sábado, 5 de noviembre de 2022

DISTANCIA SOCIAL Y ESPACIO PÚBLICO, O ESTATAL, COMO LOS CUERPOS

 

 “Sólo podían seguir viviendo a condición de ser como máquinas” 

(“Una avanzada del progreso”, de Joseph Conrad, 1897)


Algunas notas previas

*El cosmólogo Max Tegmark, profesor de Física en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), divide el desarrollo de la vida en tres fases a partir de su capacidad de autodiseño: 1.Fase biológica, cuyo hardware y software son fruto de la evolución (por ejemplo las bacterias surgidas hace unos 4.000 millones de años). 2.Fase cultural, cuyo hardware es fruto de la evolución pero en la que la vida pudo diseñar parte de su software. 3.Fase tecnológica, surgida a fines del siglo xx, en la que la vida será capaz de diseñar tanto su hardware como su software.                          Esta tipología encierra los tres elementos distintivos del transhumanismo: a) la comprensión del ser vivo como un dispositivo, b) la superación tecnológica del ser humano y c) la autodeterminación total del sujeto.

*Antonio Diéguez, catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Málaga, es el autor de “Cuerpos inadecuados. El desafío transhumanista a la filosofía” (editorial Herder, 2021). Resume el pensamiento transhumanista afirmando que esta corriente considera que el ser humano se encuentra en un soporte inadecuado, el de su propio cuerpo. Ese es el motivo por el que la tecnología puede brindarnos la oportunidad de rediseñar ese soporte que no se adecúa a la idea transhumana. En este sentido,  transhumanismo es aquella filosofía que busca adecuar la realidad humana a la mente transhumana y transformarla desde su ideal meliorativo.

 *Del Manifiesto Conspiracionista, 2022, Comité Invisible: “nuestro desacuerdo con los defensores del orden existente no es por la interpretación del mundo, sino por el mundo mismo. No queremos el patibulario mundo que están construyendo. De hecho, pueden quedarse todos los patíbulos para ellos. No es una cuestión de opinión; es una cuestión de incompatibilidad.” 

Una mínima conciencia de especie

No había sucedido nunca antes, es la primera vez que los humanos tenemos una mínima conciencia de especie y de habitar un mismo mundo, una Tierra común, sin que todavía sepamos qué hacer con esta nueva conciencia. Está sucediendo porque tampoco nunca antes habíamos tenido un presentimiento de peligro tan cierto y tan común a toda la especie, de compartir un mismo riesgo de extinción. Aunque hubo síntomas previos, que hacían presentir un futuro peligroso, solo empezó a extenderse como sentimiento global tras la destrucción de las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaky, por sendas bombas atómicas, en agosto de 1945.

Conversator, mejor que sapiens

Pienso que la razón por la que los humanos somos una especie animal diferente, se debe a que aprendimos a hablar y a hacer en común. Nuestro apellido de especie, sapiens, es untanto presuntuoso, mejor hubiera sido homo conversator, al menos indicaría una mínima intención de convivir y reproducirnos sin necesidad de matarnos entre nosotros a base de tanta sapiencia tecnológica.  

Cuando se renuncia a conversar, la convivencia se convierte en un conflicto permanente e irresoluble, aparece la atomización en masa y la distancia social ocupando el espacio público. Conversar exige una posición igualitaria, horizontal, entre diferentes que hablan; por supuesto que hay comunicación en un decir unidireccional, en lo que le dice el carcelero a un preso, por ejemplo, pero conversar es otra cosa, incompatible con cualquier forma de relación jerárquica, en la que el hacer no puede ser libre, solo sumisa, en el mejor de los casos. La historia humana muestra la derrota contínua de la conversación, los iguales solo pueden serlo confinados en el interior de su piso o de su clase social a lo sumo; solo allí pueden conversar, sin participar en el mundo. 

No pudo haber conversación duradera desde que las comunidades humanas fueron organizadas piramidalmente, como Estados. Toda relación jerárquica impide la conversación entre los que hablan, allí no es posible la vida en auténtica libertad y comunidad, lo más un parque humano.

Si pienso ésto es porque pienso que conversar ya supone un reconocimiento previo del otro que habla conmigo. Y, además, tengo comprobado que de la conversación surgen, expontáneamente, cierto que no siempre ni necesariamente, nuevas ideas y proyectos...y también un básico sentimiento, o vínculo, de comunidad entre diferentes, que al conversar se reconocen mutuamente como iguales.

¿Qué tal una república sin Estado?

Si después de siete mil años de vivir gobernados bajo Estados, sin parar de matarnos y hasta devastar el planeta, aún estamos como estamos, se me ocurre proponer una dirección diferente: una república convivencial, sin Estado y, por tanto, sin clases, donde la política no sea una industria del poder, ni oficio profesional, nada aparte de la convivencia cotidiana, que no consista en vociferar sino en conversar, no en mandar callar o en mandar hacer, sino en un hablar y hacer en común, para que lo de sapiens sea por algo.

Antes, necesitaríamos comprender eso que es el Estado: una realidad histórica y, por tanto, contingente, temporal y no eterna. La herramienta de la que se han servido las élites propietarias y gobernantes durante los siete mil años de edad que  cumple el Estado, la herramienta que les ha permitido hacerse dueñas de la Tierra, del Conocimiento y, de paso, de los cuerpos humanos y del resto de especies. Sin esta comprensión, será (casi) imposible superar el sistema de “vida capitalista" que ya no soportan ni ellas, las élites capitalistas, que para sobrevivir en el mundo que se avecina se conforman con conservar su mejor herramienta, el Estado. Esa revolución ya está en marcha y es la suya, porque suya es la iniciativa y porque ellas han ganado la lucha de clases que viene siendo la historia del homo sapiens.

Foucault lo llamó biopolítica y ellas transhumanismo

Lo llaman así porque siguen creyendo que el capitalismo ha sido y es una forma de humanismo, con algunos fallos, sí, y por eso están dispuestas a mejorarlo. Se proponen superar tecnológicamente nuestra rudimentaria naturaleza animal, para liberarnos de estos cuerpos que arrastramos, tan vulnerables y precarios (como ahora se dice), tan rústicos e imperfectos, ¿para qué seguir cargando cuerpos (hardward) enfermizos y caprichosos, cuerpos deseantes e impredecibles, contenedores de cerebros (software) dotados de un sistema lógico-informático anticuado y no menos impredecible, pudiendo disponer de cuerpos con piezas de repuesto garantizado y cerebros siempre nuevos,  a cada poco actualizados? Eso es lo que anuncian, que sin ese lastre seremos felices sin necesidad de comer perdices, ni nada.

A partir del descubrimiento de la célula, el poder político creyó hallar el principio de la biología, aquello que le permitiría manipular eso que desde entonces llamaron “vida”. No sabían que célula viene de celda, ni que los cuerpos que forman éstas carecen de explicación y sentido, sin vínculo entre ellas y sin participar en el mundo. Célula o cuerpo, celda con prefijo bio que confunde, que solo sirve a la propaganda de una ciencia comercial y militar, mercenaria al servicio del poder, que por eso un tal Foucault lo llamó biopolítica.

Las células son los verdaderos ciudadanos autónomos, que reunidos por miles de millones, constituyen nuestro cuerpo, el Estado Celular (Ernst Haeckel, 1899). Celda de monasterio, celda de cárcel, celda de comisaría: hete aquí una civilización que ha visto en la celda -esto es, en la célula- la unidad elemental de la vida. En nuestros días, el autor de Ni Dios ni Gen, el biólogo Jean Jacques Kupiec, considerando que la biología dominante, con su determinismo genético no deja lugar a la variación aleatoria, defiende una concepción anarquista de lo vivo.

Desde que se dedica a dar caza a los terroristas (básicamente conspiracionistas), la contrainsurgencia pretende extirparlos quirúrgicamente del cuerpo social en tanto que cuerpos cancerosos, lo que vuelve un tanto sospechosa la concepción que Occidente tiene del cáncer”. (fragmento del Manifiesto Conspiracionista, 2022) 

Ese concepto jerárquico/religioso de la existencia    

Es una pena que tan poca gente lo vea: cómo, detrás del espectáculo de un mundo empeñado en la innovación constante, éste permanece estático, girando sin parar sobre un eje fijo, que no cambia desde hace unos cuantos miles de años. Lo mismo que le sucede a ese hamster que pedalea sin cesar en su jaula paranoica, rotando y rotando, como un poseso, que no logra moverse del sitio por mucho que acelere. No verlo condena a nuestra especie a una deriva incapaz de salir de ese carril de vía única, que rota y rota pensando que “progresa”, sí, inexorablemente, por puro agotamiento: hacia su propia extinción.

Seguimos usando el mismo pensamiento que traemos desde el Neolítico Medio, cuando siendo campesinos sedentarios, agricultores tribales, pasamos a ser campesinos urbanos, mercantiles, patriarcales y, al cabo, estatales. Practicábamos la agricultura conservando el instinto depredador que nos hiciera prosperar en la evolución como cazadores-recolectores. Entonces no podíamos pararnos a pensar en lo que diría Darwin muchos siglos más tarde, acerca de la evolución natural. Solo podíamos comprender la existencia como básica lucha por la supervivencia, en medio de una Tierra que, paralela a los cielos, era como éstos, inmensa y plana también, además de inhóspita y peligrosa, toda repleta de bestias. Por la agricultura nos hicimos animales “más humanos”,  que se pensaron a sí mismos como descendientes de los dioses y que enseguida fundaron ciudades en las que levantar templos, donde mediar y alternar con los dioses para obtener sus favores. Y mercados donde intercambiar excedentes, para la obtención y acumulación de ganancias, cuantas más mejor. Y, sin embargo, el capitalismo ya estaba inventado en su matriz primigenia. Incluso antes de la aparición de los primeros homínidos, cada especie lo practicaba a su manera y según sus posibilidades. Las hormigas son un buen ejemplo de especie capitalista. El capitalismo humano siguió su propio camino “natural”, y de hay su popularidad y su éxito, hasta ahora. Bastante más sofisticado que el de las hormigas, inventó la agricultura, la ciudad, el templo, el mercado, la esclavitud, el patriarcado y de remate el Estado. Tuvo que hacerlo para defender el derecho individual al cultivo y  presura de la tierra salvaje. Así  de natural creció la afición a la acumulación de grandes propiedades y excedentes, el Capital, eso que se piensa “burgués y moderno” pero cuya huella fósil quedó impresa en los campos y ciudades, los burgos, a poco de concluir el Cuaternario. Se piensa que el Capital y su religión (capitalismo) fueron invento del Estado-Nación-Moderno, se pasa por alto que éste fue inventado por aquel Capitalismo Primitivo, poscuaternario.

Aquel tosco capitalismo dio un gran salto cuando las tribus de cazadores-recolectores dejaron de ser nómadas, tribus matriarcales, al poco de inventar la agricultura. Cierto que la civilización agraria tardó tiempo en hacerse netamente patriarcal, que la mujer-madre pudo ser el centro de la vida social de la tribu durante los primeros siglos de la agricultura; pero fue así solo hasta que una alianza de grandes propietarios y sacerdotes, secundados por mercenarios, constituyeron el primer Estado en las fértiles llanuras de Sumeria. Tuvieron que hacerlo para defender, con armas y leyes, el derecho a la presura o propiedad de la Tierra y proteger, en consecuencia,  la transmisión legítima del Capital, instaurando el derecho de herencia. ¿Y a quién podía corresponder ese derecho, sino los hijos "legítimos", los nacidos en la hacienda-propiedad de sus “legítimos” padres, a quién sino a los paridos por una mujer-madre? Que así, “de natural”, ella misma pasó a ser  propiedad de su cónyuge, el macho propietario. Por eso, a su “naturalidad” se debe que el patriarcado y la esclavitud hayan tenido tanto éxito histórico como el Capitalismo y como su principal herramienta, el Estado.

Además, sin el trabajo de siervos y esclavos resultaba imposible una economía "natural"; imposible el progreso del Capital sin la defensa y protección del Estado, lo que permitía acumular propiedades y acrecentar el beneficio. Imposible, si el derecho a la apropiación de tierras productivas no incluía el derecho de los grandes propietarios a servirse del trabajo esclavo, imprescindible para la producción del Capital. Tan natural como el propio capitalismo fue su necesidad de la esclavitud. Pero tampoco ésta fue una innovación tan reciente, porque “los otros”, los extranjeros, emigrantes y extraños, los "sin-tierra", desde antiguo ya nacían destinados a ser esclavos. En la lucha por la supervivencia, todo competidor-propietario era o socio o enemigo natural, mientras que todo sin-tierra resultaba útil como esclavo.

No puede ser más paradójica esta evolución neolítica de las sociedades capitalistas contemporáneas; asistimos a una insólita lucha de clases: por una parte, “anticapitalistas” que dicen querer derribar al sistema, por “antinatural”, pero que se resisten a hacerlo dada su total dependencia del mismo. De la otra parte, consumados “capitalistas” que quieren cargárselo porque ya no es rentable y  porque se ha vuelto ineficiente, por “demasiado natural”...y pueden hacerlo. Pero ambas partes tienen un problema  común, al menos en apariencia: se ha roto el vínculo por el que se necesitaban mutuamente, y ya solo los asalariados están interesados en conservar un sistema en el que ellos no caben por ser innecesarios; pero siguen pensando en hacerse con la poderosa herramienta capitalista, el Estado, pensando que si ya no saben, ni pueden vivir de la Tierra, quizá pudieran vivir del Estado. Todavía no se han enterado de que el Estado no produce nada y que eso es imposible, porque al Estado ya no le cuadran las cuentas y en adelante ya solo podrá dar una renta básica a muy pocos, a los estrictamente necesarios.

La razón capitalista y la fuerza del Estado

Basada exclusivamente en la fuerza del Estado, solo se sustenta esta razón de fuerza referida a los tiempos recientes, solo a partir de considerar la tecnología nuclear de los ejércitos contemporáneos, pero no se justifica su absoluto predominio durante los siglos previos a la invención del arma atómica. No se explica sin contar con la sumisión mayoritaria de los desposeídos y gobernados, solo se explica si aceptamos que la evolución de homo sapiens, al menos hasta ahora, ha seguido un camino paralelo al de las hormigas capitalistas. Es así aunque comparar la organización social de humanos y hormigas revuelva nuestras exquisitas vísceras. Véase, si no, la organización piramidal-colaborativa de un hormiguero, su natural división en clases sociales: reina, princesas, zánganos, niñeras, soldados y obreras...¿puede haber más parecido con cualquier monarquía (o república)  constitucional que se considere?

El agotamiento del sistema hormiguero

Llegados al total agotamiento energético (por no decir petrolero) del orden social basado en el "sistema hormiguero”, seguir discutiendo sobre lo que fue el pasado, si fue más o menos natural o legítimo, puede ser un ejercicio intelectual entretenido, pero nada práctico, y completamente inútil a presente y a futuro. Las hormigas podrán seguir con su sistema hasta el fin de los tiempos, pero nosotros no, porque de seguir ahí sabemos que seremos sacrificados. Hay que abandonar el hormiguero, tenemos que hacerlo por mucho que  otro mundo nos parezca imposible.

Somos la única especie que cuenta su propia historia,  ninguna otra tiene una Historia. La cuestión que hoy se nos plantea, por primera vez en esa historia, no consiste, como otras veces, en cómo tomar el poder, no, la cuestión ya no va de optar por una u otra forma de capitalismo, si privado o estatal, es mucho más urgente y elemental, está planteada como posibilidad, o no, de sobrevivir al agotamiento de este sistema.

A día de hoy, transhumanismo

Esta urgencia explica que la inteligencia de las élites  haya tomado la delantera y hasta que parezcan más “anticapitalistas” que nosotros, los gobernados y sin-tierras, que estamos más necesitados del capitalismo que ellas, que ni sabemos plantar una lechuga que llevarnos a la boca,  ni tenemos tierra donde hacerlo. Y, lo peor: no tenemos un proyecto alternativo para salvar el pellejo, ni, mucho menos, para gobernar el futuro  nosotros mismos. Ni ganas tenemos.

Como dije, se ha roto la dependencia mutua entre patrones y asalariados, la que  sostenía el orden social-capitalista a la vez que nutría la lucha de clases; el desarrollo hipertecnológico, la devastación de la biosfera, y el agotamiento de la energía fósil que permitió el espectacular desarrollo económico en el último siglo,  nos han convertido en factores obsoletos y prescindibles, en  una masa humana cuya supervivencia depende totalmente de la venta de su trabajo en un mercado laboral que ya no  necesita nuestro trabajo. Mejor que nosotros, las élites han comprendido el drama existencial de nuestra especie y se disponen, por eso, a ejecutar su propio proyecto de supervivencia, el que vienen diseñando desde hace décadas, cuando  en el tiempo de la Guerra Fría  empezaron a calcular que su propio agotamiento sería inevitable.

Mientras la masa del hormiguero humano se revuelve y disputa una batalla estéril, entre globalistas y nacionalistas, conspiranoicos y colaboracionistas, machistas y feministas, entre ecologistas verdes y colorados, izquierdas o derechas más o menos fachas y populistas, ellas, las élites, las   anónimas  accionistas del viejo sistema capitalista, hace tiempo que pusieron a trabajar su inteligencia de supervivientes natos. Han creado una masa útil de pintorescos conspiranoicos como antes crearon naciones-hormiguero y sus correspondientes “enemigos”. Promueven conspiraciones de entretenimiento, para conspiracionistas aficionados, mientras ellos conspiran contra nosotros profesional y efectivamente: para sobrevivir, que ese es “el asunto” ahora, lo que más les importa en estos terminales tiempos  del viejo capitalismo.

Su proyecto se llama “transhumanismo” y ya forma parte de nuestros hábitos cotidianos, en la economía diaria, en la cultura y en la política, sin necesidad de organizarse como partido político. La invasión de dispositivos tecnológicos es su avanzadilla, a la que la mayoría de humanos ya somos adictos. El proyecto transhumanista no es tan nuevo como pudiera parecernos; ya en los años veinte del siglo pasado, J.B.Sanderson Haldane (1892-1964), el biólogo fundador de la genética de poblaciones, avanzó que la tecnología sería capaz de conseguir que los seres humanos pudieran vivir fuera del Planeta Tierra. El biólogo J.S. Huxley (1887-1975), que además de hermano del autor de “Un Mundo Feliz” (Aldous Huxley), fuera el primer director general de la UNESCO, fundador del Fondo Mundial para la Naturaleza y secretario de la Sociedad Zoológica de Londres, popularizó el término "transhumanismo". Interesado principalmente por la eugenesia como posibilidad de controlar la evolución humana, JS Huxley concibió el transhumanismo como medio de conseguir la mejora de la raza humana a través de las técnicas que por entonces se empezaban a estudiar en el contexto filosófico-científico de la eugenesia, originalmente emparentada con el darwinismo social.

Podemos llamarlo transhumanismo, aunque sus titulares hagan un uso discreto del término. Da igual, es la cultura de lo “trans” inducida en las costumbres de las sociedades contemporáneas: trans-former, trans-género, trans-sexual, trans-modernidad, trans-nacional, trans-capitalismo...Marisa Belausteguigoitia, mejicana y doctora en estudios culturales por la Universidad de Berkeley, reconoce un nuevo campo epistemológico para “lo trans”, que según ella no es un inter (entre territorios), sino un “más allá de”: con lo trans se genera otro territorio, no se pasa una frontera, sino que se transgrede los contenidos de esos espacios, de esos cuerpos que se atraviesan, quedan transgredidos y afectados. Al decir “lo trans” se cambia la perspectiva del sujeto y su relación con el objeto. Lo trans genera un campo de existencia de algo nuevo y complejo”.

Coincido con Belausteguigoitia en una sola cosa: cuando dice que la modernidad ha fracasado; solo que ella dice que “por no haber entendido lo trans” y yo que por agotamiento de sí misma (y del petróleo, que no se nos olvide). Con todo, el transhumanismo no es un proyecto monolítico, en su interior está dividido en una compleja red de facciones que compiten por gobernar el futuro. Estas son solo algunas de esas facciones:

-Extropianismo: es la corriente más volcada en la eugenesia.                        -Postpoliticismo: defiende el abandono o superación de las ideas políticas por medio de la tecnología, porque si tenemos una superinteligencia ésta podría tomar todas las decisiones de la sociedad muchísimo mejor que los seres humanos y, por tanto, no sería necesaria la política.                                                                                  -Immortalismo: sostiene que la prolongación de la vida y la inmortalidad tecnológica es posible y deseable.                                                                                              -Postgenerismo: consiste en la superación de los géneros a través de la biotecnología avanzada y tecnologías de reproducción asistida. Lo presentan como una forma de ayudar a las mujeres, llegando a afirmar que éstas han sido maldecidas con la carga del embarazo, el parto y la crianza, y que la tecnología puede liberarlas de esta carga. No habría entonces hombres y mujeres, sino sólo cyborgs de género neutro.                                                                             -Singularitarianismo: se centra en  hacer avanzar la singularidad lo antes posible. -Tecnogaianismo: consiste en aprovechar todas las nuevas tecnologías para intentar devolver a la tierra a su estado natural, restaurando todo el daño que hemos hecho a la tierra los seres humanos.

(Fuente: “El desafío del transhumanismo: cuerpo, autenticidad y sentido”, de Sara Lumbreras)

Un manifiesto anticolaboracionista

Acabo de leer el “Manifiesto Conspiracionista”, escrito por el colectivo francés y anarquista autodenominado  Comité Invisible, en el que se describe al detalle cómo la crisis sanitaria de la pandemia causante del Covid19 es el último y gran ensayo delPreparedness”, anteproyecto experimental, transhumanista, que tiene ya una larga historia de ensayos, que se remontan a los tiempos de la Guerra Fría y aún antes, con precedentes bien significativos y concluyentes:

¿Hay que recordar que el Foro Económico Mundial, fundado en 1971 por klaus Schwab -admirador de Karl Popper- con el objetivo de “educar en el capitalismo a países que parecen resistirse a ojos de la comunidad internacional”, reúne en sus pequeños saraos a las mil mayores empresas del mundo? En uno de los documentos relativos a este ejercicio puede leerse: “los gobiernos tendrán que colaborar con las empresas de comunicación para investigar y desarrollar enfoques más sofisticados, para contrarrestar la desinformación. Esto significa desarrollar la capacidad de inundar los medios con información rápida, precisa y coherente (…) Por su parte, la prensa debe compremeterse a dar prioridad a los mensajes oficiales y a eliminar los falsos, también por medio de las tecnologías”.

(...)

La pandemic preparedness figura expresamente en la agenda global desde 2002. Surge de una estrategia militar harto más ambiciosa y un poco más antigua: la all-hazards preparedness, la preparación contra todos los peligros posibles. La preparedness es una vieja noción que se remonta por lo menos a la Segunda Guerra Mundial. Fue entonces el caballo de batalla de todo tipo de manifestaciones patrocinadas por la facción más imperial del capital americano, aquella que ardía en deseos de conquistar, mediante la entrada en la guerra, los mercados mundiales. Los ingenieros veían la Primera Guerra Mundial no como un desastre para la civilización, sino como una oportunidad única para poner en práctica sus ideas”.

Ciencias del comportamiento, cibernética y psicología social...aplicadas al viejo arte policial/militar de doblegar la voluntad de un interrogado o de un prisionero, todo actualizado y largamente ensayado, toda una experiencia científico-militar al servicio de la manipulación de individuos y masas, todo un oficio y una auténtica industria del control social, perfectamente actualizada, tecnificada y programada al servicio de empresas y gobiernos...hacen que suene a chiste la importancia y el peligro que le asignan a unos conspiracionistas amateurs que pudieran atentar contra toda esta industria del control social, que tiene a los Estados, a las Empresas, a las Administraciones Públicas, a los Medios de Comunicación, a Policías y Ejércitos, a Centros de Investigación Científica, a Laboratorios y Universidades...todos dedicados profesionalmente a la Conspiración, todos los días y a todas las horas. No hace falta ser un infiltrado, ni tener una gran inteligencia, para saber que lo de “inventar enemigos” forma parte de la vieja estrategia que durante siglos ha servido para reclutar patriotas voluntarios para las guerras, porque nadie estaría dispuesto a jugar su vida por defender al Estado, pero sí para luchar contra los “enemigos de la Patria”...lo cierto es que les sigue funcionando. Y a propósito de ésto, me fijo en algunas cosas que se dicen en el Manifiesto Conspiracionista, cosas como éstas:

El derecho a la privacidad se está erosionando, la (auto)censura está aumentando rápidamente, la salud del individuo se está convirtiendo cada vez más en un asunto de Estado, el número de acciones intrusivas por parte de los servicios de seguridad está aumentando exponencialmente: en las últimas décadas, el control del gobierno sobre la vida privada de personas va en aumento, mano a mano. La visión distópica evocada por Hannah Arendt de que después de la caída del nazismo y el estalinismo surgiría un nuevo tipo de totalitarismo, dirigido por burócratas y tecnócratas aburridos, es sorprendentemente realista en el horizonte social.

(…)

El mundo está en las garras de la formación masiva, un tipo de hipnosis peligrosa y colectiva, mientras somos testigos de la soledad, la ansiedad flotante y el miedo que da paso a la censura, la pérdida de privacidad y la entrega de libertades. Todo está impulsado por una narrativa de crisis singular y enfocada que prohíbe los puntos de vista disidentes y se basa en el pensamiento grupal destructivo.

(…)

El totalitarismo no es una coincidencia y no se forma en el vacío. Surge de una psicosis colectiva que ha seguido un guión predecible a lo largo de la historia, su formación gana fuerza y velocidad con cada generación, desde los jacobinos hasta los nazis y los estalinistas, a medida que avanza la tecnología. Los gobiernos, los medios de comunicación y otras fuerzas mecanizadas utilizan el miedo, la soledad y el aislamiento para desmoralizar a las poblaciones y ejercer control, persuadiendo a grandes grupos de personas para que actúen en contra de sus propios intereses, siempre con resultados destructivos.

(…)

En La psicología del totalitarismo, el profesor de psicología clínica de renombre mundial Mattias Desmet deconstruye las condiciones sociales que permiten que se arraigue esta psicosis colectiva. Al observar nuestra situación actual e identificar el fenómeno de la “formación de masas”, un tipo de hipnosis colectiva, ilustra claramente lo cerca que estamos de rendirnos a los regímenes totalitarios. Con análisis detallados, ejemplos y resultados de años de investigación, Desmet presenta los pasos que conducen a la formación masiva, que incluyen:

-Una sensación general de soledad y falta de conexiones y vínculos sociales.

-Una falta de significado: 'trabajos de mierda', insatisfactorios, que no ofrecen un propósito.

-Ansiedad y descontento flotantes, que surgen de la soledad y la falta de sentido.

-Manifestación de frustración y agresión por ansiedad.

-Surgimiento de una narrativa consistente, de funcionarios gubernamentales, medios de comunicación, etc., que explota y canaliza la frustración y la ansiedad.

Además de un análisis psicológico claro, y basándose en el trabajo esencial de Hannah Arendt sobre el totalitarismo (Los orígenes del totalitarismo), Desmet ofrece una aguda crítica del 'pensamiento grupal' cultural que existía antes de la pandemia y se avanzó durante la crisis de COVID. Advierte contra los peligros de nuestro panorama social actual, el consumo de medios y la dependencia de tecnologías de manipulación y luego ofrece soluciones simples, tanto individuales como colectivas, para evitar el sacrificio voluntario de nuestras libertades.

(…)

Jamás ha sido tan imprevisible nuestro futuro, jamás hemos dependido tanto de las fuerzas políticas, fuerzas que parecen pura insania y en las que no puede confiarse si se atiene uno al sentido común y al propio interés. Es como si la Humanidad se hubiera dividido a sí misma entre quienes creen en la omnipotencia humana (los que piensan que todo es posible si uno sabe organizar las masas para lograr ese fin) y entre aquellos para los que la impotencia ha sido la experiencia más importante de sus vidas. (Hanna Arendt, Los orígenes del totalitarismo)

(…)

La cristalización del fenómeno del totalitarismo lo convierte en un régimen que sigue leyes suprahumanas que rigen el universo: las leyes de la Naturaleza y su desarrollo en el fascismo, y las de la Historia y su desarrollo en el estalinismo; y por ello ambos afirman perseguir alcanzar la Humanidad y plasmar la justicia en la Tierra.

Las ideologías totalitarias explican el pasado y anticipan el futuro, son redondas, cerradas, no hay lugar para la impredecibilidad de la acción humana, luego hay que negarla; se trata de transformar la propia naturaleza humana para acomodarla a la Idea, sea ésta la Naturaleza o la Historia. Una vez esto aceptado, el individuo se vuelve superfluo, solo es un engranaje, luego queda eliminada la pluralidad, la espontaneidad y la imprevisibilidad característica de los seres humanos, y éstos quedan reducidos entonces a pura animalidad.

 

Apruebo la mayor parte de lo que dice el Comité Invisible en su Manifiesto Conspiracionista, porque yo también me siento identificado con esos “enemigos de la sociedad que contagian el Covid a los buenos ciudadanos”; yo también me he sentido  acosado por la Autoridad Sanitaria, y condenado a sufrir el aislamiento social y la indiferencia, incluso por “amigos” y vecinos. No obstante,  y entendiendo lo que tienen en la cabeza, eso de que “lo vivo es anarquista” y que yo comparto, sigo esperando que algún día me expliquen, estos amigos franceses del Comité Invisible, cómo piensan ellos que “lo vivo-humano" podría vivir libremente, cómo participar en el mundo, sin necesidad de ser gobernado, es decir: cómo, sin Capital ni Estado.


 

martes, 25 de octubre de 2022

RETROIZQUIERDA, ¿EXTINCIÓN, POR LICUACIÓN O LIQUIDACIÓN?

 

Acabo de leer en el último “Mientras Tanto” un artículo de Albert Recio Andreu con el título Neofascismo posmoderno”, en el que una vez más se constata un pesar generalizado por la práctica desaparición de las izquierdas en los mapas políticos, ahora de Suecia y de Italia, donde no hace mucho sus partidos socialdemócratas y comunistas fueron modelos de referencia para todas las izquierdas. Dice el autor de este artículo que “nos merecemos un análisis en profundidad del proceso, más allá de los errores que ha cometido todo el espectro de la izquierda”.

Pareciera que a continuación se propusiera hablar de esos errores, pero no, una vez más echa balones fuera, las izquierdas no tienen responsabilidad en lo que sucede, porque: “una oleada de este tipo obedece a un proceso más profundo, de transformación de las sociedades desarrolladas, que es necesario entender si de verdad queremos trabajar para que las cosas cambien. El hecho de que el neoliberalismo se haya podido implantar sin alterar sustancialmente los procesos democráticos indica que la aceptación de las desigualdades y los desastres que ha propiciado se han podido implantar sobre una base social que ha sido incapaz de reaccionar. En cierta medida, la oleada derechista es una continuación de este proceso de anomia social generado por las dinámicas económicas y sociales de las sociedades maduras”.

Así que lo que sucede, según Albert R.A., habría que atribuirlo a que hay una base electoral aquejada de una enfermedad, anomia social, que le impide reaccionar, pero (digo yo) que no la impide cambiar su voto hacia la derecha neofascista. Y en esa lógica, a continuación propone: “por eso, creo que la cuestión requiere un análisis transversal que permita entender los mecanismos, las dinámicas y las estructuras que han propiciado esta evolución social que conduce a la minimización de la cultura de izquierdas”…

¿Otro análisis transversal?, ¿no era eso lo que ya hicieron Siryza y Podemos, minimazar la cultura de izquierdas?, ¿no es eso, reversionado, lo que se propone liderar Yolanda Díez?...sí, ya sé que entre sus defensores se piensa que hay que desechar esa idea unilateral y común, que prolifera en los ámbitos mediáticos y que identifica transversalidad con consenso entre izquierdas y derechas, una especie de centrismo social-liberal o populismo centrista potencialmente ganador de elecciones. Ya sé que interpretan “transversal” en el sentido de “diálogo social” o “negociación colectiva”, como proceso cooperativo para conseguir beneficios para todas las partes implicadas, aunque haya dinámicas contrapuestas en otros aspectos, incluido el modelo de sociedad a implementar en el futuro.

Estas izquierdas “neomarxistas” no pueden comprender el misterio subyacente al avance electoral de las derechas “neofascistas”, les parece sencillamente increíble que siendo la mayoría social “de izquierdas”, gente trabajadora, “precarizada y vulnerable”, incluso “antimachista”, como gustan decir, acaben votando precisamente a los machistas que vulneran sus derechos y les precarizan... y para ese misterio no encuentran otra explicación más simple que el estado de anomia, esa difusa enfermedad que hasta hace bien poco llamaban alienación, la de una clase social-proletaria carente de conciencia de clase, sin dejar de ser proletaria.

Se deduce la conclusión de que la responsabilidad de todo Ésto recae en la “anomia social”, esa enfermedad fantasma y sin duda causada por un contagioso virus neofascista, culpable de esta pandemia ideológica que aqueja y trastorna a la  humanidad en esta era posmoderna y global, sumergiéndola en una distópica y líquida “nueva normalidad” que se escurre entre las manos; pero que más bien me parece a mí (con permiso de Z.Bauman), que tira a viscosa de color verde-moco.

Sienten estas izquierdas líquidas, posmodernas y neomarxistas, una especie de espanto y desazón ante el espectáculo actual de su propia licuación o liquidación (que vendría a ser lo mismo). Le sucedería a todo humano que metido a pez y que no pudiendo prosperar en ese medio, dedicara su poco tiempo de vida a reflexionar sobre el ser y el discurrir de los ríos hacia el Océano. En la salsa de su retrotopía, estas retroizquierdas le han cogido miedo a su propia idea de “revolución”. Y no me extraña, a tenor de los antecedentes históricos y sus modernos resultados al cabo de todas las modernas revoluciones proletaristas.

Resulta ilustrativa la doble definición de anomia -política y médica- que figura en los diccionarios; por una parte, estado de desorganización social o aislamiento del individuo como consecuencia de la falta o la incongruencia de las normas sociales”, y por otra: trastorno del lenguaje que se caracteriza por la incapacidad o la dificultad de reconocer o recordar los nombres de las cosas”.

Para no verse incluidas en él, evitan ampliar su campo de visión. Son menos marxistas de lo que dicen y sospecho que el propio Marx hoy no se reconocería en ellas, en unas izquierdas anticapitalistas y antifascistas de boquilla, que evitan cuestionar (siquiera científicamente) las fuentes históricas del Capital y del Estado...no sea que estos aparatos les resulten útiles, aunque fuera “provisionalmente”, en caso de ganar las próximas elecciones.

Y ahí están, atrapadas, cociéndose en su última salsa anómica, perdida la memoria histórica del rol que jugaron en la fase “sólida” de la posmodernidad. Haciendo invisible la carga de esa responsabilidad, actúan como autistas ahora, en su fase líquida, ¿o es que no fue de aquel sólido imaginario progresista-estatal, el del estado de bienestar, de donde naciera el furor emprendedor y la globalización financiera que le hiciera la cama al neoliberalismo?, ¿no era eso minimizar la cultura de izquierdas?, ¿queda alguien que se acuerde de aquel “sólido” socialismo posmoderno, que en su versión indígena-felipista tuviera por icono social al Banco de Santander junto al ministro Boyer y su esposa filipina?

 

Podrían pensar que ante un tiempo tan radicalmente inédito, además de caótico y peligroso a escala de especie, pudiera interesarles el ensayo de algo realmente nuevo y a la altura de los tiempos, pero no, ¿cómo van a darme la razón, si digo que sirven de tapón que impide la eclosión de la rebelión integral necesaria?, ¿cómo, si todavía piensan que el Capital y el Estado admiten “algún arreglo” por su parte?

Ay si, por ejemplo, pudieran darse cuenta de que la profesión política solo existe al otro lado de la gente que vive de su trabajo, como profesión tan ajena a sus vidas como las de sus jefes de la fábrica, de la tienda o la oficina... ay, si al menos probaran a intervenir “políticamente” desde esa otra orilla donde la vida se produce cotidianamente, como contrapoder popular, en paralelo y destituyente, al margen de los índices de audiencia y de su posible correspondencia con la matemática parlamentaria.

Podrían pensar que la organización de la política, en partidos, ya solo interesa a un tipo muy especial de proletarios con ansia de prosperidad y consumo. Podrían probar otra forma de organización social de la política, comunitaria por ejemplo, pero no...lo tienen claro porque se hicieron adictos a las democracias de Estado precipitadamente, nada más ver cómo se derrumbaba el muro de Berlín. Precipitadamente, se aprestaron a denostar al descompuesto orden soviético, equiparando ellos mismos socialismo con capitalismo “de Estado”. Son las mismas izquierdas que ahora, a la primera, se sienten ofendidas por esa coletilla y llaman fascista a cualquiera que hable de ecologismo o feminismo “de Estado”. Nunca se pararon a desentrañar ese misterio por el que los proletarios y campesinos rusos llegaron a despreciar a los jefes de la nomenklatura soviética, tanto como a los caciques del orden feudal-zarista.

No saben por qué y de ahí su espanto y desazón. No solo por lo que está pasando en el mundo, sobre todo es por el auge electoral de las otras retrotopías (disculpen) “de Estado”.



miércoles, 5 de octubre de 2022

EPIGÉNESIS: YES YOU CAN, HOMO SAPIENS

 

 

1.Mi tesis: una revolución integral no solo es deseable, necesaria y posible, más todavía si le asiste la razón científica.

2.Exposición (que incluye antecedentes)

Etimológicamente, la palabra epigénesis procede del griego, con el significado literal de “después o por encima (epi) del principio (génesis)”. El diccionario de la RAE dice que epigénesis es “la doctrina según la cual los rasgos que caracterizan a un ser vivo se configuran en el curso de su desarrollo, sin estar preformados en el huevo fecundado”. En un diccionario médico leo esta definición: “teoría embriológica sostenida actualmente por todos los autores, según la cual los organismos se desarrollan paso a paso desde la estructura más simple, como es el cigoto, hasta el feto a término. A esta teoría se oponía el preformacionismo” (que es la antigua y conservadora teoría biológica que piensa el desarrollo del embrión como simple crecimiento de un organismo ya preformado).

En ambas definiciones se confunde el fenómeno, la epigénesis, con la teoría científica que trata de estudiarlo y explicarlo, la epigenética. Se ha venido atribuyendo la paternidad de la epigenética, como rama de la embriología, al biólogo escocés Waddington (1905-1975), pero la cosa viene de antíguo. Sabemos que en el siglo IV antes de Cristo ya Aristóteles le había dedicado mucho tiempo a esta cuestión, que intentó explicar mediante un elemental método empírico: incubó 21 huevos de gallina y abr uno cada día para comprobar el estado del embrión y tomar nota de los cambios que se iban sucediendo.

Conrad Hal Waddington, primero geólogo y biólogo después, es reconocido por su intento de integrar las diferentes parcelas del conocimiento en los campos de la embriología, la genética y la teoría de la evolución natural. La epigénesis se comprende muy bien con este sencillo ejemplo: dos gemelos idénticos, que tienen la misma constitución genética desde su nacimiento hasta el final de sus vidas, a medida que crecen y se desarrollan experimentan diferencias en su entorno, algunas de las cuales podrán alterar su apariencia y su comportamiento, permitiendo que estos rasgos diferenciales sean heredados por sus respectivos descendientes; o sea, que aunque ambos compartan los mismos genes, siempre es posible que algunos estén activos en uno de los gemelos pero no en el otro, lo que viene a significar que siendo genéticamente idénticos, no lo son epigenéticamente.

Si me meto en estos jardines del conocimiento científico es porque estoy muy cansado de escuchar constantemente que me digan eso de que soy un contumaz optimista sin causa, y que la revolución integral que pienso es absurda, porque los humanos no tenemos arreglo, porque no podemos cambiar lo que somos, porque así es nuestra natural condición de seres egoístas...porque siempre ha sido así y lo será por siempre.El dicho popular que sintetiza ese pensamiento, preformacionista y conservador, es expresado socialmente en la manida frase “siempre hubo ricos y pobres, y siempre los habrá”, que viene a sentenciar la creencia popular en que somos portadores de un gen egoísta que predetermina el orden social y que, en consecuencia, es inevitable que éste sea igualmente insolidario. O sea, que las sociedades humanas están condenadas a vivir en plutocracias, que no otra cosa es el gobierno de los ricos sobre los pobres, aunque por vergüenza de nuestra mala conciencia, acostumbremos a nombrarlas como “democracias”. 

Me apresuro a decir que en tal contexto, gobierno de “ricos” es sinónimo de gobierno de “propietarios”, donde el resto somos los desposeídos, todos pobres de nacimiento, de lo que nadie  tendría la culpa, tampoco cada uno de nosotros, porque de haber un culpable sería ese gen egoista que a todos nos ha tocado en suerte y que en algunos de nosotros es más fuerte y espabilado que en otros.

No es por casualidad que la palabra plutocracia refiera a su origen mitológico en la Grecia antígua, en la que Pluto era el dios de los ricos. Plutocracia viene de la conjunción de playtos (riqueza) y cracia que significa gobierno. Y es muy ilustrativo que en la mitología romana el mismo Pluto de los griegos era el dios romano de los muertos, al mismo tiempo que lo era también del mundo subterráneo. En esta mitología romana, Pluto equivalía al Hades griego, cancerbero y dios del inframundo, de ese tenebroso lugar bajo tierra al que estaban predestinadas las almas de los muertos. 

Tiene pleno sentido que los antiguos romanos asociaran este submundo con el dios griego de la riqueza,  porque para ellos la riqueza procedía, se extraía, de las profundidades de la tierra, o sea, de las minas. Ya sabemos a qué venía tanta afición del imperio romano por la minería,  que explica su compulsivo afán de conquista y colonización de nuevos territorios. Ese imperio hizo ley del derecho de presura, de apropiación o propiedad de la Tierra, por herencia o por conquista. Y hasta hoy, ese derecho ha ido a Misa en todo el mundo. Y sigue vigente después de unos cuantos miles de años,  al margen de si este derecho a la rapiña nos viene, o no, impreso en los genes. 

No olvidemos que nos seguimos guiando por el Derecho romano y que en éste la propiedad sobre la Tierra,  incluye de facto tanto a los minerales del subsuelo como a los vegetales y animales que crecen sobre la tierra y que, por tanto, el derecho de propiedad, individual o colectiva, comporta un  gobierno totalitario sobre vidas y minerales. Así, vamos viendo de qué va la moderna geopolítica, que actualiza comercial y políticamente el antiguo arte de la guerra, dedicado a la conquista y colonización de nuevas tierras, con las que acumular capital y ampliar la Hacienda. No viene de más recordar que el trabajo asalariado no es sino un ingenioso eufemismo moderno, para no decir "esclavitud", la natural consecuencia del derecho a la propiedad y gobierno de la Tierra, extendido a la esclavitud de quienes sirven a la Hacienda como  al consumo de todo lo contenido en sus lindes, sea de origen natural o producto del trabajo humano.

Volviendo a la epigénesis, el caso es que fue Conrad Hal Waddington quien propuso a mediados del siglo XX la explicación epigenética como causal del desarrollo de los organismos pluricelulares, basado en las interacciones entre genes y entre éstos y su entorno.La teoría del gen egoista, formulada por Richard Dawkins en 1976, proponía que los seres vivos pluricelulares  son producto del procedimiento por el que consiguen reproducirse los genes (que así serían los “verdaderos individuos). Stephen Jay Gould refutó esta teoría dominante en los años noventa y, sin embargo, a continuación hubo un vuelco en la investigación científica, que rescataba la epigénesis y postergaba a la teoría del gen egoísta. Sin que podamos descartar próximos vuelcos en la teoría científica, lo cierto es que Wadmington justificó muy bien la posibilidad de evolución genética y demostró que ésta puede producirse sin cambiar el ADN. A mí me sirve para pensar que el deseo, la necesidad y la ciencia pueden llegar a congeniar.

Llama mi atención la importancia que las Ciencias Naturales le asignan a la epigénesis, cuando la Geología la define como un lento proceso de sustitución de un mineral en el interior de una roca, mientras que en la Biología se asocia a la definición de los rasgos de un organismo a lo largo de su desarrollo, combinando la causalidad (génesis) con el proceso (genética), y explicando así la existencia de un epigenotipo -procedente de una herencia- junto a una red de interacciones en el desarrollo de la especie (fenotipo). Para el caso de nuestra especie, todo ésto viene a significar que nuestro desarrollo no depende solo de un programa genético, sino que depende también de los intercambios e interacciones con nuestro medio natural-social,  es decir, con aquellos factores externos no codificados por el ADN.

A donde quiero llegar es que nuestra naturaleza humana no viene predeterminada de fábrica, ni por tanto es inmutable la forma social en que nos relacionamos entre nosotros y con el resto de la Naturaleza; vamos, que no está previamente decidido que homo sappiens tenga que vivir en regímenes plutocráticos hasta el fin de los tiempos, por culpa del gen egoísta.

Tengo, pues, sobradas razones para poder decir que mi optimismo antropológico no es voluntarista por sí, que también le asiste el conocimiento científico. Y que la organización plutocrática de las sociedades humanas, aunque tenga una antigüedad de miles de años (por cierto, la misma edad que las instituciones de la Propiedad y el Estado), no estando predeterminada, sí es cierto que para su conservación y reproducción resulta tan decisiva como nefasta esa  creencia popular  en la inmutabilidad de nuestra naturaleza egoísta, la que nos lleva a organizar nuestras sociedades en "inevitables" plutocracias... todo por el caprichoso designio de los genes, o los dioses, que igual me da.

3.En conclusión (provisional)

Sin cambiar el ADN, eso que hace de cada uno de nosotros un animal específicamente humano, es posible cambiar el curso de la historia humana, abandonar nuestra "natural" forma de vida insolidaria y depredadora, organizar nuestra convivencia de otros modos, no necesariamente en modo "consumidor-propietario", no en ciudades o naciones-estado...porque no estamos condenados, por Nada ni por Nadie, a vivir en una eterna Plutocracia. Que si ésto sucede, principalmente se debe a que ricos y pobres siguen creyendo que esta forma de vida es la natural e inmutable, contribuyendo eficazmente  a la   reproducción en bucle de la lucha de clases, como a la devastación sistemática de la biosfera, sin solución de continuidad que no pase por la extinción de nuestra especie.

De ahí  que me permita la licencia de  reciclar aquí el exitoso eslogan publicitario que empleara en su campaña electoral aquel simpático plutócrata llamado Obama: ¡yes you can, homo sappiens!

G
M
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domingo, 2 de octubre de 2022

EL ARTE DE VOLVER UN CALCETÍN PARA QUE PAREZCA OTRO

 

Cómo perder un país. Los siete pasos de la democracia a la dictadura” (Anagrama, 2019), escrito en 2019 por la periodista turca Ece Temelkuran, se ha puesto de moda nada más saber el resultado de las elecciones italianas. Y está pasando con otros libros de parecido sentido como, por ejemplo, “Cómo mueren las democracias” , de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, o “Camino de servidumbre”, de Friedrich A. Hayek.

De este libro-ensayo se está diciendo estos días que sistematiza las estrategias empleadas en todo el mundo por los populistas de extrema derecha, que cada vez son menos anécdota y más definitorios de los tiempos que corren: Trump, Bolsonaro, Johnson, Le Pen, Orban, Salvini, Abascal… El objetivo del libro: que los que aún vivimos en países donde los populistas neofascistas no han implantado regímenes autoritarios, dejemos de frustrarnos con estériles esfuerzos intentando empatizar con sus partidarios desde la lógica, el debate racional “o con técnicas propias de la terapia de pareja como la empatía...y que dediquemos esas energías a organizarnos entre los que aún seguimos defendiendo la democracia para formar un movimiento de solidaridad internacional contra esos fanáticos, que ya han tejido su propia red”.

Ece Temelkuran ha escrito un manual para pensar que antes que lo peor (la dictadura), es preferible la normalidad de lo malo (la democracia), que así vista se diría que es lo mejor de lo posible, si no lo único. Ya viene siendo una vieja costumbre de las izquierdas liberales ésto de recurrir al fascismo como chivo expiatorio de todos los males del mundo, de los que, claro, esas izquierdas son inocentes.

La promesa de nueva normalidad tras la Pandemia ha sido algo así: descubrir lo felices que éramos antes de Aquello, esa felicidad que hasta pasado el confinamiento no sabíamos apreciar, algo así como lo que les pasa a los de Madrid de toda la vida, que solo aprecian la ciudad cuando regresan de unas soñadas vacaciones en el campo, tras pasar unos días en los que descubren lo inhumano que en realidad es ese sitio (mal llamado “descampado”), todo él situado al aire libre y a merced de la intemperie. Lo describía muy bien el artículo de El Confidencial firmado por Héctor García Barnés que compartí hace unos días (“Yo no pienso marcharme de Madrid jamás (porque no tengo donde ir”). Pues eso es lo que les pasa a la mayoría que son de Madrid y de izquierdas "de toda la vida": que no tienen a dónde ir. Ellos son los destinatarios de manuales como éste de Ecce Temelkuran, para que descubran lo bien que  se vive Madrid y en Democracia,a pesar de todo.

De todos modos, quienes temen el robo de la Democracia a partir de la llegada al gobierno italiano de Giorgia Meloni debieran repasar la causa de sus temores, porque resulta imposible robar algo, como la democracia, que todavía no existe, que sigue siendo un sueño.

La propia Meloni ha dicho: “quiero un gobierno que no provoque censuras y choques polémicos inútiles de los que no tenemos necesidad...no podemos permitirnos pasos en falso, y mucho menos medidas que no estén en consonancia con las cuentas del Estado...no quiero a Salvini, es filorruso”.

Un artículo publicado por el diario La Repubblica señalaba que Mario Draghi, ex presidente del Gobierno italiano (2021-2022) y del Banco Central Europeo (2011-2019) ha de garante de Meloni ante Bruselas, París y Berlín, con tres condiciones: apoyar a Ucrania, fidelidad a la OTAN y contención del gasto para no hacer explotar la deuda. Meloni ya ha dicho que va a cumplir las tres condiciones y, claro, Draghi está obligado a decir que no ha hecho ningún pacto con la extrema derecha ni se ha comprometido a garantizar nada. ¿Pero qué puede hacer una fascista apoyando a Ucrania, a la OTAN y dispuesta a respetar las reglas económicas del más riguroso neoliberalismo?...lo veremos: cabreará a los neoliberales de izquierdas con una calculada bronca en torno a algunos derechos civiles (aborto, eutanasía y feminismo de género) al tiempo que les da gustito manteniendo “lo esencial” que les une: la Democracia estatal y el Mercado capitalista. Los derechos sociales seguirán estancados en el mejor de los casos, tal como mandan las leyes de la Acumulación, que ni la fascista Meloni, como ningún otro fascista, de ninguna otra época, nunca pensó en transgredir. Ese es el juego que se traen entre sí los neoliberales de derechas y de izquierdas, para sostener la democracia liberal que, como se sabe, es el sistema de autogobierno que el soberano Pueblo se da a sí mismo al introducir una papeleta en una urna de vez en cuando. Gobierno neoliberal-neonacionalista frente a oposición neoliberal-neoglobalista. La novedad es el prefijo neo, de ahí no pasa la cosa: la pepsi/cocacola de toda la vida. Pero el público que asiste al espectáculo espera, al menos, un poco de sangre, ¡qué menos!, mientras el Estado y el Mercado siguen su arcaica costumbre de estar a lo suyo, que es, como se sabe, velar por nosotros, el Pueblo, su estimada y soberana clientela, que en caso de queja o reclamación, siempre - ¡por supuesto!- tendremos su Razón de nuestra parte.

En una reseña progresista del libro de Ecce Temelkuran leo que el neoliberalismo “es el origen de estos movimientos populistas de extrema derecha y neofascistas, que sus instituciones financieras han vaciado de sentido y justicia social a las democracias representativas, dejándolas reducidas a una sucesión de ceremonias institucionales”, y que “el vacío ético del neoliberalismo, su negación del hecho de que la naturaleza humana necesita sentido y busca desesperadamente razones para vivir, crea un terreno abonado para la invención de causas”, para concluir con esta perspectiva filosófica que impregna todo el libro: el neofascismo le ha dado esa causa que le faltaba al neoliberalismo”.

Se olvida que hablamos de una ideología neoliberal cuyo auge está asociado a la época de Margaret Tatcher y que a partir de entonces -década de los ochenta- el movimiento obrero ya no existía y el monopolio cultural del progresismo de izquierdas alcanzó su máximo socialdemócrata, en las mismas Suecia, Francia y España que a no tardar veremos gobernadas por estos neoliberales-neofascistas-, se olvida que esos progresistas ganaron el gobierno con medidas reformistas que ayudaron a consagrar la economía capitalista y que abandonaron masivamente todo proyecto de emancipación de las clases populares, se olvida que lo que ahora está sucediendo sigue a la debacle del Estado del Bienestar fundado sobre una “mejor oferta”, que no alteraba los fundamentos del orden capitalista, sino que, más bien, los consolidaba. Cómo van a pensar que el actual auge de la ultraderecha hunde sus raíces en aquella rendición masiva del progresismo izquierdista a la economía liberal, no, balones fuera.

En las modernas democracias, todas liberales, se puede ser de todo, de extrema derecha a extrema izquierda, se puede ser anticomunista y antifascista, todo menos antiliberal y antiestatal.No se puede, siquiera soñar, el deseo de una sociedad sin clases, una Tierra para todos y un Estado para nadie...no, porque eso sería antidemocrático. De ahí que se vendan tan bien estos manuales.

Me permito recordar a los liberales de manual, progresistas y conservadores que, antes que otra cosa, el fascismo es totalitarismo, o sea, amor al Estado absoluto, a la propiedad y a la jerarquía social en todas sus formas clasistas, políticas o económicas, arcaicas, feudales o modernas. Eso de que el liberalismo no quiere al Estado es un mantra que no cuela a poco que se conozca la historia de las sociedades. Nunca como ahora, en plena era neoliberal-democrática hubo Estados más poderosos. Baste asomarse al presente: las dos grandes potencias del momento, las que se disputan la hegemonía mundial,  la USA liberal y la China comunista, son dos Estados igualmente capitalistas...y es que todo Estado que se precie quiso siempre ser Imperio global, ganar la hegemonía total, igual que toda empresa capitalista aspira al monopolio en el Mercado, ¿natural, no?

A mí se me ocurre que mejor que pensar en cómo regresar al sitio de dónde venimos, sería empezar por saber a dónde queremos ir.