Con
independencia de lo que suceda en las próximas y plebiscitarias
elecciones en Cataluña, para toda la humanidad seguirá pendiente
el objetivo civilizador que consiste en derribar el aparato global
de la dominación en todas sus variantes –dictaduras, monarquías,
repúblicas- que, al cabo, consisten en una similar estructura
“capital/estado”, creada para lograr la máxima concentración
del poder coercitivo, la máxima eficacia en el dominio de la
naturaleza, de los individuos y sus comunidades, como de la sociedad
humana en general.
Los
catalanes, cada uno de ellos y en su conjunto, como cualesquiera
otros individuos, pueblos y naciones, tienen, no el derecho, sino el deber
ético y moral de decidir por sí mismos sobre su propia forma de
organización social y, por tanto, sobre su independencia o
autonomía.
Una nación
es una comunidad cultural, no necesariamente política, integrada por
individuos que comparten el vínculo materno de una misma lengua y
territorio de nacimiento, de ahí el término nación. Por eso,
Cataluña es una nación, como en la península ibérica
también lo son Portugal, Galicia, Castilla y Euzkadi. No existe, pues, la nación
española, como no existe la lengua española. La lengua de la nación
castellana es impropiamente denominada “lengua nacional” cuando se atribuye a un Estado. En el territorio catalán conviven gentes de
diferentes nacionalidades, que hablan diferentes lenguas y nacieron
en diferentes territorios. Se puede cambiar de Estado, pero no de
nacionalidad. El Estado es cosa bien distinta y coyuntural, es una estructura
política, no una comunidad nacional, es un aparato de poder
desplegado por las élites, en el que se concentra el poder de
dominación y control de una clase social dirigente en todas sus
manifestaciones, social, económica, política, mediática,
legislativa, educativa, cultural, militar.
Que
la clase dirigente catalana, asociada en partidos políticos y
corporaciones financieras, convoque en septiembre unas elecciones
plebiscitarias, no deja de ser una falacia dispuesta para reproducir
el mismo método de sojuzgamiento “estatal” del que pretenden
librarse mediante la independencia de Cataluña respecto del Estado
español. Ese proyecto es el de la constitución de un nuevo Estado,
el catalán: un destino hacia el mismo sitio del que se parte, un pan
como unas ostias.
No
es una falacia menor el concepto de soberanía aplicado, por el que
quienes tienen el derecho a decidir son miembros obligados de un ente
abstracto construido desde el poder detentado por las élites
dirigentes, un ente presuntamente soberano y erróneamente
denominado “nación catalana”, en el que son incluidas gentes de
otras muchas nacionalidades; un ente tan artificial, abstracto e irreal como la
denominada “nación española”.
Autogobierno
es lo contrario a ser gobernado. Lo primero es democracia, que hunde
su raíz en el pensamiento libre, autónomo; lo segundo pertenece al
mundo de la heteronomía, al pensamiento inducido y orientado hacia
la dominación institucionalizada, hacia el Estado. Por eso cuadran tan mal las nociones de Nación, Democracia y Estado. Por eso es tan desafortunada, confusa y malintencionada la expresión "Estado de las Autonomías".
Así,
pues, tras el “espectáculo independentista” que se nos ofrece en septiembre, la
autonomía o democracia seguirá pendiente para la nación catalana
como para las restantes naciones del mundo, no necesitadas de ningún
Estado, sino, en todo caso, de la libre Confederación de las
comunidades reales, concretas y soberanas, en las que sucede y se
reproduce la vida de la gente, cualquiera que sea su nacionalidad, su lengua y territorio de nacimiento. De
suceder algún día, ahí es donde brotará la auténtica
independencia.
1 comentario:
Genial!! Enteramente de acuerdo palabra por palabra. Los refiero a algunos textos que hemos publicado en nuestro sitio www.institutosimoneweil.net GRACIAS, AMIGOS!!
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