Quienes
ahora claman contra la próxima entrada en vigor de la Ley de Bases de Regimen Local
y el ataque que, según ellos, supone esta ley contra la autonomía municipal y
especialmente contra el mundo rural, parecen no haberse enterado todavía de que la
extinción del mundo rural se halla en su fase final de ejecución, ya desde
hace muchísimos años; tampoco de que esta ley no es sino un remate coherente para un proceso planificado y
sistémico, en este caso dirigido a la extinción del mundo rural, pero integrada en un plan global
de extinción de toda idea que, aún remotamente, pudiera parecerse a la autonomía o, lo que es lo
mismo, a la democracia.
Pero
no seamos ilusos, impedir la ley no va a salvar una autonomía que ni existe ni
existió nunca, porque nunca pasó de ser una aspiración utópica, asociada a la
de la propia Democracia. Impedir la ley, sin cambiar los fundamentos del
sistema capitalista, será otra vez un esfuerzo inútil, que no servirá para recuperar un medio rural que ya no tiene
lugar en el sistema capitalista si no es como pieza marginal del mercado.
A lo
que asistimos ahora es a la fase en la que el capitalismo necesita privatizar
los escasos bienes comunales que perviven en el medio rural, para sacar unas
pocas “perras” que contribuyan a financiar la deuda del Estado. No sé de qué se
escandalizan ahora los que tanto protestan por esa ley. Con ella, el
Estado y todas sus instituciones territoriales derivadas, no hacen sino dar continuidad a la lógica
expropiatoria que es la propia y coherente del capitalismo; lo están haciendo todos
los días, con la mayor parte de la humanidad, con todos los que viven de vender
su trabajo y existencia a los mercados, de donde los Estados extraen su botín,
al que llaman presupuesto nacional, para repartirlo después a su modo, entre
los que acumulan el poder que les viene de allí, de la apropiación de los bienes expropiados al común y de la
propiedad de los medios de producción.
¿De
qué autonomía local hablamos?... parece que hasta la aparición de esta ley
hubiéramos vivido en un mundo rural democrático, gobernado por asambleas
locales y viviendo de los bienes comunales en feliz armonía y autonomía. ¿Qué
autonomía es esa que no es constituida por los propios habitantes, sino que es dictada
por normativas del Estado y filtrada por diputaciones y comunidades ”autónomas”
(otra burla de la terminología capitalista).
¿Es
que nadie sabe que la inmensa mayoría de las juntas vecinales no son
asamblearias y que, por tanto, no son democráticas? ¿Es que nadie sabe que la
mayoría se rigen por un sistema de reparto de su pequeño poder entre los partidos políticos, siguiendo
la misma lógica corrupta y antidemocrática del sistema parlamentario a escala
estatal? ¿Es que nadie sabe que en
nuestros pueblos apenas quedan bienes comunales, porque vienen siendo saqueados
desde tiempo inmemorial, normalmente por
caciques locales sumisos al poder político de turno? ¿Es que nadie sabe que
estos caciques locales han sido tradicionalmente agricultores y ganaderos,
junto con rentistas de herencia, nativos afincados en las capitales, pero todos considerados ilustrísimos hijos del pueblo, que han acumulado propiedades merced a su
compadreo con los políticos de la capital y del capital?
¿Es
que nadie sabe que la mayoría de las veces esos caciques han sido "nuestros esforzados,
generosos y ejemplares” alcaldes que ahora tanto temen perder quienes se quejan
de la ley, pero no de la madre que la parió?
¿Es
que nadie sabe que con la despoblación del medio rural, lo poco que queda de
los bienes comunales está siendo sistemáticamente expropiado por una o dos
familias que se apropian en cada pueblo del uso de esos bienes comunales en
exclusividad y de forma consentida, tanto por el poder caciquil residual, como
por una sociedad rural totalmente envejecida y desarticulada, no menos
residual, que nada tiene que ver con una comunidad realmente autónoma y
democrática?
Entérense
de una vez: lo que hoy llamamos mundo rural, con remembranzas campesinas, es
sólo la ensoñación de un paisaje ficticio, que reposa en nuestra memoria
histórica. Un recuerdo de lo que pudo ser y el capitalismo impidió. Y todo hay que decirlo: con la
complicidad de una clase campesina de ideología propietaria y rentista, caciquil,
casi nunca comunal y, lógicamente, autodesaparicida. Porque ni pudo, ni supo,
ni quiso organizarse para resistir.
Lo
siento por quienes todavía piensan que hay posibilidades de recuperar el mundo
rural en convivencia con el capitalismo. Cuanto antes, deberían
convencerse de que eso es tarea imposible. El interés principal y único del
regimen capitalista es la acumulación de capital y la ganancia del mercado. Del
mundo rural, como de todos los mundos, al capitalismo sólo le interesa aquello
que pueda convertirse en mercancía y dar el suficiente beneficio que permita la
acumulación y reproducción del
capital.
Y mejor que perder el
tiempo en broncas con la Junta de Castilla y León, sería ponernos a construir
la verdadera autonomía de nuestros pueblos, la que no necesita del
consentimiento de ley ni gobierno alguno. Quienes así lo entiendan, no deben
desanimarse por lo que haga o deje de hacer la Junta. Nosotros, a lo nuestro, a
reinventar el mundo rural que queremos para este siglo, no el que pudo ser y
nunca fue. Por ejemplo, podríamos ir pensando en autoconstituir municipalidades
fuertes y verdaderamente autónomas. Y a partir de ahí rescatar los comunales, para
gestionarlos democráticamente, en asambleas municipales que nos servirán para
recuperar nuestra soberanía individual y colectiva, la que el
Estado/Capital nos tiene secuestrada
desde hace siglos…y que la Junta diga Misa.
2 comentarios:
Te leo y tus palabras me llegan, me refuerzan la idea de que lo que conocemos y asumimos como realidad rural puede pensarse, sentirse y hacerse de otra manera.
Bien es verdad que en el entramado y en el tinglao en el que nos encontramos es complejísimo. Seguiremos caminando
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