martes, 3 de julio de 2012

ESTA ES LA CUESTIÓN: VIVIR O VIVIR BIEN


La lucha por la libertad es una constante en la historia humana, habiendo adoptado tantas formas como los modos de opresión que hemos visto sucederse. Diríase que existe una pulsión permanente entre dos concepciones opuestas de la conducta y de la propia vida humana en sociedad: la jerárquica, que tiende a la desigualdad, al dominio de unos seres humanos sobre otros y, por extensión, sobre la naturaleza; y la que se enfrenta y resiste a aquella, en defensa de la libertad, afirmando la igualdad básica asociada a la libertad individual, universalmente anhelada. La lucha de clases, que el marxismo nos descubrió como motor de la historia,  forma parte de estos modos históricos del conflicto perpetuo entre ambas tendencias, sin agotar por ello  todas las razones  que lo justifican.
La primera tendencia, la que ha predominado a lo largo de la historia, es la heteronomía, el concepto que introdujo Kant en referencia a las situaciones en que la voluntad humana no está determinada por razón del sujeto, sino por algo ajeno a la misma, como la voluntad  divina o la de otros sujetos; sería  aquella situación en que  no es la persona quien propiamente toma sus decisiones, sino que éstas son intervenidas desde el exterior. En el pensamiento kantiano, la voluntad puede sustentarse  en dos fundamentos diferentes, el de la razón o el de la inclinación. En el primer caso, cuando la voluntad se da a sí misma sus propias leyes, diríamos que la voluntad es autónoma; por el contrario, cuando viene determinada por la inclinación, forzada o aceptada, pero que tiene un origen ajeno a la persona, estaríamos hablando de voluntad  heterónoma.   
Tanto la filosofía como la psicología han abordado la autonomía como expresión de la capacidad del ser humano para darse normas a sí mismo. En política, autonomía es sinónimo de autogobierno, tanto individual como colectivo. La capacidad de autonomía está asociada al binomio libertad-responsabilidad; la autonomía nos hace, al  mismo tiempo, libres y responsables de nuestras decisiones. En la situación opuesta, en la que el individuo toma decisiones sin autonomía (heteronomía), la consecuencia ética es la irresponsabilidad asociada al determinismo propio de dicha conducta.
El predominio histórico del pensamiento heterónomo, consecuentemente, se corresponde con sistemas organizativos asentados sobre la falta de libertad y responsabilidad, reproductores de una permanente desigualdad entre los individuos que integran las sociedades humanas. A pesar de ello, no cabe ningún determinismo que nos conduzca a pensar que la propia evolución humana nos lleve a la perfección ética que supondría el predominio de la autonomía. La historia nos lo viene demostrando con tozudez. El predominio del pensamiento heterónomo ha sido y es absoluto, más todavía en la modernidad neoliberal de nuestros días, en la que este pensamiento ostenta una hegemonía universal. No es de extrañar que haya pensadores neoliberales que afirmen, como Francis Fukuyama, que hemos llegado al fin de la historia. 
Si  autogobierno es autonomía, la democracia más perfecta sería aquella en la que los individuos que viven en sociedad  se gobiernan a sí mismos, que no precisan de gobierno alguno. En una verdadera democracia, fundada sobre el principio de autonomía, el gobierno pasaría a ser una función (el gobierno de los asuntos comunes), dejando de ser lo que ahora es: un grupo que tiene la capacidad de decidir por los demás. De ahí que la denominación sustantiva y correcta del actual concepto de democracia representativa, sea el de oligarquía, élite con poder e influencia que dirige y controla una colectividad o institución, usurpando la autonomía de aquellos que así son gobernados, mediante su representación "democrática"...¡como si la automía fuera representable!.
Hasta ahora, han fracasado todos los intentos pretendidamente igualitarios, como el comunismo soviético, como la socialdemocracia y como todos los socialismos estatistas; entre otras razones, porque en esencia todos ellos comparten la misma ideología heterónoma que el  capitalismo neoliberal al que pretenden combatir. Sólo el  pensamiento socialista-libertario ha hecho una identificación plena entre autonomía y democracia, si bien con manifiesta incapacidad para articular un programa con el que convencer a la gente del mundo de que, como dijera Aristóteles, “los hombres no han formado una comunidad sólo para vivir, sino para vivir bien” (Aristóteles, Política III 9). 
Esta es la verdadera cuestión -ética y, como consecuencia, política- de nuestro tiempo...y creo que de todos los tiempos: hay que elegir entre heteronomía o autonomía, o sea, entre vivir  o vivir bien.

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