El
debate sobre la necesidad de renovar la izquierda ya no parece
interesar a nadie, se da por amortizado, se supone que Podemos ha
venido a eso; ya está, ese es el rol que le ha sido asignado a este
partido por quienes fabrican la opinión en los medios de masas.
Ahora el entretenimiento está en la quiniela parlamentaria, en la
mágica combinación que permitirá la investidura del próximo
presidente del gobierno. Es un debate que aburre a los muertos, pero
de eso se trata, de convencer a las audiencias por la vía del
aburrimiento, repitiendo a todas horas los mismos y sobados
argumentos. Se trata de preparar el terreno para
la gran coalición...¿de derechas y/o de izquierdas?
Salga
el sol por donde salga, lo cierto es que al sistema
estatal-capitalista se le amontonan las crisis y la de los refugiados
está colmando el vaso. Ahora, para afrontar tal acumulación de
crisis, el poder necesita, como otras veces, recurrir
a soluciones de corte fascista. ¿Alguien
se acuerda de lo que dijeron Henry Ford y Francis Fukuyama, “la
historia es una patraña” y “estamos en el fin de la historia”?.
Pues estamos de nuevo en ese bucle donde el poder sólo tiene como
solución la repetición de la historia. Y en esta situación no le
conviene a los partidos de la izquierda entrar en el juego, volver a
montar un gobierno de frente popular débil, con una victoria exigua,
cuyo desorden y segura frustración en las masas sirvan de excusa
para el recurso al fascismo. Que no nos engañen las apariencias de
modernidad, que nadie piense que eso es ahora imposible; es perfectamente posible, eso sí, a condición de no parecerlo. No hace
tanto que vimos la barbarie en la moderna Europa, en los Balcanes; y
ahora mismo la tenemos delante de nuestras narices, en los campos de
refugiados de Hungría, de Grecia, en Turquía, en la misma Francia,
en el Paso de Calais, a las puertas de Inglaterra.
Ahora,
lo menos malo es que gobiernen las derechas. Las medidas de urgencia
social que prometen los partidos de izquierda se van a lograr mejor
en la oposición, desde la calle. Y, no nos quepa duda, al fascismo
se le para mejor desde la calle que desde el gobierno. Ahora lo que
toca es eso y reconstruir la izquierda que necesitamos para afrontar
el siglo XXI. Hay que olvidar que la izquierda es una posición en
los asientos del parlamento y recordar que la izquierda tiene que
volver a ser una posición fundamentalmente ética, que trasciende al
juego electoral del politicismo al uso. Porque, si
la izquierda fuera el repudio de cualquier forma de esclavitud y, por
tanto, del trabajo asalariado; si la izquierda tuviera como
finalidad irrenunciable la emancipación personal y social respecto
de toda forma de poder; si se sustentara en una posición de defensa
radical de la autonomía personal y social como forma propia de la
dignidad humana; si dejara de llamar libertades y derechos a un pacto
de sumisión ante el poder....si eso fuera la izquierda, yo no estaría
en la duda razonable de si convendría o no un gobierno de
izquierdas; pero tal y como están las cosas, no tengo ninguna duda:
ahora lo procedente es emplear el tiempo en construir la nueva
izquierda, tan necesaria como inexistente.
No
se trata de hacer tabla rasa. Sin dejar de asumir que partimos de una
derrota histórica y continuada, sin
ignorar esos antecedentes, es recomendable echar mano de un dato
objetivamente positivo: la continuada derrota de la izquierda no
tiene su origen en un fallo de sus principios o sus valores éticos,
la prueba es que a pesar de lo que ha llovido, esos principios y esa
ética aún perduran -si bien como un débil rescoldo- en el
subsconciente colectivo de la mayoría social. Hay que localizar el origen de esa continuada derrota en la perversión práctica
de las vanguardias, sin que ello sirva para justificar acríticamente la pasividad
de los individuos y los pueblos que hicieron dejación de su propia
responsabilidad, dejándose adoctrinar por la apariencia progresista
de las élites, por la vieja izquierda institucional ya
amortizada. Esa vieja izquierda todavía no se ha enterado de
que el cambio climático no es algo del futuro, sino que ya está sucediendo; de que ya vivimos en
un colapso civilizatorio, cuando sigue alternando
con el poder en todos los cócteles del desarrollismo autodestructivo.
Por
eso, nada sería peor que un seguro malgobierno de la izquierda, nada
peor que apagar definitivamente el rescoldo ético y revolucionario
de la izquierda, el que aún perdura en la memoria individual de las
masas, a punto de apagarse definitivamente. Ahora lo procedente
sería soplar con todas nuestras fuerzas, insuflar aire fresco que
reanimara las ascuas casi apagadas, hasta ponerlas en llama viva.
Ahora lo procedente es construir la nueva izquierda, que sin renegar
de sus antecedentes, se torne tan incómoda para la vieja izquierda
como letal para la nueva derecha. Y para ello, ha llegado el momento
de marcar, ahora sí, una línea roja y bien distintiva, que marque
inequivocamente una posición vital y consciente, inequívocamente antiestatal y anticapitalista, enfrentada a cualquier forma de dominación de unos
seres humanos por otros, como el trabajo asalariado que ya dije, como
el saqueo legal de los recursos del común, de la Tierra y del
Conocimiento humano. La necesaria línea roja que señale de nuevo el objetivo irrenunciable de organizar la vida política en verdadera democracia -autogobierno- y no en Estados que
la falsifican.
Así,
lo menos malo sería dejar que las derechas-la nueva y la vieja-
acaben por desgastarse en el próximo gobierno. Y lo mejor sería emplear este
tiempo en construir la nueva izquierda, la necesaria para sobrevivir al
siglo XXI.
2 comentarios:
Completamente de acuerdo.
En su primer gobierno, el socialista Mitterrand incluyó a los comunistas; cuando los Estados Unidos mostraron sus reticencias, él dijo que aquello serviría para desgastarlos y terminar con su prestigio entre el pueblo francés. Lo cuenta Joan Garcés en Soberanos e intervenidos.
¡Un abrazo!
Lo mismo pasó en Portugal, después de la "revolución" de los claveles (1974). Pero eso, los "comunistas" lo saben mejor que nadie. La cuestión es que no hay ninguna estrategia, táctica ni técnica, para hacer política sin las instituciones. Eso es lo que tenemos que "inventar", porque no nos quedan montes (ni ganas) para tirarnos.
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