000 y 300.0000 secuencias derivadas de virus. La variabilidad de las cifras es debida a que depende de que se tengan en consideración virus completos o secuencias parciales derivadas de virus. Es decir, también están en nuestro interior. Cumpliendo funciones imprescindibles para la vida. Pero también sabemos que los virus endógenos se pueden activar y “malignizar” como consecuencia de agresiones ambientales (Ter-Grigorov, et al., 1997; Gaunt, Ch. y Tracy, S., 1995). Es decir, por más que la concepción dominante de la naturaleza, la que nos parecen querer imponer los interesados en la lucha contra ella, sea la de un sórdido campo de batalla plagado de “competidores” a los que hay que eliminar, lo que nos muestra la realidad es una naturaleza de una enorme complejidad en la que todos sus componentes están interconectados y son imprescindibles para el mantenimiento de la vida. Y que son las rupturas de las condiciones naturales, muchas de ellas causadas por esta visión reduccionista y competitiva de los fenómenos de la vida, las que están conduciendo a convertir a la naturaleza desequilibrada en un verdadero campo de batalla en el que tenemos todas las de perder. El peligroso avance de la resistencia bacteriana a los antibióticos se puede considerar como el más claro exponente de las consecuencias de la irrupción de la competencia y el mercado en la naturaleza, pero hay otra consecuencia de esta actitud que nos puede dar una pista de hasta donde pueden llegar si se continúa por este camino: Desde 1992 hasta 1999, el periodista Edward Hooper siguió el rastro de la aparición del SIDA hasta un laboratorio en Stanleyville en el interior del Congo, por entonces belga, en el que un equipo dirigido por el Dr. Hilary Koprowski, elaboró una vacuna contra la polio utilizando como sustrato riñones de chimpancé y macaco. El “ensayo” de esta vacuna activa tuvo lugar entre 1957 y 1960, mediante un método muy habitual “en aquellos tiempos”, la vacunación de más de un millón de niños en diversas “colonias” de la zona. Niños cuyas condiciones de vida (y, por tanto, de salud) no eran precisamente las más adecuadas. En un debate en el que el periodista expuso sus datos, Hooper fue vapuleado públicamente por una comisión de científicos que negaron rotundamente esa relación, aunque no se consiguió encontrar ninguna muestra de las vacunas. Parece comprensible que los científicos no quieran ni siquiera pensar en esa posibilidad. Desde entonces, se han publicado varios “rigurosos” estudios que asociaban el origen del sida con mercados africanos en los que era práctica habitual la venta de carne de mono o, más recientemente, “retrasando” la fecha de aparición hasta el siglo XIX mediante un supuesto “reloj molecular” basado en la comparación de cambios en las secuencias genéticas de virus. Lo que ni Hooper ni Koprowsky podían saber era que los mamíferos tenemos virus endógenos que se expresan en los linfocitos y que son responsables de la inmunodepresión materna durante el embarazo. En la actualidad, Koprowsky es uno de los científicos con más patentes a su nombre.

Las barreras de especie son un obstáculo natural para evitar el salto de virus de una especie a otra. Son necesarias unas condiciones extremas de estrés ambiental o unas manipulaciones totalmente antinaturales para que esto ocurra. Y todo esto nos lleva al cuestionamiento de de muchos conceptos ampliamente asumidos que, como ajeno profesionalmente al campo de la medicina, sólo me atrevo a plantear a los expertos en forma de preguntas para que sean ellos los que consideren su pertinencia:  Si tememos en cuenta que las secuencias genéticas de los virus endógenos y sus derivados están implicadas en procesos de desarrollo embrionario (Prabhakar et al., 2008), se expresan en todos los tejidos y en muchos procesos metabólicos (Sen y Steiner, 2004), inmunológicos (Medstrand y Mag, 1998),  ¿cuál es la verdadera relación de los virus con el cáncer o con las enfermedades autoinmunes? ¿son causa o consecuencia? Es decir, ¿existen epidemias de cáncer o artritis o son los tejidos afectados los que emiten partículas virales (Seifarth et al., 1995)? Si tenemos en cuenta que la inmunidad es un fenómeno natural que cuenta con sus propios procesos para garantizar el equilibrio con los microorganismos del entorno, la introducción artificial de microorganismos “atenuados” o partes de ellos en el organismo ¿no producirá una distorsión de los mecanismos naturales incluyendo un posible debilitamiento del sistema inmune que favorecería la posterior susceptibilidad a distintas enfermedades?

 Y, finalmente, si tenemos en cuenta que la existencia en la naturaleza de “virus recombinantes” procedentes de dos especies diferentes es tan extraña que posiblemente sea inexistente debido a la extremada especificidad de los virus. ¿De dónde vienen esos extraños virus con secuencias procedentes de cerdos, aves y humanos? En el caso hipotético de que los verdaderos intereses de la industria farmacéutica fueran los beneficios económicos, la enfermedad se convertiría en un negocio, pero las vacunas serían, sin la menor duda, el mejor negocio. Ya hemos visto repetidamente hasta donde pueden llegar las dos industrias que, junto con la farmacéutica, constituyen los mercados que más dinero “generan” en el mundo: la petrolera y la armamentística. Sería un duro golpe para los ciudadanos convencidos de que están en buenas manos comprobar que una industria aparentemente dedicada a cuidar la salud de los ciudadanos fuera en realidad otra siniestra máquina acumuladora de dinero capaz de participar en las turbias maquinaciones de sus compañeras de ranking como, por ejemplo, controlar prestigiosas organizaciones internacionales para favorecer sus propios intereses.

 La concepción de la naturaleza basada en el modelo económico y social del azar como fuente de variación (oportunidades) y la competencia como motor de cambio (progreso) impone la necesidad de "competidores" ya sean imaginarios o creados previamente por nosotros y está dañando gravemente el equilibrio natural que conecta todos los seres vivos.  Pero la Naturaleza tiene sus propias reglas en las que todo, hasta el menor microorganismo y la última molécula, están involucrados en el mantenimiento y regulación de la vida sobre la Tierra y tiene una gran capacidad de recuperación ante las peores catástrofes ambientales. El ataque permanente a los elementos fundamentales en esta regulación, la agresión a la “red de la vida”,  puede tener unas consecuencias que, para nuestra desgracia, sólo podremos comprobar cuando la Naturaleza recobre el equilibrio.  

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