Otro mundo es posible
El
movimiento ciudadano del 15M se halla inmerso en una profunda reflexión acerca
de las estrategias a seguir en el corto y medio plazo, que sirvan para alejar el principal
peligro que lo acosa: renunciar a sí mismo, ser engullido por el sistema y desvanecerse
en su propia salsa reformista, perder su esencia de movimiento antisistémico y,
por tanto, renunciar al objetivo de cambio político radical, realmente alternativo
a la partidocracia neoliberal y a su sistema económico, el capitalismo.
Coincido
con el sentir mayoritario de la gente que participa en las asambleas respecto
del enorme riesgo que supondría una evolución del movimiento orientada hacia la
creación de un partido político; pero ésto no significa
renunciar a una estrategia política de transición hacia el cambio radical que alienta el 15m en sus más básicas propuestas. Abordar esta
estrategia de transición es un objetivo inmediato e ineludible si el movimiento
no quiere diluirse en la irrelevancia de acciones minoritarias, sectoriales e inconexas.
Considero que es necesario seleccionar aquellos objetivos considerados prioritarios, los de mayor
trascendencia inmediata para la vida de la gente y conectarlos con el cambio
sistémico que buscamos, desvelando el núcleo del poder dominante. Ahora mismo, cuando escribo
estas líneas, no hay asunto más prioritario que el de frenar los gravísimos
ataques a los derechos sociales que significan las reformas
que está emprendiendo el gobierno del partido popular, desarrollando al límite las iniciadas por su
precursor, el gobierno socialdemócrata. Los recortes contínuos en los
servicios públicos básicos –sanidad y educación-, las insoportables cifras del
paro y la agresiva reforma laboral
puesta en marcha por el gobierno, son los frentes más importantes de
este brutal ataque, de esta lucha de clases desde arriba, encaminada a
precarizar aún más a las clases trabajadoras, en un acelerado proceso de
mercantilización de los servicios públicos y devaluación del mercado de
trabajo, para ajustar los costes
salariales a cotas ínfimas, que contribuyan a mantener el beneficio
empresarial, a enjugar la mala gestión de
la deuda estatal y, sobre todo, a salvar al corrupto sistema financiero.
La estrategia del 15M sólo puede ser proactiva, debe dejar de ser permanentemente reactiva y pasar a ser propositiava, volver a tomar fuerza con la movilización en la calle, sin temor a que de esta fuerza puedan sacar provecho las menguadas fuerzas políticas de la izquierda que operan en el parlamento, desde el interior del sistema. Eso debe ser así y
no puede ser de otra manera en este momento del proceso, por mucha alergia que
sintamos por la vía institucional, parlamentaria y reformista por naturaleza.
También
es verdad que quedarse en esta lucha activa por ocupar la calle es
manifiestamente insuficiente si no ayuda a resolver ninguno de los problemas de
fondo, los que tienen que ver con el corazón
podrido del sistema. Por eso, pienso que es necesaria una paralela y
fuerte estrategia constituyente, de alternativa, embrionaria del cambio sistémico que reclama
el 15M desde su origen, una acción constituyente que visualizo en dos
frentes, el constitucional y el municipalista.
La
vía constituyente se está iniciando ahora, se alumbró en Sevilla y tendrá su
primer recorrido en Cádiz, donde los días 17 y 18 de marzo próximo tendrá lugar
una asamblea estatal, coincidente con el 200 aniversario de la constitución de
2012; se trata de crear un proceso constituyente verdaderamente democrático,
surgido desde las asambleas ciudadanas locales, del que debería surgir una
nueva y alternativa constitución que ponga en evidencia las radicales e
insuperables deficiencias de la actual constitución y, más allá, del propio
sistema capitalista y estatal dominante. El otro frente es el municipalista
que, de momento, ofrece un resquicio electoral idóneo para poder penetrarlo y
contaminarlo positivamente de democracia directa, sin necesidad de pasar por el
peaje de la partidocracia; me refiero a la posibilidad de crear agrupaciones
electorales de base, organizadas desde las asambleas locales, que sirvan como
contrapoder local y como empoderamiento político de la ciudadanía a través de
la práctica de la democracia directa en el ámbito en que ésta es realmente
posible en su forma innata, presencial. Esa irrupción de la democracia directa
en la política local tendría una innegable dimensión pedagógica y una
trascendental relevancia política, que
nos situaría en el camino hacia la democracia real que soñamos.
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