miércoles, 9 de diciembre de 2020

CONTRA EL CIENTIFICISMO INDUSTRIAL (PRIVADO/ESTATAL) Y SU MÉTODO ACIENTÍFICO

 

A fines de julio de este año (2020), se asentaron 2.500 familias en Guernica, frente al barrio Numancia, y coordinaron entre sí la subdivisión del terreno en lotes, que hoy se venden por Facebook. Fuente: Diario La Nación (Argentina).

 

Chile tendrá el Telescopio Más Grande del Mundo en 2024. Se convertirá en "el ojo más grande del mundo para mirar el cielo" y abordará algunos de los mayores desafíos científicos de nuestro tiempo, incluyendo el seguimiento de planetas similares a la Tierra que están alrededor de otras estrellas, en las "zonas habitables" donde podría existir vida. También realizará "arqueología estelar" en galaxias cercanas. Además se utilizará para investigar la naturaleza de la materia y la energía oscuras. Fuente: “TyN Media Group”

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CONTRA EL CIENTIFISMO INDUSTRIAL (PRIVADO/ESTATAL) Y SU MÉTODO ACIENTÍFICO

Gracias a nuestra fe en la ciencia moderna, no corremos hacia el desastre: porque ya estamos en él.

La normalidad de lo transgénico es la punta del desastre que más asoma, la brutal evidencia del iceberg que habitamos en el naufragio de este fin de época, la muestra palpable del fracaso de una Ciencia funcional a la moderna e ilustrada religión del progreso tecnológico. Por ella abandonamos la antigua y ciega fe en el Verbo, para abrazar la iluminada y deslumbrante nueva fe en el número...de oca a oca y tiro porque me toca:

Sé que, por mi bien, las autoridades no cesan de aconsejarme la conveniencia de adaptarme definitivamente a la ciencia moderna, pero yo, aún siendo verdad que alguna vez fui creyente suyo, ahora mismo me declaro más apóstata que nunca, de ésta y de cualquier otra religión, sea del Número o del Verbo; le niego a mi instinto de supervivencia que abandone toda su esperanza de futuro en una ordenada estantería, metida en un frasco de formol, entre una multitud de frascos exactamente iguales, separados entre sí por una mínima y exacta distancia de 2 metros.

Se equivocan quienes achacan los males de la ciencia moderna a una exclusiva especialización tecnológica. El desarrollo de aplicaciones prácticas del conocimiento humano es parejo al de la propia creatividad y experiencia de la humanidad en su interacción con el medio y, por tanto, tan antíguo como nuestra especie. Que nos parezca simple y lento su desarrollo durante los primeros tiempos, en absoluto lo niega (entonces no tenían tanta prisa como ahora); podríamos decir que nuestra especie está dotada de un natural instinto tecnológico, que es intrínseco a nuestro primario instinto comunitario de supervivencia. Pero, sin embargo, sí está justificada la enmienda a la totalidad que se le hace a la Ciencia “moderna” por quienes le imputan carencia de sentido humano y autonomía. Tienen fundamentada razón, porque hace mucho que esa Ciencia dejó de ser independiente y dedicada a buscar respuesta a las preguntas y a las necesidades humanas, para ponerse al servicio de los poderes económicos y políticos, prácticamente a tiempo completo, a medida que éstos poderes se fueron fundiendo en uno mucho más poderoso, que así pudo inaugurar el imperio de la Modernidad, con nuevos mitos y ritos, declaradamente “laicos”, sí, pero con fe no menos religiosa, en el Número que vino a sustituir al Verbo con renovada promesa de redención tecnológica y progreso eterno. La nueva fe trajo consigo el desarrollo de una industria necesitada de “ciencias” especializadas, con nuevas ingenierías y disciplinas dedicadas a la cantidad, la contabilidad y la estadística. Era el siglo XV cuando empezaba su primera globalización comercial a través de los océanos, cuando se conformaban los modernos estados a partir de su gran industria naviera y esclavista, inventora de la letra de cambio y el capitalismo...y en eso estamos, parece mentira, todavía.

Afortunadamente, aún hay humanos obcecados que califican de “superstición dominante” al cientifismo industrial de nuestros días, de cuyo negocio aseguran que está en guerra contra la vida desde hace varios siglos. De su discurso público sobre “investigación + desarrollo + innovación” (I+D+I), dicen que, intencionadamente, es más plomizo que complejo, social y ecológicamente autista, políticamente sumiso...y todo a más no poder. Y no me extraña, porque es un discurso que llama "innovación" a la invención constante de nuevas necesidades, previamente inexistentes, y luego al invento de un cacharro que las satisfaga; están tardando en inventar un sacacorchos inalámbrico...¿o ya lo han hecho y yo no me he enterado?

Una ciencia que cuanto más simplifica y especializa su campo de interés, más estrecha su visión de la realidad y más se aleja de alcanzar a comprender la complejidad del mundo. Recluida en compartimentos académicos y corporativos, organizada en departamentos estancos, su propio conocimiento también se aísla y estanca en impólutos laboratorios de marfil; sus avances quedan limitados a la invención por encargo, de cachivaches tecnológicos destinados en su inmensa mayoría al negocio militar en primera instancia, o bien a renovar la moderna oferta mundial de banalidades, llenando los escaparates y estanterías de los hipermercados.

Su método no puede ser más burdo, ni menos científico: ignora todo lo que es intangible y, por tanto, no cuantificable; ignora la parte relacional del mundo, todo lo que víncula a las partículas de materia entre sí, dándoles una concreta forma de existencia, ya sea inerte o viva. Con esta ignorancia, ¡como comprender el mundo y, aún menos, la vida!, ¿qué ciencia es ésta y qué método es el suyo, que ignora todo lo que no puede medir, que es casi Todo lo que existe?

¡Qué chulería clasista es la suya, que necesita el label de “ciencia oficial” para no contaminarse de la realidad y marcar su “experta” jerarquía,  mostrando así su íntimo parentesco con el Estado y el Dinero!, ¡una ciencia que desprecia y tira por la borda la sabiduría popular acumulada durante siglos y milenios en simbiótica relación entre humanos y entre éstos y la Tierra!

Mirad -como sangrante ejemplo- a la ciencia médica, a la que habría que incluir como auxiliar de la industria farmacéutica: una ciencia que en vez de promover la salud y atender a las causas de la enfermedad, se desentiende de ello, porque le es más rentable trabajar para la todopoderosa industria farmacéutica, la que vive de hacer sostenibles y crónicas a las enfermedades (del mismo modo que a la servil industria del armamento le interesa la guerra). Si bien, hay que reconocerle al Dinero y al Estado que también saben hacer grandes negocios con las industrias y los mercados de la salud, el trabajo, la educación, la cultura, el entretenimiento, etc, etc.

Estamos hablando de una ciencia capaz de dedicarle muchos medios y todo el tiempo al desarrollo de inmensos telescopios, con los que desentrañar el misterio de presuntos agujeros negros, situados a miles de millones de años luz, pero que es invidente -no sabe, no opina, no responde, ni se moja- ante los ciertos y abundantes agujeros negros que tiene al lado: como el estado de miseria inducida, material e inmaterial, de gran parte de la humanidad; o la aniquilación sistemática de la biodiversidad, que está comprometiendo la viabilidad de nuestra especie y otras muchas a futuro inmediato. Y qué se puede decir de la “ciencia histórica”, reducida a su finalidad propagandística y puramente documentalista, cronista a sueldo de las hazañas y protagonismo de las élites, de sus codicias y amoríos, que llena de citas previas millones de tesis doctorales y libros de encargo, ignorantes a conciencia de la actividad creativa y comunitaria de los pueblos; que no sabe nada de sociología, ni de los avances de la antropología o la arqueología. Y no perdamos más tiempo hablando de la académica ciencia llamada “política”, que ni le ha dedicado un par de renglones a investigar las causas por las que las democracias siguen a cargo de los estados, sin observar en ello relación alguna con su crónico estancamiento y sus sistemáticas falsificaciones, nacionalistas y representativas.

¿Quién ha dicho que el conocimiento científico y tecnológico tenga que ser patrimonio de las élites propietarias y sus subordinadas?, ¿por qué se ignora que es producto creado socialmente, acumulado y transmitido entre pueblos y generaciones, que es patrimonio común y universal de nuestra especie?, ¿y quién ha dictaminado que el conocimiento tenga que ser reducido a la condición de mercancía?

No puede ser más evidente la deriva tecnologicista, eugenésica y transhumanista, de la ciencia moderna, su inequívoca tendencia al sacrificio conjunto de la humanidad, con tal de salvar el pellejo de las élites ante la inminencia del desastre que vienen provocando, ¿o es que alguien cree que éstas preveen una emigración masiva, de toda la especie, a Marte o a la Luna?, ¿o que en unos pocos años su maravillosa inteligencia artificial y su promesa de futuro feliz, indoloro y cibernético, lo tengan reservado y disponible para los miles de millones de humanos, los mismos que hoy les importan una mierda?

Nadie sabe cómo los pájaros o los perros barruntan la proximidad de las tormentas, como yo tampoco sé cómo, pero intuyo su inminencia y más la certeza en su presencia; como muchos otros humanos que ya lo sienten en curso y a pesar de no contar con experiencia previa. No sé cómo, pero intuyo que a los que vivan para contarlo no les sorprenderá desprevenidos del todo y serán capaces de remontarlo, como ya hizo nuestra especie otras veces, ante otras amenazas de extinción no menos graves. Confío en el comunitario instinto de supervivencia de nuestra especie, en que será capaz de sobrepasar el primario instinto individualista que nos ha traído hasta aquí, al grito de ¡sálvese quien pueda! Tengo esa certeza porque, aunque hemos llegado a ser capaces de imaginar un planeta árido y nocturno, todavía somos incapaces de imaginarlo habitado sólo por unos cuantos humanos metálicos.