“Sólo
podían seguir viviendo a condición de ser como máquinas”
(“Una avanzada del
progreso”, de Joseph Conrad, 1897)
Algunas notas
previas
*El
cosmólogo Max Tegmark,
profesor de Física en el Instituto Tecnológico de Massachusetts
(MIT), divide el desarrollo de la vida en tres fases a partir de su
capacidad de autodiseño: 1.Fase
biológica, cuyo
hardware y software son fruto de la evolución (por
ejemplo las bacterias surgidas hace unos 4.000 millones de años).
2.Fase cultural,
cuyo hardware es fruto de la evolución pero en
la que la vida pudo diseñar
parte de su software. 3.Fase
tecnológica, surgida a
fines del siglo xx, en la
que la vida será capaz de
diseñar tanto su hardware como su software. Esta
tipología encierra los tres elementos distintivos del
transhumanismo: a) la
comprensión del ser vivo como un dispositivo, b)
la superación tecnológica
del ser humano y c) la
autodeterminación total del sujeto.
*Antonio
Diéguez, catedrático
de Lógica y
Filosofía
de la Ciencia
en
la Universidad de Málaga, es el autor
de “Cuerpos inadecuados. El desafío transhumanista a la filosofía”
(editorial
Herder, 2021). Resume
el pensamiento transhumanista afirmando que esta
corriente considera que el ser humano se encuentra en un soporte
inadecuado, el
de su propio
cuerpo.
Ese
es el motivo por el que la tecnología puede brindarnos la
oportunidad de rediseñar ese soporte que no se adecúa a la idea
transhumana. En este sentido, transhumanismo es aquella filosofía
que busca adecuar la realidad humana a la mente transhumana y
transformarla desde su ideal meliorativo.
*Del
Manifiesto Conspiracionista, 2022, Comité Invisible:
“nuestro desacuerdo con los defensores del orden existente no es
por la interpretación del mundo, sino por el mundo mismo. No
queremos el patibulario mundo que están construyendo. De hecho,
pueden quedarse todos los patíbulos para ellos. No es una cuestión
de opinión; es una cuestión de incompatibilidad.”
Una
mínima conciencia de especie
No
había sucedido nunca antes, es
la primera vez que los humanos tenemos una mínima
conciencia de especie y de habitar un mismo
mundo,
una
Tierra
común, sin
que todavía sepamos qué hacer con esta nueva conciencia. Está
sucediendo porque tampoco nunca antes
habíamos
tenido
un
presentimiento
de peligro
tan
cierto y tan común
a toda la especie, de compartir
un mismo
riesgo de extinción. Aunque hubo síntomas previos, que hacían
presentir un
futuro peligroso,
solo empezó a extenderse como
sentimiento
global
tras la destrucción de las
ciudades japonesas de
Hiroshima
y Nagasaky, por sendas bombas atómicas, en agosto
de 1945.
Conversator,
mejor que sapiens
Pienso
que la razón por la que los humanos somos una especie animal
diferente, se debe a que aprendimos a hablar y a
hacer
en común. Nuestro
apellido de especie,
sapiens,
es untanto presuntuoso, mejor hubiera
sido
homo
conversator, al
menos indicaría una
mínima intención de
convivir
y reproducirnos sin necesidad de matarnos entre nosotros a base de tanta sapiencia tecnológica.
Cuando
se
renuncia a
conversar, la convivencia se convierte en un conflicto permanente e
irresoluble, aparece
la atomización en masa y la distancia social ocupando el espacio público.
Conversar
exige una posición igualitaria, horizontal, entre diferentes que hablan;
por
supuesto que hay
comunicación
en un decir unidireccional, en lo
que le dice el carcelero a un preso, por ejemplo, pero conversar
es
otra
cosa,
incompatible con cualquier forma de relación jerárquica,
en la
que
el
hacer no
puede ser libre, solo
sumisa, en el mejor de los casos. La
historia humana muestra la derrota contínua de la
conversación, los
iguales solo pueden
serlo confinados en el interior de su piso o
de su clase social a lo sumo;
solo allí pueden conversar, sin
participar en
el mundo.
No pudo haber conversación duradera
desde
que las comunidades humanas fueron organizadas piramidalmente, como
Estados. Toda
relación jerárquica impide
la conversación entre
los que hablan, allí no es posible la
vida en auténtica libertad
y comunidad,
lo
más un parque humano.
Si
pienso
ésto es
porque
pienso que conversar
ya supone
un reconocimiento previo del otro que
habla conmigo.
Y,
además,
tengo comprobado que de
la conversación
surgen,
expontáneamente,
cierto
que no siempre ni necesariamente, nuevas
ideas y proyectos...y también un
básico
sentimiento, o vínculo,
de comunidad entre
diferentes, que
al
conversar
se reconocen mutuamente como iguales.
¿Qué
tal una república sin Estado?
Si
después de siete mil años de vivir
gobernados bajo Estados,
sin
parar
de matarnos y hasta
devastar
el planeta,
aún
estamos
como
estamos, se me ocurre proponer una dirección diferente: una
república
convivencial, sin
Estado y,
por
tanto, sin clases, donde
la política no sea
una industria del poder, ni oficio profesional, nada aparte
de
la convivencia cotidiana, que no consista
en
vociferar sino en conversar, no en mandar callar
o en mandar hacer,
sino en un hablar
y hacer
en común, para
que
lo de sapiens
sea por algo.
Antes,
necesitaríamos
comprender eso que
es el Estado:
una
realidad histórica y, por tanto, contingente, temporal y no eterna.
La
herramienta de la que se han servido las élites propietarias y
gobernantes durante los siete mil años de edad que
cumple
el Estado, la
herramienta que
les ha permitido hacerse dueñas de la Tierra, del Conocimiento y, de
paso, de los
cuerpos
humanos y
del resto de especies.
Sin
esta comprensión, será (casi)
imposible
superar
el
sistema
de “vida capitalista" que ya no soportan ni ellas,
las
élites capitalistas, que
para
sobrevivir en el mundo que se avecina se conforman con conservar su
mejor herramienta, el Estado. Esa
revolución ya
está en marcha y
es la
suya, porque
suya
es la iniciativa y porque ellas
han ganado la lucha de clases que viene
siendo
la historia del
homo sapiens.
Foucault
lo
llamó biopolítica y
ellas transhumanismo
Lo
llaman así
porque siguen
creyendo
que
el
capitalismo
ha
sido y
es una
forma de
humanismo, con
algunos
fallos,
sí, y por eso están
dispuestas a
mejorarlo.
Se
proponen superar tecnológicamente
nuestra rudimentaria naturaleza animal, para
liberarnos de estos
cuerpos que
arrastramos, tan vulnerables y precarios (como ahora se dice), tan
rústicos
e
imperfectos, ¿para
qué seguir cargando cuerpos (hardward)
enfermizos y caprichosos,
cuerpos deseantes e impredecibles, contenedores de
cerebros (software)
dotados
de
un sistema lógico-informático
anticuado
y
no menos impredecible,
pudiendo disponer de cuerpos con
piezas de repuesto garantizado y cerebros siempre
nuevos,
a cada poco actualizados?
Eso es lo que anuncian, que
sin
ese lastre seremos felices sin necesidad de comer perdices, ni nada.
A
partir del descubrimiento de la célula, el poder
político
creyó
hallar
el principio
de la biología,
aquello
que
le permitiría
manipular eso que desde entonces llamaron
“vida”.
No sabían
que célula viene de celda,
ni
que los cuerpos que forman éstas carecen de explicación y sentido, sin
vínculo entre ellas y sin participar en
el mundo.
Célula
o cuerpo, celda con prefijo bio
que confunde, que solo sirve a la propaganda de una
ciencia comercial
y militar, mercenaria
al servicio del poder, que
por eso un tal Foucault lo llamó biopolítica.
“Las
células son los verdaderos ciudadanos autónomos, que reunidos por
miles de millones, constituyen nuestro cuerpo, el Estado Celular
(Ernst Haeckel, 1899). Celda
de monasterio, celda de cárcel, celda de comisaría: hete aquí una
civilización que ha visto en la celda -esto es, en la célula- la
unidad elemental de la vida. En nuestros días, el autor de Ni Dios
ni Gen, el biólogo Jean Jacques Kupiec, considerando que la biología
dominante, con su determinismo genético no deja lugar a la
variación aleatoria, defiende una concepción anarquista de lo vivo.
Desde
que se dedica a dar caza a los terroristas (básicamente
conspiracionistas),
la
contrainsurgencia pretende extirparlos quirúrgicamente del cuerpo
social en tanto que cuerpos cancerosos, lo que vuelve un tanto
sospechosa la concepción que Occidente tiene del cáncer”.
(fragmento
del Manifiesto Conspiracionista, 2022)
Ese
concepto jerárquico/religioso de la existencia
Es una pena que tan
poca gente lo vea: cómo,
detrás del espectáculo de un mundo empeñado en la innovación
constante, éste permanece
estático, girando
sin parar sobre un
eje fijo, que no cambia desde hace unos
cuantos miles
de años. Lo
mismo que
le sucede a ese
hamster que pedalea sin cesar en su
jaula paranoica,
rotando
y rotando, como un poseso,
que no logra
moverse del sitio por
mucho que acelere.
No verlo condena a nuestra
especie a una deriva incapaz
de salir
de ese carril de vía única,
que rota y rota pensando que
“progresa”, sí,
inexorablemente, por
puro agotamiento:
hacia
su propia extinción.
Seguimos
usando el mismo pensamiento que traemos desde el Neolítico
Medio,
cuando siendo campesinos
sedentarios, agricultores tribales,
pasamos a ser campesinos urbanos, mercantiles,
patriarcales y, al
cabo, estatales.
Practicábamos la
agricultura conservando el instinto depredador que nos hiciera
prosperar en la evolución como
cazadores-recolectores. Entonces
no podíamos pararnos a
pensar en lo que diría
Darwin muchos siglos más tarde, acerca de la
evolución natural. Solo
podíamos comprender la
existencia como básica
lucha por la supervivencia,
en medio de
una Tierra que,
paralela a los
cielos,
era como
éstos, inmensa
y plana también,
además de
inhóspita y
peligrosa, toda
repleta de bestias. Por la
agricultura nos hicimos
animales “más humanos”,
que se pensaron
a sí mismos como descendientes de los dioses y
que enseguida
fundaron
ciudades en las que levantar
templos, donde mediar y
alternar con los
dioses para
obtener sus favores. Y
mercados
donde intercambiar
excedentes, para la
obtención y acumulación de
ganancias, cuantas
más mejor. Y,
sin embargo, el capitalismo
ya estaba inventado en su
matriz primigenia. Incluso
antes de la aparición de los primeros
homínidos,
cada
especie lo practicaba
a su manera y según sus posibilidades. Las hormigas son un buen
ejemplo de especie capitalista. El capitalismo humano siguió su
propio camino “natural”,
y de hay su popularidad y su éxito, hasta ahora.
Bastante
más sofisticado que el de
las hormigas, inventó la
agricultura, la ciudad, el templo, el mercado, la
esclavitud, el patriarcado y de remate el Estado. Tuvo
que hacerlo para defender el
derecho individual al
cultivo y presura
de la tierra salvaje.
Así de natural creció la
afición a la
acumulación
de grandes
propiedades y excedentes,
el Capital,
eso
que se
piensa “burgués y
moderno” pero
cuya huella fósil quedó impresa en los campos y ciudades, los
burgos, a
poco de concluir
el Cuaternario.
Se piensa que el Capital y
su religión (capitalismo) fueron
invento del Estado-Nación-Moderno, se
pasa por alto que éste
fue inventado
por aquel Capitalismo
Primitivo, poscuaternario.
Aquel
tosco capitalismo dio un gran salto cuando las tribus de
cazadores-recolectores dejaron de ser nómadas, tribus matriarcales,
al poco de inventar la agricultura. Cierto que la civilización
agraria tardó tiempo en hacerse netamente patriarcal, que la
mujer-madre pudo ser el centro de la vida social de la tribu durante los
primeros siglos de la agricultura; pero fue así solo hasta que una
alianza de grandes propietarios y sacerdotes, secundados por
mercenarios, constituyeron el primer Estado en las fértiles llanuras
de Sumeria. Tuvieron que hacerlo para defender, con armas y leyes,
el derecho a la presura o propiedad de la Tierra y proteger, en consecuencia, la transmisión legítima del Capital, instaurando el
derecho de herencia. ¿Y a quién podía corresponder ese derecho,
sino los hijos "legítimos", los nacidos en la hacienda-propiedad de sus
“legítimos” padres, a quién sino a los paridos por una mujer-madre? Que así, “de
natural”, ella misma pasó a ser propiedad de su cónyuge, el macho
propietario. Por eso, a su “naturalidad” se debe que el
patriarcado y la esclavitud hayan tenido tanto éxito histórico como
el Capitalismo y como su principal herramienta, el Estado.
Además,
sin el trabajo de siervos y esclavos resultaba imposible una economía "natural"; imposible el progreso del Capital sin la defensa
y protección del Estado, lo que permitía acumular propiedades y
acrecentar el beneficio. Imposible, si el derecho a la apropiación
de tierras productivas no incluía el derecho de los grandes
propietarios a servirse del trabajo esclavo, imprescindible para la
producción del Capital. Tan natural como el propio capitalismo fue
su necesidad de la esclavitud. Pero tampoco ésta fue una innovación
tan reciente, porque “los otros”, los extranjeros, emigrantes y extraños, los "sin-tierra", desde
antiguo ya nacían destinados a ser esclavos. En la lucha por la
supervivencia, todo competidor-propietario era o socio o enemigo
natural, mientras que todo sin-tierra resultaba útil como
esclavo.
No
puede ser más paradójica esta evolución neolítica de las
sociedades capitalistas contemporáneas; asistimos a una insólita
lucha de clases: por una parte, “anticapitalistas” que dicen
querer derribar al sistema, por “antinatural”, pero que se
resisten a hacerlo dada su total dependencia del mismo. De la
otra parte, consumados “capitalistas” que quieren cargárselo porque ya no
es rentable y porque se
ha vuelto ineficiente, por “demasiado natural”...y pueden
hacerlo. Pero ambas partes tienen un problema común, al menos en apariencia: se ha roto el
vínculo por el que se necesitaban mutuamente, y ya solo los
asalariados están interesados en conservar un sistema en el que
ellos no caben por ser innecesarios; pero siguen pensando en hacerse
con la poderosa herramienta capitalista, el Estado, pensando que si
ya no saben, ni pueden vivir de la Tierra, quizá pudieran vivir del
Estado. Todavía no se han enterado de que el Estado no produce nada
y que eso es imposible, porque al Estado ya no le cuadran las
cuentas y en adelante ya solo podrá dar una renta básica a muy pocos, a los estrictamente necesarios.
La
razón capitalista y la fuerza del Estado
Basada
exclusivamente en la fuerza del Estado, solo
se sustenta esta razón
de fuerza referida a los tiempos recientes,
solo a
partir de considerar
la tecnología nuclear
de los
ejércitos contemporáneos, pero no
se justifica
su absoluto predominio
durante los siglos
previos a la invención del
arma atómica.
No se explica sin contar con la sumisión
mayoritaria de los
desposeídos y gobernados,
solo
se explica si aceptamos que la evolución de homo
sapiens, al menos hasta
ahora, ha seguido un camino paralelo al de las hormigas
capitalistas. Es
así aunque comparar la
organización social de humanos y hormigas revuelva
nuestras exquisitas vísceras. Véase,
si no, la organización piramidal-colaborativa
de un hormiguero, su natural
división en clases
sociales: reina, princesas, zánganos, niñeras, soldados y obreras...¿puede haber más parecido con cualquier monarquía (o república) constitucional que se considere?
El
agotamiento del sistema hormiguero
Llegados
al total agotamiento energético (por no decir petrolero) del orden social basado en el "sistema hormiguero”, seguir discutiendo sobre lo que fue el pasado, si
fue más o menos natural o
legítimo, puede
ser un ejercicio intelectual
entretenido, pero nada
práctico, y
completamente
inútil a presente y a
futuro. Las hormigas podrán
seguir con su sistema hasta el fin de los tiempos,
pero nosotros no, porque
de seguir ahí sabemos que seremos sacrificados. Hay que abandonar
el hormiguero, tenemos que hacerlo por mucho que otro mundo
nos
parezca imposible.
Somos la única
especie que cuenta su propia historia,
ninguna otra tiene una
Historia. La cuestión que hoy se nos plantea, por primera vez
en esa historia, no
consiste, como otras veces,
en cómo tomar el poder, no,
la cuestión ya
no va
de optar por una u otra
forma de capitalismo,
si privado
o estatal, es mucho más
urgente y elemental, está
planteada como posibilidad, o
no, de
sobrevivir al agotamiento de este sistema.
A
día de hoy, transhumanismo
Esta urgencia
explica que la inteligencia de
las élites haya
tomado la delantera y hasta que parezcan más
“anticapitalistas” que
nosotros, los gobernados y sin-tierras,
que estamos más necesitados
del capitalismo que ellas,
que ni sabemos plantar una lechuga que llevarnos a la boca, ni tenemos tierra donde hacerlo. Y, lo peor: no tenemos un proyecto alternativo para salvar el pellejo, ni, mucho menos, para gobernar el
futuro nosotros mismos. Ni ganas tenemos.
Como
dije, se ha roto la
dependencia mutua entre patrones y asalariados, la que sostenía el orden social-capitalista a la vez que nutría la lucha de clases; el desarrollo hipertecnológico, la devastación de la
biosfera, y el agotamiento de la energía fósil que permitió el espectacular desarrollo económico en el último siglo, nos han convertido en
factores obsoletos y prescindibles, en una masa humana
cuya supervivencia depende
totalmente de la venta de su
trabajo en un mercado laboral que ya no
necesita nuestro trabajo. Mejor que nosotros, las
élites han comprendido el drama existencial de nuestra especie y se
disponen, por eso, a ejecutar su propio
proyecto de supervivencia, el que
vienen diseñando desde hace décadas, cuando
en el tiempo de la Guerra Fría empezaron a calcular que
su propio agotamiento sería
inevitable.
Mientras la masa del
hormiguero humano se
revuelve y disputa
una batalla estéril, entre
globalistas y nacionalistas, conspiranoicos y colaboracionistas,
machistas y feministas, entre ecologistas verdes y
colorados, izquierdas o
derechas más o menos fachas y populistas, ellas,
las élites, las anónimas accionistas del
viejo sistema capitalista, hace tiempo que pusieron
a trabajar su inteligencia
de supervivientes natos. Han
creado una masa útil de pintorescos
conspiranoicos como
antes crearon
naciones-hormiguero y sus
correspondientes “enemigos”.
Promueven conspiraciones
de entretenimiento, para conspiracionistas
aficionados, mientras ellos
conspiran contra nosotros
profesional y efectivamente:
para sobrevivir, que ese es
“el asunto” ahora, lo que más les
importa en
estos terminales tiempos del
viejo capitalismo.
Su
proyecto se llama “transhumanismo” y ya forma parte de nuestros
hábitos cotidianos, en
la economía diaria, en la cultura y en la política, sin necesidad de organizarse
como partido político. La
invasión de dispositivos tecnológicos es su avanzadilla, a la que
la mayoría de humanos ya somos
adictos.
El proyecto transhumanista
no es tan nuevo
como pudiera
parecernos; ya
en
los
años veinte
del siglo pasado, J.B.Sanderson
Haldane (1892-1964),
el biólogo fundador de la genética de poblaciones,
avanzó
que
la tecnología sería capaz de conseguir que los seres humanos
pudieran vivir fuera del Planeta Tierra. El biólogo J.S. Huxley
(1887-1975),
que además de hermano del autor de “Un Mundo Feliz” (Aldous
Huxley), fuera el primer director general de la UNESCO, fundador
del Fondo Mundial para la Naturaleza y secretario de la Sociedad
Zoológica de Londres,
popularizó el término "transhumanismo".
Interesado
principalmente por la eugenesia como
posibilidad de controlar la evolución humana, JS Huxley concibió
el transhumanismo como medio
de
conseguir la
mejora de la raza humana
a través de las técnicas que por
entonces se
empezaban
a estudiar en el contexto filosófico-científico
de
la eugenesia, originalmente
emparentada
con
el darwinismo social.
Podemos
llamarlo transhumanismo, aunque sus titulares hagan un uso discreto del término. Da igual, es la
cultura de lo “trans” inducida en las costumbres de
las sociedades contemporáneas:
trans-former,
trans-género, trans-sexual, trans-modernidad, trans-nacional,
trans-capitalismo...Marisa
Belausteguigoitia,
mejicana
y doctora
en estudios culturales por la Universidad
de Berkeley,
reconoce un nuevo campo epistemológico para
“lo trans”, que según
ella no
es un inter (entre territorios), sino un “más allá de”: “con
lo trans se genera otro territorio, no
se pasa una frontera, sino que se transgrede los
contenidos de esos espacios, de esos cuerpos que se atraviesan,
quedan transgredidos y afectados. Al decir “lo trans” se cambia
la perspectiva del sujeto y su relación con el objeto. Lo trans
genera un campo de existencia de algo nuevo
y complejo”.
Coincido
con Belausteguigoitia
en
una sola cosa: cuando dice que la modernidad ha fracasado; solo que
ella dice que “por
no haber entendido lo trans”
y yo que por agotamiento de sí misma (y del petróleo, que no se nos olvide). Con
todo, el transhumanismo no es un proyecto monolítico, en su interior
está dividido en una compleja red de facciones que compiten por
gobernar el futuro. Estas son solo algunas de esas facciones:
-Extropianismo:
es la corriente más volcada en la eugenesia. -Postpoliticismo:
defiende
el abandono o superación de las ideas políticas por medio de la
tecnología, porque si tenemos una superinteligencia ésta
podría
tomar todas las decisiones de la sociedad muchísimo mejor que los
seres humanos y,
por tanto, no sería necesaria la política. -Immortalismo:
sostiene
que
la prolongación de la vida y la inmortalidad tecnológica es posible
y deseable. -Postgenerismo:
consiste en la superación de los géneros a través de la
biotecnología avanzada y tecnologías de reproducción asistida. Lo
presentan como una forma de ayudar a las mujeres, llegando
a afirmar que
éstas
han
sido maldecidas con la carga del embarazo, el parto y la crianza, y
que
la
tecnología puede liberarlas
de esta carga. No habría entonces hombres y mujeres, sino sólo
cyborgs de género neutro. -Singularitarianismo: se centra en hacer avanzar la singularidad lo antes posible. -Tecnogaianismo:
consiste
en aprovechar todas las nuevas tecnologías para intentar devolver a
la tierra a su estado natural, restaurando todo el daño que hemos
hecho a la tierra los seres humanos.
(Fuente:
“El
desafío del transhumanismo:
cuerpo,
autenticidad y sentido”, de
Sara
Lumbreras)
Un
manifiesto anticolaboracionista
Acabo
de leer el “Manifiesto Conspiracionista”, escrito por el
colectivo francés
y anarquista
autodenominado
Comité Invisible,
en el que se
describe
al detalle cómo
la crisis sanitaria de la pandemia causante del Covid19 es el último
y gran ensayo del
“Preparedness”,
anteproyecto
experimental,
transhumanista,
que tiene
ya una larga historia de ensayos, que se
remontan
a los tiempos de la Guerra Fría y aún antes, con precedentes bien
significativos
y concluyentes:
¿Hay
que recordar que
el Foro Económico Mundial, fundado en 1971 por klaus Schwab
-admirador de Karl Popper- con el objetivo de “educar en el
capitalismo
a
países que parecen resistirse a ojos de la comunidad internacional”,
reúne
en sus pequeños saraos a las mil mayores empresas del mundo? En uno
de los documentos relativos a este ejercicio puede leerse: “los
gobiernos tendrán que colaborar con las empresas de comunicación
para investigar y desarrollar enfoques más sofisticados, para
contrarrestar la desinformación. Esto significa desarrollar la
capacidad de inundar los medios con información rápida, precisa y
coherente (…) Por su parte, la prensa debe compremeterse a dar
prioridad a los mensajes oficiales y a eliminar los falsos, también
por medio de las tecnologías”.
(...)
La
pandemic preparedness figura expresamente en la agenda global desde
2002. Surge de una estrategia militar harto más ambiciosa y un poco
más antigua: la all-hazards preparedness, la preparación contra
todos los peligros posibles. La preparedness es una vieja noción que
se remonta por lo menos a la Segunda Guerra Mundial. Fue entonces el
caballo de batalla de todo tipo de manifestaciones patrocinadas por
la facción más imperial del capital americano, aquella que ardía
en deseos de conquistar, mediante la entrada en la guerra, los
mercados mundiales. Los ingenieros veían la Primera Guerra Mundial
no como un desastre para la civilización, sino como una oportunidad
única para poner en práctica sus ideas”.
Ciencias
del comportamiento, cibernética y psicología social...aplicadas al viejo arte
policial/militar de doblegar la voluntad de un interrogado o de un
prisionero, todo actualizado y largamente ensayado, toda una
experiencia científico-militar al servicio de la manipulación de
individuos y masas, todo un oficio y una auténtica industria del
control social, perfectamente actualizada, tecnificada y programada al
servicio de empresas y gobiernos...hacen que suene a chiste la
importancia y el peligro que le asignan a unos conspiracionistas
amateurs que pudieran atentar contra toda esta industria del control social,
que tiene a los Estados, a las Empresas, a las Administraciones
Públicas, a los Medios de Comunicación, a Policías y Ejércitos, a
Centros de Investigación Científica, a Laboratorios y
Universidades...todos dedicados profesionalmente a la Conspiración,
todos los días y a todas las horas. No hace falta ser un infiltrado,
ni tener una gran inteligencia, para saber que lo de “inventar enemigos”
forma parte de la vieja estrategia que durante siglos ha servido para
reclutar patriotas voluntarios para las guerras, porque nadie
estaría dispuesto a jugar su vida por defender al Estado, pero sí
para luchar contra los “enemigos de la Patria”...lo cierto es que
les sigue funcionando. Y a propósito de ésto, me fijo en algunas cosas que se dicen en el Manifiesto Conspiracionista, cosas como éstas:
“El
derecho a la privacidad se está erosionando, la (auto)censura está
aumentando rápidamente, la salud del individuo se está convirtiendo
cada vez más en un asunto de Estado, el número de acciones
intrusivas por parte de los servicios de seguridad está aumentando
exponencialmente: en las últimas décadas, el control del gobierno
sobre la vida privada de personas va en aumento, mano a mano. La
visión distópica evocada por Hannah Arendt de que después de la
caída del nazismo y el estalinismo surgiría un nuevo tipo de
totalitarismo, dirigido por burócratas y tecnócratas aburridos, es
sorprendentemente realista en el horizonte social.
(…)
El
mundo está en las garras de la formación masiva, un tipo de
hipnosis peligrosa y colectiva, mientras somos testigos de la
soledad, la ansiedad flotante y el miedo que da paso a la censura, la
pérdida de privacidad y la entrega de libertades. Todo está
impulsado por una narrativa de crisis singular y enfocada que prohíbe
los puntos de vista disidentes y se basa en el pensamiento grupal
destructivo.
(…)
El
totalitarismo no es una coincidencia y no se forma en el vacío.
Surge de una psicosis colectiva que ha seguido un guión predecible a
lo largo de la historia, su formación gana fuerza y velocidad con
cada generación, desde los jacobinos hasta los nazis y los
estalinistas, a medida que avanza la tecnología. Los gobiernos, los
medios de comunicación y otras fuerzas mecanizadas utilizan el
miedo, la soledad y el aislamiento para desmoralizar a las
poblaciones y ejercer control, persuadiendo a grandes grupos de
personas para que actúen en contra de sus propios intereses, siempre
con resultados destructivos.
(…)
En
La psicología del totalitarismo, el profesor de psicología clínica
de renombre mundial Mattias Desmet deconstruye las condiciones
sociales que permiten que se arraigue esta psicosis colectiva. Al
observar nuestra situación actual e identificar el fenómeno de la
“formación de masas”, un tipo de hipnosis colectiva, ilustra
claramente lo cerca que estamos de rendirnos a los regímenes
totalitarios. Con análisis detallados, ejemplos y resultados de años
de investigación, Desmet presenta los pasos que conducen a la
formación masiva, que incluyen:
-Una
sensación general de soledad y falta de conexiones y vínculos
sociales.
-Una
falta de significado: 'trabajos de mierda', insatisfactorios, que no
ofrecen un propósito.
-Ansiedad
y descontento flotantes, que surgen de la soledad y la falta de
sentido.
-Manifestación
de frustración y agresión por ansiedad.
-Surgimiento
de una narrativa consistente, de funcionarios gubernamentales, medios
de comunicación, etc., que explota y canaliza la frustración y la
ansiedad.
Además
de un análisis psicológico claro, y basándose en el trabajo
esencial de Hannah Arendt sobre el totalitarismo (Los orígenes del
totalitarismo), Desmet ofrece una aguda crítica del 'pensamiento
grupal' cultural que existía antes de la pandemia y se avanzó
durante la crisis de COVID. Advierte contra los peligros de nuestro
panorama social actual, el consumo de medios y la dependencia de
tecnologías de manipulación y luego ofrece soluciones simples,
tanto individuales como colectivas, para evitar el sacrificio
voluntario de nuestras libertades.
(…)
Jamás
ha sido tan imprevisible nuestro futuro, jamás hemos
dependido tanto de las fuerzas políticas, fuerzas que parecen pura
insania y en las que no puede confiarse si se atiene uno al sentido
común y al propio interés. Es como si la Humanidad se hubiera
dividido a sí misma entre quienes creen en la omnipotencia humana
(los que piensan que todo es posible si uno sabe organizar las masas
para lograr ese fin) y entre aquellos para los que la impotencia ha
sido la experiencia más importante de sus vidas. (Hanna Arendt, Los
orígenes del totalitarismo)
(…)
La
cristalización del fenómeno del totalitarismo lo convierte en un
régimen que sigue leyes suprahumanas que rigen el universo: las
leyes de la Naturaleza y su desarrollo en el fascismo, y las de la
Historia y su desarrollo en el estalinismo; y por ello ambos afirman
perseguir alcanzar la Humanidad y plasmar la justicia en la Tierra.
Las
ideologías totalitarias explican el pasado y anticipan el futuro,
son redondas, cerradas, no hay lugar para la impredecibilidad de la
acción humana, luego hay que negarla; se trata de transformar la
propia naturaleza humana para acomodarla a la Idea, sea ésta la
Naturaleza o la Historia. Una vez esto aceptado, el individuo se
vuelve superfluo, solo es un engranaje, luego queda eliminada la
pluralidad, la espontaneidad y la imprevisibilidad característica de
los seres humanos, y éstos quedan reducidos entonces a pura
animalidad.
Apruebo
la mayor parte de lo que dice el Comité Invisible en su Manifiesto Conspiracionista,
porque yo también me siento identificado con esos “enemigos de la
sociedad que contagian el Covid a los buenos ciudadanos”; yo
también me he sentido acosado por la Autoridad
Sanitaria, y condenado a
sufrir el
aislamiento social y la indiferencia, incluso por
“amigos” y
vecinos. No
obstante, y entendiendo lo que tienen en la cabeza, eso de que
“lo vivo es anarquista” y que yo comparto,
sigo
esperando que algún día me
expliquen,
estos
amigos franceses del Comité Invisible, cómo piensan ellos que “lo vivo-humano" podría vivir libremente,
cómo participar en el mundo, sin necesidad de ser gobernado, es
decir: cómo, sin Capital ni Estado.