Palacio de la Diputación Provincial de Palencia. Enrique Martín, del PP, actual presidente. |
La actual crisis sirve de pretexto para
abrir muchos debates, pero especialmente está sirviendo para aquellos que se
proponen la reducción del gasto público y que, por ende, pretenden subsanar el déficit público. Son debates pobres y cansinos, además de interesados y siempre impregnados del sucio chapapote de la clase política, que sirve para tapar tanto la causa coyuntural, la financiera, como la causa de fondo, la "madre de la crisis", o sea, la paupérrima democracia que padecemos. En el contexto de esa aparentemente lógica fiebre ahorradora, todas las tertulias
políticas andan dándole vueltas para
meterle mano a nuestro sistema de gobiernos autonómicos, al que se le asigna una elevada responsabilidad
en el montante del déficit, junto a un alto grado de derroche por razones de ineficiencia, corrupción,
duplicidad de servicios, exceso de cargos y nóminas, etc. Sin embargo, apenas
he oído alguna voz que reclame la reducción del gasto en las diputaciones
provinciales y muchos menos, su desaparición, como propugno y reivindico, desde hace tiempo, en notable soledad. La desaparición de las diputaciones no sólo deberá suceder por razones de
economía en el gasto, que también, sino y sobre todo, por razones democráticas,
es decir, en defensa de la democracia. Me explico:
El armazón institucional del
estado español tiene una mala base
democrática, sacrificada por las prioridades de un proceso de transición política, acelerado e
improvisado, en el que urgía salir de la dictadura franquista cuanto antes, a fin de homologar
nuestro sistema político al estandar europeo. Han pasado los suficientes años
como para que podamos afrontar con racionalidad y sensatez la mejora de este pobre sistema democrático, al tiempo que la pésima
organización del entramado
administrativo y burocrático que soportamos. Y en esa tarea, uno de los obstáculos a
derribar es el de las diputaciones provinciales, esa reliquia preconstitucional, exclusivamente orientada al control político de los territorios rurales. Las
diputaciones han tenido un diferente desarrollo, según regiones y partidos gobernantes, pero en
esencia, todas ellas se sostienen por la vieja mecánica del clientelismo político,
incompatible con un sistema de respeto a la autonomía local y de gobiernos municipales verdaderamente democráticos.
Desde la premisa de que el sistema actual es muy mejorable, debemos afrontar la necesidad de fortalecer la democracia local, porque es en los Ayuntamientos donde ésta toma cuerpo y sustancia real, porque es allí, en los territorios
locales (en las comarcas, en las ciudades y en las metrópolis) donde tiene
lugar la vida personal y comunitaria de las personas y, por tanto, donde se produce la ciudadanía y donde la participación es posible, más allá de la raquítica participación electoral y periódica a la que nos han acostumbrado, a
través de la cual la ciudadanía está desposeída de su soberanía (en la jerga
dominante, se diría que la tiene “estructuralmente delegada”) y en la que la democracia se halla secuestrada de facto por las organizaciones oligárquicas de los partidos
políticos (a su vez penetrados por el
poder económico-financiero).
A todas horas nos lamentamos de la falta de
participación ciudadana, vemos cómo la cultura democrática de nuestra
sociedad está estancada, en un limbo de resignación que sitúa a la mayoría de
la población al margen de la política, de lo público y comunitario. Y esta
situación sólo es buena para quienes detentan el poder, sea éste político, social o
económico, o los tres juntos, como suele suceder. Pero es un inmenso desastre
en todos los órdenes. Que vemos cómo se manifiesta y cómo prolifera a nuestro
alrededor en múltiples y negativas tendencias. Como en
la carencia acelerada de cohesión social, en el progresivo desmoronamiento
del llamado estado de bienestar, en la desesestructuracíon social producida por
un dominante individualismo consumista, inculto y feroz, en el avance de una crisis
ecológica sin precedentes, de largo y catastrófico alcance...Todo ello, junto
a una crisis de empleo que, de no ponerle remedio, tendrá dimensión global en
las “próximas crisis”, y que inevitablemente
nos conducirá a un escenario de precariedad e inseguridad generalizadas.
Ya sé que las diputaciones no son
responsables de todas estas amenazas, pero conviene tener claro que son parte importante de un
problema complejo que nos emplaza a la tarea urgente de reinventar la democracia desde su raíz, que no es otra que la local, en los municipios, desde los
ayuntamientos.Por eso, las diputaciones son el primer tapón a quitar, por eso sobran.
Pleno de la Diputación Provincial de Palencia |
3 comentarios:
No conocia este blog y me ha llamado la atención el título "Sobran las diputaciones", afirmación con la cual estoy totalmente de acuerdo. Como creo que también estarás de acuerdo por lo que dices en tu artículo, la transición "democrática" creó el sistema autonómico como un difícil compromiso, sin llegar a creerselo de verdad. Y por esto mantuvo exactamente igual las provincias y las diputaciones, que entiendo es una injerencia del Estado en lo local. Si creemos realmente en el sistema autonómico, el Estado que se entienda con las comunidades, y las comunidades internamente que se organizen como quieran, de la manera más eficiente para la eficacia y el ahorro. Entonces, ¿que pintan las diputaciones? gasto y más gasto, duplicidad de administración. Yo no entiendo como en Catalunya (soy catalán) nadie dice nada de esto, creo que en algún momento se habia propuesto, pero el actual gobierno, ni mu.
Lo suscribo y lo comparto.
Pues estoy de acuerdo, es una forma de reducir gastos o al menos lo debería ser: desmantelar infraestructura burocrática totalmente innecesaria. Pero teniendo en cuenta cuánto se aferra el personal a las parcelas de poder (incluidas las obsoletas Juntas Administrativas que mencionas), creo que es tan solo un buen deseo más para este año que comienza.
Saludos y que algunos, si no todos los deseos, se cumplan este año ;-D
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