La Junta de CyL impulsa el plan de extinción definitiva del mundo rural |
A Esteban Vega, en respuesta a su
artículo “Pedanías y municipios”, publicado en el último número del periódico
Carrión (1ª quincena de septiembre).
En
el artículo de referencia, Esteban abunda en su argumentario habitual acerca de
la despoblación y decadencia del medio rural, al tiempo que arremete contra la
reordenación del territorio que el gobierno del PP se dispone a perpetrar en
Castilla y León como en toda España y, en especial, arremete contra la
desaparición de las entidades locales menores, que es la parte de dicho plan que
ha causado más polémica en esta región. Sigo con cierta frecuencia sus
artículos en el Carrión, en los que aprecio su esfuerzo en la defensa de los
valores de la vida rural y, en especial, de la vida en los pequeños pueblos
donde ambos vivimos, él en la comarca de la Valdavia y yo en la de la Montaña
Palentina. Coincidimos en la oposición a dicho plan, pero por razones bien
distintas que trataré de explicar, si bien, adelanto que estoy muy cansado del
tipo de discurso que él emplea, estancado en una machacona descripción de la
obvia situación de declive de “lo rural”, quedándose en lo que a mí me parece
una alternativa estéril, obcecada en el lamento y en la nostalgia de un mundo
que ya no existe.
Sí
es verdad que hubo otro momento en la evolución del capitalismo, el de la
modernización industrial, en que la cultura campesina pudo representar un
espacio, si no de rebeldía, sí de relativa autonomía respecto del sistema de
dominio capitalista, un momento en el que la forma de vida campesina pudo
representar un espacio de libertad comparada con la vida alienante que se imponía en las fábricas de la urbe industrializada. Probablemente
fuera una imagen fugaz, fruto de dicha comparación, por mucha literatura con la
que se la haya abonado. Jhon Berger la describió magistralmente en su trilogía “De sus fatigas”,
dedicada a relatar la disolución del
mundo campesino europeo (“Puerca tierra”, “Una vez en Europa” y “Lila y Flag”).
Esa
cultura campesina, se situaba ambiguamente a caballo entre la rebeldía
jornalera y el conservadurismo propietario, en virtud de la autonomía económica
que le permitía a los campesinos su regimen de autosuficiencia productiva, al
margen del proceso modernizador en aquellos primeros momentos de la época
industrial. Pero el capitalismo evolucionó de la única manera que puede
hacerlo, que es concentrando el capital e incrementando la acumulación del
beneficio, pues no otro es su sentido; y en esa evolución, el modo campesino de
producir (en pequeñas, artesanales y familiares explotaciones) era cada vez más
incompatible con el modo industrial de la modernidad capitalista. Como identificara
acertadamente J. Berger, la causa de la decadencia campesina no fue el tractor,
la tecnología, a la que muchos siguen identificando como causa exclusiva, sino
el crédito bancario que vino en el mismo lote que el tractor y que arrolló
definitivamente a aquella clase campesina (si es que alguna vez existió como
clase social) metiéndola en el tornillo sin fin del sistema productivo
capitalista.
Es
cierto que nos quedan cosas valiosas de aquel tiempo previo, cosas que conviene
defender y conservar, como es el saber-hacer en el manejo sostenible de la
tierra o la huella histórica y física-aunque hoy en trance de extinción- de los
bienes comunales y sus formas solidarias de aprovechamiento de la tierra, los pastos
y los montes; y, por supuesto, estamos obligados a conservar el patrimonio
histórico y cultural que ha logrado pervivir en el mundo rural, entre otras razones,
por su consustancial marginalidad, un mundo desmantelado por el capitalismo y efímeramente
situado en todas las periferias de la modernidad. Poco más merece ser hoy actualizado,
Esteban, el resto es puro conservadurismo anacrónico, una historia generalizada
y continuada de supervivencia y sumisión al poder establecido.
Lo
que ahora pretende la Junta de Castilla y León con su ordenación del territorio
no es sino una vuelta de tuerca más en ese tornillo sin fin al que antes me
refería, la que corresponde al actual momento evolutivo del capitalismo, ahora
postindustrial; se trata de rematar la faena, concienzudamente planificada
desde las instituciones europeas, de concluir el sistemático plan de
despoblación (técnicamente, lo denominan “eliminación de mano de obra excedente”),
un plan desarrollado a través de la Política Agraria Común (PAC) y, de paso,
concluir el proceso de expropiación de los bienes comunales que aún perviven,
entregando el medio rural a la gestión de las grandes corporaciones agroindustriales
y agroturísticas, en grandes lotes territoriales a los que algunos -como el
geógrafo y catedrático salmantino Valentín
Cabero- denominan técnicamente como “cotos redondos”.
Por
otra parte, creo que también acierta el alcalde socialdemócrata de Saldaña
cuando afirma que la reordenación del territorio que nos viene encima es una
mera justificación para prolongar la vida de las agónicas diputaciones
provinciales, esas predemocráticas y anacrónicas instituciones, coetáneas del
capitalismo industrial nacido a
comienzos del siglo XIX (las diputaciones fueron creadas por las Cortes de
Cádiz en 1812), creadas como estrategia de control clientelista en los
territorios rurales por parte de los caciques locales, pequeños virreyes-representantes
de las oligarquías que detentaban y siguen detentando el poder del Estado.
Resumo
mi posición política al respecto: estoy tan en contra del plan exterminador que
va a implantar el gobierno del PP, como de mantener la actual
organización territorial, que tiene secuestrada la autonomía municipal, sin la
que la democracia local es una farsa. Me da igual el tamaño macro o micro del
subcaciquismo institutucionalizado habitualmente practicado en municipios y
pedanías, forzado a ser clientelista precisamente por la carencia de autonomía
local, de democracia. La lógica democrática, junto con el sentido común, me
lleva a pensar que la alternativa de futuro no puede ser sino la democracia
plena, en la que las comunidades locales, cualquiera que sea su densidad de
población, se constituyan en municipios realmente autónomos y autogobernados,
con TODAS las competencias. Hasta llegar allí será necesario un periodo de prolongado
conflicto con el Estado, hasta vaciarlo de poder y convertirlo en obsoleto. La
libre federación de municipios será entonces la alternativa racional y democrática
para la organización política en todos los niveles territoriales de ámbito supramunicipal,
tanto regional, como nacional e internacional.
Mientras,
todo lo que sea excluyente, todo lo que no signifique un avance democrático, es
un retroceso que sólo sirve para profundizar el hoyo histórico en el que se
localiza esa parte de la realidad global que llamamos “mundo rural”. Por eso,
ni estoy con usted ni con el PP. Si bien,
reconozco que usted y yo estamos infinitamente más cerca de llegar a un
acuerdo.
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