lunes, 13 de septiembre de 2021

POR CAMINAYO Y OTROS AFORTUNADOS OLVIDOS

CUADERNO DE CAMINERÍA

POR CAMINAYO Y OTROS  AFORTUNADOS OLVIDOS


 En el libro "Hadas" de Jesús Callejo se cuenta: "... en el puerto de Pandetrave, junto al arroyo Mostajal, dicen que verse no se ven, pero se oye a las janas cantar con el acorde y acompañamiento de las aguas y del viento en el hayedo del otro lado del valle del Puerma. Por su parte, en Caminayo (aldea de seis vecinos y veintidós habitantes) existe una hermosa tradición sobre estos seres femeninos. Ya el nombre de Caminayo parece que tiene relación con las "Camenae" (las camenas) ninfas de las fuentes parecidas a las musas, que tenían su santuario cerca de la puerta Capena, en una de las siete colinas de Roma. Se asegura por los "bajinis" que hay una jana encantada en las cuevas de caliza de Caminayo que guarda celosamente un tesoro consistente en dos escudillas de oro, esperando a ser desencantada en alguna noche sanjuanera".

Antonio Gamoneda


El caso es que ayer fue un día de esos que uno no puede resistirse a calificar de "perfecto". Queríamos volver, tras varios años de ausencia, a perdernos por las vecinas Tierras de Valderrueda, que al occidente lindan - por Guardo y Velilla - con nuestra Montaña Palentina. En el camino a Guardo suena en la radio la voz de Antonio Gamoneda, el poeta leonés y universal. No puede ser casualidad. Suena con su lúcida y asentada palabra, con noventa años de historia, fruto, sin duda, de ese  trabajo que consiste en devastar cada palabra hasta sacar de su entraña el sentido poético que pueda redimirla de su vacuo y confuso significado ordinario, producto de oficiales decretos. "Las grandes ciudades son unas salvajadas", decía, entre otras cosas no menos sensatas, el poeta de aquel Blues Castellano que prohibiera la censura franquista. Mientras íbamos camino de Caminayo.


Todo el valle de Valderrueda es una gloria de bosques y montes libres de armatostes eólicos, esa forma de salvajada industrial y urbana empeñada en llenar de chatarra el solar de la Iberia rural, que dicen "vacía". Llegando a Morgovejo una carretera estrecha arranca para subir a Caminayo, por entre las  agradecidas sombras  de tupidos hayedos mezclados con robledales. Y entrando a pie, lo primero que me llama la atención es una flecha amarilla que indica la dirección a seguir por aquellos peregrinos que se atrevan a hacer esta etapa del Camino Olvidado hasta Puente Almuhey, acompañados, ya en el valle, por las aguas del río Cea, por aquí todavía cantarinas y briosas. La flecha parece apuntar a la solitaria cima de Peñacorada (1.885 metros), una de esas montañas que en su aislamiento  encuentra renombre y distinción, en los márgenes de la Cordillera Cantábrica y a pesar de su modesta altitud.

Las calles de esta aldea de Caminayo llaman la atención nada más entrar, al igual que su cuidado caserío, disperso y escalonado en la ladera boscosa. Cuando por las calles de un pueblo hay flores en jardineras que no son municipales porque las pone la gente que habita el pueblo, algo muy hermoso está pasando. Pues eso pasa en Caminayo. Subiendo en busca del camino que entra en el pueblo, procedente de los altos que le separan de Velilla, saludamos a un grupo de vecinos que comparten mesa y comida bajo un frondoso castaño...esto pasa en Caminayo, al menos hoy. 

 
Nos topamos con dos fuentes que son, por sí, alegría para el cuerpo sediento de cualquier caminante, más en verano y más aún, pensamos, si la sed fuera de un peregrino llegado a este rincón del mundo tras cruzar con fatiga los montes que  separan tanto como comunican a Caminayo con Besande y Velilla del Río Carrión.
Una de esa fuentes es un prodigio de ingenio y arte popular: un recuenco en forma de pico tallado en una piedra de arenisca, que vierte su doble chorro por dos agujeros laterales...ingenio y estética campesina, que si la conocieran se la disputarían los mejores museos de arte contemporáneo.
 
 
Desde que llegamos a Caminayo nos acompañó un perro tan grande como manso, que solo  se separa de nosotros cuando subimos al campanario de la iglesia, por una escalera aérea que, al parecer  no es del agrado de ese perrazo fiel, al que ya le cogimos cariño. Estamos seguros de que la próxima vez que vengamos a Caminayo, nos recordará como nosotros a él.
 
 
 
Afuera del pórtico del Concejo, una ventana mete algo de luz al interior de la iglesia y nos cuenta, con un relieve de concha marina, su vieja relación con los caminantes peregrinos, que viene de siglos. Al lado, una curiosa campana colgada de un arco de acero y una mención grabada en piedra, al cura don Benito Andrade, quien pusiera las viejas campanas en 1792, suponemos que pagadas por los vecinos de entonces.
 

 
Las nuevas campanas, hechas en Saldaña, lucen con orgullo su pertenencia a la villa de Caminayo

Y junto a la iglesia, el hermoso y remozado lavadero-mentidero con todos sus chorros en activo, en un paraje idílico, junto al Camino de los peregrinos que desciende por entre hayas y robles  hasta Morgovejo.

Nos acercamos a conocer por dónde entra en Caminayo el Camino que viene de Velilla del Río Carrión cruzando la montaña.

Cuando ya salíamos del pueblo, en medio del silencio de las calles vacías, nos cruzamos con un vecino muy amable, con el que enseguida entablamos conversación, no sin antes invitarnos a probar las endrinas que venía de recoger. Le contamos de donde veníamos  y que estábamos preparando el recorrido que haremos con más gente  por esta etapa del Camino Olvidado. Nos dijo que había sido minero y que los de Caminayo entraban por aquí a la misma mina de carbón por la que los de Velilla entraban por el otro lado de la montaña. Que ya no quedaba ni un ganadero y que la poca gente que queda se llevaba muy bien. Le dijimos que eso se nota nada más entrar en el pueblo. Enseguida se sumaron a la conversación dos paisanos más y luego una paisana, con lo que hicimos un corro. Adiós, hasta más vernos, será pronto, cuando vengamos a hacer la travesía de Velilla a Caminayo, por este olvidado Camino.

Apenas despedirnos, en la fachada de una casa que  nos parece deshabitada y  más un bar que vivienda, nos sorprende la gráfica memoria del "vexu kamin" de los peregrinos altomedievales, que así se recuerda en este lugar de Caminayo, "nel faular das xentes d'eiqui".


Bajando por la carretera de Caminayo a Morgovejo no pudimos por menos que parar a fisgar la entrada de algunas de las muchas cuevas que nos pareció ver cuando subíamos por la mañana. Una parada en la primera que vimos, con un cartel que dice "Cueva de la vieja del monte". Se guarda en ella un pequeño cofre que no abrimos, pensando que ya no contiene las dos escudillas de oro de la leyenda y que ahora se refiere a la tradición popular  que corriera por estos valles hasta cercanos tiempos menos industriales, la de aquella ninfa mitológica que venida a menos se quedara en "vieja del monte"; la misma vieja  medio bruja que servía para meterles el miedo en el cuerpo a los niños traviesos de muchos pueblos, la misma "vejanera" de los carnavales de Silió en Cantabria y que la nuestra "viejanera" del endroido de Aguilar de Campoo, el carnaval de zamarrones y mascaritos.




Ya en carretera y pasado Morgovejo, llamó nuestra atención un puente de alto porte, que sirve para cruzar el curso del Cea por un camino rural que   bien se merece un puente así de elegante.


Y no me acordaba de que en Prioro aún conservan algunos de los hórreos tradicionales, que son propiamente leoneses y no gallegos, como se tiende a pensar.

Un día perfecto, que  al atardecer, bajando el puerto de Monteviejo y ya cerca de Besande, nos mostraba esta maravilla de montaña perfecta que es nuestro Espigüete, al que vemos por su alba cara oeste, la que mira a las vecinas tierras de la montaña leonesa. ¡Qué bien!... qué buena idea la de ir hoy a Caminayo.

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