Ya dije que el éxito del pensamiento burgués, o moderno, consiste en una sistemática y hábil inversión de conceptos.
Si aspiras a ocupar el lugar de tu jefe, tienes que hacer tu campaña cantando las maravillas de la empresa moderna e innovadora, abierta a la participación democrática de los empleados, poniendo a parir al viejo modelo de la empresa autoritaria, tienes que mostrar públicamente lo progresista, demócrata y moderno/a que tú eres, y así tu jefatura tendrá un buen seguro por una larga temporada, al menos mientras perdure tu imagen de empresario/a moderno/a en la memoria de tus empleados y empleadas. Y si planeas asesinar a alguien, lo mejor que puedes hacer, previamente, es adularle públicamente, preparar con tiempo tu coartada. Algo parecido es lo que hizo Napoleón, y mira, le valió ser emperador absoluto en contra del absolutismo y en nombre de la libertad, la igualdad, la fraternidad y la República.
Así, con ese inteligente truco, te puedes permitir el lujo de tener una sirvienta guatemalteca a la que tratarás como amiga, porque lo haces para ayudarla, y a la que no contratarás, ni asegurarás, para no humillarla, porque tú eres su amigo, un igual, generoso, progresista y muy moderno. O puedes ser una ejecutiva tan capacitada y eficiente como cualquier machito-ejecutivo-prototipo del patriarcado capitalista, pero tú no, tú tendrás buena conciencia siempre que ejerzas tu patriarcado en defensa del derecho a la igualdad de las mujeres, como conquista tuya, de tu moderna liberalidad y tu feminismo.
Aunque no lo parezca, estoy hablando de “as bestas”, también de la película, cuyo interés, más que en la historia que cuenta, reside en los comentarios e ideas que suscita. La película ha gustado mucho a los ecologistas modernos, partidarios de las energías renovables aunque sospechen que no son renovables, pero que las defienden a condición de que no jodan un imaginario paisaje “rural-natural”, que no existe. Y les ha disgustado a los neorrurales y modernos defensores de un medio social-rural igualmente imaginario, campesino y tradicional, que tampoco existe. Por lo tanto, me parece a mí que con estos precedentes se trata de una discusión bastante estéril en el fondo, que genera una forzada polarización de opiniones, muy artificial y no menos imaginaria, pero que resulta bien útil al principio moderno de inversión conceptual... ¡qué buen truco! , no me extraña que haya sido exitoso por más de tres siglos.
Según la ONU, los campesinos son responsables del 80% del alimento producido en el mundo y, sin embargo, también es la población más propensa a sufrir hambre. En Europa solo el 25% de la población habita las zonas rurales. En el Estado español, el 15,9% estaba censada en municipios rurales en 2020. Estos municipios suponen el 82,0% del total y ocupan el 84,0% de la superficie estatal.
Menos de un 4% de la moderna población rural europea es profesionalmente campesina, el resto es perfectamente moderna, dedicada a los mismos oficios que las poblaciones urbanas, de servicios, burocracia y comerciales, con la única diferencia de una mayoritaria presencia de gente mayor, masculina y pensionista, contaminada igualmente de la urbana modernidad, con sus mismas dependencias del Estado y sus mismos hábitos urbanos, de consumo mercantil y cultural.
Yo he visto igual solidaridad vecinal en pueblos que en ciudades, pero solo en casos de accidente o catástrofe, y cuando la gente está realmente jodida; pero solidaridad no es comunidad, le falta mucho, lo es solo en modo prepolítico. ¿De qué población rural-tradicional estamos hablando, si no existe?, ¿de la medieval y relativamente asamblearia y comunal; de la que vivió en los industriosos siglos XIX y XX, dispuesta a emigrar en cuanto pudiera; de la europea de los años que siguieron a las dos primeras guerras mundiales; o hablamos de la sociedad rural de los años de la posguerra civil española? Me lo aclaren.
La población rural-tradicional no sobrevivió a la Modernidad, hace mucho que no existe porque emigró o fue emigrada, que viene a ser lo mismo. El desarrollismo económico del Estado franquista, desplegado a partir de los años sesenta y luego la política agraria de la UE, la PAC, era para eso, para "modernizar" los pueblos y campos españoles y europeos, instaurando un modelo de explotación agropecuaria industrial y comercial, dejando tras de sí un rastro de casas molineras deshabitadas y tierras bien baratas, a precio de saldo muy tentador para los modernos negocios del comercio alimentario, del turismo rural-escénico, de los campos de golf y deportes de aventura, como para el negocio inmobiliario dedicado a la construcción de chalets adosados para pijos con jardín, en parcelas próximas a las oficinas y fábricas de la moderna metrópoli...y es que el mundo moderno es burgués (urbano) y no existe otro mundo.
Y no es de ahora, que ya hace mucho que lo es, gracias a la masiva repoblación de las ciudades con emigrantes campesinos que, por cierto, ha sido reactivada en los últimos años, promovida por los modernos Estados y Mercados de la globalización. Inmigración como negocio, sí, pero con diferente intención: ahora es para desviar el cabreo de las clases medias en la decadencia del Estado de Bienestar capitalista, para contener los salarios con mano de obra barata, para utilizar a los nuevos emigrantes como sospechosos y presuntos competidores en la lucha por el trabajo y la supervivencia, arrojados al mercado como chivo expiatorio, para distracción de las masas urbanas modernas, as bestas.
El paisaje rural que muestra la película engaña con o sin querer, contribuye al exitoso mecanismo de inversión conceptual: el sucedáneo por el original, es decir, cuando el imaginario construye la realidad. Genera polarización y una confusión perfecta, bien palpable en los comentarios que provoca esta película. La sociedad rural retratada en "As bestas", con su bestialidad, con el odio por el extranjero que transpira, con su miserable peseterismo, súbitamente vuelto ecologista, partidario de ecológicas energías que ni son ecológicas ni renovables, oculta en su reverso la patética modernidad de una sociedad rural fosilizada, no menos sumisa, corrupta y moderna que la urbana, solo que bien escenificada tras la tramoya de un salvaje escenario “rural-natural”. Todo muy bien interpretado y al inverso modo moderno. Lo sé porque vivo allí y porque yo mismo llegué impulsado por la imagen idílica de mis abuelos campesinos, Rosa y Nicolás.
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