Como la
luna, la realidad tiene una cara oscura que, si no se piensa en ello (siguiendo
un patrón de comportamiento
bastante estúpido), parecería no existir
cuando (en realidad) es un componente propio (de la propia realidad) que, como en la cara oculta del satélite, puede
afectar poco - desde un cero por ciento en caso de luna llena-, hasta un ciento por cien, como en el caso de eclipse total. No sé
todavía qué es la estupidez, pero la presiento, sé que está ahí fuera y sé que
forma parte de mí mismo, sé que su presencia es imponente, como una fuerza
universal que las ciencias físicas
harían bien en no despreciar cuando hacen sus cálculos sobre la entropía hacía
la que estúpidamente avanzamos, nosotros y todos los universos, con todos los bichitos que pudieran poblarlos, como a la deriva y estúpidamente
sin sentido.
Vivimos con
inmensa ansiedad estos tiempos de cambio, tiempos apasionantes en los que
experimentamos la sensación contagiosa de que algo grande tiene que ocurrir, de
que grandes cambios están a punto de producirse, constituyentes de un mundo
realmente nuevo y mejor…pero al momento
se nos pasa el pedo revolucionario y entramos en razones asamblearias: que si
la ley electoral, que si el estado de bienestar, que si más becas para los
niños, que si trabajo para todos, que si
la ley hipotecaria, que si la condonación de la deuda nacional, que si la soberanía alimentaria, la dieta sana y el chalet ecológico…
Mi propia
estupidez me produce ansiedad y desesperación. Porque si no, ¿cómo puede ser
que sólo unas cuántas docenas de gentes con ideas libertarias seamos capaces de ver que la
felicidad personal y colectiva es el
único, auténtico y totalitario (perdón) sentido de la vida y hasta de la
política?...¿o no os parece suficientemente estúpido un pensamiento político que no se
centra en los puntos del sumo consenso pequeño burgués y proletario:
1º) trabajo para todos (explotación generalizada), 2º) acceso democrático a la
propiedad y el consumo (negocio para la Banca , razón
de Estado, consumo del Planeta), 3º) democracia real (representativa, oligárquica y hasta monárquica)... cocido en mi
propia estupidez, me predispongo para alcanzar el acuerdo en torno a los quince puntos esos de
la acampada. Pero, advierto, quizá estúpidamente: si el sentido (o sea, la dirección hacia la que vamos) no es la de
abolir la santísima trinidad (propiedad,
trabajo y estado), todo lo demás me parecerá una estupidez perfecta, un programa estratégicamente perfecto para no salir de donde estamos y darle cuerda al capitalismo, al estado y a su estúpida economía del crecimiento. Puede parecer estúpido,
pero aún me lo parece más el avanzar sin
rumbo y seguir cavando en el mismo
hoyo del que queremos salir.
Cuando uno
anda en éstos vericuetos ideológicos, se tiende a pensar que los males del
mundo son debidos al abusivo ejercicio del poder, al uso perverso del
conocimiento y de la fuerza, al aprovechamiento egoísta de los recursos naturales, incluso
a la llana y vulgar malicia, pero tras
devanarme estúpidamente la sesera he llegado a la conclusión (provisional) de
que la fuente original de los errores humanos es, a groso y exacto modo, la
pura estupidez, que combinada con factores de los tipos enumerados anteriormente, culmina en
resultados devastadores, como la humanidad entera viene comprobando a lo largo de la historia.
Un hombre
sabio, el profesor Walter B. Pitkin, de la Universidad de
Columbia, publicó en 1934 un libro titulado “Una breve introducción a la
historia de la estupidez humana”; tal era su sabiduría y sensatez que consideró
que toda una vida era muy poco tiempo para tratar tan amplio tema, por lo que humíldemente sólo se atrevió con una introducción, eso sí, muy valiosa. La
carencia de estudios sobre esta matería ya es en sí misma una gran estupidez,
ya que son muy pocas cosas más allá de la propia estupidez las que afectan en modo tan cuantioso y profundo al comportamiento de las personas y, por tanto, a la
vida humana.
"El poder de la estupidez" (*) es un libro que nos ofrece muchas pistas y sugerencias. Poco antes de que se cumplan los quinientos años del Elogio de la Locura, de Erasmo, parece obvio que la humanidad no ha aprendido la
lección y que la estupidez sigue dominando nuestro mundo. La única manera de
combatirla exitosamente es aprendiendo de ella, para eso hay que conocerla y ésto
es lo que trata de enseñarnos en un agudo y divertido libro, Giancarlo Livraghi, experto de prestigio mundial en los campos de la
comunicación y la publicidad, que sintetiza en este libro cuanto se ha dicho al
respecto. En un artículo publicado en 1996 para “Entropy Gradient Reversals”,
Livraghi ya se hacía eco de la opinión de Pitkin acerca de que “cuatro de cada
cinco personas son suficientemente estúpidas como para poder ser llamadas
estúpidas por el resto”. Hoy esa cifra equivaldría a más de cuatro mil millones
de personas. Y afirma que este dato, en sí mismo es bastante estúpido.
El caso es que
nadie sabe muy bien qué es la estupidez, aunque sí sabemos que domina el mundo,
lo que se demuestra viendo el modo en que el mundo es gobernado. Según Carlo
Cipolla, profesor emérito de Historia Económica en Berkeley, las cinco leyes de
la estupidez son: 1ª. Siempre subestimamos el número de gente estúpida. 2ª. La
probabilidad de que una persona sea estúpida es independiente de cualquier otra
característica de la persona. 3ª. Una persona estúpida es alguien que ocasiona
daño a otra persona, o a un grupo de gentes, sin conseguir ventajas para ella
misma, o aún resultando dañada. 4ª. La gente no estúpida siempre subestima el
poder de causar daño de la gente estúpida y constantemente olvidan que asociarse con gente estúpida invariablemente
constituye un error costoso. 5ª. Una persona estúpida es la persona más
peligrosa que puede existir (es más peligrosa que un
bandido).
En lo que
concierne a mi probable grado de estupidez, me preocupa el consuelo que me
produce Livraghi en su corolario a la
primera ley de Cipolla: en cada uno de nosotros hay un grado de estupidez que
siempre es más grande de lo que suponemos. Me confirma tal preocupación cuando asevera que las gentes
estúpidas no saben que lo son, razón que las hace tan peligrosas. Si bien, me
alienta una pequeña esperanza, fundada en que a menudo tengo conciencia de haber tenido
un comportamiento estúpido. Y eso indica, según Livraghi, que no soy
completamente estúpido.
(*)El autor es Giancarlo Livraghi,
publicista, bibliógrafo y escritor italiano nacido en Milán hace 83 años y que
ha desarrollado una línea de pensamiento centrada en los valores de la
comunicación humana, también a través de la Internet. Ha
publicado cientos de artículos, estudios y ensayos sobre la temática de la
comunicación, el marketing, la cultura de la Internet y las
actividades emprendidas online.
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