Hace unos pocos días, unos cuantos amigos tuvimos el privilegio de visionar en Aguilar de Campoo el último documental de Carmen Comadrán (Tierravoz Comunicación), comentado por ella misma antes de la presentación pública de éste, su primer largo. Su título es “La extraña elección” y su argumento está construido sobre varias historias de gente urbana que en un momento crítico de sus vidas han decidido hacer un cambio radical para establecerse un una zona rural, en algunos casos muy alejada de su ciudad, incluso de su país de origen. Son historias vitales que me resultan muy próximas, porque de alguna forma hablan de mi propia historia y porque, además, durante unos cuantos años, parte de mi trabajo como agente de desarrollo rural consistió en acoger y ayudar a establecerse en el territorio a estos nuevos pobladores. Cuando ví el documental yo tenía muy reciente la lectura de “Desesperar”, un libro de Pedro García Olivo, voluntariamente convertido éste en nuevo poblador, rural y marginal, con el oficio de escritor mendicante.
Trata de su propia vivencia, que justifica perfectamente el tremendo título del libro: “El 17 de octubre de 2010 dejé de trabajar y dejé de obedecer, entregándome a la experiencia “demoníaca” de la extinción en libertad. Fiel a una de las consignas clásicas de la filosofía (“pensar la vida, vivir el pensamiento”) y casi al modo de los quínicos antiguos, inicié entonces un proceso de acabamiento existencial que es también un gesto de insumisión desesperada... A día de hoy, cifro mi orgullo residual en escapar del empleo y del mercado; y se me puede ver como un autor mendicante”. (De su blog ¿ERES LA NOCHE? )
Pedro García Olivo es conocido como crítico radical del sistema educativo, de la escuela y de la profesión de educador -la suya durante gran parte de su vida- que él aborrece y de la que ha desertado para “des-esperar” conscientemente en una remota aldea de la Cordillera Ibérica. Recurre a un vecino, el pastor Basilio, su personaje favorito, situado en las antípodas de su cultura urbana -que fue pastor desde siempre y que siempre vivió en la misma tierra-, para mirarse en el espejo de su propia experiencia vital, que describe como un mismo camino hacia la des-esperación, pero con una diferencia fundamental: Basilio sólo morirá una vez, mientras él, exprofesor y escritor mendicante, hoy “nuevo poblador”, ha tenido que morir varias veces, cada ocasión en que intentaba renacer, cada vez que estrenaba nueva vida y nuevo paisaje.
“Joaquín, otro hombre rico que viste andrajos, septuagenario saludable, consciente de que podría vivir el resto de sus días en la ociosidad y en la opulencia, en el disfrute y hasta en el derroche, continúa a pesar de todo sacando cada mañana su hatajo de ovejas, como siempre hizo. No quiere morir en tanto pastor. Afincando su existencia en un mediodía perpetuo, preservará hasta el final el cuadro colorista que lo representa con su ganado. De la vida no sabría decir lo muy poco que espera, detestador del consumo y del reposo. Su cotidiana pelea ya no tiene razón de ser: se esfuerza para nada. Sólo, sin descendencia ni casi familia, faena para nadie. Pero sigue ahí. Trabaja por desesperación. No pudiendo renacer, tampoco morirá más de una vez... “
Y todo eso, porque “no nos ha sido dado renacer, en ninguna acepción de la palabra”, aunque sí “podemos sin embargo morir mil veces, en un determinado sentido: morir con cada mundo que dejamos atrás, abandonado como cuadro del que huyen los colores. Perecí como científico, más tarde como profesor-funcionario, luego aún como escritor vocacional, por último como fugitivo. Soy, no obstante, el resto que cada una de esas identidades ha dejado en mi espíritu, el poso de tantas muertes, y algo nuevo, de la última hora: un hombre desesperado. Habituarse a morir de esa manera, buscando en cada mediodía la prueba de que se acerca la noche, conduce a la desesperación, pero por la vía más larga. Las gentes de esta aldea no necesitaron ser y dejar de ser tantas cosas, deslucir tantos cuadros, herir de ansia aventurera el corazón vigoroso de la mañana, para aprender a no-esperar...“ (del pasaje 14. No Morir Más De Una Vez).
Aprender a no esperar...eso es lo que intento yo cada día. Eso es lo que no supe decirles a quienes venían a vivir aquí desde ciudades lejanas, a quienes estaban haciendo esa extraña elección que dice Carmen Comadrán, de abandonar la ciudad. Cuando desde las despobladas tierras de Teruel, de la Sierra de Francia, de la Sierra Norte de Madrid y de la Montaña Palentina empezamos a trabajar por atraer nuevos pobladores, nuestro intento se producía en medio de la más absoluta indiferencia de las administraciones públicas, en teoría responsables del “desarrollo” rural. Hoy veo con perplejidad una abundante propaganda estatal y autonómica favorable a la llegada de emprendedores, al rebufo de la crisis de empleo, que presentan al medio rural como un “nicho de nuevas oportunidades”. El emprendedor, joven y con estudios, es el modelo de empresario autónomo que hoy promueve el Estado para echar balones fuera en el desértico campo del empleo juvenil. La figura del emprendedor que publicita esta propaganda me parece patética, un modelo de individuo creativo e hipercompetitivo, dispuesto a lograr el éxito social y económico a cualquier precio...¿aquí, en medio de una sociedad rural devastada por las políticas agrarias del franquismo y luego de la Unión Europea?...¿las mismas políticas que causaron la despoblación pretenden ahora repoblar las aldeas?...el emprendedor que se busca es lo más opuesto al modelo humano de los campesinos que poblaron los campos de España y Europa en otros tiempos; afortunadamente queda en nuestra memoria, la de algunos de los nuevos pobladores, nietos de aquellos campesinos, el rastro de aquella cultura campesina y comunitaria hoy desaparecida. Pero a quien sólo busca el éxito individual o, al menos, la felicidad de una vida renovada e idílica en la aldea, ha de saber que el fracaso es una de las posibilidades más probables. La felicidad es aquí, como en todas partes, un concepto comercial, un marketing para la ensoñación de una vida libre y autónoma, que es tan escurridiza en la aldea como en la gran ciudad, pura ilusión, propaganda televisiva. Aquí, como en todas partes, se cuecen las mismas habas del desarrollismo industrial y depredador, aquí o se viene a cotizar y a consumir o no se viene, que diría un alcalde cualquiera, aquí sólo caben los emprendedores a prueba de subvenciones estatales y europeas. Aquí no hay comunidad, sólo queda, como en todas partes, una sociedad individualista, desorientada y sumisa, rehén del proteccionismo estatal, totalmente dependiente de sus servicios asistenciales, subvenciones y pensiones de jubilación.
He tardado demasiado en comprenderlo y sólo en el recuerdo de las conversaciones con mi abuela “la Generala”, campesina y arriera, mujer de armas tomar, sólo cuando hablo con gente muy mayor de por aquí, también antiguos campesinos, veo retazos de aquella cordura existencial y comunitaria, que no se comía el coco en nuevas oportunidades y emprendimientos subvencionables, con abstractas esperanzas de progreso consumista y felicista. Dice Pedro García Olivo refiriéndose a los viejos campesinos: ...”Estos personajes, a poco que se examinen sin prejuicios, colgado del perchero de la risa el uniforme interior de científico, plantean a la sensibilidad moderna problemas de orden no sólo moral, sino también filosófico -por no decir metafísico. ¿Cómo se atreve a hablar de ellos el ser con menos sustancia viva, el ser más vacío, más huérfano de experiencia y hasta de realidad, que cabe concebir: el intelectual, espantajo de biblioteca? Lo que queda en mí de profesor, de investigador, de estudioso, una mugre de imbécil a sueldo, carcomido de erudición y charlatanería, entorpece definitivamente mi comprensión de estas gentes; pero esa otra parte de mí mismo, campesina maltratada, ese rescoldo de hijo de hombre llano -progenitor a salvo de la letra, nómada de los oficios, amante de las labores y de los animales, afortunadamente deseducado-, aún me permite aferrar pequeñísimos jirones de lo concreto” (19. El Ser Con Menos Sustancia Viva).
No alcanzo a la radicalidad de pensamiento de Pedro García Olivo, aunque comulgo con su misma incertidumbre: lo suyo es no esperar nada, que no es mejor ni peor, sino lo suyo. De tal modo, que yo apuesto por la ruralidad y a la desesperada. No sé cómo lo sé, pero sé que de existir algún futuro será tan rural y comunitario como razonablemente urbano. El presente me interesa lo justo, en tanto es la circunstancia sobrevenida, esta pesadilla en la que me ha tocado vivir y reconstruirme. Ahora sé que vine a esta tierra movido por una esperanza infundada y aún así he decidido quedarme para siempre, como haría un auténtico campesino. Con todo, creo que habitar aquí no es una extraña elección, ni mejor ni peor que habitar en la ciudad, creo que es lo suyo. Aquí o en Nueva York, mañana puede suceder todo o nada. Y de no suceder el futuro, dará igual donde vivir. Así que elijo conscientemente: ser repoblador rural desesperado, marginal y optimista a base de no esperar nada al tiempo que todo, tan sólo la revolución necesaria, como un campesino antíguo, aferrado sólo a los pequeños jirones de lo concreto.
3 comentarios:
Gracias por esas palabras y todo lo que transmiten.
Casualidades, el aniversario de nacimiento de Pedro Gª Olivo, al que tuve el honor de conocer hace un año, en Valencia, con su compañera, que precisamente me recomendó como su mejor obra Desesperar.
Ya tengo más motivos para leerla, gracias de nuevo. Ese esperar y no esperar a la vez, algo así como vivir a pelo, sin tonterías, sacudiéndonos de encima lo superfluo hasta quedarnos con la esencia de la vida.
No nos alargamos, ni expresamos si quiera brevemente cierta conexión común.
Saludos fraternos.
Gracias, Jose María, por tu comentario.Un abrazo
Un abrazo :)
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