2.
Una Carta Universal por la Emancipación y la Democracia.
De
una vez por todas, hay que establecer un consenso universal acerca de
en qué consiste el régimen que nombramos como Democracia y que cada
ideología política interpreta en modo distinto y adaptado a sus
propios fines y estrategias. Nunca como hoy la manipulación de los
conceptos y del lenguaje mismo había sido un arma tan poderosa en
manos de las oligarquías que controlan la cultura y educación de
las masas, porque nunca este poder había sido tan dañino para la
libertad de conciencia como en manos de los estados contemporáneos,
que disponen para ello de la capacidad de dictar leyes, de controlar
la educación y los medios de comunicación, junto a un montón de
ministerios que dictan lo que hay que pensar y cuál es la
interpretación conveniente a los intereses de esas oligarquías,
socias fundadoras del aparato estatal-capitalista; un aparato que
dicta y controla el pensamiento también a través de instancias
supranacionales, como la ONU, emanadas de los estados nacionales.
La
Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada por la ONU
en 1948, ha demostrado ser una herramienta perversa en manos de las
oligarquías que detentan y concentran todo el poder político y
económico. Esta declaración ha impuesto una ideología de los
“derechos humanos” que da por bueno el estatus de dominación
hoy existente, ante el cual, esos “derechos” son presentados como
concesiones a las poblaciones sometidas, “derechos” que los
estados administran y dispensan a conveniencia. La corta existencia
de esta declaración ha sido suficiente para evidenciar el fraude de
origen que esos derechos institucionalizan. La consagración de
derechos como el de propiedad privada sirve para instituir y
justificar el robo y expolio sistemático de bienes comunales que
son universales e inalienables, como los recursos naturales y el
conocimiento humano. Este derecho de propiedad enmascara los
mecanismos de dominación social que se basan en el control, privado
o estatal, de los medios de producción a partir de la acumulación
capitalista, con absoluta ignorancia de sus protagonistas reales,
que son el esfuerzo, las habilidades, el conocimiento y la
creatividad de quienes trabajan en la produccion de bienes y
servicios. Esta declaración ha consagrado el trabajo asalariado
como modo actualizado de servidumbre, ha camuflado la esclavitud de
siempre tras la cortina compensatoria de un salario, instituido como
una gracia, un “derecho”. Tal es la esencia fraudulenta y el
poder de confusión logrado, que el trabajo humano es impunemente
considerado como “mercancia”, tal como se reconoce en la
denominación “mercado laboral” impuesta en el lenguaje
dominante que, sin disimulo alguno, se refiere al trabajo asalariado
como moderna forma de mercantilismo humano, de esclavitud.