La lucha por la libertad es una constante en la historia humana, habiendo
adoptado tantas formas como los modos de opresión que hemos visto sucederse.
Diríase que existe una pulsión permanente entre dos concepciones opuestas de la
conducta y de la propia vida humana en sociedad: la jerárquica, que tiende a
la desigualdad, al dominio de unos seres humanos sobre otros y, por extensión, sobre la
naturaleza; y la que se enfrenta y resiste a aquella, en defensa de la libertad,
afirmando la igualdad básica asociada a la libertad individual, universalmente anhelada. La lucha de clases, que el marxismo nos descubrió como motor de
la historia, forma parte de estos modos históricos del conflicto perpetuo entre
ambas tendencias, sin agotar por ello todas las razones que lo justifican.
La primera tendencia, la que ha predominado a lo largo de la historia,
es la heteronomía, el concepto que introdujo Kant en referencia a las
situaciones en que la voluntad humana no está determinada por razón del sujeto,
sino por algo ajeno a la misma, como la voluntad divina o la de otros sujetos; sería aquella situación en que no es la persona quien propiamente toma sus
decisiones, sino que éstas son intervenidas desde el exterior. En el
pensamiento kantiano, la voluntad puede sustentarse en dos fundamentos diferentes, el de la razón
o el de la inclinación. En el primer caso, cuando la voluntad se da a sí misma
sus propias leyes, diríamos que la voluntad es autónoma; por el contrario, cuando viene determinada por la
inclinación, forzada o aceptada, pero que tiene un origen ajeno a la persona, estaríamos
hablando de voluntad heterónoma.
Tanto la filosofía como la psicología han abordado la autonomía como
expresión de la capacidad del ser humano para darse normas a sí mismo. En
política, autonomía es sinónimo de autogobierno, tanto individual como
colectivo. La capacidad de autonomía está asociada al binomio
libertad-responsabilidad; la autonomía nos hace, al mismo tiempo, libres y responsables de
nuestras decisiones. En la situación opuesta, en la que el individuo toma
decisiones sin autonomía (heteronomía), la consecuencia ética es la
irresponsabilidad asociada al determinismo propio de dicha conducta.
El predominio histórico del pensamiento heterónomo, consecuentemente, se
corresponde con sistemas organizativos asentados sobre la falta de libertad y
responsabilidad, reproductores de una permanente desigualdad entre los
individuos que integran las sociedades humanas. A pesar de ello, no cabe ningún determinismo que
nos conduzca a pensar que la propia evolución humana nos lleve a la perfección
ética que supondría el predominio de la autonomía. La historia nos lo viene demostrando con
tozudez. El predominio del pensamiento heterónomo ha sido y es absoluto, más
todavía en la modernidad neoliberal de nuestros días, en la que este
pensamiento ostenta una hegemonía universal. No es de extrañar que haya
pensadores neoliberales que afirmen, como Francis Fukuyama, que hemos llegado
al fin de la historia.
Si autogobierno es autonomía, la
democracia más perfecta sería aquella en la que los individuos que viven en
sociedad se gobiernan a sí mismos, que
no precisan de gobierno alguno. En una verdadera democracia, fundada sobre el
principio de autonomía, el gobierno pasaría a ser una función (el gobierno de
los asuntos comunes), dejando de ser lo que ahora es: un grupo que tiene la
capacidad de decidir por los demás. De ahí que la denominación sustantiva y
correcta del actual concepto de democracia representativa, sea el de oligarquía, élite con poder e influencia que dirige y controla una colectividad o
institución, usurpando la autonomía de aquellos que así son gobernados, mediante su representación "democrática"...¡como si la automía fuera representable!.
Hasta ahora, han fracasado todos los intentos pretendidamente igualitarios, como el comunismo
soviético, como la socialdemocracia y como todos los socialismos estatistas;
entre otras razones, porque en esencia todos ellos comparten la misma ideología heterónoma
que el capitalismo neoliberal al que pretenden combatir. Sólo el pensamiento socialista-libertario ha hecho una identificación plena
entre autonomía y democracia, si bien con manifiesta incapacidad para articular un
programa con el que convencer a la gente del mundo de que, como dijera
Aristóteles, “los hombres no han formado una comunidad sólo para vivir, sino
para vivir bien” (Aristóteles, Política III 9).
Esta es la verdadera cuestión -ética y, como consecuencia, política- de
nuestro tiempo...y creo que de todos los tiempos: hay que elegir entre heteronomía o autonomía,
o sea, entre vivir o vivir bien.
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