domingo, 13 de junio de 2021

LOS EMPLEADOS O MANDADOS, QUE DICEN NO SER NADIE

 Son empleados los que vierten desechos tóxicos en ríos y océanos.

Son  empleados los que sacrifican vacas y realizan experimentos con monos.

Son empleados los que tiran camiones llenos de comida.

Son  empleados los que están destruyendo la capa de ozono.

Son  empleados quienes observan todos tus movimientos a través de cámaras de seguridad.

Son empleados los que te desalojan cuando no pagas el alquiler.

Son empleados quienes te ponen multas o te encarcelan cuando no pagas tus impuestos o por exceso de velocidad, son empleados los que se llevan tu coche con una grúa.

Son empleados los que te humillan cuando no haces tu tarea o no llegas a trabajar a tiempo.

Son empleados los que ingresan información sobre tu vida privada en algoritmos comerciales e informes crediticios, y los que procesan esa información en los archivos del Estado.

Son empleados quienes ponen exámenes estandarizados, quienes administran los centros de detención de menores y quienes ponen inyecciones letales.

Son empleados los soldados que matan en las guerras, eran empleados los que llevaban a la gente a las cámaras de gas en la Alemania nazi y son empleados todos los soldados que invaden y ocupan otros países.

Son empleados los muertos en todas las guerras, los que son asesinados por terroristas, que a su vez también son empleados, aunque lo sean de Dios, y aunque esperen ser pagados en el paraíso.

(A partir de un extracto de “La mitología del trabajo”, texto publicado en https://crimethinc-com)

 


 ¿A quién no se lo han dicho más de una vez?, cuando hemos protestado ante un funcionario de la administración pública o ante un dependiente de un comercio, de un banco o de cualquier otro tipo de empresa privada: “...oiga, que yo aquí no soy nadie, que solo soy un empleado, un mandado”. 

Y es probable que en nuestros trabajos más de una vez también nos hayamos visto forzados a excusarnos con ésta o parecida frase. Puede costar reconocerlo, pero las empresas o las administraciones para las que trabajamos conforman ese “Sistema” que indistintamente criticamos como Capitalismo o Estado, cuya existencia se sostiene gracias al trabajo de los empleados, sin olvidar que después de la jornada de trabajo seguimos sosteniéndolo, sea como clientes o como contribuyentes.

Trabajando y comprando, pagando facturas o impuestos, en el ocio como en el negocio, cada uno de nosotros ayuda a perpetuar las condiciones del Sistema, el que se nutre con nuestras actividades cotidianas, en el que invertimos prácticamente la totalidad de nuestra vida, con toda nuestra atención, con todas nuestras energías y con todo nuestro ingenio. 

La pregunta es: ¿seguiríamos haciéndolo si tuviéramos otra opción?

martes, 1 de junio de 2021

PISANUBES, SU ESTRATEGIA Y SUS FELICES DISTOPÍAS

 

Uno de los dibujos invisibles de Gervasio Troche

 

Pisanubes (*) es un término que utilizamos por aquí para referirnos a la gente que va de alternativa por la vida, obnubilada y ensimismada en su propio ensoñamiento ideológico, armada con la certeza de que el resto del mundo capitalista no sabe de qué va la cosa, porque están atrapados en su triste realidad cotidiana, comido el coco por la cultura dominante, pero que en cuanto despierten acaban ascendiendo a su idílico mundo etéreo, donde reina la concordia y la alegría y donde ellos, los pisanubes, les esperan con los brazos abiertos. No son solo esos patéticos tardohippies reconocibles por su estética “paz, amor y el plus pal salón”, la tropa es mucho más amplia e incluye, por ejemplo, a los nacionalistas independentistas, cuyo programa político consiste en ir contra el Estado para crear otro Estado, que será infinitamente mejor solo por ser su Estado

Incluye también a todos los urbanitas neoconversos, aquejados de furor hiperforestal e hiperhortelano, convencidos de que el mundo se arregla llenándolo de árboles y yéndonos todos a vivir al campo, uno a uno o en grupitos fraternales, hasta que llegue un momento en que todo el orbe sea mundo campesino, dedicado al trueque de zanahorias ecológicas, gozando de una vida plenamente sana y natural

Son también esa pléyade de tribus multiculturales, ciudadanas del mundo, pobladas por cándidos conspiranoicos y por  gaseosos espiritualistas de variado pelaje, mezcolanza de brutos patriotas cuarteleros, fundamentalistas religiosos y pacíficos practicantes del yoga, del feng shui, del poliamor y de todo lo que sea amor propio, masturbatorio y libre de impuestos; también por animalistas, veganistas y otros cultivadores de todo tipo de disciplinas de autorrealización personal, guiados por económicos tochos de autoayuda y por brillantes asesores espirituales, antes curas o vendedores de crecepelo y ahora llamados coachings. Y me quedo corto, porque son muchos más, ya que el catálogo de pisanubes sigue creciendo exponencialmente.

Confieso que el título que he puesto a este artículo es intencionadamente desacertado. Porque los pisanubes carecen de estrategia, pero es que creen tenerla, solo que el mundo no lo sabe, ni falta que hace, porque ellas y ellos piensan que la mejor estrategia es su propio ejemplo, el de sus virtudes personales y colectivas, que acabarán prendiendo en la mentalidad de las masas y transformando este feo mundo. En conjunto, son el antisistema ligth, como la mantequilla “verde” del sistema. Se sienten antisistema porque el sistema los saca poco por la tele. Los que más suerte tienen son los ecologistas, que gracias a Greta Thumberg salen con cierta frecuencia y no solo cuando el Pirulí recuerda anualmente el legado de Félix Rodríguez de la Fuente. Pero todos tienen bastante razón, su distopía feliz vende poco últimamente y menos aún desde que empezara la interminable pandemia coronovírica. Ahora lo que más se vende son las distopías globalistas y colapsistas, no hay más que ver los catálogos de Netflix y Amazon Prime. Y por algo será.

 

 

Coincido con Layla Martínez (con toda probabilidad, nadie de los que ésto lean sabrán quien es Layla): el neoliberalismo es profundamente antiutópico, ni siquiera defiende las utopías capitalistas; lo dice Layla hablando de su libro Utopía no es una isla (**), dice que todos los discursos sobre el futuro parten de la idea de que éste será peor que el presente.  El discurso hegemónico por supuesto, pero también los contrahegemónicos. Cuando daba charlas y talleres sobre la historia del futuro y la evolución de la ciencia ficción durante el siglo XX, una de las cosas que preguntaba a los asistentes era cómo veían su ciudad dentro de cincuenta años. Di los talleres en muchos sitios, desde asociaciones de ciencia ficción a universidades o centros sociales autogestionados y la respuesta era siempre la misma: deterioro de las condiciones laborales, pérdida de derechos, aumento de la crisis ecológica, capitalismo de megacorporaciones, tecnología mejorada pero aplicada al control social…me respondían eso incluso militantes de la izquierda radical, que en teoría se supone que deberían creer que lo que hacen puede conducir a otra sociedad. Y pensé que ahí había algo importante. Por supuesto no he sido la única, ni la primera, que lo ha pensado, pero creí que merecía la pena investigarlo”.

En efecto, las distopías reflejan nuestras ansiedades actuales y nuestra sociedad contemporánea se ha vuelto descreída respecto al futuro, ha dejado de creer que esté ligado al progreso y que vaya a ser necesariamente mejor. A propósito de la pérdida de la fe en el progreso, dice Layla que Fredric Jameson (***), como otros teóricos de la posmodernidad,  la sitúan precisamente en sus inicios, a finales de los años setenta y principios de los ochenta, en los que tienen lugar algunos hechos históricos que convergen, pero que, sin duda, el más significativo es el ascenso al poder del proyecto liberal en su versión  neo, con la llegada de Ronald Reagan a la Casa Blanca. El capitalismo previo, el de posguerra, sí fue utópico, con sus casitas adosadas en las barrios del extrarradio y sus espectaculares centros comerciales. El neoliberalismo no disimula, como hace la socialdemocracia con su estado de bienestar; no exhibe ningún proyecto colectivo, ni siquiera de tipo capitalista, solo ofrece un presente contínuo, a lo sumo aliviado por la tecnología. Lo que ahora vemos es que cuando se imagina el futuro, se escriben, sobre todo, guiones distópicos que ponen en mutua y contradictoria relación a la realidad con la ficción, un batiburrillo de agónicas aventuras rellenas de esperanzas y miedos colectivos, como si los guionistas quisieran provocar en el espectador un presentimiento, como preparación para una profecía autocumplida.

La utopía proletarista pensaba un mundo económicamente justo, basado en una naturaleza ilimitada, pensaba que la utopía sucedería tras una lucha de clases generalizada, que serviría para que las masas asalariadas nos apropiáramos de la producción capitalista, con lo que el desarrollo económico sería igualmente infinito, en alianza con la ciencia y la tecnología, sin que se llegara siquiera a vislumbrar la idea de un posible colapso. En la actualidad, los restos de esa utopía, básicamente ecosocialistas, se conforman con organizar los escasos recursos que quedan, para gestionar “éticamente” un colapso que ya dan por seguro. Y hasta nos dicen que el propio colapso es una gran oportunidad de “progreso”.

Resulta que la crisis ecológica es sólo una parte, no menor, del paquete, que no va a provocar un colapso de un día para otro, tal como nos enseñan en las series y películas de ciencia-ficción, la sociedad no se va a derrumbar un día concreto en el que unas masas zombis nos lancemos a saquear bancos y supermercados. Lo que tenemos por delante es un deterioro continuo y progresivo, que ya estamos experimentando con el avance de la actual pandemia. No comparto, sin embargo, la creencia de Layla en que la buena noticia sea que “estamos a tiempo de evitar las peores consecuencias de ese deterioro”, a tiempo de echar el freno y detener ese avance mediante “un esfuerzo enorme, que supone derribar el capitalismo en un plazo de tiempo muy corto y que también nos permite imaginar sociedades mucho más justas y una vida mucho más digna”. Se lía cuando piensa que la idea de colapso es negativa políticamente porque nos condena a gestionar ruinas y porque extiende la idea, muy paralizante, de que “si no se puede hacer nada, dado que el colapso es inevitable, ¿para qué voy a intentarlo?”. Ella cree que políticamente es mucho más útil la esperanza que el miedo, porque el miedo paraliza mientras que con esperanza, al menos será más fácil que nos movilicemos. Esto, ni de coña lo esperes, Layla, no estamos a tiempo de evitar el colapso si pensamos que éste es sólo ecológico, y la esperanza no es suficiente, no lo es ponerse a esperar que sucedan, al mismo tiempo, el colapso ecológico del capitalismo y una ilusoria movilización global de las masas esperanzadas. No tengo yo tan clara la utilidad política de la esperanza. Pienso que mucho mejor es una buena estrategia integral y no solo ecológica. Esto ya lo vende el propio sistema, ¿qué son, si no, la “Agenda 2030” y el New Green Deal” o Pacto Verde?

De mi experiencia como agente de desarrollo rural tirando a “alternativo”, aprendí mucho de la estrategia del “sistema", que con más inteligencia estratégica que nosotros (ahora lo veo), no solo nos copiaba, sino que, además, nos montaba enfrente una oficina paralela de desarrollo rural...¡increíble, el sistema copiando a la oposición!, ¿pero cómo iban a ir en contra de los principios y objetivos de desarrollo en territorios tan depauperados y victimizados como los rurales? No, la declaración de principios y objetivos es lo de menos, siempre son eso, nada más que declaraciones que se pueden cambiar o justificar. Lo realmente importante es la operativa, la estrategia. Y eso lo bordaron y lo siguen bordando. El asco que nos produce la política al uso, nos lleva a prescindir de la dimensión política de lo “alternativo”, a confundir el activismo con la operativa estratégica.

Ya no se me ocurrirá más eso de predicar a favor de luchar a cuerpo descubierto y expuesto a la intemperie. Hace mucho que dejé de pensar que el avance de la revolución era proporcional al número de seguidores en Youtube o al de las ostias repartidas por la poli en las manifestaciones. No pienso para nada en la utilidad política de la esperanza, ahora estoy a favor de montarles algo más que un pollo: un “estado” paralelo y enfrente de cada consistorio estatal; se trata de sobrepasarlos con un ayuntamiento comunal-asambleario, local, sí, pero a partir de un pacto global y unilateral por el que declaramos  a la tierra y al conocimiento humano como bienes comunales universales. Eso, utopía operativa: sin esperanza, con estrategia. Pero éste es tema para otro día... que lo tengo que pensar algo más.

Notas:

(*) Un tipo especial de pisanubes es el twitero ocurrente, por ejemplo: "Camino en círculos, no me sigas. Liberté, Egalité, Fraternité, Piqué. Lunes noche, los tuiteros comienzan a resucitar. ¿No hay nada en la tele que no me joda la digestion? Todo el mundo al suelo, tengo un lunes y sé como usarlo. Dame siesta y llámame tonto. Ahora que mi insomnio duerme, voy a aprovechar a meterle mano. Mi plan consiste en dejar que mi trabajo se acumule hasta que sea una torre lo suficientemente grande para que se derrumbe sola. Perdéis el tiempo buscando el truco o la explicación a todo, en lugar de simplemente creer y disfrutar de lo mágico".

(**) Utopia no es una isla es el título del libro editado por Episkaia en noviembre de 2020. Su autora, Laia Martínez, lo es también del ensayo “Gestación subrogada” (Pepitas de calabaza, 2019), así como de relatos y artículos que se han publicado en diversas antologías, como Estío. “Once relatos de ficción climática“ (Episkaia, 2018). Ha traducido ensayo y novela para diferentes sellos editoriales y escribe sobre música en El Salto y sobre series y televisión en La Última Hora. Desde 2014 codirige la editorial independiente Antipersona.

(***) Fredric Jameson es un crítico y teórico literario norteamericano, de ideología marxista, que define el postmodernismo como claudicación de la cultura ante la presión del capitalismo organizado, pensamiento que recoge en su “Teoría de la postmodernidad”.

 

domingo, 30 de mayo de 2021

SEMÁNTICA, POLÍTICA Y GATO POR LIEBRE

«El sueño de la razón produce monstruos», grabado n.º 43 de los Caprichos y dibujos preparatorios  (1797-1799). Francisco de Goya y Lucientes. Museo del Prado


Previo

Observamos el mundo y tratamos de explicarlo con palabras En esa mirada nos hacemos más o menos conscientes de que la realidad tiene una dimensión poliédrica, dinámica, e histórica por tanto; incluso, el observador llega a darse cuenta de que no solo no es ajeno a la realidad observada, sino que él mismo forma parte de ella y, por tanto, su percepción como su explicación están condicionadas por la posición que ocupa dentro de esa realidad. Sabe este observador que la realidad no incluye  lo que no existe y que solo puede ser imaginado, pero es tanto lo que desconoce que para explicarlo necesita echar mano de la imaginación, lo que puede facilitar su explicación del mundo, pero también complica el entendimiento con quienes piensan diferente. Este principio de entendimiento o convivialidad no rehuye el conflicto natural entre visiones o hipótesis diferentes y hasta contrarias, siempre que sean hipótesis y no doctrinas, por eso que necesite de un código básico, dialéctico, racional y relacional, si busca la conversación y la convivencia más allá de la unanimidad de la propia tribu, lo que es tarea imposible desde posiciones doctrinarias, basadas en supuestos o creencias de origen mágico o religioso.

Filosofar es pensar el mundo. La mayoría de las veces actuamos sin pensar, es lo que hacen de continuo los individuos de la mayoría de las especies, actuar como reacción inmediata ante su entorno. Actuar es una actitud básicamente reaccionaria, quitándole a este adjetivo toda connotación moral o política. Los individuos que filosofan también son reaccionarios en la mayor parte de su comportamiento vital, es lo propio de una especie como la humana, cuyos individuos pueden pensar el mundo y pensarse a sí mismos, pero mientras lo hacen también interactúan, reaccionan sin pensamiento previo, ante situaciones que exigen inmediatez de respuesta. Pensar, reflexionar o filosofar es algo que no puede hacer la especie, ni siquiera un colectivo, porque pensar es una actividad propia y exclusivamente individual. Si un pensamiento llega a ser compartido colectivamente es por efecto de eso que llamamos “cultura”, por la que el pensamiento se transmite entre individuos interrelacionados. Una vez transmitido y compartido ya no es tal pensamiento, es otra cosa, a la que al menos provisionalmente llamaremos “mentalidad” en el sentido que definiera el historiador Jacques Le Goff: algo así como un cliché o matriz que el individuo asume como pensamiento propio sin serlo, que acaba por determinar su comportamiento social, en modo instintivo, como respuesta automática. El individuo al que le fatiga pensar, tira de las “mentalidades” dominantes en su entorno, como mejor estrategia adaptativa. Mientras renuncia a su facultad de pensamiento podrá creer que piensa y actúa por voluntad propia. Si quiere cuestionar la mentalidad o cultura dominante en la sociedad en la que vive, estará obligado a cuestionarse a sí mismo. Y eso, cuando lo ha probado, siempre resulta ser muy fatigoso y hasta doloroso.

Semántica

Significante y significado se encuentran unidos irremediablemente por un vínculo arbitrario, creado artificialmente por la lengua, que no tiene que ver con la realidad de la que se habla. Una palabra cualquiera, sea en forma oral o escrita, poco tiene que ver con la imagen real a la que hace referencia y, por tanto, el vínculo existente entre la realidad y la palabra que la nombra no sigue ningún parámetro lógico; el significado es la idea que conformamos en nuestro cerebro tras escuchar o leer una palabra y ésta no tiene por qué corresponder necesariamente al objeto real nombrado, sino con la idea del mismo que tienen los interlocutores.

En la retórica y dentro de las figuras literarias, oximorón es una figura lógica que consiste en usar dos conceptos de significado opuesto en una sola expresión, para generar un tercer concepto. Dado que el sentido literal de oxímoron es absurdo (por ejemplo «negra luz”), se fuerza al interlocutor a comprender el sentido metafórico. Oxímoron es una palabra compuesta por dos lexemas (*): oxýs, (agudo, punzante) y morós (fofo, romo, tonto). Su propia etimología está basada en un oxímoron.

Política y gato por liebre

La palabra “política” hace referencia a su primitivo origen ateniense, con significado que nos refiere al tratamiento de los asuntos públicos o concernientes al conjunto de habitantes de la “polis” (ciudad), lo que podría hacernos pensar que este conjunto de pobladores (“el pueblo”) eran el sujeto gobernante de la polis y que, en consecuencia, las élites atenienses usarían la palabra democracia (demo/pueblo-cracia/gobierno) para nombrar al sistema político por ellas inventado. Sin embargo ésto nunca fue así, las élites atenienses entendían por demo, pueblo o sujeto de la política solo el subconjunto integrado por propietarios de la tierra. A la democracia no tenían derecho las mujeres, los siervos y los esclavos, que  siendo "pueblo" no eran “ciudadanos”. Es evidente que desde su orígen “democrático”, los conceptos de política y ciudadanía estuvieron asociados y condicionados a la idea-mentalidad de propiedad.

La palabra presura significa prisa, prontitud o ligereza con la que se hace algo, pero también hace referencia al derecho de asentamiento y apropiación de tierras en lugares yermos o abandonados, un derecho que predominó en el norte de la península ibérica durante la repoblación promovida por los reinos cristianos, como costumbre y derecho heredado del descompuesto imperio romano, que concediera este derecho como premio a soldados combatientes y a nativos leales, que así se convertían en campesinos y colonos propietarios en los territorios conquistados. Carta Puebla es la denominación del documento por el que los reyes cristianos y los “señores” laicos y eclesiásticos otorgaban, como privilegio, el derecho a la apropiación de tierras, siguiendo la tradición romana del derecho de presura. Lógicamente, aquellos reyes y señores ejercían la presura sin límites (**) y sin necesidad de ningún derecho.

Las élites atenienses le dieron a la palabra “democracia” un contenido político opuesto al semántico y hecho a su medida. Tuvieron que reinventar el concepto “pueblo” para que encajara en el de democracia. Así, el pueblo, que propiamente sería el conjunto de pobladores de la “polis” y sujeto político, para las élites tenía un significado y para el resto de habitantes tenía otro completamente distinto. En el concepto de éstos entraban todos los pobladores, mientras que en el de las élites sólo cabían los propietarios. Siempre hemos escuchado a las élites referirse al pueblo como “los otros”, el vulgo, los que por no ser propietarios están obligados a trabajar para poder vivir y que, por eso, "no tienen tiempo, ni conocimiento, ni capacidad para gobernar". Esto fue así y sigue siendo sustancialmente, por mucho que se camufle en una confusión semántica generalizada.

Un “ciudadano” no solo es habitante de una ciudad, es un invento estatal, original de la polis-estado ateniense en su forma “democrática”, en la que un ciudadano es un propietario, alguien que habitando en la polis posee tierra en propiedad y eso le hace partícipe del Estado al tiempo que le libra de la necesidad de trabajar. Ese ciudadano tiene como ideal la acumulación de propiedades en cantidad que le permita librarse de trabajar la tierra, porque para eso están los no propietarios, ni ciudadanos, los trabajadores – mujeres, sirvientes y esclavos - que no participan en el gobierno de la polis-estado. 

El “estado” contemporáneo, en su forma política (la democracia representativa o parlamentaria) se ha desarrollado a partir de esta herencia ancestral, cautivo y lastrado por esa contradicción original: nombra ciudadanos a todos los individuos que habitan la polis-estado, incluyendo a los no propietarios, sean mujeres u hombres,  sirvientes, esclavos o asalariados, pero se ve obligado a hacerlos mínimamente propietarios si quiere tener su adhesión y constituir así su propia legitimidad “estatal”. Implantada esta mentalidad “propietaria/estatal” y siendo limitada la cantidad de propiedades, resulta inevitable que entre los ciudadanos se produzca una lucha por la propiedad, conceptualizada ésta como lucha de clases y “motor de la historia” por el sistema de pensamiento que conocemos como materialismo histórico o marxismo. En esencia: la lucha por la posesión y acumulación de propiedades que actualizada conocemos por “capitalismo”, está dirigida a conseguir el estatus de propietario, para librarse del trabajo y para participar en el poder del Estado. Así, las mentalidades propietaristas, capitalistas o estatistas, son variantes de un mismo pensamiento y mentalidad (cultura) burguesa (ciudadana) no democrática (oligárquica).

El pensamiento que se identifica como materialismo histórico es racionalista en modo que subordina la naturaleza, la política y la ciencia a la economía; el materialismo filosófico, a su modo igualmente racionalista, reduce la razón histórica y científica al arte de la dialéctica, pero ni la economía ni la dialéctica pueden dar cuenta racional y científica si prescinden de la razón ética de la política. Me interesa el conocimiento histórico y científico solo si es ético, político, ecológico y razonable al mismo tiempo, lo que resulta imposible si no tiene en cuenta la básica ley por la que se rige la vida, todas las formas de vida, que a cada instante manifiestan querer reproducirse y vivir más y mejor, que  aman la vida y quieren perdurar con calidad. Si la política y la ciencia no parten de esta premisa ética o perfectiva del ser, nunca pasarán de ser un juego dialéctico y especulativo, en el mejor de los casos.

La imposición o dominio de las élites propietarias y gobernantes es el verdadero motor de la historia, no la lucha de clases, que es su consecuencia y que le sirve de combustible. Nunca la historia vio suceder una revolución que lo cambiara, la única revolución triunfante ha sido la que vienen protagonizando las élites dominantes desde que alguien inventara el derecho a la apropiación o propiedad de la Tierra, de la naturaleza y de nuestras vidas, las de “los otros”. La modernidad burguesa no comprendió nada de ésto, ni en su versión liberal ni en su versión proletaria, por eso ambos pensamientos van hoy a la deriva, reinventando clases sociales y subclases identitarias, ocurrencias, mientras el motor de la historia cruje y nos arrastra al vacío.

¿O es que no es mera ocurrencia engañosa la de un pensamiento ecológico incapaz de comprender que la avería ecológica de la Tierra no tiene arreglo mientras ésta siga secuestrada y parcelada en fronteras estatales y parcelas privadas?, ¿no es igual de ocurrente y engañosa una mentalidad política que confunde lo público con lo estatal, democracia con oligocracia, comunidad con nación y pueblo con estado...se mire desde la derecha, desde la izquierda o desde cualquier otra parte?, ¿cómo es que nos hemos contagiado de esta mentalidad, de esta sinrazón que hace imposible siquiera pensar que la vida es posible y mejor en paz con la naturaleza y sin estar divididos y enfrentados en clases sociales, posible y mejor en comunidad, sin necesidad de estados nacionales ni de imperios globales?...pues pienso que en averiguar el origen patológico de esta mentalidad pandémica nos va la vida.

Por eso que mi pensamiento político sea la hipótesis de una revolución política integral -ética, comunal y ecológica-, implícitamente democrática, tan racional y científica como convivencial, que a la altura del siglo más incierto de la historia humana será inviable si no somos capaces de superar (antes de que sea demasiado tarde) la confusión entre lo real y lo verdadero. Valga un ejemplo que tenemos cercano, el del movimiento 15M cuando reclamaba “democracia real ya”, con expresión que, pareciendo aludir a “otra y verdadera democracia", la ejercida como gobierno del pueblo y no sobre el pueblo, en realidad estaba reclamando la continuidad -eso sí, “mejorada”- de la falsa democracia realmente existente.

La mentalidad propietarista sostiene el orden global de la dominación y desde Atenas para acá nos viene dando sumisión por progreso, derecha por izquierda, suicidio por futuro y, en definitiva: gato por liebre.

Notas:

(*) Lexema o morfema léxico es la parte de una palabra que le aporta su significado básico y que se conserva en sus derivados: cas en cas-a, cas-eto, cas-tillo.

(**) Originalmente, el derecho de presura limitaba la apropiación de tierras a aquella extensión que un campesino fuera capaz de labrar en un día.