jueves, 2 de enero de 2025

2025, MÁS CERCA DEL MÁS ALLÁ

"Esperando el regreso de los pescadores" (1894). Henry Moret. Óleo sobre lienzo: el mar agitado por la espuma de las olas simboliza la angustia de las personas que, intranquilas, otean el horizonte desde tierra firme.

A primera vista, el título sugiere algo obvio: en 2025 estaremos un poco más cerca del límite de nuestras particulares vidas,  de todos sin excepción,  creyentes e incrédulos, de toda clase y de todo género. Y, por lo que hasta ahora he podido ver, a los no/humanos en general les preocupa muy poco el más allá, prácticamente nada. Si acaso, puede que piensen en algo parecido al futuro solo aquellos animales -como por ejemplo las ardillas- que procuran acumular alimento para cuando escasea, que suele ser en los meses de invierno. A partir de esa obviedad, el más allá da para mucho.  

La versión del más-allá más tradicional y duradera fue durante siglos la clásica versión religiosa que fuera universal para el conjunto de culturas medievales y campesinas,  y que aún predomina en buena parte del mundo menos industrializado, en ese Sur Global que sigue siendo campesino en gran medida, donde  el más allá sigue refieriéndose a "otra vida" después de ésta, algo así como una segunda oportunidad correctora y/o consoladora. La hegemonía de ese más-allá-religioso entró en crisis al llegar el siglo de las Luces (XVIII), a partir de las revoluciones francesa y americana, además de la tecnológica/industrial; coincidió su declive  con la aparición de la nueva economía mercantil-capitalista, ya fuera liberal-de-Mercado o socialista-de-Estado (1), y ocurrió en un contexto general de materialización de la existencia humana, más urgida por las necesidades del cuerpo que las correspondientes al espíritu. 

Las versiones  más actuales (postmodernas) del más allá son: a) el "más allá del Colapso ecosocial" que profesa buena parte de la corriente ideológica neomarxista y b) el "más allá de la izquierda y la derecha", cuyo máximo exponente es el filósofo francés Alain de Benoist, ideólogo principal de la Nueva Derecha francesa y, en general, de la corriente neofascista que vemos extenderse por todas las latitudes y que, de no remediarlo,  marcará la tendencia ideológica de la política global durante el próximo cuarto de siglo. (2)

No obstante,  cabe un pensamiento crítico y alternativo, que a mi entender da con la clave del éxito capitalista por encima de izquierdas y derechas, que consiste en descubrir el profundo sentido religioso del  capitalismo, de su materialismo sublimado en el amor al dinero, que por cualquier lado que se le mire, es un amor basado en la fe, en una profunda creencia religiosa en torno a lo que el dinero es: puro crédito (crédito de creer), de pura  fe religiosa.  A partir de agosto de 1971 en que el gobierno de EE.UU., bajo la presidencia de Richard Nixon declaró la suspensión de la convertibilidad del dólar en oro, de hecho quedaba consagrado -nunca mejor dicho- el fundamento religioso del sistema capitalista: el dinero  pasó a tener un valor autorreferencial y eso sólo a condición de contar con la fe incondicional del conjunto de creyentes/usuarios. Porque de no ser así, ¿por qué un trozo de papel/dinero tiene que "valer" la cantidad de dólares que figura escrita en sus dos caras y no lo que le correspondería por su valor real,  como trozo de papel?... que es lo que realmente el dinero es y seguirá siendo hasta su completa sustitución electrónica, que le dará una existencia definitivamente virtual y más religiosa si cabe. 

En la religión capitalista el dinero cumple la misma función que las representaciones escultóricas en la religión cristiana, cuyo valor es atribuido por la creencia que representan y no por el arte o la materia de la que están hechas. La desmaterialización del dinero tuvo su precedente en el comercio global a partir de los procesos de colonización desplegados en el siglo XV, tras el descubrimiento de América,  cuando las necesidades del mercado llevaron a añadir letras de cambio (títulos de crédito) a la moneda metálica, cuyo manejo resultaba engorroso en aquellas nuevas condiciones mercantiles, que perfectamente podemos catalogar como "primera globalización".

Uno de los trabajos más interesantes de Walter Benjamín es "El capitalismo como religión", título de uno de sus más penetrantes escritos  póstumos. Para W. Benjamin, el capitalismo no es sólo una secularización de la fe protestante, sino que él mismo es esencialmente un fenómeno religioso, que se desarrolla como parásito a partir del cristianismo y que, como religión de la Modernidad burguesa, se caracteriza: 1. Por ser una religión de culto, posiblemente la más extrema que ha existido. 2. Por ser un culto permanente, que no distingue entre días festivos y laborables, sólo  un único e ininterrumpido día en  el que coinciden trabajo y culto. 3. Porque este culto capitalista no remite a la redención o expiación de la culpa, sino a la culpa misma. Precisamente porque  no tiende a la redención,  como religión no tiende a la transformación del mundo sino a su consumo (destrucción).  

Decía W. Benjamín que el dominio del capitalismo es tan absoluto que los tres grandes profetas de la modernidad (Nietzsche, Marx y Freud) de alguna manera conspiraron, según Benjamin, con la religión capitalista. En paralelo y respecto del socialismo, para Carl Schmitt esta ideología también se parece mucho a una religión: "El socialismo pretende dar vida a una nueva religión que para los hombres de los siglos XIX y XX tuvo el mismo significado que el cristianismo para los hombres de hace dos mil años." Pero yo insisto: ¿no podría ser el Estado la causa real del fracaso del socialismo, además de la naturaleza religiosa de su economía estatal/capitalista? Sostengo que lo contrario del capitalismo no es el socialismo realmente existente. Lo sería sólo-si  abdicara de su doble y religiosa fe en la Propiedad (Capitalismo) y en el Estado (Jerarquía).

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Por otra parte, nadie podrá discutirme que somos una especie de animales sociales, que naturalmente nos agrupamos (o somos agrupados) por orden de proximidad y de menor a mayor, en comunidades (familias, tribus, pueblos, naciones...), unos animales cuyo comportamiento hoy sigue siendo -como hace cientos de miles de años- básicamente instintivo y funcional a su principio más vital, que es el de superviviencia. Sí, pero ¿más  más allá... de la religión, de la política?. La verdad es que, visto lo visto, no estoy muy seguro. A veces me imagino a la especie humana representada por un individuo de pequeña estatura, mitad hembra y y mitad varón, cabalgando sobre un inmenso elefante que, por su enorme envergadura, el pequeño jinete no alcanza a dominar. Por eso que se le vea por ahí, dando tumbos de acá para allá, vueltas y más vueltas sin rumbo, sin ton ni son, deambulando errático por la gran bola del mundo. Ese "elefante" es nuestro instinto más básico a  efectos de supervivencia. Es el híbrido instinto de propiedad territorial y reproductiva, el más primitivo y más reaccionario, el más ingobernable de nuestros instintos...tanto, que con harta frecuencia nos lleva a matarnos entre nosotros, en guerras fratricidas, entre clanes por la posesión de una hacienda (mejor cuanto más grande) y entre machos por la posesión patriarcal de las hembras-madres-reproductoras (y protectoras de la herencia territorial y genética).

Junto a esa duda, también abrigo un sueño racional y realmente político (según creo). Antes, aclaro que entiendo por política ese conocimiento y oficio de lo social que vamos adquiriendo a lo largo de la vida, por el conocimiento de la historia y por nuestra propia experiencia. Incluso pienso que, de forma natural, la política tiene que ver con la naturaleza social de nuestra especie. Por eso que, aunque históricamente el término “política” nos refiera a la idea de competencia en el interior de cada sociedad, en disputa por el dominio o poder social, territorial y reproductivo, no por eso hay que reducir esta noción de la política solo a su moderna y última forma de actividad parasitaria y partidista, liberal/parlamentaria, de apenas poco más de doscientos años, simplificada en exceso como "confrontación izquierda-derecha", al interior de un mismo Orden social; ni reducir la política solo a la lucha de clases propia de las modernas sociedades del capitalismo industrial, al inicio de los  Estados-Nación modernos. Conviene aquí recordar, una vez más, que la institución “Estado” tiene una antigüedad de más de seis mil años (muchos más que la Nación o el Capitalismo, que son "modernos" inventos estatales). La antigüedad del Estado es tanta como la de las primeras urbes que marcaron el final de la era Nómada (tribal) y el comienzo de una nueva era Sedentaria (la urbana, ésta en la que  estamos).

Llegado a este punto, necesito un paréntesis para remarcar la confluencia histórica de las instituciones que precedieron al Estado y cuya trabazón es necesaria para poder explicar por qué la evolución de las sociedades humanas siguió a partir del Estado un sentido único y necesariamente jerárquico, siguiendo esta secuencia estratigráfica: creencia religiosa-autoridad patriarcal-propiedad territorial y reproductiva-trabajo esclavo, servil o asalariado, esclavitud-herencia-urbanización definitiva y, por fin -como culmen- el Estado.

Y, sin embargo, la huella cultural de cientos de miles de años vividos en modo nómada, cargando con mínimas propiedades muebles, con una solidaridad comunitaria natural, no ha podido ser borrada, no del todo. Su rescoldo permanece en el substrato prepolítico de nuestras cotidianas relaciones de proximidad (redes sociales de parentesco y de amistad, de vecindad y paisanía, de trabajo, estudio y tiempo "libre"...). Tanto es así, que las hipermaterialistas sociedades modernas no podrían subsistir sin el sostén  de millones de comportamientos solidarios y altruistas que tienen lugar a diario como respuesta propia de nuestro también básico  instinto comunitario, también a escala de especie  y  común por encima de nuestras particulares culturas y condiciones de existencia, individuales y comunitarias.

Estamos, no cabe duda, en una encrucijada histórica caracterizada como “de transición”, bajo el predominio de un “presentimiento de final de época”, en medio de una desazón general con causa en un sentimiento de impotencia y precariedad que nos genera miedo sistémico y una incertidumbre existencial, ante un futuro que intuimos peligroso como mínimo. De ahí que hablemos tanto de un “más allá” de esta época de transición; y de cómo imaginamos el después, ese tiempo que está por venir tras esta época nuestra, caracterizada como post-modernidad, que no es sino la fase terminal de la revolución burguesa que nombramos como "modernidad", la que surgiera como ilustrado sueño de la razón, en un siglo denominado  “de las Luces” (precipitadamente a mi entender).

No andan descaminados quienes piensan que la post-modernidad se ha convertido en un  Desmadre sistémico, una caótica acumulación de múltiples crisis, y que mejor sería reemplazar la noción “post-modernidad” por la de “post-ilustración”, lo que podría ayudamos, quizá, a escapar de tal Desmadre. A tal propósito, conviene repasar qué fué y qué quiso ser la Ilustración. Y para eso, nadie mejor que el ilustrado Kant, que así le diera oportuna respuesta, en un texto escrito en 1.784, precisamente titulado “Qué es la Ilustración?”: .../...”es la liberación del hombre de su culpable minoría de edad. La minoría de edad significa la incapacidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Y esa incapacidad es culpable, porque su causa no reside en la falla de inteligencia, sino de decisión y de valor para servirse por uno mismo de ella sin la tutela ajena. Sapere audel ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón! He aquí el lema de la Ilustración”.

La Ilustración fue sin duda ese momento en que una parte de la sociedad humana, "burguesa e lustrada", como nunca antes, acarició el proyecto de  autonomía y emancipación para el conjunto universal de la especie, al menos respecto de las supersticiosas creencias que tenían secuestrada a la razón humana en los siglos anteriores. Y, consiguientemente, secuestrada respecto de las tiranías dominantes a lo largo de los siglos. No tuvo otro sentido la Revolución Francesa de la que ya se han cumplido más de dos siglos; ese proyecto de autonomía y emancipación fue, sin duda, un sueño de la razón, a cuya revolucionaria promesa quiso dar respuesta el movimiento revolucionario de la Ilustración. 

(Sin querer, me viene ahora a la memoria el famoso grabado que el genio de Goya titulara El sueño de la razón produce monstruos”, que -valga la expresión- sirve muy bien para “ilustrar” la fallida herencia que recibimos de la Ilustración).

 

"El sueño de la razón produce monstruos" , aguafuerte de Francisco de Goya, perteneciente a la serie de "Los caprichos". Fue realizado en 1.799, el mismo año en que se produjera el Golpe de Estado de Napoleón, que acabó con el Directorio, última forma de gobierno popular resultante de la Revolución Francesa.

Porque estamos, sin duda, en ese tiempo del todo-se-acaba que Marina Garcés denomina “condición póstuma”. En esta condición, se acaba la biodiversidad, agotada por el Desmadre depredador, extractivista y consumista del imperio capitalista-progreliberal. Se acaba la normalidad climática de las estaciones y se acaba la energía fósil responsable del éxito económico del capitalismo convertido en sistema social (político) mundial. Se acaba también el sueño  etéreo del capitalismo financiero-digital, corporativo e incorpóreo al mismo tiempo. Y aunque está solo empezando, igual de efímera acabará siendo -no tardando- la emergente revolución reaccionaria y populista del ¿nuevo? capitalismo patriótico, nacionalista, estatista y neofascista por tanto, rebotado de la globalización. 

A lo que de inmediato vamos es hacia un capitalismo feudal y tecnológico que (con la boca pequeña) dice no necesitar de la propiedad de los medios de Producción, ni del Estado, porque le basta con tener en sus manos la llave del acceso a los mercados y mantener un MiniEstado  (al estilo libertario de Milei, el bocazas presidente de la República Argentina), o sea, solo la Hacienda recaudadora, las Fuerzas Militares/Policiales... y poco más...solo eso.

 

En las decadentes sociedades occidentales impera hoy la fascinación por el  Apocalipsis, incluso hay quien dice -como los neomarxistas/ecosocialistas de la talla de Jorge Riechman- que el Colapso no solo es inevitable, sino que ya estamos metidos en él de lleno y que solo nos cabe sobrepasarlo lo menos mal que nos sea posible. Estando básicamente de acuerdo en esa lógica colapsista, lo que yo digo es que antes de dar por clausurada la Ilustración, lo que sí podríamos ir haciendo, mientras tanto, es emplear este tiempo terminal en esbozar y ensayar los principios y estrategias que necesitamos para dejar de ser sociedades jerárquicas, clasistas y depredadoras, para poder superar la privatización y mercantilización de la vida...pero, ¿acaso no era este el pensamiento de la Ilustración, no es algo muy parecido a sus principios de racionalidad y emancipación, los  mismos de la Ilustración que ahora estamos a punto de clausurar?, ¿es ésta inversión de la razón la "condición póstuma” a la que se refieren Merleau-Ponty y Marina Garcés?, ¿es esta vuelta atrás en busca de una racionalidad que se nos ha extraviado por el camino?, ¿o es un reset o reinicio del viejo sueño ilustrado, de la racionalidad existencial/ecológica/convivencial como política?

En medio de lo que se parece mucho a un naufragio antropológico, cuando hemos llegado a aceptar de mala gana la irreversibilidad de la propia muerte y comenzado a abandonar la frívola idea de un presente contínuo y de un consumo sin límite, lo que ahora estamos cuestionando (de acuerdo con lo que Marina Garcés define como tiempo “vivible”), es ese tiempo abstracto propio de la modernidad capitalista, para empezar a hablar de ese nuevo tiempo vivible “en el que aún podemos intervenir sobre nuestras condiciones de vida”. Solo así podemos pensar que nuestro tiempo ya no es el de la post-modernidad y que estamos de lleno metidos en la novedosa experiencia de un  final de época realmente ilustrado e inédito. Esa es, pienso,  nuestra condición póstuma.

Además, en esta condición y tiempo nuevo, yo veo otra novedad de inmensa e incalculable trascendencia. Y es que por primera vez en la historia humana, hemos empezado a tener en común una básica conciencia de especie; y también una conciencia de propiedad comunal y responsable sobre el conjunto de  bienes culturales (constituyentes y derivados del Conocimiento humano) y sobre los bienes naturales que constituyen la Tierra toda; unos bienes comunales que juntos acabarán por integrar nuestro futuro Procomún Universal. Lo que yo propongo es que la administración del Procomún corra a cargo de cada comunidad convivencial (doméstica, vecinal y paisana), de cada una en su propio ámbito relacional-simbioético-ecosocial. Tendrá que ser (ahora sí) "más allá" de toda falsa ilustración posthumanista y de toda falsificación democrática: sin Capitalismo y sin Estado, ahora en soberanas asambleas de iguales, libremente asociadas para el intercambio, la cooperación y la ayuda mutua en todas las escalas territoriales.  

Y aunque yo no llegue a verlo, solo de saberlo rejuvenecen mis viejos huesos.

 

Notas:

(1) Por cierto, muchas veces me he preguntado por qué cuando se habla del fracaso histórico del socialismo,  casi nadie, ni siquiera quienes se reclaman sus herederos directos,  le atribuyen dicho  fracaso a su maridaje con el Estado...¿es que a ningún socialista se le ha ocurrido imaginar un socialismo "más allá", es decir, sin Estado?

(2) Si queremos dar con las "razones" que explican el auge de las corrientes populistas "de extrema derecha", conviene leer al filósofo francés Alain de Benoist y no solo a los filósofos "que piensan como nosotros". En un escrito titulado "Más allá de la izquierda y la derecha", A. de Benoist viene a decir que se ha terminado la diferenciación entre izquierda y derecha, que marcara la política mundial durante los dos últimos siglos;  que ya no hay diferencia porque están resueltos  los tres grandes debates que marcaron su distancia: 

1º. El debate Monarquía-República, que concluye en 1875 con el establecimiento del sufragio universal y la instalación definitiva del régimen parlamentario/republicano. 2º. El debate, a partir de 1880, referido a la cuestión religiosa, enfrentando a los partidarios de una concepción «clerical» del orden social con los partidarios de una visión puramente laica. Durante algún tiempo fue el debate que se identificaba plenamente con la división derecha-izquierda, haciendo que cualquier otra divergencia pareciera secundaria.                                                                                         º. 3º. El último debate al que alude A. de Benoist es el  social, que a mediados del siglo XIX abriera el nuevo frente de la lucha de clases, entre la burguesía y el proletariado, intensificada  con el desarrollo de la sociedad industrial, con el nacimiento del socialismo y con el surgimiento del movimiento obrero. Pero la expansión de la clase media y la disolución de la URSS (1.991) comenzaron a disolver también las diferencias sociológicas o  "de clase" entre izquierdas y derechas. Literalmente, dice el filósofo francés en ese escrito: "La derecha defiende sobre todo el liberalismo económico, mientras que la izquierda defiende sobre todo el liberalismo cultural y filosófico, reconciliando así, aparentemente, a todo el mundo. El fuerte vínculo entre el liberalismo cultural y la orientación a la izquierda por un lado, y el liberalismo económico y la orientación a la derecha por otro, podrían llevar a preguntarnos si estos dos liberalismos no constituyen los dos polos opuestos de una única e igual dimensión, que no sería otra que la misma dimensión derecha/izquierda."

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