jueves, 11 de abril de 2013

DEMOKRACIA VERSUS DEMOCRACIA



He decido que a partir de ahora escribiré la misma palabra -democracia- con “c” o con “k”, en un intento de evitar la confusión a la que lleva su uso indiscriminado.  Usaré democracia cuando me refiera al procedimiento político del hegemónico regimen de desigualdad social (capitalista). Y usaré la “k” cuando me refiera al alternativo regimen libertario de igualdad social (demokracia).
En 1922, en su escrito “El principio democrático”Amadeo Bordiga afirmaba que “la democracia no posee ninguna virtud intrínseca, no vale nada como principio, porque es un simple mecanismo organizativo (…) la revolución no es un problema de formas de organización. Por el contrario, la revolución es un problema de contenido, o sea, de movimiento y de acción de las fuerzas revolucionarias en un proceso incesante…”
La palabra democracia es en sí misma engañosa y confusa; todo el mundo la usa aunque cada cual le añada el adjetivo que mejor le conviene. Así, se habla de democraciarepresentativa o parlamentaria como forma propia del capitalismo liberal-socialdemócrata; y así, todos los que la repudian la renombran: orgánica o corporativa  los fascismos,popular los comunismos, directa los anarquismos… A mi entender, esta confusión a quien más concierne es a quien más perjudica, es decir, a quienes desde posiciones distintas quieren cambiar el mundo, a quienes hoy se sienten herederos de la corriente histórica que desde siempre impulsó a la humanidad hacia formas civilizadas de organizar la vida social en libertad e igualdad,  muchas veces atrapados en una permanente confrontación discursiva sobre esos dos conceptos, que en un regimen de iguales (demokracia) son indisociables; esta confrontación probablemente nos parezca estéril al ver hoy sus resultados, pero a quienes concentran el poder siempre les resultó  muy útil para solapar la realidad, que no es discurso, sino realidad vivida, o sea : aquello que realmente hacemos y sucede, por encima de aquello que decimos. En la crítica de la democracia no podemos esperar que  se sientan concernidos aquellos que son beneficiarios de la confusión por ella generada. 

Todos los movimientos sociales emergentes se sienten de algún modo implicados. El “no nos representan” del 15M apela confusamente tanto a la forma de la democracia (una representación amañada por la ley electoral), como a su contenido (nuestra condición de ciudadanos libres e iguales no admite mediación, es irrepresentable). Es una expresión clarísima de la confusión que acompaña a la palabra democracia, que afecta fundamentalmente  a lo que llamamos la izquierda “social”, esa parte de la sociedad que desea cambiar el mundo y se propone a hacerlo usando las herramientas creadas para impedirlo. Esa confusión original, entre la forma y el contenido de la democracia, convierte a la izquierda “política” en parte  constituyente del sistema ideológico y reproductivo del capitalismo. Pero, aún así, no caeré en el maximalismo de quienes desprecian toda reforma por considerarla necesariamente contrarrevolucionaria; no ignoro que la práctica totalidad de los derechos sociales existentes no son fruto del procedimiento democrático, sino de la confrontación en las fábricas y en la calle. La reforma es contrarrevolucionaria si es institucional, si nutre al sistema reproductivo capitalista, pero si lo debilita podría significar un avance, por limitado que fuera. Conviene recordar, por tanto, que los avances en la emancipación social, cuando los ha habido, no se han logrado porque los siervos hayan convencido a los señores en sedes parlamentarias…como hay que recordar que en las fábricas como  en las calles, quienes estaban y están son la gente que se considera a sí misma como parte de la rebelión, una multitud situada en medio de la confusión democrática, a quienes, por coherencia, nunca negaré la evolución que yo mismo he hecho.
Poner el asamblearismo en el centro de la práctica y objetivos revolucionarios nos ha llevado a esa misma confusión “democrática”.  Esa es una de las razones por la que los movimientos sociales asamblearistas tengan como referencia histórica obligada la imagen idílica de pequeñas comunidades rurales, autogobernadas en asamblea, enfatizando el procedimiento y soslayando el contexto social real en el que las asambleas tenían lugar. En todo caso, estamos obligados a pensar en un proyecto de demokracia para el mundo hoy existente, un mundo que mayoritariamente vive en las megápolis superpobladas que el capitalismo ha generado.
La asamblea en sí misma, como la autonomía o la autogestión, son ideas que por sí mismas son formas de proceder, pero que no necesariamente expresan el principio demokrático  ,  el autogobierno de los iguales,  principio que sólo es posible a partir de la abolición de aquellas condiciones de la vida social que lo impiden,  como la propiedad Privada, el trabajo Asalariado, la economía de Mercado y el complejo aparato del Estado, todo aquello que institucionaliza la desigualdad y genera sumisión,  lo que  niega e impide la demokracia.
Nuestra idea de democracia nos viene de la sociedad ateniense de los siglos V y IV a.C. Era su forma de dirimir y neutralizar los conflictos entre los considerados  “ciudadanos” libres, que no eran sino los propietarios, porque la otra gran parte de la sociedad, los esclavos,  eran excluidos de la propiedad, de la ciudadanía y, por tanto, de la democracia. Así pues, el principio de exclusión social  ya estaba implícito en la democracia desde su orígen griego.
La sociedad ateniense organizaba su vida en tres esferas: la de las relaciones privadas (eloikos), la de las relaciones públicas (el ágora) y la de las relaciones de poder (la ekklesia). La democracia moderna, en sus versiones de capitalismo tanto privado como estatal, ha conservado el mismo esquema y, a diferencia de la griega, ha integrado en la ekklesia a los actuales esclavos (los trabajadores asalariados). Su función sigue siendo la misma, la de neutralizar el conflicto entre las clases sociales; pero lo ha hecho de un modo tan complejo como astuto, mediante la ficción de una igualdad relativa y parcial (por la que todos los votos son iguales), pero el resto de condiciones reales, las que existen en la vida real, mantienen la división  entre clases sociales mediante un sofisticado aparato institucional y cohercitivo al que llamamos Estado. Esa fue la gran innovación de la democracia ateniense, la creación de un espacio-tiempo separado de la vida real, dedicado a hacer una “representación” o apariencia escénica del conflicto social. La ekklesia capitalista, como la griega, sigue cumpliendo su función de representación escénica, imponiéndose como realidad misma, no para resolver el conflicto social, sino para institucionalizarlo.
Winston Churchill, en 1947 y ante la Cámara de los Comunes, pronunció su famosa sentencia: “la democracia es la peor forma de gobierno, exceptuando el resto de formas que se han probado a lo largo del tiempo”. Es notablemente curioso que la considerada mejor definición de la democracia se fundamente en una paradoja que reconoce sus defectos, pero que los salva por su utilidad -¿para quién?-…claro, que Churchill también dijo al respecto otra frase, mucho menos conocida, que reflejaba su cinismo democrático: “el mejor argumento contra  la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante medio”. Su manifiesto desprecio por el  presunto sujeto democrático, la ciudadanía, pone al descubierto esa contradicción ontológica que la democracia capitalista no puede ni quiere resolver.
Otras ideologías – anarquismo y comunismo, fundamentalmente- han combatido e intentado  superar la denostada democracia. Sabemos que ambos se han nutrido de la misma corriente civilizadora, libertaria e igualitaria, que está presente en la sociedad humana desde mucho antes que los griegos  inventaran el concepto y la palabra democracia. Su crítica de la democracia tiene todo el fundamento del mundo cuando afirman que las divisiones de clase han creado la política, cuando argumentan que la política ha sido sustituida por la democracia, cuando concluyen que suprimir las divisiones de clase conllevará la superación de la política y, por tanto, de la democracia. Algo de ese ancestral pensamiento alienta en el aborrecimiento que el común de la ciudadanía experimenta ante el espectáculo de la política.
 No sé si encontraremos un nombre más adecuado  en el futuro. Tampoco estoy seguro de que sea necesario. Mientras tanto, en el periodo de transición revolucionaria, propongo escribir democracia con “k”, teniendo presente que lo sustantivo de la revolución integral no es el procedimiento y mucho menos la ortografía, sino el principio demokrático: construir la sociedad de los libres e iguales.
Antón Dké 
Publicado en www.proyectodemocracia.es

1 comentario:

Anónimo dijo...
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